miércoles, 14 de mayo de 2025

¿Llegó el ansiado Papa de la unidad? León XIII o San León Magno, grandes unificadores de la Iglesia

 


¿Llegó el ansiado Papa de la unidad? León XIII o San León Magno, grandes unificadores de la Iglesia

León XIV sale de la Capilla Sixtina tras celebrar la misa Pro Ecclesia al día siguiente de su elección.

León XIV

Con la proclamación desde el balcón de la basílica de San Pedro del “Habemus Papam” y la asunción del nombre de León XIV, el cardenal Robert Francis Prevost renacía al mundo este 8 de mayo como nuevo pontífice de la Iglesia.

De entre los múltiples gestos que el nuevo pontífice tuvo en sus primeros segundos de pontificado, la elección del nombre y su toma de partido por la dinastía pontificia leonina ha sido uno de los que más sorpresa y expectación están generando. Con Benedicto XVI, es el segundo pontífice después del Concilio Vaticano II que se integra en una línea "dinástica" preconciliar. Y la elección del nombre no suele ser nunca una elección casual.

¿Por qué el Papa se cambia el nombre?

Son muchos los motivos que en la historia de la Iglesia han llevado a los pontífices a cambiarse el nombre.

El primer ejemplo de ello fue el mismo Simón, que fue llamado Cefas, roca o piedra, cuando fue designado por Cristo como su primer vicario, lo que para el pueblo hebreo implicaba la asunción de una relevante misión, como indica el padre Apeles en El Papa ha muerto. Viva el Papa. Otros como Juan II cambiarían su nombre en el siglo VI por estar asociado el de pila a una divinidad pagana, Mercurio. Sergio IV lo hizo en el 1009 para huir del apodo “Boca de Cerdo”, y sin embargo Adriano VI y Marcelo II mantuvieron sus nombres originales. Por su parte, Juan Pablo I y Juan Pablo II parecieron modificar su nombre como signo de continuidad con los convocantes del Concilio Vaticano II y, por el contrario, Eneas Silvio Piccolomini continuó la dinastía de los Píos en el siglo XV, unos 1.300 años del primer Pío, para presentarse como continuador de la simplicidad del cristianismo primitivo.

Por ello, uno de los muchos motivos que podrían haber llevado al cardenal Prevost a morir a sí mismo e integrar la dinastía de los Leones es precisamente el de presentarse como continuador de su predecesor inmediato, León XIII, pontífice entre 1878 y 1903.

No son pocos los que aclaman a León XIV como “el Papa de la unidad”. Una cualidad profundamente marcada en algunos de sus predecesores leoninos más destacados, como el primero, San León Magno, o el ahora penúltimo, León XIII.


San León I, “Magno”

En su caso, León I, tras doce años de pontificado, desempeñó un papel literalmente defensivo de la misma Roma, cuando frenó la expansión del mismo Atila sobre Roma en torno al año 452. Solo tres años después, en el 455, San León Magno detenía, desarmado y también a las puertas de Roma, a los vándalos liderados por Genserico.

Con la búsqueda de la paz de León I se debe mencionar su promoción de la claridad doctrinal, lo que llevó a San León Magno a impulsar el Concilio de Calcedonia y clarificar la doctrina de la naturaleza de Cristo en su carta dogmática conocida como El tomo a Flaviano frente a nestorianos y monofisitas.

Defensor y promotor del Primado de Roma, San León Magno también destacó por su intelectualidad y legado de cerca de 100 sermones y casi 150 cartas, mostrando su preocupación por la comunión entre las diversas iglesias y las necesidades de los fieles.

Unidad moral

En su viaje a México de 2012, Benedicto XVI abordó la “esquizofrenia moral”, un fenómeno que consideraba creciente entre los católicos y que definió así: “Personalmente, en la esfera individual, son católicos, creyentes, pero en la vida pública siguen otros caminos que no corresponden a los grandes valores del Evangelio”. Un episodio que en la actualidad es acuciante incluso entre líderes políticos compatriotas del actual León XIV, entonces cardenal Prevost.

