jueves, 31 de julio de 2014

Santo Evangelio 31 de Julio de 2014

Día litúrgico: Jueves XVII del tiempo ordinario

Santoral 31 de julio: San Ignacio de Loyola, presbítero
Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.

Comentario: Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell (Agullana, Girona, España)
Recogen en cestos los buenos y tiran los malos

Hoy, el Evangelio constituye una llamada vital a la conversión. Jesús no nos ahorra la dureza de la realidad: «Saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego» (Mt 13,49-50). ¡La advertencia es clara! No podemos quedarnos dormidos.

Ahora debemos optar libremente: o buscamos a Dios y el bien con todas nuestras fuerzas, o colocamos nuestra vida en el precipicio de la muerte. O estamos con Cristo o estamos contra Él. Convertirse significa, en este caso, optar totalmente por pertenecer a los justos y llevar una vida digna de hijos. Sin embargo, tenemos en nuestro interior la experiencia del pecado: vemos el bien que deberíamos hacer y en cambio obramos el mal; ¿cómo intentamos dar una verdadera unidad a nuestras vidas? Nosotros solos no podemos hacer mucho. Sólo si nos ponemos en manos de Dios podremos lograr hacer el bien y pertenecer a los justos.

«Por el hecho de no estar seguros del tiempo en que vendrá nuestro Juez, debemos vivir cada jornada como si nos tuviera que juzgar al día siguiente» (San Jerónimo). Esta frase es una invitación a vivir con intensidad y responsabilidad nuestro ser cristiano. No se trata de tener miedo, sino de vivir en la esperanza este tiempo que es de gracia, alabanza y gloria.

Cristo nos enseña el camino de nuestra propia glorificación. Cristo es el camino del hombre, por tanto, nuestra salvación, nuestra felicidad y todo lo que podamos imaginar pasa por Él. Y si todo lo tenemos en Cristo, no podemos dejar de amar a la Iglesia que nos lo muestra y es su cuerpo místico. Contra las visiones puramente humanas de esta realidad es necesario que recuperemos la visión divino-espiritual: ¡nada mejor que Cristo y que el cumplimiento de su voluntad!

San Ignacio de Loyola, 31 de Julio

31 de julio

SAN IGNACIO DE LOYOLA

(† 1556)


El fundador de la Compañía de Jesús fue un español que nació en la casa-torre de Loyola (Azpeitia) el año 1491. Su niñez pertenece al siglo XV, siglo de otoño medieval con restos feudales y luces nuevas de humanismo, descubrimientos, aventuras; su juventud y madurez, al siglo XVI, a la época de Lutero, de Carlos V y del concilio de Trento. Algo medieval latirá siempre en el corazón de Loyola, aunque su espíritu será siempre moderno, hasta el punto de ser tenido por uno de los principales forjadores de la moderna catolicidad, organizada, práctica y apostólica.

En el verde valle que baña el río Urola, entre Azcoitia y Azpeitia, corrieron los primeros pasos de aquel niño de cara redonda y sonrosada, último vástago —el decimotercero— de una familia rica y poderosa en el país. Diéronle por nombre de bautismo Iñigo, que él cambiará en París por el de Ignacio.

Pronto murió su madre. Quizá ya estaba muy débil cuando Iñigo nació, pues, no pudiéndolo criar ella, lo puso en brazos de una nodriza campesina, cuyo marido trabajaba en las herrerías de los señores de Loyola. Allí se familiarizaría Iñigo con la misteriosa lengua vasca, de la que, siendo mayor, no pudo hacer mucho uso; allí aprendería las costumbres tradicionales del país, fiestas populares, cantos y danzas, como el zorcico y el aurresku, etc. Sabemos que siempre fue aficionado a la música, y una vez, siendo de cuarenta años, no tuvo reparo en bailar un aire de su tierra para consolar a un melancólico discípulo espiritual que se lo pedía. La educación que el niño recibió en su casa fue profundamente religiosa, si bien alguna vez llegarían a su conocimiento ciertos extravíos morales de sus parientes. Parece que su padre quería enderezarlo hacia la carrera eclesiástica, pero al niño le fascinaba mucho más la vida caballeresca y aventurera de sus hermanos mayores. Dos de ellos habían seguido las banderas del Gran Capitán en Nápoles. Un tercero se embarcó después para América, siendo comendador de Calatrava. Otro se estableció en un pueblo de Toledo, después de participar, como capitán de compañía, en la lucha contra los moriscos de Granada. Y otro, finalmente, acaudilló tropas guipuzcoanas al servicio del duque de Alba contra los franceses.

Poco antes de morir su padre, pidióle el caballero don Juan Velázquez de Cuéllar que le enviase el más joven de sus hijos, para educarlo en palacio y abrirle las puertas de la corte. Don Juan, pariente de los Loyola por parte de su mujer, María de Velasco, era contador mayor, algo así como ministro de Hacienda, del Rey Católico, y recibió a Iñigo entre sus hijos, dándole una educación exquisitamente cortesana y caballeresca, que admirarán después en el fundador de la Compañía cuantos se le acerquen: distinción en el porte, en la conversación, en el trato, hasta en el comer. En Arévalo, provincia de Avila —su residencia ordinaria—, y también en Medina del Campo, Valladolid, Tordesillas, Segovia, Madrid, en dondequiera que se hallase la corte, estaría frecuentemente don Juan Velázquez, y con él su paje Iñigo de Loyola. Toda la inmensa llanura de la vieja Castilla la pasearía éste a caballo, acostumbrando sus ojos a la redonda lejanía de los horizontes. Ejercitábase en la caza, en los torneos, en tañer la viola, en correr toros, en servir y participar en los opíparos banquetes que su señora doña María de Velasco preparaba a la reina Doña Germana de Foix, segunda esposa de Don Fernando. Devoraba ávidamente las novelas de caballerías, como el Amadís, y las poesías amatorias de los Cancioneros. "Aunque era aficionado a la fe —nos dirá más tarde su secretario—, no vivió nada conforme a ella ni se guardaba de pecados, antes era especialmente travieso en juegos y cosas de mujeres y en revueltas y cosas de armas"; mas todos reconocían en él eximias cualidades naturales: valor, magnanimidad, desinterés, fina destreza en gobernar a los hombres. Se ha dado excesiva importancia a un proceso criminal que en 1515 se entabló en Azpeitia "contra don Pero López de Loyola, capellán, e Iñigo de Loyola, su hermano, sobre cierto exceso, por ellos diz que el día de carnestuliendas últimamente pasado cometido e perpetrado". Ignoramos en qué consistió aquel exceso, que acaso se redujo a una nocturna asechanza frustrada contra alguna persona eclesiástica.

Caballerescamente se enamoró de una alta dama que "no era de vulgar nobleza; no condesa ni duquesa, mas era su estado más alto" (¿quizá la reina Doña Germana o la infanta doña Catalina?). Muerto don Juan Velázquez en 1517, Iñigo, que había pasado en Arévalo más de doce años, se acogió a otro alto pariente suyo, don Antonio Manrique, duque de Nájera y virrey de Navarra. Sirviendo al duque participó en sosegar los tumultos durante la revolución de los comuneros —espada en mano en la toma de Nájera, diplomáticamente en Guipúzcoa—, y peleó animosamente defendiendo el castillo de Pamplona contra los franceses, hasta caer herido en las piernas por una bala de cañón (20 de mayo de 1521). Impropiamente se le llama "capitán", era un caballero cortesano, o, mejor, un gentilhombre de la casa del duque.

Mientras le curaban en Loyola se hizo aserrar un hueso, encabalgado sobre otro, sólo porque le afeaba un poco, impidiéndole llevar una media elegante, y estirar con instrumentos torturadores la pierna, a fin de no perder la gallardía en el mundo de la corte; todo lo cual sufrió con estoica imperturbabilidad. En la convalecencia, no hallando las novelas de caballerías que él deseaba, se puso a leer las Vidas de los santos y la Vida de Cristo, lo cual le encendió en deseos de imitar las hazañas de aquellos héroes y de militar al servicio no de un "rey temporal", sino del "Rey eterno y universal, que es Cristo Nuestro Señor". Reflexionando sobre las desolaciones y consolaciones que experimentaba, aprendió a discernir el buen espíritu del malo con fina psicología sobrenatural. Su conversión y entrega a Dios fue perfecta.

A principios de 1522 sale de Loyola en peregrinación a Jerusalén. Detiénese unos días en el santuario de Montserrat, donde cambia sus ropas lujosas por las de un pobre; conságrase a la Santísima Virgen, hace confesión general y recibe de un monje benedictino las primeras instrucciones espirituales. Pasa un año en Manresa, llevando al principio vida de continua oración y penitencia; luego, de apostolado y asistencia a los hospitales. En una cueva de los contornos escribe, iluminado por Dios, sus primeras experiencias en las vías del espíritu, normas y meditaciones que, redondeadas más adelante, formarán el inmortal librito de los Ejercicios espirituales, "el código más sabio y universal de la dirección espiritual de las almas", como dijo Pío XI. Ya en Manresa el Espíritu Santo le transformó en uno de los místicos más auténticos que recuerda la historia. La ilustración más alta que entonces tuvo, y que le iluminó aun los problemas de orden natural, fue junto al río Cardoner. Prosiguiendo su peregrinación se embarca en Barcelona para Italia. De Roma sube a Venecia, siempre mendigando; el mismo dux veneciano le procura pasaje en una nave que va a Chipre, de donde el Santo sigue hasta Palestina. Visita con íntima devoción los santos lugares de Jerusalén, Belén, el Jordán, el Monte Calvario, el Olivete. A su vuelta, persuadido de que para la vida apostólica son necesarios los estudios, comienza a los treinta y tres años a aprender la gramática latina en Barcelona, pasa luego a las universidades de Alcalá y Salamanca, juntando los estudios con un ardiente proselitismo religioso. Falsamente le tienen por "alumbrado". No la Inquisición, como a veces se ha dicho, sino los vicarios generales de esas dos ciudades le forman proceso y le declaran inocente.

