martes, 30 de abril de 2019

Padre Raniero Cantalamessa. Conferencia El Espíritu Santo, alma de la Mi...

Santo Evangelio 30 de abril 2019


Día litúrgico: Martes II de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 3,7-15):

 En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu». Respondió Nicodemo: «¿Cómo puede ser eso?». Jesús le respondió: «Tú eres maestro en Israel y ¿no sabes estas cosas? En verdad, en verdad te digo: nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero vosotros no aceptáis nuestro testimonio. Si al deciros cosas de la tierra, no creéis, ¿cómo vais a creer si os digo cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por él vida eterna».


«Tenéis que nacer de lo alto»

Rev. D. Xavier SOBREVÍA i Vidal 
(Castelldefels, España)

Hoy, Jesús nos expone la dificultad de prevenir y conocer la acción del Espíritu Santo: de hecho, «sopla donde quiere» (Jn 3,8). Esto lo relaciona con el testimonio que Él mismo está dando y con la necesidad de nacer de lo alto. «Tenéis que nacer de lo alto» (Jn 3,7), dice el Señor con claridad; es necesaria una nueva vida para poder entrar en la vida eterna. No es suficiente con un ir tirando para llegar al Reino del Cielo, se necesita una vida nueva regenerada por la acción del Espíritu de Dios. Nuestra vida profesional, familiar, deportiva, cultural, lúdica y, sobre todo, de piedad tiene que ser transformada por el sentido cristiano y por la acción de Dios. Todo, transversalmente, ha de ser impregnado por su Espíritu. Nada, absolutamente nada, debiera quedar fuera de la renovación que Dios realiza en nosotros con su Espíritu.

Una transformación que tiene a Jesucristo como catalizador. Él, que antes había de ser elevado en la Cruz y que también tenía que resucitar, es quien puede hacer que el Espíritu de Dios nos sea enviado. Él que ha venido de lo alto. Él que ha mostrado con muchos milagros su poder y su bondad. Él que en todo hace la voluntad del Padre. Él que ha sufrido hasta derramar la última gota de sangre por nosotros. Gracias al Espíritu que nos enviará, nosotros «podemos subir al Reino de los Cielos, por Él obtenemos la adopción filial, por Él se nos da la confianza de nombrar a Dios con el nombre de “Padre”, la participación de la gracia de Cristo y el derecho a participar de la gloria eterna» (San Basilio el Grande).

Hagamos que la acción del Espíritu tenga acogida en nosotros, escuchémosle, y apliquemos sus inspiraciones para que cada uno sea —en su lugar habitual— un buen ejemplo elevado que irradie la luz de Cristo.

lunes, 29 de abril de 2019

Santo Evangelio 29 de Abril 2019


Santoral 29 de abril: Santa Catalina de Siena, virgen y doctora de la Iglesia

Texto del Evangelio (Jn 3,1-8): 

Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, magistrado judío. Fue éste donde Jesús de noche y le dijo: «Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro, porque nadie puede realizar las señales que tú realizas si Dios no está con él». Jesús le respondió: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios». 

Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo? ¿Puede acaso entrar otra vez en el seno de su madre y nacer?». Respondió Jesús: «En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu. No te asombres de que te haya dicho: ‘Tenéis que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu».


«El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios»

Fray Josep Mª MASSANA i Mola OFM 
(Barcelona, España)

Hoy, un «magistrado judío» (Jn 3,1) va al encuentro de Jesús. El Evangelio dice que lo hace de noche: ¿qué dirían los compañeros si se enterasen de ello? En la instrucción de Jesús encontramos una catequesis bautismal, que seguramente circulaba en la comunidad del Evangelista.

Hace muy pocos días celebrábamos la vigilia pascual. Una parte integrante de ella era la celebración del Bautismo, que es la Pascua, el paso de la muerte a la vida. La bendición solemne del agua y la renovación de las promesas fueron puntos clave en aquella noche santa.

En el ritual del bautismo hay una inmersión en el agua (símbolo de la muerte), y una salida del agua (imagen de la nueva vida). Se es sumergido con el pecado, y se sale de ahí renovado. Esto es lo que Jesús denomina «nacer de lo alto» o «nacer de nuevo» (cf. Jn 3,3). Esto es “nacer del agua”, “nacer del Espíritu” o “del soplo del viento...”.

Agua y Espíritu son los dos símbolos empleados por Jesús. Ambos expresan la acción del Espíritu Santo que purifica y da vida, limpia y anima, aplaca la sed y respira, suaviza y habla. Agua y Espíritu hacen una sola cosa.

En cambio, Jesús habla también de la oposición de carne y Espíritu: «Lo nacido de la carne, es carne; lo nacido del Espíritu, es espíritu» (Jn 3,6). El hombre carnal nace humanamente cuando aparece aquí abajo. Pero el hombre espiritual muere a lo que es puramente carnal y nace espiritualmente en el Bautismo, que es nacer de nuevo y de lo alto. Una bella fórmula de san Pablo podría ser nuestro lema de reflexión y acción, sobre todo en este tiempo pascual: «¿O es que ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con Él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva» (Rom 6,3-4).

Indulgencia Divina Misericordia



DECRETO 



Se enriquecen con indulgencias actos de culto realizados
en honor de la Misericordia divina.


"Tu misericordia, oh Dios, no tiene límites, y es infinito el tesoro de tu bondad..." (Oración después del himno "Te Deum") y "Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia..." (Oración colecta del domingo XXVI del tiempo ordinario), canta humilde y fielmente la santa Madre Iglesia. En efecto, la inmensa condescendencia de Dios, tanto hacia el género humano en su conjunto como hacia cada una de las personas, resplandece de modo especial cuando el mismo Dios todopoderoso perdona los pecados y los defectos morales, y readmite paternalmente a los culpables a su amistad, que merecidamente habían perdido.

Así, los fieles son impulsados a conmemorar con íntimo afecto del alma los misterios del perdón divino y a celebrarlos con fervor, y comprenden claramente la suma conveniencia, más aún, el deber que el pueblo de Dios tiene de alabar, con formas particulares de oración, la Misericordia divina, obteniendo al mismo tiempo, después de realizar con espíritu de gratitud las obras exigidas y de cumplir las debidas condiciones, los beneficios espirituales derivados del tesoro de la Iglesia. "El misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la misericordia, que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido del orden salvífico querido por Dios desde el principio para el hombre y, mediante el hombre, en el mundo" (Dives in misericordia, 7).

La Misericordia divina realmente sabe perdonar incluso los pecados más graves, pero al hacerlo impulsa a los fieles a sentir un dolor sobrenatural, no meramente psicológico, de sus propios pecados, de forma que, siempre con la ayuda de la gracia divina, hagan un firme propósito de no volver a pecar. Esas disposiciones del alma consiguen efectivamente el perdón de los pecados mortales cuando el fiel recibe con fruto el sacramento de la penitencia o se arrepiente de los mismos mediante un acto de caridad perfecta y de dolor perfecto, con el propósito de acudir cuanto antes al mismo sacramento de la penitencia. En efecto, nuestro Señor Jesucristo, en la parábola del hijo pródigo, nos enseña que el pecador debe confesar su miseria ante Dios, diciendo: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de llamarme hijo tuyo" (Lc 15, 18-19), percibiendo que ello es obra de Dios: "Estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado" (Lc 15, 32).

