jueves, 20 de febrero de 2025

«Huid del escepticismo», un clásico de Christopher Derrick que no caduca


 «Huid del escepticismo», un clásico de Christopher Derrick que no caduca

Via Crucis en el Thomas Aquinas College de California, que inspiró a Derrick en 1977

Si leemos Huid del escepticismo, ensayo de unas 140 páginas de Christopher Derrick (Ediciones Encuentro), muchas cosas nos suenan cercanas. Habla de jóvenes deprimidos, con suicidios crecientes, de una filosofía relativista y escéptica que daña a las personas, y más a los jóvenes, de la necesidad de fe y filosofía firme para tener una vida con sentido y fructífera, de la utilidad espiritual de centros universitarios de artes liberales (literatura, filosofía, arte, idiomas) con una visión cristiana e incluso tomista de la vida. Eso, nos dice, generará adultos fuertes que sanarán el mundo.

Luego descubrimos que ¡el libro es de 1977! Lo descubrimos si lo buscamos por Internet, porque esta edición no lo dice nunca (aunque en la solapa nos avisan de que el autor murió en 2007).

Que un libro de 1977 se pueda leer despistadamente como si fuera actual demuestra que era un texto visionario y con alcance.

El libro tiene dos niveles: la denuncia del escepticismo y sus daños, y la respuesta de Derrick, que es ofrecer fe, artes liberales en clave cristiana, y a ser posible catolicismo tomista.

Discípulo de CS Lewis, cercano a Chesterton

Christopher Derrick nació en 1921 en Inglaterra, se formó en Oxford y fue discípulo de C.S.Lewis, a quién menciona varias veces en este libro. Incluso escribió un libro explicando por qué Lewis no llegó a hacerse católico (sobre todo, prejuicios norirlandeses). Era hijo del artista Thomas Derrick, quien se convirtió al catolicismo por influencia de G.K.Chesterton.

Huid del Escepticismo, un clásico de Christopher Derrick lleno de sentido común

Huid del Escepticismo, un clásico de Christopher Derrick lleno de sentido común, en Ediciones Encuentro


Derrick escribe este ensayo, con buen ritmo, ágil, concreto y muy legible, siendo un asombrado profesor en EEUU, en el entonces recién creado Thomas Aquinas College, en Santa Paula, California, una universidad católica pequeña, de artes liberales. En 1977 llevaba 6 años funcionando. Este college ha resistido el paso del tiempo y en 2024 tenía unos 400 alumnos y unos 45 profesores.

Derrick escribe diez años después de la revolución sexual de 1967 en EEUU, unos meses antes de que Juan Pablo II llegue a ser Pontífice, dedica atención al marxismo (no sabe que el Muro de Berlín caerá doce años después) y no parece saber nada de la Universidad Franciscana de Steubenville, Ohio, donde el padre Scanlan llevaba apenas 3 años de renovación espiritual para salvar a los jóvenes: hoy, la de Steubenville tiene unos 3.000 alumnos, muchos más que el Thomas Aquinas y otros centros católicos similares, y sigue siendo ortodoxa y creativa a la vez.

Cuando Derrick habla de protestas universitarias y estudiantes deprimidos lo hace casi 50 años antes de las chaladuras woke, la salvaje cultura de la cancelación y la adicción casi generalizada de los jóvenes a las pantallas y el porno. También antes de la generalización absoluta del divorcio, crecer en familias rotas y la enorme pérdida de religiosidad que se ha dado en EEUU en años recientes. Con todo, su análisis sigue siendo relevante.

Solo menciona una ideología alternativa al cristianismo, que es el marxismo, que cuida a sus artistas y escritores... siempre que sean dóciles al poder comunista.

Un sueño: pequeñas universidades de artes liberales

Derrick habla de su sueño: más pequeñas pequeñas universidades católicas, pero católicas de verdad. Serán caras, pero las universidades católicas "de mentira" también son caras. Los padres pagan gustosos si su hijo va a mantener la fe, crecer en ella y adquirir cultura y rigor de pensamiento. 

Han pasado casi 50 años: hoy las universidades privadas de Estados Unidos son muchísimo más caras, católicas o no. Los centros católicos "de verdad" y los católicos "sólo de nombre" coexisten en el país, y sigue habiendo familias dispuestas a endeudarse años por pagar en unas y en otras.