En febrero de 1528 se presenta en la célebre universidad de París, adonde confluyen estudiantes y maestros de toda Europa. Obtiene el grado de maestro en artes o doctor en filosofía (abril de 1534) y reúne en torno de sí algunos universitarios, que serán los pilares de la Compañía de Jesús: Fabro, Javier, Laínez, Salmerón, Rodrigues, Bobadilla, con quienes hace voto de apostolado, en pobreza y castidad, a ser posible en Palestina, y, si no, donde el Vicario de Cristo les ordenare (Montmartre, 15 de agosto de 1534).

De hecho el viaje a Tierra Santa resulta irrealizable, e Ignacio de Loyola va con sus compañeros a Roma, a ofrecerse enteramente al Sumo Pontífice. Una honda experiencia mística, recibida en el camino (La Storta, noviembre de 1537), le confirma en la idea de fundar una Compañía o grupo de apóstoles, que llevará el nombre de Jesús. Paulo III, el mismo que abrirá el concilio de Trento, aprueba el instituto de la Compañía de Jesús, innovador en la historia del monaquismo (27 de septiembre de 1540). Mientras los compañeros de Ignacio y sus primeros discípulos salen con misiones pontificias a diversas tierras de Italia, de Alemania y Austria, de Irlanda, de la India, de Etiopía, el fundador permanece fijo en Roma, como en su cuartel general, recibiendo órdenes inmediatas del Papa y comunicándolas a sus hijos en innumerables cartas, de las que hoy conservamos 6.795. No por eso deja de predicar, dar ejercicios, enseñar el catecismo en las plazas de Roma, remediar las plagas sociales, fundando instituciones y patronatos para atender a los pobres, a los enfermos, a las muchachas en peligro, a las ya caídas que querían redimirse, etc. Con razón ha sido llamado "el apóstol de Roma". Y no se contenta con regenerar moralmente la Ciudad Eterna. Quiere que la capital del catolicismo sea un centro de ciencia eclesiástica, con un plantel de doctores, de los que pueda disponer cuando quiera el Sumo Pontífice. Y con este fin crea el Colegio Romano (1551), que después se llamará, como en nuestros días, Universidad Gregoriana, madre fecunda de alumnos ilustres y de maestros que enseñarán en todas las naciones. A su lado surge desde 1552 el Colegio Germánico, primer seminario de la Edad Moderna, prototipo de los tridentinos, cuya finalidad era educar romanamente a los jóvenes sacerdotes alemanes que habían de reconquistar a su patria para la Iglesia. Sus estatutos fueron redactados por el mismo San Ignacio.

A sus hijos esparcidos por todo el mundo los exhortaba a dar los ejercicios espirituales, método eficaz de reforma individual; a enseñar el catecismo a los ignorantes, a visitar los hospitales. Los últimos años de su vida despliega increíble actividad, fundando colegios, orientados principalmente a la formación del clero, para lo cual se enseñará en ellos desde la gramática latina hasta la teología y los casos de conciencia. Dicta sabias normas de táctica misional para los que evangelizan tierras de infieles, para Javier en la India y Japón, Andrés de Oviedo en Abisinia, etc., y no menos prudentes reglas propone a Pedro Canisio para la restauración católica en Alemania, y a Carlos V y Felipe II para el aniquilamiento de la media luna en el Mediterráneo.

Pocas figuras de la Contrarreforma son comparables a la de Ignacio de Loyola. Su devoción al Vicario de Cristo y a "nuestra Santa Madre la Iglesia jerárquica" brota naturalmente de su apasionado amor al Redentor, "nuestro común Señor Jesús", "nuestro Sumo Pontífice", "Cabeza y Esposo de la Iglesia". Sus Reglas para sentir con la Iglesia serán siempre la piedra de toque del buen católico.

El fundador de la Compañía de Jesús murió en Roma el 31 de julio de 1556. Su magnitud histórica impone admiración a todos los historiadores, a los protestantes tanto o más que a los católicos. Quizá su misma excelsitud haya impedido que su culto popular cundiese tanto como el de otros santos, al parecer, más amables. Preciso es reaccionar contra ciertos retratos literarios que nos lo presentan tétrico y sombrío. Sus coetáneos nos lo pintan risueño y sereno siempre, tierno y afectuoso, con extraordinaria propensión a las lágrimas. "El padre Ignacio —decía Gaspar Loarte— es una fuente de óleo." Sabía hacerse amar, aunque es verdad que todos sus afectos, aun los que parecían más espontáneos, iban gobernados por la reflexión. El "reflectir" (verbo de prudencia) le brota a cada paso de la pluma; pero no menos frecuente en sus labios era el "señalarse" (verbo de audacia), es decir, el distinguirse y descollar por el heroísmo y por las aspiraciones hacia lo más alto y perfecto: Ad maiorem Dei gloriam. Nunca fue un gran especulativo, pero sí un genio práctico y organizador, grande entre los grandes. Reduciendo a esquemas simplistas sus consejos espirituales, muchos interpretaron falsamente su doctrina como un ascetismo voluntarista y árido. No era ésa su alma. Basta leer su Diario espiritual, donde con palabras entrecortadas y realistas, no destinadas al público, descubre las intimidades de su alma y las altas experiencias místicas de cada día, para persuadirnos que estamos ante una de las almas más privilegiadas con dones y carismas del Señor.

RICARDO GARCÍA-VILLOSLADA, S. I.




miércoles, 30 de julio de 2014

Santo Evangelio 30 de Julio de 2014

Día litúrgico: Miércoles XVII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 13,44-46): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel.

»También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra».


Comentario: Rev. D. Enric CASES i Martín (Barcelona, España)
Vende todo lo que tiene y compra el campo

Hoy, Mateo pone ante nuestra consideración dos parábolas sobre el Reino de los Cielos. El anuncio del Reino es esencial en la predicación de Jesús y en la esperanza del pueblo elegido. Pero es notorio que la naturaleza de ese Reino no era entendida por la mayoría. No la entendían los sanedritas que le condenaron a muerte, no la entendían Pilatos, ni Herodes, pero tampoco la entendieron en un principio los mismos discípulos. Sólo se encuentra una comprensión como la que Jesús pide en el buen ladrón, clavado junto a Él en la Cruz, cuando le dice: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23,42). Ambos habían sido acusados como malhechores y estaban a punto de morir; pero, por un motivo que desconocemos, el buen ladrón reconoce a Jesús como Rey de un Reino que vendrá después de aquella terrible muerte. Sólo podía ser un Reino espiritual.

Jesús, en su primera predicación, habla del Reino como de un tesoro escondido cuyo hallazgo causa alegría y estimula a la compra del campo para poder gozar de él para siempre: «Por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44). Pero, al mismo tiempo, alcanzar el Reino requiere buscarlo con interés y esfuerzo, hasta el punto de vender todo lo que uno posee: «Al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra» (Mt 13,46). «¿A propósito de qué se dice buscad y quien busca, halla? Arriesgo la idea de que se trata de las perlas y la perla, perla que adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado perderlo todo» (Orígenes).

El Reino es paz, amor, justicia y libertad. Alcanzarlo es, a la vez, don de Dios y responsabilidad humana. Ante la grandeza del don divino constatamos la imperfección e inestabilidad de nuestros esfuerzos, que a veces quedan destruidos por el pecado, las guerras y la malicia que parecen insuperables. No obstante, debemos tener confianza, pues lo que parece imposible para el hombre es posible para Dios.

Santos Abdón y Senén, 30 de Julio

30 de julio

SANTOS ABDÓN Y SENÉN

(s. III)


De los Santos Abdón y Senén se recitaba esta "lección" en el oficio de maitines del Breviario antes de la simplificación de rúbricas llevada a cabo el año 1956 por la Sagrada Congregación de Ritos, en que su antiguo oficio de rito simple quedó reducido a "memoria" o conmemoración:

Bajo el imperio de Decio, Abdón y Senén, de nacionalidad persa, fueron acusados de enterrar en sus propiedades los cuerpos de los cristianos que eran dejados insepultos. Habiendo sido detenidos por orden del emperador, intentóse obligarles a sacrificar a los dioses; mas ellos se negaron a hacerlo, proclamando con toda energía la divinidad de Jesucristo, por lo cual, después de haber sido sometidos a un riguroso encarcelamiento, al volver Decio a Roma obligóles a entrar en ella cargados de cadenas, caminando delante de su carroza triunfal. Conducidos a través de las calles de la ciudad a la presencia de las estatuas de los ídolos, escupieron sobre ellas en señal de execración, lo que les valió ser expuestos a los osos y a los leones, los cuales no se atrevieron a tocarles. Por último, después de haberlos degollado, arrastraron sus cuerpos, atados por los pies, delante del simulacro del Sol, pero fueron retirados secretamente de aquel lugar, para darles sepultura en la casa del diácono Quirino."

