La aventura del «vagabundo y poeta de Dios» que vivía con los leprosos y que acabó siendo mártir
John Bradburne está ahora en proceso de beatificación tras ser asesinado por las guerrillas marxistas de Mugabe en Zimbabue. Su vida fue una aventura.
Actualizado 1 mayo 2013
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Javier Lozano / ReL
Poeta, vagabundo y trovador pero sobre todo amante de Cristo. John Bradburne es el protagonista de esas historias tan increíbles en las que sólo el amor de Dios puede estar detrás. La entrega permitió a este inglés cumplir uno de sus deseos, morir mártir. Ahora está en proceso de beatificación y en Zimbabue es considerado un santo, país en el que dejó su huella, a pesar de que fue un peregrino que recorrió el mundo sin otra cosa que su ansía por encontrarse con Dios.
El “vagabundo de Dios” dedicó una buena parte de su vida a vivir y a cuidar de los leprosos. En ellos veía a Cristo. Sin otra cosa que su presencia, sin dinero, ni medicinas ni conocimientos médicos, él les daba lo que no tenían: amor y dignidad. Y fue por eso por lo que fue asesinado por las guerrillas marxistas del ahora presidente Mugabe.
Anglicano y de familia burguesa
Pero la historia de Bradburne va mucho más allá. Él mismo se definía como “un avión no tripulado”. Iba donde creía que tenía que ir…siguiendo el ejemplo de San Benito José Labre, un santo francés conocido por ser un vagabundo en constante peregrinación. Él hizo lo mismo durante años hasta llegar a la antigua Rhodesia, en África.
Bradburne nació en 1921 en Reino Unido. Era anglicano y miembro de una familia de clase alta de la burguesía. Pronto su pasión se dirigió a la literatura, el teatro y la música, aunque esencialmente a la poesía, de la que fue un autor prolífico y que utilizó como un instrumento para dar gracias a Dios.
La malaria cerebral durante la II Guerra Mundial
Para comprender su vida posterior es importante conocer sus orígenes. Al estallar la II Guerra Mundial se levantó y fue a luchar por su país. Fue al infierno de Malasia, uno de los reveses más importantes que se llevaron los británicos. 130.000 fueron capturados. Él logró escapar por la selva, donde estuvo escondido un mes. El precio a pagar fue una malaria cerebral que casi le cuesta la vida. Cuenta que tuvo una revelación de “Cristo Rey” durante una noche gracias a la cual pudo salir de la jungla y sobrevivir.
De vuelta a Inglaterra vivió en silencio el trauma de lo vivido durante la Guerra. Después se enamoró de una joven y tenían programado casarse. Pero cada vez pasaba más tiempo en una abadía benedictina. Él seguía buscando a Dios y en 1947 se convirtió al catolicismo. En la raíz de este amor por la Iglesia Católica estaba una visión de la Virgen María que tuvo durante su hospitalización en Asia. Su fe era cada vez mayor y sus caminos otros por lo que acabó rompiendo el compromiso con su novia.
Su peregrinación constante
En 1950 entró en un monasterio pero se dio cuenta de que no era su lugar. Lo intentó además en otros dos sitios más. Pero no estaba llamado a esto. Su búsqueda le llevó a ser el “vagabundo de Dios” y pasó 19 años yendo de una comunidad a otra sin dinero, sólo llevaba con él la oración. Cuando llegaba algún sitio trabajaba, escribía, cantaba…Donde iba alegraba a la gente.
De Jerusalén a Roma y el voto secreto con la Virgen
También fue en peregrinación sin dinero a Jerusalén y a Roma, durmiendo en gallineros o donde buenamente podía. Así, cerca de Nápoles hizo un voto privado a la Virgen para mantenerse célibe.
Con casi 40 años escribió una carta a un amigo suyo de la II Guerra Mundial y que ahora era jesuita en Rodhesia (Zimbabue). Le preguntó si allí habría alguna cueva en la que pudiera orar. Sin pensarlo, John Bradburne estaba en África. Su peregrinaje le llevaba ahora allí.