Derrick hablaba en 1977 de un panorama "marcado durante los últimos 20 años por un grado bastante elevado de tensión y de amargura; un college es un lugar bastante menos feliz de lo que solía ser. Parece que el estudiante está expuesto a presiones excepcionales que empujan a unos hacia la droga y la utilización narcotizante del sexo, a otros hacia la violencia mezquina, hacia el revolucionarismo extremado o a la aceptación de la gris mediocridad pequeño burguesa, o al suicidio". Todo lo resume como "bárbara amargura".

Se echa de menos en el libro algún prólogo o apéndice que valore lo sucedido medio siglo después. Podemos sospechar que hoy la "mediocridad pequeña hamburguesa" es más mediocre. La crisis de los universitarios con 18 años hoy la viven los adolescentes con 13. El "revolucionarismo extremo" ha enloquecido con la doctrina woke, atascado en purgas y guerras de cancelación, donde pseudobolcheviques depuran a tibios mencheviques. A Karla Sofía Gascón Ruiz (nombre trans del actor Juan Carlos Gascón Ruiz, que dice ser actriz) le querían premiar... hasta que se le encontró algún comentario en redes que sonaba racista. Nunca eres suficientemente puro en la ortodoxia woke. "Bárbara amargura" es una expresión útil.

En 1977, y quizá también hoy en muchos sitios, el universitario joven "lleno de presunción y seguridad llega al centro pensando que encontrará una comunidad, una sabiduría heredada. Lo que descubre es una multitud anónima y que los mayores no parecen saber moverse en el mundo mejor que él cuando era niño. Le dicen que no hay sabiduría. El joven entonces se vuelve turbulento y nihilista". Y a Derrick le parece lógico ante un universo sin valores.

En la España del 2025 si uno pregunta a las familias, casi todas constatan que los niños y adolescentes saben mucho menos que sus padres a su edad. Pero en los sondeos de la Fundación BBVA y otros, la sociedad española declara, lustro tras lustro, tener una magnífica opinión sobre la escuela y los profesores. ¿Es algún tipo de supersticiosa veneración del estamento educativo?

Derrick criticaba ya en 1977 que se presentase a la educación como una especie de dios, con la idea de que ""cualquier escolarización será mejor que la ignorancia". No siempre es así, advierte. Se llena todo de estudiantes desganados, que aplazan su entrada en la verdadera vida adulta. ¿Qué diría de la España actual? ¿Y del fenómeno de los chinos que llegan a España sin ningún interés en la lengua ni literatura pero se apuntan a Filología Hispánica sin saber ni el idioma porque es una forma barata de tener prestigio con un diploma universitario?

Contra la mentalidad servil, arte y filosofía

Derrick defiende que las artes liberales ayudan a ser hombres y mujeres libres en una sociedad servil. A muchos lectores cristianos les puede molestar que considere "carreras serviles y técnicas" la ingeniería o la medicina, que son eminentemente prácticas y útiles no como la filosofía o la literatura. Jesús fue carpintero y sin duda resolvió muchos problemas técnicos. También curó enfermos y la Biblia pide que alabemos y honremos al médico. Quizá en los años 70, cuando todos hablaban de "liberación", Derrick tenía que contrastarlo con lo "servil", pero el cristianismo alaba el servicio, el ser servicial, el servir, y suena rara su expresión.

Derrick canta las maravillas de quien estudie artes liberales: "Será alguien informado, sensible, apreciará el arte, entenderá al mundo y su historia, tendrá muchas simpatías y espíritu tolerante; si surgiera una cuestión pública o política, le dará salidas más allá del simple prejuicio o interés particular, tendrá facilidad en el arte difícil de leer, escribir y pensar, dispondrá de recursos internos, será alguien con quien valga la pena hablar".

Por el contrario, la persona de mentalidad servil carece de magnanimidad, sólo busca la ventaja económica o práctica inmediata, es "incapaz de pensamientos elevados y de emociones generosas". Pone como ejemplo al profesor pedante y con ganas de trepar que protagoniza Esa Horrible Fuerza, la novela distópica de C.S.Lewis ("no tenía ni la sagacidad campesina ni el honor aristocrático, era un hombre de paja, con mucha labia").

"Para nuestra sociedad pluralista y escéptica, la pregunta 'para qué' es la vida humana no tiene respuesta. Algunos dirán que es irresponsable plantear esa pregunta'", denuncia Derrick.

El autor avisa, con realismo, de que las artes, literatura y cultura, pueden ser como una religión sustitutiva. "Muchos esperan que ilumine su alma", las consideran algo sagrado y valioso y no se equivocan. Pero, atención, hay "adultos cuya experiencia real de gloria y sueño goce artístico sincero ya pasó"; mucho de eso hoy los deja fríos, "pero tienen que fingir". "Una indagación abierta y franca entre vuestros amigos más cándidos lo demostrará", asegura. Y si fingían en los 70 ¿no fingirán hoy en infinitos podcast y canales de Youtube? El arte y la cultura sin Dios son apenas paliativos: nos sigue dejando como esclavos de la falta de sentido último, advierte dos capítulos después.