La "lección" transcrita recoge la leyenda que nos ha transmitido la "pasión de San Policronio" , pieza que parece remontarse a finales del siglo V o principios del VI. Esta pasión representa a nuestros Santos como subreguli o jefes militares de Persia, donde habrían sido hechos prisioneros por Decio, circunstancia evidentemente falsa, puesto que Decio no hizo guerra alguna contra aquella nación. Añade el documento que padecieron martirio en Roma bajo Decio, siendo prefecto Valeriano, detalle igualmente inexacto, puesto que Valeriano no fue prefecto durante el reinado de Decio. Sin embargo, la mención de estos dos emperadores nos permite fijar la fecha del martirio de Abdón y Senén ya bajo Decio, en 250, ya bajo Valeriano. en 258.

Lo que sí podemos retener como seguro es el origen oriental de ambos Santos, suficientemente atestiguado por sus nombres. Muy bien puede creerse que fueran de origen ilustre, príncipes o sátrapas, ya refugiados en Roma a consecuencia de alguna revolución en su país o por haber caído en desgracia de sus soberanos, ya traídos de Persia como prisioneros o como rehenes, no por Decio, que no estuvo allí, sino por su inmediato predecesor, el emperador Felipe el Arabe. Si vivieron en la corte de Decio pudieron haber muerto víctimas no solamente de su fe cristiana, sino también del odio que los escritores cristianos atribuyen a Decio contra todo lo que guardaba relación con su predecesor.

Alguien ha propuesto otra hipótesis. Teniendo en cuenta que el cementerio de Ponciano, donde fueron sepultados estos mártires, se halla enclavado en un barrio pobre, próximo a los almacenes del puerto de Roma, cabría preguntarse si Abdón y Senén no fueron simplemente dos obreros orientales. Se habla en la pasión de un cierto Galba, cuyo nombre podría haber sido sugerido por la proximidad de los horrea Galbae, los docks para el vino, el aceite y otras mercancías de importación.

Sea lo que fuere de tales conjeturas, hay un dato cierto e indudable en la vida de nuestros Santos, y es la constancia de su martirio, atestiguada por su sepultura en el referido cementerio o catacumba de Ponciano y la nota que trae el cronógrafo de Filócalo, del año 354, que dice así en su lista de enterramiento de mártires: "El 3 de las calendas de agosto (es decir, el 30 de julio), Abdón y Senén en el cementerio de Ponciano, que se encuentra junto al "Oso encapuchado". Igual referencia y para igual fecha aporta el calendario jeronimiano, repitiéndola los diversos itinerarios compuestos para uso de los peregrinos del siglo VII, e incluyéndola los martirológios de redacción posterior, como el de Beda, Adón y Usuardo.

El cementerio de Ponciano se encuentra en la vía de Porto, y una de sus criptas, la situada junto a la escalera, poseyó la tumba de estos mártires. Fue decorada posteriormente, en la época bizantina, hacia el siglo VI según Marucchi y monseñor Wilper. Esta cripta fue siempre objeto de particular veneración. En un hueco cavado en la roca se edificó un baptisterio, decorándolo con una cruz gemada que parece salir de las aguas, mientras de los brazos de la cruz penden las letras alfa y omega. Debajo del nicho se encuentra una pintura con el bautismo del Señor.

La tumba de Abdón y Senén ocupaba la pared de la derecha y hallábase coronada con un fresco representando a Cristo que sale entre nubes y pone dos coronas sobre las frentes de los mártires, estando escrito debajo de uno SCS ABDO, y del otro SCS SENNE. Su indumentaria es asiática, y ambos están tocados con un capuchón enroscado, en forma de gorro frigio. El resto de sus vestidos se compone de un manto que prolonga el capuchón, dejando ver una túnica de piel, que va recogida por delante, quedando las piernas al aire.

Tales detalles en el vestido denotan que, al tiempo en que fue decorada la cripta, la tradición oriental de Abdón y Senén no ofrecía duda alguna, pero no concuerdan del todo con el origen ilustre que la pasión les atribuye, pues la túnica recogida, dejando ver las piernas, parece indumentaria de gente humilde. Sin embargo, ha aparecido una lámpara de terracotta, que se data como del siglo V, la cual representa a San Abdón portando el manto persa de pieles, aunque adornado con esferillas y piedras preciosas, lo que está acorde con la pasión al decir que los mártires se presentaron ante Decio con su espléndida vestimenta oriental, como sátrapas o príncipes. Esta lámpara pudo inspirarse en alguna pintura del mismo cementerio de Ponciano, hoy desaparecida.

Los cuerpos de San Abdón y San Senén no estuvieron mucho tiempo en el sarcófago de ladrillo que aún se conserva en la cripta. Después de la paz de la Iglesia se les transportó a la rica basílica que fue levantada encima de la catacumba. El itinerario de Salzburgo lo indica claramente cuando invita al peregrino a que, después de visitar el subterráneo o espelunca, suba arriba y entre en la gran iglesia, "donde descansan los santos mártires Abdón y Senén".

Esta basílica fue restaurada a fines del siglo VIII por el papa Adriano I, pero de ella hoy no queda rastro. Años después, en 826, el papa Gregorio IV transfirió los cuerpos de los dos mártires a la iglesia de San Marcos, dentro del actual palacio de Venecia.

En Roma llegaron a tener dedicada otra iglesuela cerca del Coliseo, la cual se construiría en relación con la noticia de la pasión de que sus cadáveres fueron arrojados ante el "simulacro del Sol", que era la grandiosa estatua de Nerón que daba nombre de Coliseo al anfiteatro Flavio. Esta iglesia está registrada en un catálogo mandado confeccionar por San Pío V y debe señalar el sitio en que fueron ajusticiados ambos Santos.

Parte de las reliquias de San Abdón y San Senén fueron transportadas al monasterio de Nuestra Señora de Arlés-sur-Tech, en el actual departamento francés de los Pirineos Orientales. Están guardadas en dos bustos relicarios, ricos y artísticos. Por esta región se conservan poblaciones como Dondesennec, que evocan el nombre del primero de los mártires.

Aquí terminaríamos esta semblanza si no creyéramos defraudar al lector.

No debe tomarse a menoscabo para los gloriosos mártires el tener que movernos entre conjeturas; es una prueba de la antigüedad de su martirio, si bien la carencia de documentación abundante nos impida noticias ciertas, que el relato fantástico de la pasión procuró suplir tres siglos después. Lo principal, que es su martirio, está atestiguado por el calendario filocaliano y por el culto constante junto a su tumba y después en su basílica. También está comprobado su origen oriental, como lo demuestran sus nombres, la propia leyenda y la iconografía.

Fueron mártires de una de las más tristes y gloriosas persecuciones, la de Decio.

Este emperador reinó tres años, del 249 al 251. Era hombre de grandes cualidades; pero, cegado por el esplendor del trono, quiso volverlo a su antigua grandeza, pretendió que la religión del Estado alcanzara la significación que tuvo en los tiempos de gloria del Imperio.

Como el cristianismo había echado hondas raíces en la sociedad romana, se propuso exterminarlo, pues Decio lo consideraba como el principal estorbo a sus proyectos. Anteriormente las persecuciones habían sido esporádicas, en virtud de una legislación ambigua, que por un lado prohibía buscar a los cristianos, y por otro los juzgaba y condenaba cuando se presentaban denuncias contra ellos en los tribunales.

El edicto que ahora se publicó era general y sentaría las bases jurídicas de la persecución, nuevas en relación con la antigua jurisprudencia. Los procónsules o gobernadores de provincias habían de exigir de todos los súbditos del Imperio una prueba explícita del reconocimiento de la religión del Estado, ya ofreciendo alguna libación o sacrificio, ya quemando unos granos de incienso ante el altar de los dioses. Los que cumplieran este requisito recibirían un certificado o libellum, y su nombre sería incluido en las listas oficiales.

La persecución se extendió a todo el Imperio, desde España a Egipto, desde Italia a Africa. Los efectos fueron terribles, porque hubo muchos mártires, pero los magistrados preferían hacer apóstatas, recurriendo para ello a todas las estratagemas.

Entre los que resistieron heroicamente la prueba, tenemos a nuestros Santos Abdón y Senén. Ya fuesen de origen noble, ya de condición plebeya, demostraron gran entereza de alma.

¿Serían apresados porque, como afirma la pasión, enterraban en sus propiedades los cuerpos de los mártires?

No es inverosímil. En momentos de terror hasta los mismos familiares abandonan a sus parientes para no comprometerse. Por esta o por otra causa, o porque hubieran sido convocados simplemente a sacrificar, como otros muchos ciudadanos, lo cierto es que no retrocedieron ante el peligro y confesaron con valentía su fe. Tenemos también constancia de otros muchos mártires, sobre todo obispos y personas de relieve, que sufrieron la muerte en esta persecución, como el papa San Fabián, el obispo de Alejandría, San Dionisio; el de Cartago, San Cipriano; la virgen Santa Agueda, de Sicilia, San Félix, de Zaragoza. Los perseguidores buscaban las cabezas para desorganizar mejor la Iglesia.

Hubo también innumerables "confesores" que soportaron cárceles, cadenas y torturas por Cristo, aunque obtuvieran posteriormente la libertad, pudiendo mostrar las señales de sus padecimientos en sus heridas y cicatrices. Eran como mártires vivientes, que habían conservado la vida para ejemplo y estímulo de los demás. Uno de los más célebres confesores de este período fue el ilustre escritor alejandrino Orígenes.

En fin, de esta época y de este ambiente son San Abdón y San Senén. Si podemos tomar por novelescos muchos detalles de la pasión, siempre será cierto el hecho fundamental: que derramaron generosamente su sangre por Cristo en la confesión de su fe, y así los ha venerado por mártires, a través de una larga tradición de siglos, la Iglesia católica.

CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA

Los diez consejos para ser feliz que ofrece Francisco en la entrevista de una publicación argentina

Publicada este domingo en «Viva», de «Clarín»
Los diez consejos para ser feliz que ofrece Francisco en la entrevista de una publicación argentina
Los diez consejos para ser feliz que ofrece Francisco en la entrevista de una publicación argentina

Los diez consejos para ser feliz que ofrece Francisco en la entrevista de una publicación argentina
El Papa, en un momento de la entrevista.


Vivir y dejar vivir a los demás. Compartir el domingo en familia y jugar con los niños. Olvidarse de lo negativo y darse a los demás. Estos son algunos de los consejos que da el santo padre Francisco en su decálogo para ser feliz publicado por Pablo Calvo en su entrevista al Pontífice para la revista argentina Viva. ¿Cuál es la fórmula de la felicidad?, preguntó el periodista. Y explica: "no esquiva la pregunta, y entonces el Papa argentino, en esta respuesta puntual y en el resto de la charla, se anima a ensayar una receta para ser feliz".

"He aquí diez elementos de esa pócima que parece inalcanzable, pero que Francisco convida", introduce Pablo Calvo.

1. Viví y dejá vivir: “Acá los romanos tienen un dicho y podríamos tomarlo como un hilo para tirar de la fórmula esa que dice: ´Anda adelante y deja que la gente vaya adelante´. Viví y dejá vivir, es el primer paso de la paz y la felicidad”.

2. Darse a los demás: “Si uno se estanca, corre el riesgo de ser egoísta. Y el agua estancada es la primera que se corrompe”.

3. Moverse remansadamente: “En Don Segundo Sombra hay una cosa muy linda, de alguien que relee su vida. El protagonista. Dice que de joven era un arroyo pedregoso que se llevaba por delante todo; que de adulto era un río que andaba adelante y que en la vejez se sentía en movimiento, pero lentamente remansado. Yo utilizaría esta imagen del poeta y novelista Ricardo Güiraldes, ese último adjetivo, remansado. La capacidad de moverse con benevolencia y humildad, el remanso de la vida. Los ancianos tienen esa sabiduría, son la memoria de un pueblo. Y un pueblo que no cuida a sus ancianos no tiene futuro”.

4. Jugar con los chicos: “El consumismo nos llevó a esa ansiedad de perder la sana cultura del ocio, leer, disfrutar del arte. Ahora confieso poco, pero en Buenos Aires confesaba mucho y cuando venía una mamá joven le preguntaba: ´¿Cuántos hijos tenés? ¿Jugás con tus hijos?´ Y era una pregunta que no se esperaba, pero yo le decía que jugar con los chicos es clave, es una cultura sana. Es difícil, los padres se van a trabajar temprano y vuelven a veces cuando sus hijos duermen, es difícil, pero hay que hacerlo”.

5. Compartir los domingos con la familia: “El otro día, en Campobasso, fui a una reunión entre el mundo de la universidad y el mundo obrero, todos reclamaban el domingo no laborable. El domingo es para la familia”.

6. Ayudar a los jóvenes a conseguir empleo: “Hay que ser creativos con esta franja. Si faltan oportunidades, caen en la droga. Y está muy alto el índice de suicidios entre los jóvenes sin trabajo. El otro día leí, pero no me fío porque no es un dato científico, que había 75 millones de jóvenes de 25 años para abajo desocupados. No alcanza con darles de comer: hay que inventarles cursos de un año de plomero, electricista, costurero. La dignidad te la da el llevar el pan a casa”.

7. Cuidar la naturaleza: “Hay que cuidar la creación y no lo estamos haciendo. Es uno de los desafíos más grandes que tenemos”.

8. Olvidarse rápido de lo negativo: “La necesidad de hablar mal del otro indica una baja autoestima, es decir: yo me siento tan abajo que en vez de subir, bajo al otro. Olvidarse rápido de lo negativo es sano”.

9. Respetar al que piensa distinto: “Podemos inquietar al otro desde el testimonio, para que ambos progresen en esa comunicación, pero lo peor que puede haber es el proselitismo religioso, que paraliza: ´Yo dialogo contigo para convencerte´, no. Cada uno dialoga desde su identidad. La Iglesia crece por atracción, no por proselitismo”.

10. Buscar activamente la paz: “Estamos viviendo en una época de mucha guerra. En África parecen guerras tribales, pero son algo más. La guerra destruye. Y el clamor por la paz hay que gritarlo. La paz a veces da la idea de quietud, pero nunca es quietud, siempre es una paz activa”.

«El deseo de los collados eternos»: bella película-testimonio de 3 personas que dejaron la vida gay

«El deseo de los collados eternos»: bella película-testimonio de 3 personas que dejaron la vida gay
Dos hombres, uno de ellos célebre modelo, y una mujer

«El deseo de los collados eternos»: bella película-testimonio de 3 personas que dejaron la vida gay

«El deseo de los collados eternos»: bella película-testimonio de 3 personas que dejaron la vida gay
De izquierda a derecha: Dan, Rilene y Paul


Entre el 17 y el 20 de julio tuvo lugar en Filadelfia (Estados Unidos) el encuentro anual de Courage [Valentía],  apostolado católico para personas con atracción por el mismo sexo, bajo la presidencia del arzobispo Charles J. Chaput.

Durante el evento se presentó el documental Desire of the Everlasting Hills [El deseo de los collados eternos], en alusión a la expresión que simboliza habitualmente el amor de Dios en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, tomada de las bendiciones de Jacob en las Sagradas Escrituras (Gén 49, 26).

La película presenta con gran belleza formal el testimonio de tres personas, dos hombres (Dan y Paul) y una mujer (Rilene), que comparten con el espectador el drama de su vida homosexual, el sentido de su lucha por la castidad y la paz alcanzada por la entrega a Dios en el seno de la Iglesia.

"Es imposible ver este importante documental sin lágrimas, pero no lágrimas tristes, sino lágrimas felices, lágrimas que vienen de un movimiento alegre del espíritu. Son personas profundamente heridas por las decisiones que tomaron y que han combatido para alcanzar una paz profunda", comenta Austin Ruse, presidente del Instituto Católico por la Familia y los Derechos Humanos, en Crisis Magazine.

Dan: dos formas de pasar delante de la catedral
Dan se sentía atraído por los hombres, pero inicialmente le repelía la relación sexual con ellos. Tras su desagradable primera experiencia, le invadieron la depresión y la vergüenza: "¿Qué he hecho?", se preguntaba. Nunca pensó en suicidarse, pero le habría dado la bienvenida a la muerte.

Oró fervientemente para que su atracción por el mismo sexo desapareciese, y como eso no sucedió, le dio la espalda a Dios. Creía en Él pero Le odiaba, Le quería muerto porque prometía cosas que no cumplía. Cada vez que pasaba por delante de la catedral de su ciudad, le dirigía un gesto obsceno. Se volcó en la vida gay.

Sólo tuvo un "novio" real, y durante un tiempo fue feliz. Pero él quería formar una familia y tener hijos. Cuando estaba a punto de decirle a su familia que vivía con un hombre, se enamoró de una compañera de trabajo.

En su testimonio, Dan explica que durante el año que estuvo con ella volvió a sentir que Dios le amaba. Y por eso, cuando rompieron y él sintió la tentación de buscar de nuevo relaciones homosexuales, la venció, convencido de que ése no era el camino hacia su paz interior. Y cita a C.S. Lewis para afirmar que, ante el sufrimiento, el niño busca la seguridad, pero el hombre busca el significado. La "seguridad" era darle la espalda a Dios... y además la pornografía y las citas por internet. Pero esta vez Dan eligió el significado.

Ahora contempla toda su vida como una búsqueda para comprenderse a sí mismo y encontrar la consolación en los mandamientos de la Ley de Dios. Ya no levanta el dedo al pasar junto a la catedral, que ve como un signo de belleza y un puerto en el que refugiarse. "Fuimos creados para algo mejor que para ceder. Toda mi vida estuve cediendo. Ya no quiero ceder más, aunque eso signifique una vida como soltero", explica Dan.

Paul: hasta que Madre Angélica se convirtió en su secreto
Si el caso de Dan es el de un drama interior vivido en una ciudad pequeña, el de Paul es el de un modelo internacional en el agitado Nueva York de los años 70, tras iniciarse en la vida gay a los 15 años en las playas de Miami.

En aquellos días "Manhattan era como un reino de fantasía: si eras guapo, estabas en el cielo". Buena parte de su tiempo lo pasaba ligando con hombres. Su apetito sexual era insaciable, "frenético": tuvo "docenas, y luego cientos e incluso miles de parejas, haciéndose insensible a lo que significa ser cuerpo y alma con alguien". Uno de sus amantes estuvo entre las primeras novecientas personas a quienes se diagnosticó el sida: "El 90% de mis amigos cogieron la enfermedad y murieron".

A él no le preocupaba el sida, porque asumía que, tras tantos miles de relaciones, estaba infectado. Ni siquiera se había hecho la prueba. De hecho, se trasladó a San Francisco para no morir en Nueva York. Pero cuando se descubrió el AZT, primer fármaco eficaz contra el VIH, sí quiso pasar el test.

Y entonces, cuando se dirigía al laboratorio con ese objetivo, su vida empezó a cambiar: "Recuerdo claramente que estaba conduciendo por la Dolores Avenue sintiéndome sentenciado, cuando un rayo de sol atravesó la capota y me sentí en paz y armonía. Entonces escuché una voz desde el centro de mi ser que me decía: tú no tienes sida porque tienes demasiado que hacer para compensar cómo has vivido". Cuando el médico le confirmó que no estaba enfermo, "fue la sensación más maravillosa del mundo".