Por eso, con próvida solicitud pastoral, el Sumo Pontífice Juan Pablo II, para imprimir en el alma de los fieles estos preceptos y enseñanzas de la fe cristiana, impulsado por la dulce consideración del Padre de las misericordias, ha querido que el segundo domingo de Pascua se dedique a recordar con especial devoción estos dones de la gracia, atribuyendo a ese domingo la denominación de "Domingo de la Misericordia divina" (cf. Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, decreto Misericors et miserator, 5 de mayo de 2000).

El evangelio del segundo domingo de Pascua narra las maravillas realizadas por nuestro Señor Jesucristo el día mismo de la Resurrección en la primera aparición pública: "Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: "La paz con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos"" (Jn 20, 19-23).

Para hacer que los fieles vivan con intensa piedad esta celebración, el mismo Sumo Pontífice ha establecido que el citado domingo se enriquezca con la indulgencia plenaria, como se indicará más abajo, para que los fieles reciban con más abundancia el don de la consolación del Espíritu Santo, y cultiven así una creciente caridad hacia Dios y hacia el prójimo, y, una vez obtenido de Dios el perdón de sus pecados, ellos a su vez perdonen generosamente a sus hermanos.

De esta forma, los fieles vivirán con más perfección el espíritu del Evangelio, acogiendo en sí la renovación ilustrada e introducida por el concilio ecuménico Vaticano II: "Los cristianos, recordando la palabra del Señor "En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros" (Jn 13, 35), nada pueden desear más ardientemente que servir cada vez más generosa y eficazmente a los hombres del mundo actual. (...) Quiere el Padre que en todos los hombres reconozcamos y amemos eficazmente a Cristo, nuestro hermano, tanto de palabra como de obra" (Gaudium et spes, 93).

Por eso, el Sumo Pontífice, animado por un ardiente deseo de fomentar al máximo en el pueblo cristiano estos sentimientos de piedad hacia la Misericordia divina, por los abundantísimos frutos espirituales que de ello pueden esperarse, en la audiencia concedida el día 13 de junio de 2002 a los infrascritos responsables de la Penitenciaría apostólica, se ha dignado otorgar indulgencias en los términos siguientes:

Se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina, o al menos rece, en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, "Jesús misericordioso, confío en ti"). Se concede la indulgencia parcial al fiel que, al menos con corazón contrito, eleve al Señor Jesús misericordioso una de las invocaciones piadosas legítimamente aprobadas.

Además, los navegantes, que cumplen su deber en la inmensa extensión del mar; los innumerables hermanos a quienes los desastres de la guerra, las vicisitudes políticas, la inclemencia de los lugares y otras causas parecidas han alejado de su patria; los enfermos y quienes les asisten, y todos los que por justa causa no pueden abandonar su casa o desempeñan una actividad impostergable en beneficio de la comunidad, podrán conseguir la indulgencia plenaria en el domingo de la Misericordia divina si con total rechazo de cualquier pecado, como se ha dicho antes, y con la intención de cumplir, en cuanto sea posible, las tres condiciones habituales, rezan, frente a una piadosa imagen de nuestro Señor Jesús misericordioso, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, "Jesús misericordioso, confío en ti").

Si ni siquiera eso se pudiera hacer, en ese mismo día podrán obtener la indulgencia plenaria los que se unan con la intención a los que realizan del modo ordinario la obra prescrita para la indulgencia y ofrecen a Dios misericordioso una oración y a la vez los sufrimientos de su enfermedad y las molestias de su vida, teniendo también ellos el propósito de cumplir, en cuanto les sea posible, las tres condiciones prescritas para lucrar la indulgencia plenaria.

Los sacerdotes que desempeñan el ministerio pastoral, sobre todo los párrocos, informen oportunamente a sus fieles acerca de esta saludable disposición de la Iglesia, préstense con espíritu pronto y generoso a escuchar sus confesiones, y en el domingo de la Misericordia divina, después de la celebración de la santa misa o de las vísperas, o durante un acto de piedad en honor de la Misericordia divina, dirijan, con la dignidad propia del rito, el rezo de las oraciones antes indicadas; por último, dado que son "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5, 7), al impartir la catequesis impulsen a los fieles a hacer con la mayor frecuencia posible obras de caridad o de misericordia, siguiendo el ejemplo y el mandato de Jesucristo, como se indica en la segunda concesión general del "Enchiridion Indulgentiarum".

Este decreto tiene vigor perpetuo. No obstante cualquier disposición contraria.

Dado en Roma, en la sede de la Penitenciaría apostólica, el 29 de junio de 2002, en la solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles.


Luigi DE MAGISTRIS
Arzobispo titular de Nova
Pro-penitenciario mayor


Gianfranco GIROTTI, o.f.m. conv.
Regente

domingo, 28 de abril de 2019

Santo Evangelio 28 de Abril 2019



Día litúrgico: Domingo II (A) (B) (C) de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 20,19-31): 

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros». Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío». Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos». 

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

Jesús realizó en presencia de los discípulos otras muchas señales que no están escritas en este libro. Éstas han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.


«Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados»

Rev. D. Joan Ant. MATEO i García 
(La Fuliola, Lleida, España)

Hoy, Domingo II de Pascua, completamos la octava de este tiempo litúrgico, una de las dos octavas —juntamente con la de Navidad— que en la liturgia renovada por el Concilio Vaticano II han quedado. Durante ocho días contemplamos el mismo misterio y tratamos de profundizar en él bajo la luz del Espíritu Santo.

Por designio del Papa San Juan Pablo II, este domingo se llama Domingo de la Divina Misericordia. Se trata de algo que va mucho más allá que una devoción particular. Como ha explicado el Santo Padre en su encíclica Dives in misericordia, la Divina Misericordia es la manifestación amorosa de Dios en una historia herida por el pecado. “Misericordia” proviene de dos palabras: “Miseria” y “Cor”. Dios pone nuestra mísera situación debida al pecado en su corazón de Padre, que es fiel a sus designios. Jesucristo, muerto y resucitado, es la suprema manifestación y actuación de la Divina Misericordia. «Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3,16) y lo ha enviado a la muerte para que fuésemos salvados. «Para redimir al esclavo ha sacrificado al Hijo», hemos proclamado en el Pregón pascual de la Vigilia. Y, una vez resucitado, lo ha constituido en fuente de salvación para todos los que creen en Él. Por la fe y la conversión acogemos el tesoro de la Divina Misericordia.

La Santa Madre Iglesia, que quiere que sus hijos vivan de la vida del resucitado, manda que —al menos por Pascua— se comulgue y que se haga en gracia de Dios. La cincuentena pascual es el tiempo oportuno para el cumplimiento pascual. Es un buen momento para confesarse y acoger el poder de perdonar los pecados que el Señor resucitado ha conferido a su Iglesia, ya que Él dijo sólo a los Apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20,22-23). Así acudiremos a las fuentes de la Divina Misericordia. Y no dudemos en llevar a nuestros amigos a estas fuentes de vida: a la Eucaristía y a la Penitencia. Jesús resucitado cuenta con nosotros.