León XIII ya observaba esa pérdida de la unidad moral, lo que también abordó en su icónica encíclica Libertas Praestantissimum de 1888 dedicada a la libertad y al liberalismo.

En ella, abordando lo que definió como “liberalismo de primer grado”; ya enfrentó las consecuencias de una “moral independiente” que, “apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los mandamientos divinos, concede al hombre una licencia ilimitada”:

“Cuando el hombre se persuade que no tiene sobre si superior alguno, la conclusión inmediata es colocar la causa eficiente de la comunidad civil y política no en un principio exterior o superior al hombre, sino en la libre voluntad de cada uno; derivar el poder político de la multitud como de fuente primera. Y así como la razón individual es para el individuo en su vida privada la única norma reguladora de su conducta, de la misma manera la razón colectiva debe ser para todos la única regla normativa en la esfera de la vida pública”.

Será precisamente a lo largo de toda esta encíclica donde León XIII desarrollará los términos de libertad moral, libertad moral social o incluso el de libertad misma entendida como la facultad de elegir un bien.

Unidad doctrinal

Uno de los aspectos que más han rodeado el presente cónclave es el de la importancia de la “claridad doctrinal”, citada literalmente por el cardenal Dolan como uno de los requisitos a buscar durante la elección.

El cardenal Timothy Dolan.

Dolan, el cardenal que busca una síntesis de Juan Pablo, Benedicto y un Francisco «con más claridad»

El mismo Prevost parece haberse manifestado en no pocas ocasiones en torno a la importancia de la claridad del magisterio, doctrina y tradición. Este también fue uno de los puntos neurálgicos de su predecesor dinástico, materializados en la conocida Aeterni patris, dedicada a la restauración de la filosofía cristiana en torno a Santo Tomás de Aquino.

Lejos de tener un interés meramente academicista o intelectual, el pontífice consideraba que en el método tomista de “indagar las conclusiones filosóficas en las razones y principios de las cosas” se encontraba la respuesta a muchas amenazas futuras de la Iglesia.

Habiendo empleado este método de filosofía, escribió el pontífice de Santo Tomás, “consiguió haber vencido él solo los errores de los tiempos pasados, y haber suministrado armas invencibles, para refutar los errores que perpetuamente se han de renovar en los siglos futuros”.

Unidad en los sexos y familias

Para León XIII, la unidad del matrimonio frente a las incipientes leyes del divorcio fue un tema de tal envergadura que mereció la publicación de una encíclica dedicada a ello por entero. Un documento que a día de hoy no solo ratifica la doctrina sobre la indisolubilidad del matrimonio, sino también su incompatibilidad con los llamados “matrimonios homosexuales”. Incluso ofrece multitud de ideas que, actualizando los términos y contexto, podrían suponer importantes declaraciones frente a una “lucha de sexos” y “guerras de género” que hoy se recrudecen.

Publicada en 1880, la Arcanum divinae Sapientiae remarcaba que “el matrimonio, por su misma institución, sólo puede verificarse entre dos, esto es, entre un hombre y una mujer; que de estos dos viene a resultar como una sola carne, y que el vínculo nupcial está tan íntima y tan fuertemente atado por la voluntad de Dios, que por nadie de los hombres puede ser desatado o roto”.

Al mismo tiempo, se mostró enérgico frente a la legalización de un divorcio por el que “las alianzas conyugales pierden su estabilidad, se debilita la benevolencia mutua, se ofrecen peligrosos incentivos a la infidelidad, se malogra la asistencia y la educación de los hijos, se da pie a la disolución de la sociedad doméstica, se siembran las semillas de la discordia en las familias, se empequeñece y se deprime la dignidad de las mujeres”.

Una vez concedida la facultad de divorciarse, advertía, “no habrá freno suficientemente poderoso para contenerla dentro de unos límites fijos o previamente establecidos”. Siglo y medio después, las estadísticas parecen confirmarlo.