Justo entonces conoció a Madre Angélica. Una mañana temprano, zapeando en la televisión tras una noche de sexo desbocado, se encontró "con una imagen muy extraña". Llamó a su pareja y le señaló a la pantalla: ambos se rieron de la religiosa, que en aquella época llevaba un parche en el ojo y evidenciaba signos de un derrame cerebral. Se burlaron de ella denominándola "la monja pirata".


Sin embargo, su "novio", al salir de la habitación, le dijo algo que a Paul le pareció "inteligente, real y honesto": "Dios nos creó a ti y a mí para ser felices en esta vida y en la próxima. Él cuida de ti. Él ve cada uno de tus movimientos. No conoces a nadie que pueda hacer eso".

A partir de aquel día, la Madre Angélica se convirtió en el secreto escondido de Paul. Cambiaba de canal cuando su amigo entraba en el cuarto, pero en cuanto salía volvía a sintonizar la EWTN. Empezó a ir a la iglesia procurando que nadie le viese para no perder amigos ni clientes. Y acabó yendo a confesarse: "Confesé pecados contra los Diez Mandamientos".

Y ahora recuerda cuando, rodeado de personas guapas y famosas, contemplaba la espectacular línea del cielo [skyline] de Nueva York y se sentía feliz y eufórico: "Esa felicidad y esa euforia, que me habría durado toda la vida, palidece ante la que siento al tomar el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor en la misa".

Rilene: 35 años después, unas palabras hermosas
Rilene mantuvo, tras un inicio imprevisto, una relación lésbica durante 25 años: "La encontré durante una fiesta. Había una chica, y por una serie de circunstancias me prestó atención. Reconoció algo en mí que yo no reconocía en mí misma".

Empezaron una relación que para ello empezó siendo satisfactoria: "Ella me quería y yo necesitaba que me quisieran". Comenzaron a convivir, y para Rilene llegó también el éxito en los negocios. Vivía alejada de Dios, y pensar en la Iglesia le producía "una risa histérica": "Todo eso de la Iglesia era para gente débil, gente incapaz de relacionarse, gentes pobres y enfermas que no saben manejar sus vidas".

Sin embargo, con el paso de los años empezó a sentir que la relación con su pareja no llenaba su vacío interior. Faltaba algo, un algo que sí podía hacerla totalmente feliz. La sensación de controlar su vida y dirigirla a su antojo triunfando en todo empezaba a revelarse falsa. Empezó a comprender que hay cosas que escapan a nuestro control, pero para una persona en su posición reconocer eso exigía humildad y valentía. Rilene tuvo ambas cosas, hasta comprender que la libertad implica responsabilidad, esto es, asumir las consecuencias de nuestros actos. Se hizo preguntas del estilo "¿Cómo sé que estoy dirigiendo bien mi vida? ¿Qué criterio me permite llegar a una conclusión al respecto? ¿Tiene mi vida un propósito? ¿Qué significa estar satisfecho y en paz?".

Y descubrió que donde encontraba respuesta a esos interrogantes era en esa Iglesia de la que antes se burlaba, y entre esos cristianos objeto de su irrisión. Sumida en un proceso de depresión, empezó a salir de él cuando volvió a los templos que no había frecuentado en años, también por consejo de su terapeuta. Acudió a misa: "Nada había cambiado, yo conocía las respuestas y las oraciones". Al llegar el momento de la comunión, su deseo más profundo era comulgar: "Yo sabía que no estaba en estado de gracia y no lo hice. Pero fue el deseo más fuerte de algo que había tenido en mi vida".

A la semana siguiente acudió a confesarse. Era 4 de julio (Día de la Independencia), así que no había nadie: "¡Gracias a Dios! Así que me arrodillé y dije esas palabras realmente tan hermosas: ´Bendígame, padre, porque he pecado´. Habían pasado 35 años desde mi última confesión". Estuvo 45 minutos en el confesonario, experimentando "un abrumador sentimiento de gratitud": "Nunca lo olvidaré. Ahora estoy a salvo. Y estoy en casa".

martes, 29 de julio de 2014

Santa Marta, 29 de Julio

29 de julio


SANTA MARTA


En la pendiente oriental del monte Olivete, y a una distancia aproximadamente de un kilómetro de su cúspide, yace una aldea típicamente árabe llamada El-Azariyeh, que acaso tenga relación con el Lazarion, nombre que se daba a la población cristiana bizantina construida a unos 200 ó 300 metros del emplazamiento del villorrio de Betania de que habla el Evangelio. Dice San Juan que el poblado "estaba cerca de Jerusalén, como unos quince estadios" (11, 18), o sea, a unos tres kilómetros (exactamente: 2.775 m.), en el supuesto de seguir el camino recto que conduce a Betania a través de Getsemaní, la cima del monte Olivete y Betfagé. Más largo es el trayecto por la carretera de Jerusalén a Jericó y Transjordania, que roza el poblado de Betania.

 Por su proximidad muchos judíos de Jerusalén iban frecuentemente a Betania, y el mismo Jesucristo se retiraba allí al atardecer, una vez terminado su magisterio diurno en el Templo, buscando en el hogar de una familia amiga el calor que un corazón humano comprensivo podía proporcionar al peregrino divino que no disponía de una piedra donde reclinar su cabeza. Componían la familia los tres hermanos: Marta, María y Lázaro. No parece que vivieran sus padres, ni que alguno de los mencionados hermanos estuviera ligado en matrimonio o lo hubiera contraído en un tiempo. Era Marta la mayor de la hermandad y hacía ella las veces de ama de casa. Esto último significa su nombre en lengua hebraica, martah, que no aparece en el Antiguo Testamento, pero se halla en la literatura talmúdica bajo la forma femenina con el significado de "ama”; "dueña". En uno de los muchos sepulcros judío-cristianos del siglo I descubiertos en el paraje llamado Dominus Flevit, en la vertiente occidental del Olivete, han aparecido juntos los nombres de "Marta y María" (martah wemariah).

 Una santa amistad unía la familia con el divino Redentor. Marta, como ama de casa, era la encargada de recibir y atender a los huéspedes. El santo Evangelio señala algunos de sus encuentros con Jesús. La primera vez que Marta salta al terreno de la historia fue con ocasión de hospedar a Jesús en su viaje a Jerusalén siguiendo el camino de Jericó. Al llegar a Betania decidió detenerse en casa de sus amigos. La noticia de la llegada del Maestro puso en revuelo a la piadosa familia, que le acogía con sincero y devoto afecto. Como ama de casa salió Marta a su encuentro e introdujo a Jesús en ella.

 Como de costumbre, al poco de entrar empezó Jesús a hablar, quedando todos los presentes, incluso los apóstoles que le acompañaban, pendientes de sus labios. Marta pudo gozar unos momentos de beatífico reposo escuchando al Maestro, pero su condición de "ama de casa" la forzaba a tener que abandonar la compañía del Maestro divino para dedicarse a los trabajos conducentes a asegurarle un hospedaje digno. Trataba Marta de armonizar su actividad con sus ansias de escuchar al Maestro, pero, dado el volumen de trabajo, comprendió que se le escapaba la oportunidad de poder oír las palabras de Jesús. Con envidia contemplaba a su hermana María, abstraída totalmente de toda preocupación material, atenta a las palabras de Cristo. En su ir y venir echó Marta sus cálculos de que, si María le ayudara en sus quehaceres, más pronto quedaría libre para escuchar tranquilamente a Jesús. Dada la íntima confianza con que la familia trataba a Jesús, se atrevió Marta a proponerle lo que había premeditado en su interior, diciéndole: "Señor, ¿no te da enfado que mi hermana me deje a mi sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude" (Lc. 10, 40). No eran sus palabras un reproche para su hermana, sino una angustiosa llamada al bondadoso Jesús para que sugiriera a María la idea de que, con el trabajo aunado de las dos, tendría Marta más tiempo libre para dedicarlo también a la contemplación.

 Comprendió Jesús que las palabras de Marta estaban dictadas por el ardiente anhelo que tenía de escucharle, Por eso le contestó con otras que tenían más de lección para los presentes y para las generaciones venideras que de reprensión para la hacendosa hermana: "Marta, Marta, tú te acongojas y conturbas por muchas cosas, cuando de pocas hay necesidad; en rigor, de una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada". En efecto, dado el inestimable privilegio dispensado a la familia de tener a Jesús como huésped, lo principal era escucharle, pasando a segundo término las preocupaciones por el alimento material.

 Cuando Jesús se dignó entrar en casa de Marta no pretendía que se le dispensara a Él y a sus discípulos una recepción fastuosa o que se les preparase un exquisito banquete. El divino Maestro tenía un manjar que los hombres no conocían (lo. 4,32), y quería que todos pospusieran el alimento material a la comida espiritual. Cristo había dicho: "No, os preocupéis diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos, o qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo esto... Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura" (Mt. 6, 31-33). Jesús entró en casa de sus amigos de Betania con el fin de saciar el hambre espiritual que sentían sus moradores, por lo cual no convenía que desviaran su atención a otras cosas secundarias, aunque tuvieran como finalidad exclusiva el servicio de Cristo y su móvil fuera el amor hacia Él.