“Yo me quedo con los leprosos”
Cuando llevaba varios años en este lugar, un amigo le invitó a que conociera la leprosería de Mutemwa, que se encontraba en unas condiciones lamentables. Al ver a los leprosos sucios y hambrientos, descuidados y olvidados, él vio en ellos a Jesucristo y le dijo a su amigo: “Yo me quedo”. Y así fue. Además para siempre.
Era consciente de sus limitaciones pues no tenía conocimientos pero allí estaba él. Les dio a los leprosos la atención que nunca antes nadie les había dado, también cariño, tanto o más importante que la medicina. Les construyó mejores chozas para vivir y les mejoró su higiene. Ahuyentaba a las ratas que roían las extremidades insensibles de los enfermos. Bradburne bañaba a los enfermos, cortaba las uñas a los que aún tenían dedos y les daba de comer.
Profesor de gregoriano y poemas para los enfermos
Del mismo modo, construyó una pequeña iglesia para los enfermos en el campamento y les impartió clases de canto gregoriano. Cuando agonizaban, él les consolaba y les leía el Evangelio. Su amigo sacerdote explicaba que “una vida entre los pobres de los pobres es lo que le hizo ponerse el hábito franciscano”, pues se adhirió a la tercera orden franciscana.
Su peregrinación acabó aquí pues ya no tuvo necesidad de moverse. Este era su lugar. Conocía a todos y como buen poeta que era escribió un poema para cada uno de los leprosos de Mutemwa. Eran su familia. Durante años vivió como un ermitaño dedicando su tiempo a la oración, sin dinero y sin otra pertenencia que el hábito de la tercera orden.
Rezando frente y por sus verdugos
Durante ese tiempo, la guerra en Rodhesia empeoró y sus amigos trataron de persuadirlo para que abandonara el lugar. Él se negó. En la zona sólo se quedaron dos hombres blancos: el sacerdote David Gibbs y el propio Bradburne.
Una noche los guerrilleros llegaron a la cabaña del “vagabundo de Dios”. Eran miembros de la guerrilla marxista de Mugabe. Se lo llevaron, le sometieron a burlas y le ofrecieron niñas para dormir con ellas. Él se mantenía inmutable. En el interrogatorio parecía despreocupado, tanto que se puso de rodillas a rezar, lo que enfureció al jefe de la guerrilla. Se lo llevaron a la carretera. Le ordenaron caminar y luego pararse y darse la vuelta. Lo hizo y de nuevo él se arrodilló a rezar. Oró durante tres minutos y al ponerse en pie, el comandante le disparó. El cuerpo lo encontró el padre Gibbs.
Los tres deseos cumplidos de Bradburne
John Bradburne había dicho a un sacerdote que tenía tres deseos: servir y vivir con los leprosos, ser un mártir y ser enterrado con el hábito franciscano. Y pudo cumplir los tres.
Sin embargo, en el entierro también ocurrieron cosas que hicieron recapacitar a muchos. En el transcurso del funeral tres gotas de sangre fresca cayeron desde el fondo del ataúd al suelo. Ante la sorpresa general se abrió el féretro y el cuerpo fue inspeccionado. Nada se encontró. Antes habían sido colocadas sobre el ataúd igualmente tres flores blancas, que representaban el amor de este británico por la Santísima Trinidad. ¿Tendrían relación las tres gotas de sangre, con las tres flores y sus tres deseos?
En proceso de beatificación
Lo cierto es que desde su muerte, John Bradburne ha sido tratado como un santo en Zimbabue y pronto la gente comenzó a pedir su intercesión, atribuyendo la población milagros a este hombre. Ahora está en proceso de beatificación y su peregrinaje puede llegar aún más lejos.
Igualmente, su legado sigue viva y además de las miles de personas que acuden en peregrinación a su sencilla tumba existe una asociación en su memoria que sigue con el cuidado de los leprosos y que está mostrando al mundo la obra de este buscador de Dios.
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