La fértil misión del «fraile ferroviario»: confiesa y bendice a trabajadores, pasajeros y vagabundos

El padre Pesce tiene 89 años pero parece omnipresente en la estación de la Porta Nuova de Turín. En la imagen bendice al jefe de estación / Fotos- Avvenire

El padre Pesce, franciscano de 89 años, es una institución en Turín

La fértil misión del «fraile ferroviario»: confiesa y bendice a trabajadores, pasajeros y vagabundos

El padre Pesce tiene 89 años pero parece omnipresente en la estación de la Porta Nuova de Turín. En la imagen bendice al jefe de estación / Fotos- Avvenire

El franciscano Pier Giuseppe Pesce ha sido durante muchos años profesor de Teología Moral y Pastoral en la Universidad Antonianum de Roma. También fue juez de la Corte Eclesiástica y vicepostulador de las Causas de los Santos en la Archidiócesis de Turín. Pero es ahora cuando ha logrado realmente cumplir su gran deseo y vocación. Es conocido como “fraile ferroviario”, capellán de la transitada estación de tren de Porta Nuova en Turín, utilizada diariamente por 192.000 pasajeros, lo que supone más de 70 millones de personas al año.

Este lugar es un gran campo abierto para la evangelización, que además se puede realizar en distintos planos. Es confesor, director espiritual o simplemente amigo de los ferroviarios y numerosos trabajadores de la estación, acompaña a los muchos pobres que viven o pasan el día en ella y sirve como bálsamo a los pasajeros que al ver un sacerdote se acercan a él a pedirle ayuda.

"Signo de que Dios está en todas partes"

El religioso tiene 89 años pero la vitalidad de un joven de 30 años. Vive el ministerio que le encargó su arzobispo entre los andenes y las vías de esta enorme estación. Está siempre visible pues son bastantes los que se le acercan para pedirle una confesión, una bendición, un saludo o algún tipo de ayuda espiritual.  Afirma convencido al diario Avvenire que su presencia como capellán de la estación es “signo de que Dios está en todas partes y donde quiera que esté puede traer su misericordia”.

Padre Pesce con un suo amico (Juzzolino)

El padre Pesce fue encomendado a esta misión para cuatro años y su ‘lugar de trabajo’ es una pequeña iglesia en desuso ubicada al fondo de uno de los andenes. “Es un lugar hermoso lleno de historia donde trato de llevar la Palabra de Dios y hacer que sus voz se escuche en medio de este ruido”.

Los pequeños logros que ha ido consiguiendo en la estación

Sus feligreses son diversos. Hay personas sin hogar, clientes de las tiendas o trabajadores de la estación. El franciscano cuenta orgulloso que por primera vez han podido celebrar la misa de Pascua para ferroviarios y viajeros en la sala de espera de la familia real que hay en la estación. Esta sala es una bellísima habitación con frescos realizada en 1861. Estaba destinada a los Saboya y generalmente no es accesible. Sin embargo, el religioso ha conseguido que se puedan realizar oficios religiosos también en este lugar.

Asimismo, se leyó la “oración del viajero” que este veterano fraile ha compuesto, y que enseña a todo aquel que se acerca a él en la estación.

La benedizione ai viaggiatori e al treno (Juzzolino)

Su prioridad es estar en todo momento disponible y visible. El padre Pesce asegura que la propia administración de la estación no sólo no está poniendo trabas a su ministerio sino que le está ayudando en todo cuanto puede.

En estos momentos asegura que su gran deseo y para el que está realizando ya las gestiones es que todos los domingos desde el altavoz de la estación, el mismo que anuncia la salida y llegada de los trenes, se informe sobre la Eucaristía dominical.

Su sueño sería, aunque lo considera más complicado, que los trabajadores ferroviarios de la estación puedan acudir a misa y el tiempo en el que están en la celebración religiosa les cuente dentro de su horario de trabajo.

Padre Pier Giuseppe Pesce nella stazione di Porta Nuova a Torino (Juzzolino)

Confesor de los trabajadores y ayudante de los pobres

En el transcurso de este tiempo como capellán, muy diferente a su labor como profesor o juez eclesiástico, se ha convertido en confesor de muchos conductores y del personal ferroviario. También ha celebrado el entierro de algunos de ellos, así como otros sacramentos.

Cada mañana este franciscano sale del convento de San Bernardino para ir a la estación. Y una de sus labores ha sido la de bendecir todos los rincones de este lugar: desde la sala de control hasta los propios vagones de los trenes.

Pero su amor por el mundo ferroviario viene de lejos ha sido uno de los responsables de la causa de beatificación de Paolo Pio Perazzo, conocido como “el santo ferroviario”. De hecho, es el autor de una biografía sobre él, del que asegura que “espero que pronto sea declarado santo. Creo que su ejemplo de hombre de fe y caridad me ayuda a tratar de evangelizar a la gente, y ser como él un amigo para todos, especialmente para los pobres”.

Fuente: Religión en Libertad

El padre Pesce, franciscano de 89 años, es una institución en TurínLa fértil misión del «fraile ferroviario»: confiesa y bendice a trabajadores, pasajeros y vagabundos

El padre Pesce tiene 89 años pero parece omnipresente en la estación de la Porta Nuova de Turín. En la imagen bendice al jefe de estación / Fotos- Avvenire

El padre Pesce, franciscano de 89 años, es una institución en TurínLa fértil misión del «fraile ferroviario»: confiesa y bendice a trabajadores, pasajeros y vagabundos


El padre Pesce tiene 89 años pero parece omnipresente en la estación de la Porta Nuova de Turín. En la imagen bendice al jefe de estación / Fotos- Avvenire


El franciscano Pier Giuseppe Pesce ha sido durante muchos años profesor de Teología Moral y Pastoral en la Universidad Antonianum de Roma. También fue juez de la Corte Eclesiástica y vicepostulador de las Causas de los Santos en la Archidiócesis de Turín. Pero es ahora cuando ha logrado realmente cumplir su gran deseo y vocación. Es conocido como “fraile ferroviario”, capellán de la transitada estación de tren de Porta Nuova en Turín, utilizada diariamente por 192.000 pasajeros, lo que supone más de 70 millones de personas al año.

Este lugar es un gran campo abierto para la evangelización, que además se puede realizar en distintos planos. Es confesor, director espiritual o simplemente amigo de los ferroviarios y numerosos trabajadores de la estación, acompaña a los muchos pobres que viven o pasan el día en ella y sirve como bálsamo a los pasajeros que al ver un sacerdote se acercan a él a pedirle ayuda.

"Signo de que Dios está en todas partes"

El religioso tiene 89 años pero la vitalidad de un joven de 30 años. Vive el ministerio que le encargó su arzobispo entre los andenes y las vías de esta enorme estación. Está siempre visible pues son bastantes los que se le acercan para pedirle una confesión, una bendición, un saludo o algún tipo de ayuda espiritual.  Afirma convencido al diario Avvenire que su presencia como capellán de la estación es “signo de que Dios está en todas partes y donde quiera que esté puede traer su misericordia”.

Padre Pesce con un suo amico (Juzzolino)

El padre Pesce fue encomendado a esta misión para cuatro años y su ‘lugar de trabajo’ es una pequeña iglesia en desuso ubicada al fondo de uno de los andenes. “Es un lugar hermoso lleno de historia donde trato de llevar la Palabra de Dios y hacer que sus voz se escuche en medio de este ruido”.

Los pequeños logros que ha ido consiguiendo en la estación

Sus feligreses son diversos. Hay personas sin hogar, clientes de las tiendas o trabajadores de la estación. El franciscano cuenta orgulloso que por primera vez han podido celebrar la misa de Pascua para ferroviarios y viajeros en la sala de espera de la familia real que hay en la estación. Esta sala es una bellísima habitación con frescos realizada en 1861. Estaba destinada a los Saboya y generalmente no es accesible. Sin embargo, el religioso ha conseguido que se puedan realizar oficios religiosos también en este lugar.