 Puestos a enjuiciar la actitud de las dos hermanas conforme a la jerarquía de los valores espirituales, cabe decir que la ocupación de María es en sí más perfecta que la de Marta. De suyo es más noble vagar en la contemplación de las cosas divinas que andar entre ollas y pucheros. ¿De lo dicho se deduce que debemos ser todos unos contemplativos, abismándonos en el estudio de las cosas de Dios, olvidados del mundo que nos rodea? No; Jesús, dice San Agustín, no reprende a Marta; sólo señala diferencia de ministerios. Hay vocaciones a un estado superior de contemplación. Que no digan los activos que los que contemplan no trabajan: trabajan mejor que ellos si contemplan mejor. De aquí la importancia suma que a la vida contemplativa dio siempre la Iglesia. Pero, cuando debe prevalecer la acción, entonces la misma Iglesia es la que orienta la actividad de sus hijos en este sentido. Este criterio ha hecho que surgieran en el campo de la Iglesia, en días de lucha con el enemigo, esta pléyade de hombres, de instituciones, que tienen por lema unir la acción a la contemplación (GOMÁ).

 Otro encuentro más sensacional tuvo Marta con Cristo en su misma casa de Betania. Se hallaba Jesús al otro lado del Jordán cuando una cruel enfermedad se apoderó de Lázaro. Desde el primer momento sus dos hermanas, Marta y María, pensaron que el mejor médico era su amigo Jesús, dueño de las enfermedades y de la muerte. De ahí que le mandaran un recado con las palabras: "Señor, el que amas está enfermo". Bien conocía Cristo la gravedad del mal que aquejaba a Lázaro y su desenlace, pero tardó en ir para dar lugar a un ruidoso milagro. Cuando fue "se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro". Al enterarse Marta de que Jesús llegaba, le salió al encuentro, en tanto que María se quedó sentada en casa. Transida de dolor y abrigando al mismo tiempo gran confianza en su corazón, se atrevió Marta a decirle: "Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano; pero sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo otorgará". Díjole Jesús: "Resucitará tu hermano". Marta le contestó: "Sé que resucitará en la resurrección en el último día". Viendo Jesús el dolor que embargaba a Marta, quiso disipar cualquier sombra de duda que pudiera atormentar el corazón de aquella laboriosa ama de casa diciéndole: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?". Respondió Marta: "Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que ha venido a este mundo" (lo. 11, 20-27).

 Apenas oyó Marta las palabras esperanzadoras de Jesús, le dejó y corrió a casa para anunciar en secreto a su hermana María que el Maestro estaba allí y la llamaba. De repente se levantó María y corrió también al encuentro de Jesús. "Así que María llegó donde Jesús estaba, viéndole, se echó a sus pies, diciendo: "Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto m¡ hermano". Las lágrimas de las dos hermanas y sus gritos de dolor contagiaron a la muchedumbre allí presente, que lloraba con ellas la desaparición del hermano querido.

 El mismo Jesús, ante aquel espectáculo, "se conmovió hondamente, se turbó y dijo: "¿Dónde le habéis puesto?". Mientras se dirigían todos presurosos al sepulcro de Lázaro, las lágrimas asomaron en los ojos de Jesús, resbalando silenciosamente sobre sus divinas mejillas, lo que hizo exclamar a muchos de los judíos presentes: "¡Cómo le amaba!". Rodeado de las hermanas y demás comitiva Jesús llegó al monumento, que era una cueva tapada con una piedra. Dijo Jesús: "Quitad la piedra", a lo que contestó Marta, acaso para evitar que un cuadro espeluznante se ofreciera a su vista: "Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días". Jesús atajó toda duda diciendo: "¿No te he dicho que, si creyeres, verás la gloria de Dios?". Pocos momentos después, Lázaro salía del sepulcro, "ligados con faja pies y manos y el rostro envuelto en un sudario" (lo. 11,32-44). Jesús había premiado con un extraordinario milagro la fe de una familia amiga que le amaba entrañablemente.

 En este episodio evangélico aparece Jesús como el sincero amigo, el huésped agradecido, el compasivo consolador, el sencillo bienhechor, el delicado compañero. ¡Oh, dichosos una y mil veces los que, como Lázaro, Marta y María, le tienen y tratan como amigo! Dichosos los que oyen y entienden las palabras: "Todo el que vive y cree en mí no morirá jamás, Aun cuando muera, vivirá" (VILARIÑO). A Marta debemos el que Cristo pronunciara estas palabras tan consoladoras para nosotros, mortales que caminamos hacia la eternidad con la esperanza de vivir para siempre en compañía del que es la resurrección y la vida".

 Todavía el Evangelio nos ha conservado otro recuerdo de la solícita hermana de Lázaro. "Seis días antes de la Pascua vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dispusieron allí una cena; y Marta servía, y Lázaro era de los que estaban en la mesa con Él" (lo. 12, 1-2). Como siempre, también el Evangelio nos presenta en este pasaje a Marta sirviendo a Jesús, ejerciendo amorosamente con Él los deberes que le imponía su condición de "ama de casa". También en este pasaje evangélico María demuestra su amor por Cristo con el modo que le es peculiar. Mientras Marta servía la cena su hermana "ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos" (lo. 12, 3). De nuevo las dos hermanas son el prototipo de las dos vidas, activa y contemplativa.

 A partir de este hecho desaparece Marta del marco de la historia para entrar en el campo de la leyenda. Ningún documento antiguo nos informa sobre su comportamiento durante los días de la pasión de Cristo y del tiempo que siguió a su resurrección hasta la ascensión a los cielos; pero todo induce a creer que la hacendosa "ama de casa" a quien amaba Cristo, sintiera vivísimamente su pasión y muerte, aunque lo manifestara de manera menos espectacular que su hermana María. Cabe también suponer que vio al divino Maestro resucitado. Llena de méritos y madura para el cielo, murió a una edad que desconocemos, yendo a ocupar un sitio de honor en las mansiones de la casa del Padre celestial. en premio de su total devoción y entrega al servicio de Cristo. Muy probablemente murió y fue sepultada en Betania, donde se enseñaba su sepulcro en el siglo IV. Una leyenda, con muy poco fundamento histórico, asegura que en el año 1187 se descubrió su sepulcro en Tarascón (Francia), dando pie con ello a otra leyenda del traslado de toda la familia a Francia y de su afincamiento en Tarascón, con la consiguiente actividad apostólica corroborada con portentosos milagros.

 A causa de su familiaridad con Cristo, y por decir el Evangelio que "Jesús amaba a Marta" (lo. 11, 5), su culto penetró muy pronto en la liturgia, variando extraordinariamente el día de su conmemoración. En Roma se le dedicó una iglesia por sugerencia de San Ignacio de Loyola.

 En 1528 los familiares pontificios formaron una hermandad, y, con el permiso del papa Paulo III, edificaron una iglesia en honor de Santa Marta, junto al Vaticano. En el curso de los años fueron muchos los institutos religiosos femeninos que escogieron a Marta como protectora. Es considerada la Santa como patrona del ramo de hostelería por razón de haberse mostrado ella diligentísima en el servicio del huésped divino, Jesucristo. Siempre ha gozado Marta de muchas simpatías a causa de ser ella diligente, cariñosa y condescendiente hasta tolerar el exceso de fatiga que le ocasionaba el carácter diferente de su hermana María. En el desenvolvimiento de sus quehaceres ella mira siempre las cosas por el lado práctico. El Salvador la amaba extraordinariamente porque, si María se muestra insaciable en recibir de Él el alimento espiritual, Marta, en cambio, se comporta como una tierna madre, tanto para Él como para los discípulos. los cuales eran considerados en Betania como personas de casa. Tienen los hosteleros en Marta un modelo que imitar. A todos nos enseña la Santa que debemos tratar a nuestros hermanos con la misma solicitud con que ella atendía a Cristo y a sus apóstoles.

 LUIS ARNALDICH, O. F. M.

Santo Evangelio 29 de Julio de 2014

Día litúrgico: 29 de Julio: Santa Marta

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».


Comentario: Rev. D. Antoni CAROL i Hostench (Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola

Hoy, también nosotros —atareados como vamos a veces por muchas cosas— hemos de escuchar cómo el Señor nos recuerda que «hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola» (Lc 10,42): el amor, la santidad. Es el punto de mira, el horizonte que no hemos de perder nunca de vista en medio de nuestras ocupaciones cotidianas.

Porque “ocupados” lo estaremos si obedecemos a la indicación del Creador: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla» (Gn 1,28). ¡La tierra!, ¡el mundo!: he aquí nuestro lugar de encuentro con el Señor. «No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17,15). Sí, el mundo es “altar” para nosotros y para nuestra entrega a Dios y a los otros.

Somos del mundo, pero no hemos de ser mundanos. Bien al contrario, estamos llamados a ser —en bella expresión de Juan Pablo II— “sacerdotes de la creación”, “sacerdotes” de nuestro mundo, de un mundo que amamos apasionadamente.

He aquí la cuestión: el mundo y la santidad; el tráfico diario y la única cosa necesaria. No son dos realidades opuestas: hemos de procurar la confluencia de ambas. Y esta confluencia se ha de producir —en primer lugar y sobre todo— en nuestro corazón, que es donde se pueden unir cielo y tierra. Porque en el corazón humano es donde puede nacer el diálogo entre el Creador y la criatura.

Es necesaria, por tanto, la oración. «El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del “hacer por hacer”. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando “ser” antes que “hacer”. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: ‘Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria’ (Lc 10,41-42)» (Juan Pablo II). 

No hay oposición entre el ser y el hacer, pero sí que hay un orden de prioridad, de precedencia: «María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10,42).

Santa Beatriz de Nazaret, 29 de julio

29 de julio

 Santa Beatriz de Nazaret


Autor: P. Felipe Santos


Etimológicamente significa “feliz”. Viene de la lengua latina.