Estudiantes sonríen en el Thomas Aquinas College, universidad católica de artes liberales

Estudiantes del Thomas Aquinas College, que Derrick alababa; veía allí jóvenes alegres y con fuertes fundamentos

Tiene que ser arte y filosofía pero con Dios

Derrick defiende que la educación en artes requiere una religión, o una filosofía de vida plausible y aceptada. Más en concreto, una filosofía que sea verdadera (o al menos convencida de que existe la verdad y que se acerca a ella al máximo).

En todo el libro sólo cita dos versículos bíblicos: "la verdad os hará libres" y "buscad en primer lugar el Reino".

En defensa de la verdad, propone que las universidades tengan itinerarios bastante cerrados de asignaturas troncales, al menos en los primeros años de estudios. Es lo que mayoría de universitarios de letras españoles ha vivido y vive hoy.

El capítulo 4 y 5 es especialmente útil como crítica al escepticismo filosófico, porque avisa de que éste esteriliza las ganas de aprender en serio. Derrick dice que muy pocas personas pueden ser a la vez buenos profesores y buenos investigadores (dice que CS Lewis era uno de esos pocos). El que investiga desatiende a sus alumnos, denuncia. Alaba a sus compañeros en su college católico: tienen claro que su vocación es ser profesores, es formar. De hecho, se parecen más bien a hermanos mayores que llevan a los verdaderos profesores, a los pies de los verdaderos maestros: Aristóteles, Platón, San Agustín... incluso Karl Marx. La Ciudad de Dios de Agustín, y El Capital de Karl Marx, estarán en desacuerdo en muchas cosas, pero no hay duda de que son dos de los grandes libros que marcan la civilización y vale la pena estudiar.

Pero el joven no debe caer en el escepticismo. Los sabios antiguos creían avanzar hacia la verdad. "Si, escépticos, declaramos que todo eso era una fantasía, estamos diciendo que no eran sabios, sino unos tontos ilusos, y solo los estudiaremos con espíritu sardónico y despreciativo". Una actitud así no es útil a la sociedad, excepto para generar novelistas irónicos y nihilistas, del tipo que Derrick soporta cansado como crítico literario.

Que haya variedad conflictiva de opiniones sobre un tema no muestra que no exista la verdad: solo muestra que algunos estarán equivocados en ciertos aspectos y en cierta medida.

"La filosofía debe ser un modo de aprender a conocer la realidad; si no, es un trivial juego de palabras", denuncia. Un universitario así "deja de ser un filósofo buscador y en cierta medida descubridor de la verdad; ahora ya solo nos proporciona juegos de palabras y otras pequeñas diversiones".

Derrick denuncia que imponer a los demás "el escepticismo fundamental es a su vez un dogma y muy discutible". Adoctrinar en el escepticismo, explica, "paraliza y aprisiona el espíritu". 

Tres bases para poder construir

Tras dos capítulos refutando el escepticismo y enumerando sus daños, decide defender 3 posturas básicas para sanar la sociedad y la universidad.

El primero, es que la educación en artes liberales "debe ser dogmática, es decir, ha de creer que la verdad es accesible y que la filosofía no son solo palabras. Llamadlo dogma arbitrario, si queréis. Podría llamarse sentido común o salud mental". Dogma y libertad no son antitéticos, se ayudan mutuamente, dice. Así, siguiendo a Chesterton, propone a Santo Tomás de Aquino como uno de los grandes liberadores del intelecto humano.

El sentido común, el realismo, también protege de la tentación de ver todo como maya o ilusión, algo que ha paralizado a civilizaciones muy refinadas en Oriente.

Pone un ejemplo de Chesterton que decía que 'un cerdo es un cerdo'. Un escéptico protestaría ante la frase y se creería muy listo. En 2025 podríamos tener problemas si pedimos a un político que nos diga qué es una mujer o cuando un ser humano empieza a ser un ser humano (y qué era antes).

Lo que Chesterton quiere decir es que razonar es válido y se pueden hacer afirmaciones verdaderas y falsas. Derrick aprovecha para señalar a los comunistas de los 70: decían que creer en "la verdad objetiva" era una falacia burguesa... pero creían que la ideología comunista era una verdad objetiva.