Asimismo, se leyó la “oración del viajero” que este veterano fraile ha compuesto, y que enseña a todo aquel que se acerca a él en la estación.

La benedizione ai viaggiatori e al treno (Juzzolino)

Su prioridad es estar en todo momento disponible y visible. El padre Pesce asegura que la propia administración de la estación no sólo no está poniendo trabas a su ministerio sino que le está ayudando en todo cuanto puede.

En estos momentos asegura que su gran deseo y para el que está realizando ya las gestiones es que todos los domingos desde el altavoz de la estación, el mismo que anuncia la salida y llegada de los trenes, se informe sobre la Eucaristía dominical.

Su sueño sería, aunque lo considera más complicado, que los trabajadores ferroviarios de la estación puedan acudir a misa y el tiempo en el que están en la celebración religiosa les cuente dentro de su horario de trabajo.

Padre Pier Giuseppe Pesce nella stazione di Porta Nuova a Torino (Juzzolino)

Padre Pier Giuseppe Pesce nella stazione di Porta Nuova a Torino (Juzzolino)

En el transcurso de este tiempo como capellán, muy diferente a su labor como profesor o juez eclesiástico, se ha convertido en confesor de muchos conductores y del personal ferroviario. También ha celebrado el entierro de algunos de ellos, así como otros sacramentos.

Cada mañana este franciscano sale del convento de San Bernardino para ir a la estación. Y una de sus labores ha sido la de bendecir todos los rincones de este lugar: desde la sala de control hasta los propios vagones de los trenes.

Pero su amor por el mundo ferroviario viene de lejos ha sido uno de los responsables de la causa de beatificación de Paolo Pio Perazzo, conocido como “el santo ferroviario”. De hecho, es el autor de una biografía sobre él, del que asegura que “espero que pronto sea declarado santo. Creo que su ejemplo de hombre de fe y caridad me ayuda a tratar de evangelizar a la gente, y ser como él un amigo para todos, especialmente para los pobres”.

Fuente: Religion en libertad

sábado, 27 de abril de 2019

Santo Evangelio 27 de abril 2019



Día litúrgico: Sábado de la octava de Pascua

Santoral 27 de Abril: La Virgen de Montserrat, patrona principal de Cataluña

Texto del Evangelio (Mc 16,9-15): 

Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios. Ella fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos. Ellos, al oír que vivía y que había sido visto por ella, no creyeron. Después de esto, se apareció, bajo otra figura, a dos de ellos cuando iban de camino a una aldea. Ellos volvieron a comunicárselo a los demás; pero tampoco creyeron a éstos. Por último, estando a la mesa los once discípulos, se les apareció y les echó en cara su incredulidad y su dureza de corazón, por no haber creído a quienes le habían visto resucitado. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación».


«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación»

P. Jacques PHILIPPE 
(Cordes sur Ciel, Francia)

Hoy, confiando en Jesús resucitado, hemos de redescubrir el Evangelio como una “buena nueva”. El Evangelio no es una ley que nos oprime. Alguna vez hemos podido caer en la tentación de pensar que los que no son cristianos están más tranquilos que nosotros y hacen lo que quieren, mientras que nosotros tenemos que cumplir una lista de mandamientos. Es una visión de las cosas meramente superficial.

Personalmente, una de mis mayores preocupaciones es que el Evangelio se presente siempre como una buena nueva, una feliz noticia, que nos llene el corazón de alegría y consuelo. 

La enseñanza de Jesús es por supuesto exigente, pero Teresa del Niño Jesús nos ayuda a percibirla realmente como una buena nueva, puesto que para ella el Evangelio no es otra cosa que la revelación de la ternura de Dios, de la misericordia de Dios con cada uno de sus hijos, y señala las leyes de la vida que llevan a la felicidad. El centro de la vida cristiana es acoger con reconocimiento la ternura y la bondad de Dios —revelación de su amor misericordioso— y dejarse transformar por dicho amor. 

El itinerario espiritual tomado por santa Teresita, el “caminito”, es un auténtico camino de santidad, un camino con cabida para todos, hecho de tal manera que nadie puede desanimarse, ni los más humildes, ni los más pobres, ni los más pecadores. Teresa anticipa así el Concilio Vaticano II que afirma con seguridad que la santidad no es un camino excepcional, sino una llamada para todos los cristianos, de la que nadie debe ser excluido. Hasta el más vulnerable y miserable de los hombres puede responder a la llamada a la santidad.

Esta santidad consiste en un «camino de confianza y amor». Así, «el ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! (…). Tú, Dios mío, has rebasado mi esperanza, y yo quiero cantar tus misericordias» (Santa Teresa de Lisieux).


«María Magdalena (...) fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, (... pero) no creyeron»

P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP 
(San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)

Hoy, el Evangelio nos ofrece la oportunidad de meditar algunos aspectos de los que cada uno de nosotros tiene experiencia: estamos seguros de amar a Jesús, lo consideramos el mejor de nuestros amigos; no obstante, ¿quién de nosotros podría afirmar no haberlo traicionado nunca? Pensemos si no lo hemos mal vendido, por lo menos alguna vez, por un bien ilusorio, del peor oropel. En segundo lugar, aunque frecuentemente estamos tentados a sobrevalorarnos en cuanto cristianos, sin embargo el testimonio de nuestra propia conciencia nos impone callar y humillarnos, a imitación del publicano que no osaba ni tan sólo levantar la cabeza, golpeándose el pecho, mientras repetía: «Oh Dios, ven junto a mí a ayudarme, que soy un pecador» (Lc 18,13).

Afirmado todo esto, no puede sorprendernos la conducta de los discípulos. Han conocido personalmente a Jesús, le han apreciado los dotes de mente, de corazón, las cualidades incomparables de su predicación. Con todo, cuando Jesucristo ya había resucitado, una de las mujeres del grupo —María Magdalena— «fue a comunicar la noticia a los que habían vivido con Él, que estaban tristes y llorosos» (Mc 16,10) y, en lugar de interrumpir las lágrimas y comenzar a bailar de alegría, no le creen. Es la señal de que nuestro centro de gravedad es la tierra.

Los discípulos tenían ante sí el anuncio inédito de la Resurrección y, en cambio, prefieren continuar compadeciéndose de ellos mismos. Hemos pecado, ¡sí! Le hemos traicionado, ¡sí! Le hemos celebrado una especie de exequias paganas, ¡sí! De ahora en adelante, que no sea más así: después de habernos golpeado el pecho, lancémonos a los pies, con la cabeza bien alta mirando arriba, y... ¡adelante!, ¡en marcha tras Él!, siguiendo su ritmo. Ha dicho sabiamente el escritor francés Gustave Flaubert: «Creo que si mirásemos sin parar al cielo, acabaríamos teniendo alas». El hombre, que estaba inmerso en el pecado, en la ignorancia y en la tibieza, desde hoy y para siempre ha de saber que, gracias a la Resurrección de Cristo, «se encuentra como inmerso en la luz del mediodía».