Todo ser humano ha sido llamado para amar al mundo. La respuesta que Dios nos pide es que seamos contemplativos. Cualquier creyente que vive una vida estrechamente unida a la Eucaristía, es un contemplativo.

Había la costumbre en los monasterios belgas del siglo XI de admitir para el coro a las chicas de buenas familias de la alta burguesía. Las otras, incultas, entraban solamente en calidad de conversas.

Existía – como ocurre hoy – la necesidad de nuevas vocaciones y, por tanto había que abrir los monasterios a otro tipo de actuaciones distintas.

Esta idea la llevaban ya acabo los cistercienses. Recibían la ayuda de familias importantes, como los Brabantes o Tirlemont. 

Beatriz era hija de esta última familia. Vino al mundo en el año 1200. Entró como novicia en un convento restaurado con el dinero de sus padres.

Ayudó a construir otros, como el Oplinter y el de Nazaret. Beatriz estuvo siempre en este último hasta que murió en el año 1269, habiendo sido la superiora durante muchos años, pero no porque fuera hija del padre de la fundación del monasterio, sino porque brillaba ante todos por su virtud, su piedad y su generosidad sin límites.

Ella escribió un tratado místico escrito en flamenco medieval. Resume las siete maneras de amar santamente. Su descripción experiencial es una gozada por la forma y la sencillez de cómo el alma se acerca a Dios.

Las tres experiencias activas son el amor purificante, el amor devorante y amor elevante, a las que siguen cuatro pasivas: amor infuso, amor vulnerado, amor triunfante y amor eterno.

Escribió otras obras. Sus lecturas preferidas eran la Biblia y los tratados sobre la Santísima Trinidad. Sus restos hubo que esconderlos para que los calvinistas no los profanaran.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

lunes, 28 de julio de 2014

Santo Evangelio 28 de Julio de 2014

Día litúrgico: Lunes XVII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 13,31-35): En aquel tiempo, Jesús propuso todavía otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».

Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’.


Comentario: Rev. D. Josep Mª MANRESA Lamarca (Les Fonts del Vallès, Barcelona, España)
Nada les hablaba sin parábolas

Hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús predicando a sus discípulos. Y lo hace, tal como en Él es habitual, en parábolas, es decir, empleando imágenes sencillas y corrientes para explicar los grandes misterios escondidos del Reino. Así podía entender todo el mundo, desde la gente más formada hasta la que tenía menos luces.

«El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza...» (Mt 13,31). Los granitos de mostaza casi no se ven, son muy pequeños, pero si tenemos de ellos buen cuidado y se riegan... acaban formando un gran árbol. «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina...» (Mt 13,33). La levadura no se ve, pero si no estuviera ahí, la pasta no subiría. Así también es la vida cristiana, la vida de la gracia: no se ve exteriormente, no hace ruido, pero... si uno deja que se introduzca en su corazón, la gracia divina va haciendo fructificar la semilla y convierte a las personas de pecadoras en santas.

Esta gracia divina se nos da por la fe, por la oración, por los sacramentos, por la caridad. Pero esta vida de la gracia es sobre todo un don que hay que esperar y desear con humildad. Un don que los sabios y entendidos de este mundo no saben apreciar, pero que Dios Nuestro Señor quiere hacer llegar a los humildes y sencillos.

Ojalá que cuando nos busque a nosotros, nos encuentre no en el grupo de los orgullosos, sino en el de los humildes, que se reconocen débiles y pecadores, pero muy agradecidos y confiados en la bondad del Señor. Así, el grano de mostaza llegará a ser un árbol grande; así la levadura de la Palabra de Dios obrará en nosotros frutos de vida eterna. Porque, «cuanto más se abaja el corazón por la humildad, más se levanta hacia la perfección» (San Agustín).

San Melchor de Quirós 28 de Julio

San Melchor de Quirós
28 de Julio

Así llamarán los asturianos en la historia a un hijo ilustre Melchor García-Sampedro, mártir glorioso en el Vietnam. Nació en Cortes, Quirós, Asturias, el 28 de abril del año 1821 y fue martirizado el 28 de julio de 1855.

Inició sus estudios sacerdotales en Oviedo, y el año 1845 ingresó en el convento dominicano de Ocaña, con intención de ser como misionero en Oriente. Recibido el sacramento del Orden en 1847, salió en dirección a Manila, Filipinas, para acceder desde allí al Viet-Nam. Allí se encontraba el año 1849, estudiando su cultura y dedicado al servicio pastoral. 

Melchor era persona de gran piedad y cultivaba en forma especial la devoción al Señor de la pasión y a la Madre dolorosa. Dos piezas que le serán iluminadora en su testimonio por la fe.

Dadas sus notables cualidades para el ministerio y el gobierno, pronto fue elevado al servicio de Vicario del grupo de misioneros, y en 1855 recibió el Orden del Episcopado, abierto a cualquier riesgo que hubiera de correr.

En perfecta armonía con su proyecto ministerial, se entregó sin reservas al cuidado, formación y santificación de los fieles, dando con ello ocasión a ser públicamente conocido y arrostrar la persecución. 

No tardó en ser apresado y encarcelado. Y cuentan las crónicas de la época que fue sometido a increíbles tormentos, torturas y tentaciones. Pero se mantuvo inquebrantable en su fe, por ello fue despedazado el día 28 de julio de 1855.

Beatificado por Pío XII en 1951, fue canonizado por Juan Pablo II en 1988.

ORACIÓN:

Te damos gracias, Señor, por los testigos de nuestra fe, especialmente por los mártires hermanos nuestros, y te pedimos que a ejemplo de san Melchor de Quirós nos mantengamos firmemente unidos a Cristo en el sacerdocio, en la misión, en el servicio a los hombres. Amén.

 LUIS SANZ BURATA. 

domingo, 27 de julio de 2014

Santo Evangelio 27 de Julio de 2014

Día litúrgico: Domingo XVII (A) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 13,44-52): En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel. 

»También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas, y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra. 

»También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. 

»¿Habéis entendido todo esto?». Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo».


Comentario: Rev. D. Enric PRAT i Jordana (Sort, Lleida, España)
Un tesoro escondido en un campo (...); un mercader que anda buscando perlas finas

Hoy, el Evangelio nos quiere ayudar a mirar hacia dentro, a encontrar algo escondido: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo» (Mt 13,44). Cuando hablamos de tesoro nos referimos a algo de valor excepcional, de la máxima apreciación, no a cosas o situaciones que, aunque amadas, no dejan de ser fugaces y chatarra barata, como son las satisfacciones y placeres temporales: aquello con lo que tanta gente se extenúa buscando en el exterior, y con lo que se desencanta una vez encontrado y experimentado.

El tesoro que propone Jesús está enterrado en lo más profundo de nuestra alma, en el núcleo mismo de nuestro ser. Es el Reino de Dios. Consiste en encontrarnos amorosamente, de manera misteriosa, con la Fuente de la vida, de la belleza, de la verdad y del bien, y en permanecer unidos a la misma Fuente hasta que, cumplido el tiempo de nuestra peregrinación, y libres de toda bisutería inútil, el Reino del cielo que hemos buscado en nuestro corazón y que hemos cultivado en la fe y en el amor, se abra como una flor y aparezca el brillo del tesoro escondido.

Algunos, como san Pablo o el mismo buen ladrón, se han topado súbitamente con el Reino de Dios o de manera impensada, porque los caminos del Señor son infinitos, pero normalmente, para llegar a descubrir el tesoro, hay que buscarlo intencionadamente: «También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas» (Mt 13,45). Quizá este tesoro sólo es encontrado por aquellos que no se dan por satisfechos fácilmente, por los que no se contentan con poca cosa, por los idealistas, por los aventureros. 

En el orden temporal, de los inquietos e inconformistas decimos que son personas ambiciosas, y en el mundo del espíritu, son los santos. Ellos están dispuestos a venderlo todo con tal de comprar el campo, como lo dice san Juan de la Cruz: «Para llegar a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada».

San Pantaleón, 27 de Julio

27 de julio

SAN PANTALEÓN

(†  303)


En la vida de San Pantaleón, tal como hasta nosotros ha llegado su relato, a través de las Actas, a través de la tradición, se nos manifiestan dos aspectos particularmente destacados, sobre todo si llegamos a él con alguna preocupación crítica. Sobre la vida histórica del Santo, dirá alguno, se monta una exuberancia de milagros verdaderamente sospechosa. La razón de ser del Santo, se podrá también decir, fue precisamente ésa: dar testimonio del poder de Cristo y de su verdad insoslayable, haciendo de su vida un continuo milagro, llevando sobre sus hombros el peso enorme del milagro, porque a los planes de Dios así convenía providencialmente.

 Ambas posiciones pueden ser parcialmente ciertas, y ambas, por tanto, pueden conjugarse. Conviene desde ahora, antes de entrar en la intimidad del Santo, tomar posición y acercarnos sin prejuicios. No abreviemos la mano de Dios. Conviene no rechazar lo excepcional porque sí. Ahora particularmente es importante señalar esa circunstancia. Vamos a ver al Santo tal como Actas y tradición nos lo han transmitido, sin posibilidad de quitar ni poner, prudentemente. La verdad entera, Dios la sabe.