Un nuevo estudio muestra que los jóvenes pertenecientes a la "Generación Z" se sienten solos gran parte del día, y las causas no son aleatorias (Portada: Priscilla Du Preez/ Unsplash).

Un estudio señala al divorcio y las familias pequeñas como causantes de una nueva «pandemia social»

"La verdadera unidad de los cristianos"

La unidad que buscó y a la que contribuyó el iniciador de la dinastía ha sido ampliamente evocada por el cardenal Prevost y fue también uno de los objetivos de su predecesor más inmediato, León XIII.

Aunque el movimiento ecuménico no existía como tal, León XIII fue primeramente un incansable buscador de la ortodoxa unidad de los cristianos. Algo que plasmó explícitamente y por entero en su Praeclara gratulationis publicae de 1894.

En ella, se dirigía a “hermanos nuestros que están en desacuerdo acerca de la fe”, llamándoles a una “unidad que nunca ha faltado a la Iglesia”, pero incidiendo en el diálogo y la invitación:

“Permitidnos invitaros y extenderos nuestra mano más amorosa. La Iglesia, madre común, os llama desde hace mucho tiempo a su lado. Todos los católicos os esperamos con deseo fraterno, para que adoréis con nosotros santamente a Dios, unidos en perfecta caridad por la profesión de un solo Evangelio, de una sola fe y de una sola esperanza”.

En la misma carta también se dirigía a los católicos, mencionando que, aunque “no se les debe exhortar a la verdadera unidad, puesto que ya la poseen por la bondad divina”, les instaba a “tomar en serio cuan destructivo es para la unidad cristiana que los diversos errores de opinión hayan oscurecido y destruido en todas partes la verdadera forma y concepto de la Iglesia”.

Unidad social y económica frente a la guerra de clases

De entre todos los aspectos en que León XIII buscó la unidad, el de la cuestión económica y social plasmado en la Rerum novarum de 1891 es uno de los más destacados.

En ella, el predecesor enfrentó la incipiente fractura social entre “ricos y proletarios”, cuestionando “la inhumanidad de los empresarios y la desenfrenada codicia de los competidores… hasta el punto de que un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios”.

Sin embargo, continuaba León XIII, “para solucionar este mal, los socialistas, atizando el odio de los indigentes contra los ricos, tratan de acabar con la propiedad privada de los bienes” y “pretenden igualar en la sociedad civil lo alto con lo bajo”, olvidando que “hay por naturaleza entre los hombres muchas y grandes diferencias”.

En este sentido, el pontífice decimonónico llamaba a “evitar cuidadosamente perjudicar en lo más mínimo los intereses de los proletarios ni con violencias, ni con engaños, ni con artilugios usurarios”, y proponía a la Iglesia y su doctrina social como garante de la unidad:

Para acabar con la lucha y cortar hasta sus mismas raíces, escribía León XIII, la doctrina cristiana “puede grandemente arreglar entre sí y unir a los ricos con los proletarios, llamando a ambas clases al cumplimiento de sus deberes y, ante todo, a los deberes de justicia”.

“De esos deberes, los que corresponden a los proletarios y obreros son: cumplir íntegra y fielmente lo que por propia libertad y con arreglo a justicia se haya estipulado sobre el trabajo; no dañar en modo alguno al capital; no ofender a la persona de los patronos; abstenerse de toda violencia al defender sus derechos y no promover sediciones; no mezclarse con hombres depravados, que alientan pretensiones inmoderadas y se prometen artificiosamente grandes cosas, lo que lleva consigo arrepentimientos estériles y las consiguientes pérdidas de fortuna.

Y éstos, los deberes de los ricos y patronos: no considerar a los obreros como esclavos; respetar en ellos, como es justo, la dignidad de la persona, sobre todo ennoblecida por lo que se llama el carácter cristiano. Que los trabajos remunerados, si se atiende a la naturaleza y a la filosofía cristiana, no son vergonzosos para el hombre, sino de mucha honra, en cuanto dan honesta posibilidad de ganarse la vida”.

Fuente: Religión en Libertad

No hay comentarios:

Publicar un comentario