Christopher Jarvis fue «obligado» a una Adoración Eucarística y allí fue «tocado»«Quiero que seas sacerdote», le dijo Dios dejándolo pálido: su vida era alcohol, droga y detenciones

Christopher fue tocado fuertemente por Dios por primera vez ante Cristo Eucaristía

Christopher Jarvis fue «obligado» a una Adoración Eucarística y allí fue «tocado»«Quiero que seas sacerdote», le dijo Dios dejándolo pálido: su vida era alcohol, droga y detenciones

Christopher fue tocado fuertemente por Dios por primera vez ante Cristo Eucaristía

Christopher Jarvis es un sacerdote de Michigan, en Estados Unidos. Él no quería serlo. De hecho, vivió una vida bastante alejada de Dios, con alcohol, drogas, sexo y hasta con varias detenciones policiales. No aspiraba a ser cura y estaba muy alejado del ideal de cómo debía ser uno. Lo que no esperaba es que en su alma un día ante una visita a la iglesia a la que su madre le suplicó que le acompañara resonó en su interior una voz que decía: “Quiero que seas sacerdote”. Se escapó muchas veces, pero hoy en día es un feliz sacerdote y un activo evangelizador.

Nació en el seno de una familia católica de fe profunda. Y fue precisamente la constancia y el tesón de su madre el que ayudó a su futura conversión. Aunque estaba en un entorno muy católico, Jarvis asegura que la fe “nunca llegó a florecer en mi corazón”.

No quería que Dios le tocara

En una entrevista en el programa Cambio de Agujas de Euk Mamie, este estadounidense señala que mantenía a Dios alejado de su vida. “Mirando atrás veo que no había mucha apertura para dejar que Dios me tocara. Estaba más interesado en el deporte, los amigos, ser libre y tener coche para conducir”, cuenta.

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Uno de los momentos más críticos se produjo cuando ya en el instituto sus padres decidieron mudarse a otro pueblo situado a más de dos horas en coche de su casa. Una vez allí se sintió “libre” para hacer lo que le diese la gana. Y así fue como comenzó una “relación impura” con una chica ese verano.

Sabía, porque así le habían educado sus padres, que hacía algo que no estaba bien. Pero lejos de recapacitar decidió ir en sentido contrario. “No podía vivir la fe católica y esta vida al mismo tiempo así que empecé a alejarme de la fe”, agrega.

30 días seguido de fiesta y al calabozo

Rápidamente empezó también a emborracharse hasta que al final de ese verano entró en barrena. Decidió hacer un “retiro” fuera de casa de 30 días con sus amigos  pasa salir de fiesta cada día de ese mes. Acabó detenido por la Policía.

Su padre tuvo que ir a recogerlo en comisaría. Ese mismo año comenzó la universidad aunque a diferencia de sus amigos él se quedó viviendo en casa de sus padres. Sin embargo, cada fin de semana se iba de fiesta a alguna de las universidades de sus colegas.



Volvió a tener problemas con la Policía una vez más. Jarvis pensó que lo mejor sería cambiar de ambiente y decidió ir a otra universidad. Pero la situación empeoró aún más. Alquiló un piso con los amigos y siguió bebiendo, drogándose y saliendo de fiesta. No piso ni una sola vez la Iglesia.

La bendita insistencia de su madre

Otro punto importante en su vida fue el hecho de suspender en la universidad, algo que más adelante resultaría providencial. En aquel momento su padre intervino y le dijo que no le estaría pagando un piso y la universidad para que se dedicara a salir de fiesta. Así que este joven decidió volver a casa un tiempo. Empezó a trabajar y los fines de semana salía para seguir con el alcohol y las drogas.

Y en este punto entró en escena su madre, que durante todo ese tiempo había estado rezando sin cesar por su hijo. Un día pidió a Christopher que le acompañara a una Adoración Eucarística, puesto que era adoradora en una capilla de adoración perpetua y tenía que realizar su turno.

Además, aquel día cumplía 23 años. Evidentemente él no quería y menos aquel día. Pero su madre insistió tanto que al final decidió ceder y acompañarla.

“Decidí ir y decidí también rezar. Tuve una pequeña intención de desafiar al Señor. Me arrodillé y le dije: ‘si estás de verdad en el Santísimo Sacramento demuéstramelo’. Esperaba que me hablara o se me apareciera pero lo que en realidad estaba detrás era: ‘si no responde, que no lo va a hacer porque nunca me ha respondido, puedo dejar todo aquí’”.

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El beato que llevaba su nombre

Estuvo así media hora sin que pasara nada por lo que fue a su madre para que se fueran de aquella capilla. Pero su madre le dijo que le faltaba otra media hora y le dio a su hijo un ejemplar de Magnificat para que lo leyera.

Buscó en la revista la fecha de su cumpleaños y vio que el santo de aquel día era el beato Christopher Bayles. Se llamaban igual y vio que había sido un mártir inglés. Pero lo que más le sorprendió fue la última frase: “fue ordenado sacerdote a los 23 años”. Los mismos que él cumplía ese día.

“Cuando leí eso no fue que escuchase una voz fuerte pero en mi alma no pude sentirlo con más fuerza: ‘quiero que seas sacerdote’”, recuerda de aquel momento.

Este joven se quedó literalmente pálido. Hasta su madre se percató de su cara. Al final le contó lo sucedido y ésta le dijo que fuera hablar con un sacerdote. Christopher se negó y le propuso un trato a su madre: si no le aceptaban en el curso de la universidad hablaría con un cura.

La recomendación de un sacerdote

Dos días después le llamaron de la universidad para informarle de que no se impartiría el curso por falta de alumnos. No le quedaba más opción que cumplir su palabra. “Fui a hablar con un sacerdote y todo fue genial. Pero me dijo: ‘no creo que debas ir ahora al seminario. Debes dejar de beber, las drogas, confesarte, empezar a rezar, ir a misa y tomarte en serio tu fe. No puedes discernir si no estás en gracia’”, relata.

El joven se sintió muy aliviado de que el religioso no le dijera que tenía que ser sacerdote. Pero sí le dio una oración al Espíritu Santo y le dijo que la rezara todos los días. Sin saber cómo, esto último lo cumplió a rajatabla. Así pasaron 4 años en los que su vida dio un vuelco total.

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Un nuevo encuentro con el Señor

Y finalmente volvió a aquella capilla en la que Dios le habló con fuerza. “Estaba rezando y dije: ‘Señor, no lo entiendo, ¿qué quieres que haga? He dejado las adicciones, intentado asentarme, tener una familia”. En ese momento, Christopher tenía también novia.

Entonces cogió una Biblia y se abrió por el profeta Ezequiel y sus ojos se quedaron fijos en una cita, que decía: “El tiempo de preguntar ha terminado. Ya te lo he dicho”.

"Esto está claro"

Y de nuevo volvió a escuchar en su interior: “Quiero que seas sacerdote”. Pero al igual que cuatro años antes quiso hacer un trato: “si quieres que sea sacerdote tienes que acabar Tú con la relación en la que estoy. Que venga de ella”. Dos semanas después ella le dijo que iban por caminos diferentes y que lo mejor era que lo dejaran.

“Esto está claro”, vio Cristhoper, y finalmente hizo un discernimiento en serio que le llevó al seminario. Entonces fue cuando experimentó –confiesa- “una gran libertad interior y paz”. Y así hasta el presente cuando ya es un sacerdote ordenado y un evangelizador infatigable.
Fuente: Religión en Libertad

viernes, 26 de abril de 2019

Santo Evangelio 26 de Mayo 2019


Día litúrgico: Lunes III de Pascua

Texto del Evangelio (Jn 6,22-29): 

Después que Jesús hubo saciado a cinco mil hombres, sus discípulos le vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la gente que se había quedado al otro lado del mar, vio que allí no había más que una barca y que Jesús no había montado en la barca con sus discípulos, sino que los discípulos se habían marchado solos. Pero llegaron barcas de Tiberíades cerca del lugar donde habían comido pan. Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús. 

Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello». Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?». Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado».
«Obrad (…) por el alimento que permanece para la vida eterna»

Abbé Jacques FORTIN 
(Alma (Quebec), Canadá)

Hoy, después de la multiplicación de los panes, la multitud se pone en busca de Jesús, y en su búsqueda llegan hasta Cafarnaúm. Ayer como hoy, los seres humanos han buscado lo divino. ¿No es una manifestación de esta sed de lo divino la multiplicación de las sectas religiosas, el esoterismo?

Pero algunas personas quisieran someter lo divino a sus propias necesidades humanas. De hecho, la historia nos revela que algunas veces se ha intentado usar lo divino para fines políticos u otros. Hoy, en el Evangelio proclamado, la multitud se ha desplazado hacia Jesús. ¿Por qué? Es la pregunta que hace Jesús afirmando: «Vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (Jn 6,26). Jesús no se engaña. Sabe que no han sido capaces de leer las señales del pan multiplicado. Les anuncia que lo que sacia al hombre es un alimento espiritual que nos permite vivir eternamente (cf. Jn 6,27). Dios es el que da ese alimento, lo da a través de su Hijo. Todo lo que hace crecer la fe en Él es un alimento al que tenemos que dedicar todas nuestras energías.

Entonces comprendemos por qué el Papa nos anima a esforzarnos para re-evangelizar nuestro mundo que frecuentemente no acude a Dios por los buenos motivos. En la constitución "Gaudium et Spes" ("La Iglesia en el mundo actual") los Padres del Concilio Vaticano II nos recuerdan: «Bien sabe la Iglesia que sólo Dios, al que ella sirve, responde a las aspiraciones más profundas del corazón humano, el cual nunca se sacia plenamente con solo los alimentos terrenos». Y nosotros, ¿por qué continuamos siguiendo a Jesús? ¿Qué es lo que nos proporciona la Iglesia? ¡Recordemos lo que dice el Concilio Vaticano II! ¿Estamos convencidos del bienestar que proporciona este alimento que podemos dar al mundo?
«La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado»

Rev. D. Josep GASSÓ i Lécera 
(Ripollet, Barcelona, España)

Hoy contemplamos los resultados de la multiplicación de los panes, resultados que sorprendieron a toda aquella multitud. Ellos bajan de la montaña, al día siguiente, hasta la orilla del lago, y se quedan allí mirando Cafarnaúm. Se quedan allí porque no hay ninguna barca. De hecho, sólo había habido una: aquella que en la tarde anterior había marchado sin Jesús.

La pregunta es: ¿Dónde se encuentra Jesús? Los discípulos han marchado sin Jesús, y, sin duda, Jesús allá no está. ¿Dónde está, pues? Afortunadamente, la gente puede subir a unas barcas que han ido llegando, y zarpan en busca del Señor a Cafarnaúm.

Y, efectivamente, al llegar a la otra orilla del lago, le encuentran. Se sorprenden de su presencia allí, y le preguntan: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?» (Jn 6,25). La realidad es que la gente no sabía que Jesús había caminado por encima de las aguas de manera milagrosa, y Jesús tampoco da respuesta directa a las preguntas que le hacen.

¿Qué dirección y qué esfuerzo llevan a encontrar a Jesús verdaderamente? Nos lo dice el mismo Señor: «Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello» (Jn 6,27).

Detrás de todo esto continúa estando la multiplicación de los panes, signo de la generosidad divina. La gente insiste y continúa preguntando: «¿Qué hemos de hacer para realizar las obras de Dios?» (Jn 6,28). Jesús responde claramente: «La obra de Dios es que creáis en quien Él ha enviado» (Jn 6,29).

Jesús no pide una multiplicación de obras buenas, sino que uno tenga fe en aquel que Dios Padre ha enviado. Porque con fe, el hombre realiza la obra de Dios. Por esto designó la fe misma como obra. En María tenemos el mejor modelo de amor manifestado en obras de fe.

Santo Evangelio 26 de abril 2019



Día litúrgico: Viernes de la octava de Pascua

Santoral 26 de Abril: San Isidoro, obispo y doctor de la Iglesia

Texto del Evangelio (Jn 21,1-14):

 En aquel tiempo, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera. Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dice: «Voy a pescar». Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo». Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada. 

Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces. El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, cuando oyó que era el Señor, se puso el vestido —pues estaba desnudo— y se lanzó al mar. Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos. 

Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan. Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar». Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Ésta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.


«Ésta fue la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos»

Rev. D. Joaquim MONRÓS i Guitart 
(Tarragona, España)

Hoy, Jesús por tercera vez se aparece a los discípulos desde que resucitó. Pedro ha regresado a su trabajo de pescador y los otros se animan a acompañarle. Es lógico que, si era pescador antes de seguir a Jesús, continúe siéndolo después; y todavía hay quien se extraña de que no se tenga que abandonar el propio trabajo, honrado, para seguir a Cristo.

¡Aquella noche no pescaron nada! Cuando al amanecer aparece Jesús, no le reconocen hasta que les pide algo para comer. Al decirle que no tienen nada, Él les indica dónde han de lanzar la red. A pesar de que los pescadores se las saben todas, y en este caso han estado bregando sin frutos, obedecen. «¡Oh poder de la obediencia! —El lago de Genesaret negaba sus peces a las redes de Pedro. Toda una noche en vano. —Ahora, obediente, volvió la red al agua y pescaron (...) una gran cantidad de peces. —Créeme: el milagro se repite cada día» (San Josemaría).

El evangelista hace notar que eran «ciento cincuenta y tres» peces grandes (cf. Jn 21,11) y, siendo tantos, no se rompieron las redes. Son detalles a tener en cuenta, ya que la Redención se ha hecho con obediencia responsable, en medio de las tareas corrientes.

Todos sabían «que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da» (Jn 21,12-13). Igual hizo con el pescado. Tanto el alimento espiritual, como también el alimento material, no faltarán si obedecemos. Lo enseña a sus seguidores más próximos y nos lo vuelve a decir a través de San Juan Pablo II: «Al comienzo del nuevo milenio, resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús (...) invitó al Apóstol a ‘remar mar adentro’: ‘Duc in altum’ (Lc 5, 4). Pedro y los primeros compañeros confiaron en la palabra de Cristo (...) y ‘recogieron una cantidad enorme de peces’ (Lc 5,6). Esta palabra resuena también hoy para nosotros».

Por la obediencia, como la de María, pedimos al Señor que siga otorgando frutos apostólicos a toda la Iglesia.

De joven se alejó de Dios, pero volvió gracias a una enfermedad: dejó novio y trabajo para ser monja

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Sara pertenece a una nueva comunidad que es apostólica y contemplativa

De joven se alejó de Dios, pero volvió gracias a una enfermedad: dejó novio y trabajo para ser monja

Elvira y Sara estudian en estos momentos en la Universidad de la Santa Cruz de Roma para formarse mejor para su misión

Sara Catalina Betancur Marín y Elvira Arango Garcés son dos religiosas colombianas de la Comunidad de las Hijas del Fiat, fundada en 1996 con una vida apostólica y contemplativa. El espíritu misionero es fundamental para estas religiosas cuyo fin es la evangelización.