 Pantaleón nace en Nicomedia, corriendo el siglo III de nuestra era. Tiempos recios iban a ser los suyos. El Imperio romano está ensayando fórmulas varias para impedir el hundimiento que se avecina, y como una de ellas se va a pensar, naturalmente, en la implantación de la religión oficial como obligación universal. El Imperio de Roma no es ya el poder seguro de sí mismo que avasallaba al mundo. Ahora ha sido necesario poner un emperador, un César, en Oriente para sostener aquellas regiones tan distantes de la metrópoli. Y Nicomedia es la residencia de los emperadores de Oriente. Estamos en una ciudad del Asia Menor, en la mitad segunda del siglo III de Jesucristo.

 La figura del futuro mártir se nos muestra en los relatos sumamente atractiva. Pantaleón es un joven de nobles inclinaciones, de sano corazón. Es hijo de un gentil, Eustorgio, senador y rico. Su madre era cristiana, pero murió joven: el niño era pequeño y apenas si pudo enseñarle más que unos rudimentos que no llegaron a darle idea completa del cristianismo.

 La formación del joven se desarrolló con felicidad, sobre la base de una inteligencia muy despierta y con muy buenos profesores. Al concluir el aprendizaje de las letras Eustorgio hizo que Pantaleón estudiara la medicina bajo la dirección de Eufrosino, médico del mismo Diocleciano. Pantaleón se va haciendo un joven distinguido y respetado: llama la atención entre sus compañeros, y su buen corazón le hace ejercer su ministerio con una abnegación ejemplar, cuya honestidad pasa a ser verdaderamente excepcional en el medio pagano en que vivía.

 El encuentro definitivo con la gracia le vino a Pantaleón a través de un sacerdote cristiano. Hermolao vivía oculto por el rigor de la persecución. Un día se encontró con Pantaleón y fue el mismo sacerdote quien, admirado por las condiciones del joven, se lanzó a hablar abiertamente de la doctrina de Jesucristo. Pantaleón quedo impresionado. Los recuerdos, desdibujados ya, de las enseñanzas de la madre cristiana subieron agolpadamente a su conciencia. Pantaleón prometió que continuarían en contacto. El golpe final de la llamada vino ya milagrosamente. Poco después hubo de encontrarse el médico Pantaleón ante un caso desesperado. Un niño yacía muerto, mientras, cercana, reptaba la víbora fatal. El médico, impotente, recuerda entonces unas palabras del sacerdote Hermolao. El nombre de Cristo bastaba para resucitar a los muertos. Pantaleón no vacila, y la increpación llena de fe opera el milagro. El niño vuelve a la vida y la serpiente muere en el acto. Pantaleón es ya cristiano. Unos días de convivencia con el sacerdote oculto le proporcionan la instrucción necesaria para recibir después el bautismo de Jesús.

 A partir de este momento la vida de Pantaleón es ya un tejido de milagros, encadenándose unos y otros de manera abrumadora, inverosímil casi. La conversión de su padre también se obra a golpe de prodigio. En casa de Pantaleón se presenta un ciego incurable, y esta ocasión va a ser eficazmente aprovechada. El joven médico llama a su padre para que esté presente a lo que va a tener lugar, y, después de invocar el nombre de Cristo sobre el ciego irremediable, pone sus manos sobre los ojos sin luz: instantáneamente una explosión jubilosa y sobrecogida acompaña al milagro. Eustorgio y el ciego caen de rodillas: Cristo, Cristo es el Dios verdadero. El senador pagano hace añicos los ídolos que adornan la casa: él ahora sólo quiere ser instruido en el cristianismo para recibir el bautismo inmediatamente, como sucede en realidad, con júbilo ilimitado de Pantaleón. Poco después Eustorgio muere. Es éste otro momento culminante en la vida de nuestro Santo.

 Efectivamente, aquí tiene lugar la segunda conversión del entusiasta neocristiano. Pantaleón, que se ve desligado de toda traba, responsable único de sus actos, por si y ante sí, se arroja a una vida de absoluto fervor: entrega a los pobres sus cuantiosas riquezas, quedándose con lo indispensable; pone en libertad a todos sus esclavos, se entrega a las obras de caridad en la práctica de su propia profesión de médico. Naturalmente, esta conducta no pudo pasar desapercibida; además, los restantes médicos de Nicomedia ardieron en celo al ver que la gran mayoría de los enfermos quería ser curada por Pantaleón, con lo que las pérdidas materiales iban a ser cuantiosas de seguir en auge el médico sospechoso. Naturalmente, había que deshacerse de él, y fue acusado ante el emperador como cristiano.

 Diocleciano fue un emperador de excepcionales vuelos. Quiso llegar a una solución que evitase el camino de catástrofe por el que se avanzaba. Sus decisiones fueron múltiples. Para la crisis económica arbitró el edicto del Máximum, de 202, el más grande intento de tasación estatal que se recuerde de tiempos antiguos. En el gobierno montó una máquina que creyó eficaz: el mismo año en que la muerte de Carino le dejó el Imperio se buscó un colega, Maximiano. Seis años después, ante lo eficaz del resultado, añade dos nuevos emperadores (292), y además fue afortunado en la elección de las personas: Galerio y Constancio Cloro. Soldado excepcional aquél, pero rudo y de primitivos sentimientos. Constancio Cloro, en cambio, general destacado, era de más fina formación. Galerio movió a Diocleciano a firmar el decreto de exterminio general de los cristianos. Fue el 23 de febrero del 303. No era tolerable que ante los proyectos de religión oficial un grupo irreductible se mantuviera en el seno del Imperio rompiendo la unidad de creencia. Se inauguró la décima gran persecución. Ríos de sangre cristiana corrieron por todo el ámbito del Imperio.

 La presencia de Pantaleón ante el tirano es el triunfo manifiesto de la fe de Cristo sobre todos los intentos opresores. Incluso sobre la fuerza física, sobre las leyes naturales, sobre el instinto de las fieras hambrientas. Pantaleón pasa a ser un grito de triunfo, el emblema de la fe invencible por obra del poder de Jesús. El interrogatorio ya se abre con un milagro. El ciego curado por Pantaleón ha declarado ser cristiano y se le ha quitado la vida. Pantaleón recogió su cuerpo y lo sepultó junto a su padre. Entonces es también él llamado a juicio: se le intenta seducir, pero todo es en vano. Declara su fe y afirma en ella su poder excepcional.

 Después Pantaleón es atado al potro. Aquí se hacen presentes los garfios de hierro con que se le desgarran las carnes, las teas encendidas que se le aplican a las llagas. Pero una fuerza misteriosa hace reanimarse al mártir, y los brazos de los verdugos caen, dominados por una fuerza prodigiosa. La ira del tribunal no tiene límite. Se prepara una caldera de plomo fundido, en la que va a ser sepultado Pantaleón. Pero, en el momento en que el cuerpo del mártir toca la ardiente superficie, ésta queda como helada, y Pantaleón puede apoyarse sobre el plomo endurecido. Ahora el mudo estupor se junta con la inmediata reacción ciega de la soberbia enfebrecida. Pantaleón va a ser arrojado al mar, atada al cuello la gran piedra que impida su vuelta a la superficie. Se quiere ahora impedir también el que los demás cristianos recojan su cuerpo y lo veneren. Pero Pantaleón vuelve andando a la playa sobre la superficie de las aguas.

 Lo evidente del caso no logra hacer que el tribunal abra los ojos. Se ensaya el tormento de las fieras. La ciudad sabe ahora que el invencible va a probar el terrible tormento, y una multitud inmensa llena el anfiteatro. A la señal estremecedora, y en medio de un silencio impresionante, se abren las jaulas. Varias fieras avanzan a saltos, rugientes, hacia el mártir, que está solo, en medio de la arena. Mas, apenas se le llegan, se aquietan, sumisas, a sus plantas. Pantaleón las bendice y ellas se retiran. El vocerío loco de la multitud reclama la libertad para el inocente, y tiembla en el ambiente la sensación de que el Dios verdadero es el que le sostiene.

 Bajo la opresión del griterío los jueces, abrasados de rencor, humillados, deciden seguir con la intentona de los tormentos. Es en vano que el pueblo grite a su favor. Pantaleón es sometido al suplicio de la rueda. Sale ileso. Entonces se le arroja en un calabozo. Son detenidos Hermolao y otros dos cristianos: la pretensión es que seduzcan al mártir a que apostate. Hermolao se niega, y con Hermipo y Hermócrates, los dos cristianos, padece el martirio.

 Pantaleón es azotado. Se preludia el final. La condena es que se le decapite y luego se queme su cuerpo. Pantaleón, gozoso, va al suplicio. Es atado a un olivo. El verdugo alza la espada para cortarle la cabeza, pero en el momento de dar el golpe el hierro se ablanda y el mártir ni siquiera percibe el metal sobre su cuello. Ante el nuevo prodigio el lictor cae de rodillas pidiendo perdón; pero Pantaleón se siente ya impaciente. Ahora es él quien pide, entre súplicas y forcejeos, que se cumpla la sentencia. Los verdugos, que inicialmente se resisten, acceden por fin, y, después de abrazarse con el mártir, hacen caer la cuchilla definitiva. Salta la sangre e instantáneamente florece el olivo y se llena de frutos. El cuerpo no es quemado. Los soldados no se atreven. Los cristianos se lo llevan y recibe sepultura en medio de intensa veneración.

 San Pantaleón ha pasado a ser uno de los principales patronos de los médicos. Su culto ha sido extendidísimo y popular. Su nombre en la hora ciega de las persecuciones tuvo el valor de un símbolo, Los cristianos confesaron a Dios, y Él estuvo con ellos, prestándoles un poder incalculablemente más grande que todas las insidias de sus enemigos.

 CÉSAR AGUILERA, SCH. P.