Derrick cree que la Iglesia Católica es verdadera y que presenta a la fe no sólo como reconfortante, sino como verdadera. La Iglesia, dice, ofrece primordialmente "el hecho objetivo del camino, la verdad y la vida de Cristo". La fe necesita sangre y corazón (vivencia, emociones, etc...) pero también una masa ósea fuerte, que son sus verdades intelectuales.

El cristianismo no es soberbio: es humilde, porque se limita a decir "este es un mensaje que se nos ha dado para transmitirlo". El cristianismo también da liberación. Cristo libera "del pecado, de que nuestras vidas tomen rumbos falsos, de la ignorancia y del escepticismo y de la angustia existencial".

Derrick al final pide una educación en artes liberales que sea católica, y propone que sea tomista. Admite que por más de 1000 años los católicos vivieron y murieron sin saber nada del tomismo, pero insiste en qué santo Tomás es "el más eminente filósofo del sentido común". Cree que Chesterton entendió a Santo Tomás "porque él también había atravesado el infierno personal de desconfianza negación y desesperación".

A los no cristianos preocupados por la civilización (en 2025 hay muchos) les dice: "Si tienen ustedes nostalgia, si quieren proteger eso que llaman vagamente tradición occidental, si quieren salvarla y transmitirla a los jóvenes Santo Tomás es su hombre aunque ustedes no sean católicos".

Pero luego, la cita de Chesterton que Derrick usa para entender la filosofía tomista, asombra por su parecido a lo que podría decir cualquier católico carismático semianalfabeto de cualquier barriada de selva sudamericana: "Lo primero y fundamental radica enteramente en la alabanza de la vida, la alabanza del ser, la alabanza de Dios como Creador del mundo; todo lo demás viene mucho después".

Valoremos que en 2025 el muy tomista Thomas Aquinas College tiene 400 alumnos, la Franciscana de Steubenville, llena de grupos y households carismáticos y renovada en los 70 por el carismático padre Scanlan, supera los 3.000.

Derrick cree que se puede hacer artes liberales con buena base en algunos colegios protestantes o hebreos pero en los de tipo fundamentalista cree que el anti intelectualismo en el tema religioso llevará a una semi-esquizofrenia. Pide evitar que un joven llegue a concluir que la verdad religiosa y la verdad científica no tienen relación alguna.

Colegios católicos, pero de verdad...

El libro dedica todo un capítulo a criticar a los colegios falsamente católicos; son católicos que no creen lo católico o piensan que el catolicismo es algo que se hace un rato en misa los domingos por la mañana.

"La fe, si es algo, debe ser lo central y lo más importante de la vida; no puede ser una especie de hobby para el tiempo libre. Toda la vida es un servicio y una búsqueda de Dios o debería serlo", insiste.

Un colegio católico puede tener espacios para profesores protestantes o judíos o incluso ateos "siempre que sean reconocidos como tales y quieran colaborar en la finalidad del college". Lo desastroso, dice, es nombrar profesores que dicen ser católicos pero que de hecho no lo son. "En una institución consagrada al intelecto, la integridad exige que las cosas se llamen por su nombre. Católico es quién cree y vive la enseñanza católica", insiste.

El peligro de quien tiene convicciones

Admite un peligro: la gran tentación del hombre libre es el orgullo, admirarse a sí mismo, despreciar al esclavo. Derrick propone librarse del escepticismo con una educación que no solo tenga preguntas sino también respuestas pero admite que "es peligroso decir a un joven inteligente que ya conoce todas las respuestas. El joven es por naturaleza presuntuoso, muy probablemente se convertirá en un pedante orgulloso. Es peligroso tener razón y saber que se tiene", admite.

Para evitarlo, propone recordar que aunque bastante de la realidad sólo conocemos parcialmente y siempre quedará una zona de misterio. Si el estudiante es religioso "mirará al Creador y a su obra con temor, respeto y humildad y se comportará de forma gentil y comedida".

El último capítulo explica que esta educación cristiana y hermosa es posible y empieza a funcionar en Estados Unidos. Él la ha apoyado y se ha ilusionado con ella, no como intelectual, sino como padre preocupado por sus hijos. Lo que propone es una civilización que hable de la felicidad como de algo a lo que se puede aspirar.

Con poco más de 140 páginas, este ensayo se lee con gusto y agilidad y da palabras para refutar mucha de la cháchara postmoderna y construir sobre cimientos realistas y fértiles.

'Huid del Escepticismo' se puede adquirir aquí en Ediciones Encuentro.

Fuente: Religión en Libertad


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