Ambas se encuentran en estos momentos estudiando en Roma con Sara cursando el Bachillerato en Teología y Elvira Derecho Canónico, como una ayuda concreta a su misión. Esto ha sido posible gracias a las becas del Centro Académico Romano Fundación (CARF) por lo que ambas han podido trasladarse a Europa para completar su formación.

Un alejamiento de Dios

La de Sara es la historia de una joven que se alejó completamente de la fe de su infancia y que se agarró nuevamente a Dios a raíz de un grave sufrimiento en su familia. “Vengo de una familia católica, pero no particularmente practicante”, explica. De niña asistió a un colegio religioso e iba a misa los domingos, pero con el tiempo cada miembro de la familia decidió vivir la fe a su manera. Confiesa que “yo decidí vivir la mía como lo hace la mayoría, sabiendo que Dios existe pero teniéndolo al margen de todo”.

Elvira y Sara estudian en estos momentos en la Universidad de la Santa Cruz de Roma para formarse mejor para su misión

El inicio de la universidad no ayudó en su fe, al contrario. Sara asegura que era una universidad publica en la que se fomentaba el ateísmo, lo que acabó produciendo en ella “un distanciamiento más profundo con mi fe”. Esto se tradujo –señala esta joven religiosa- “en una pérdida del sentido de la vida”.

La enfermedad de su madre

Pero uno de los elementos claves que propiciarían posteriormente su vuelta a la fe fue cuando a su madre le diagnosticaron una enfermedad neurodegenerativa. “Comenzamos a buscar diferentes maneras de afrontar la situación, medicina tradicional, medicina alternativa y, finalmente, buscamos ayuda espiritual. Ese fue mi momento para volver a Dios”, confiesa Sara.

Curiosamente, afirma que aquellos que la evangelizaron en aquel momento eran “cristianos no católicos”. Pese a ello, respetaron el hecho de que fuera católica y la invitaron a vivir su fe con “excelencia”. Esto despertó en ella el deseo de aprender sobre la Iglesia y de empezar a vivir una vida seria y sacramental.

La llamada para entregarse totalmente a Dios

“Comencé a asistir a Misa diaria con mi novio, que era católico practicante y que fue de gran ayuda en todo este proceso. Poco a poco me fui adentrando en una vida de oración, de búsqueda constante de la presencia de Dios y de evangelización, ya que nació en mí el fuerte deseo de que todos experimentaran lo que yo, que se acercaran a Dios, que pudieran encontrar esa paz que hacía desaparecer la tristeza y esa sensación constante de vacío y sin sentido”, cuenta esta religiosa.

El hecho de llevar una vida de fe de esta manera fue transformando su interior. De hecho, Sara señala que “en el silencio de la oración volví a escuchar la voz de Dios que me llamaba a unirme a Él de una manera más plena”.

Su respuesta no fue inmediata sino que asegura que hizo esperar al Señor “hasta terminar mis estudios de postgrado e, incluso, haber cumplido cierto tiempo de experiencia profesional, terminar mi noviazgo no fue tampoco algo fácil pero, finalmente, con el valor y la gracia que sólo Dios puede dar, fui capaz de dejar todo atrás e iniciar un camino de unión perfecta con Él”.

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Ahora, tanto Sara como Elvira tienen como objetivo esencial “adquirir una formación integral que después pondremos al servicio de la comunidad en la formación de sus miembros, en nuestros apostolados y en aquello que nos solicite la Iglesia”.

"Una evangelización dinámica"

Cuando acaben sus estudios en la Universidad de la Santa Cruz gracias a la beca de CARF ambas volverán a Colombia. Sobre su país, aseguran que “es paradójico, rico y a la vez pobre, piadoso y a la vez violento, un país tradicionalmente católico, pero en ocasiones esa fe es superficial, se debe entonces profundizar y evitar una religiosidad que no transforma estructuras. El gran desafío es que, sin renunciar a esa tradición y a esa riqueza, se ofrezca una profunda vida espiritual hoy, que permee la familia, la vida pública, las instituciones, que sea coherente y dé una consistencia verdaderamente cristiana”.

Además, agregan que “a nivel religioso se vive un contraste entre una Iglesia vital, con muchos agentes de pastoral y con una vida religiosa muy bien establecida y la proliferación de grupos religiosos no católicos, anti-cristianos e, incluso fuertemente contrarios a la fe”.

De este modo, estas dos religiosas añaden que “vivimos facetas contradictorias, estamos en la realidad del primer mundo sin pertenecer al mismo. La tecnología y la globalización han traído todos los retos del mundo actual y esto requiere una evangelización dinámica, presente en los medios, que llegue a un gran número de jóvenes, con nuevos lenguajes, pero sin perder la originalidad y los contenidos más profundos de la fe”.

Fuente: Religión en Libertad

jueves, 25 de abril de 2019

Santo Evangelio 25 de Abril 2019



Día litúrgico: 25 de Abril: San Marcos, evangelista

Texto del Evangelio (Mc 16,15-20): 

En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien». 

Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.


«Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación»

Mons. Agustí CORTÉS i Soriano Obispo de Sant Feliu de Llobregat 
(Barcelona, España)

Hoy habría mucho que hablar sobre la cuestión de por qué no resuena con fuerza y convicción la palabra del Evangelio, por qué guardamos los cristianos un silencio sospechoso acerca de lo que creemos, a pesar de la llamada a la “nueva evangelización”. Cada uno hará su propio análisis y apuntará su particular interpretación.

Pero en la fiesta de san Marcos, escuchando el Evangelio y mirando al evangelizador, no podemos sino proclamar con seguridad y agradecimiento dónde está la fuente y en qué consiste la fuerza de nuestra palabra.

El evangelizador no habla porque así se lo recomienda un estudio sociológico del momento, ni porque se lo dicte la “prudencia” política, ni porque “le nace decir lo que piensa”. Sin más, se le ha impuesto una presencia y un mandato, desde fuera, sin coacción, pero con la autoridad de quien es digno de todo crédito: «Ve al mundo entero y proclama el Evangelio a toda la creación» (cf. Mc 16,15). Es decir, que evangelizamos por obediencia, bien que gozosa y confiadamente. 

Nuestra palabra, por otra parte, no se presenta como una más en el mercado de las ideas o de las opiniones, sino que tiene todo el peso de los mensajes fuertes y definitivos. De su aceptación o rechazo dependen la vida o la muerte; y su verdad, su capacidad de convicción, viene por la vía testimonial, es decir, aparece acreditada por signos de poder en favor de los necesitados. Por eso es, propiamente, una “proclamación”, una declaración pública, feliz, entusiasmada, de un hecho decisivo y salvador.

¿Por qué, pues, nuestro silencio? ¿Miedo, timidez? Decía san Justino que «aquellos ignorantes e incapaces de elocuencia, persuadieron por la virtud a todo el género humano». El signo o milagro de la virtud es nuestra elocuencia. Dejemos al menos que el Señor en medio de nosotros y con nosotros realice su obra: estaba «colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban» (Mc 16,20).

José Ángel Zubiaur será ordenado sacerdote en Pamplona en junioTenía novia y sufrió depresión en la universidad: ante el Santísimo lanzó una clara pregunta a Dios

José Ángel será ordenado sacerdote el próximo mes de junio

José Ángel Zubiaur será ordenado sacerdote en Pamplona en junioTenía novia y sufrió depresión en la universidad:

ante el Santísimo lanzó una clara pregunta a Dios

José Ángel será ordenado sacerdote el próximo mes de junio


El próximo 30 de junio José Ángel Zubiaur será sacerdote de la Archidiócesis de Pamplona, la misma ciudad que le vio nacer. El todavía diácono navarro nació en una familia católica, pero la vida le fue llevando por caminos inesperados. Alejamiento de la fe, una fuerte depresión e incluso un noviazgo firme. Nada presagiaba que este joven pudiera algún día ser sacerdote, hasta que un día delante del Santísimo Dios le habló con una claridad total. Y fue entonces cuando supo que había sido llamado a servirle a través del sacerdocio.

En su testimonio que relata a la Delegación de Juventud de su Archidiócesis, José Ángel explica que tuvo una infancia normal en la que sus padres eran personas de fe. Creció y recuerda un momento concreto de su vida en el que tuvo “un encontronazo con una persona de la Iglesia y ese momento fue justo anterior al viaje del Papa en 2003 a Madrid”.

Las palabras de San Juan Pablo II

De aquel viaje hubo unas palabras de San Juan Pablo II que penetraron en su corazón. Fueron una semilla que acabaría germinando años más tarde. Aquella frase era: “Si sientes la llamada de Dios que te dice ven y sígueme, que tu sí sea gozoso como el de la Virgen”.

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José Ángel, junto al arzobispo de Pamplona, el día de su ordenación sacerdotal

En aquel instante, José Ángel explica que recibió las palabras del santo polaco “con mucho gozo, con lágrimas, pero aquello quedó aparcado atrás, en lo más profundo de mi corazón, porque a partir de ese momento tuve una crisis con la Iglesia: decidí ser el señor de mi vida. Ahí empezó un periodo de baches”.

Ese hueco vacío que dejó Dios al expulsarlo de su vida lo intentó llenar “con el amor que el mundo nos ofrece” y que pasaba por salir de fiesta y otro tipo de actividades.  “Al final es intentar saciar ese anhelo de amor y de sed que tiene el hombre y que la sociedad actual te dice que seas tú el señor de tu vida”.

Una depresión que le hizo replantearse su vida

José Ángel empezó a estudiar Derecho en la Universidad y además tenía novia, una relación que duró bastante tiempo. Pero entonces en la universidad sufrió una depresión por ansiedad que le hizo replantearse totalmente su vida. “¿Por qué Dios permite esto y tengo que sufrir?”, fue la pregunta que se realizó en ese momento.

Sin embargo, este pamplonés confiesa que “me ayudó mucho ver a familiares, mis padres y hermanos, amigos que tienen hijos con minusvalías tanto físicas como psíquicas y plantearme: ¿por qué esta gente que está tan necesitada de los demás sonríe y yo no?”.



Según reconoce, esta fue una de las semillas que Dios fue poniendo en su camino. Otra –explica- “fue aprender a amar a los enfermos, cuidar de mi abuelo y de otra gente mayor. Me descubrió que salir de uno mismo es algo fundamental y es lo que Dios quiere”.

La pregunta ante el Santísimo

Un día estaba en una capilla de adoración perpetua y se le ocurrió preguntarle directamente a Dios: “¿Qué quieres de mí?”. José Ángel recuerda que en aquel instante “vino a mi cabeza una frase que un sacerdote me dijo cuando tuve aquel bache con la Iglesia: ‘¿has pensado en ser sacerdote?’”.

Este joven quedó aterrado con este recuerdo. Tenía novia y durante ese tiempo cada vez que iba a la adoración venía a él esa pregunta sobre el sacerdocio. “Una vez me planteo que Dios me puede estar llamando, surge el primer miedo: ¿Cómo te va a llamar a ti si eres un gran pecado, si hay gente infinitamente mejor que tú, un millón de personas? ¿Cómo me va a llamar a mí si lo he dejado de lado mil veces? ¿Por qué quiere Dios que tú le sirvas?”.

Prosiguiendo con su testimonio, este navarro admite que todas las trabas que ponía el Señor las iba desanudando. Cuenta que “son como nudos grandes que yo hacía para que no pudiera salir adelante. Y el último miedo que pude llegar a tener es el que buscamos seguridades: tienes una novia, unos padres, unos amigos y sabes que los tienes. Si yo dejo todo eso, ¿a quién me voy a sujetar?”.


El monasterio de Leyre

Sin embargo, José Ángel sabe por experiencia propia que Dios pide que “saltes a la piscina sin manguitos y Él te dice: ‘yo te voy a coger’. Pero si no te fías es imposibles que saltes”.

Inmerso en este proceso de discernimiento José Ángel Zubiaur suspendió varias asignaturas en la universidad y se planteó que iba a ser de su vida. Necesitaba desconectar y pensó en el monasterio benedictino de Leyre. “Ahí fue cuando el Señor realmente derribó todas las barreras”, asegura.

Los miedos y las inseguridades no desaparecían, sino  pero poco a poco fue venciendo y le llevó a servir a la Iglesia. Pudo cuidar a los enfermos en el Hospital de Navarra y a los sacerdotes mayores en la Residencia del Buen Pastor. “Aquello me ayudó muchísimo”, afirma. Y así hasta hoy cuando está a apenas dos meses de ser ordenado sacerdote.

Fente: Religión en Libertad

miércoles, 24 de abril de 2019

Santo Evangelio 24 de Abril 2019



Dia litúrgico: Miércoles de la octava de Pascua

Texto del Evangelio (Lc 24,13-35): 

Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran. 

Él les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?». Ellos se pararon con aire entristecido. Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?». Él les dijo: «¿Qué cosas?». Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. Nosotros esperábamos que sería Él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que Él vivía. Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a Él no le vieron». Él les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?». Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre Él en todas las Escrituras. 

Al acercarse al pueblo a donde iban, Él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado». Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 

Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero Él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?». Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!». Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.


«¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?»

P. Luis PERALTA Hidalgo SDB 
(Lisboa, Portugal)

Hoy el Evangelio nos asegura que Jesús está vivo y continúa siendo el centro sobre el cual se construye la comunidad de los discípulos. Es precisamente en este contexto eclesial —en el encuentro comunitario, en el diálogo con los hermanos que comparten la misma fe, en la escucha comunitaria de la Palabra de Dios, en el amor compartido en gestos de fraternidad y de servicio— que los discípulos pueden realizar la experiencia del encuentro con Jesús resucitado. 

Los discípulos cargados de tristes pensamientos, no imaginaban que aquel desconocido fuese precisamente su Maestro, ya resucitado. Pero sentían «arder» su corazón (cf. Lc 24,32), cuando Él les hablaba, «explicando» las Escrituras. La luz de la Palabra disipaba la dureza de su corazón y «sus ojos se abrieron» (cf. Lc 24, 31).

El icono de los discípulos de Emaús nos sirve para guiar el largo camino de nuestras dudas, inquietudes y a veces amargas desilusiones. El divino Viajante sigue siendo nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios. Cuando el encuentro se vuelve pleno, la luz de la Palabra sigue a la luz que brota del «Pan de vida», por el cual Cristo cumple de modo supremo su promesa de «yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

El Papa Benedicto XVI explica que «el anuncio de la Resurrección del Señor ilumina las zonas oscuras del mundo en el que vivimos».