La decadencia universitaria, un factor de creciente importancia en la debacle de la natalidad
Alumnos universitarios en un aula.
La formación de grado ya no es suficiente, hay que ampliarla con doctorados y postgrados para poder competir con garantías en el mercado laboral. Eso alarga la incorporación a la vida adulta y retrasa una hipotética paternidad o maternidad. Foto: Shumbham Sharan / Unsplash.
Un porcentaje elevadísimo de jóvenes se integran en un modelo universitario de calidad decreciente que obliga a alargar los años de formación para conseguir una habilitación laboral que permita escapar de los sueldos bajos. El resultado es "la desaparición de la idea misma de tener un hijo cuando se es joven", con las letales consecuencias sobre la natalidad que, por fin, empiezan a preocupar socialmente.
Roberto Volpi, estadístico especializado en cuestiones de demografía, disciplina a la que ha consagrado varios libros, analiza esta verdad incómoda (los demagogos prefieren ensalzar a 'la generación mejor formada de la historia') en el número de marzo de Tempi:
Roberto Volpi.
Roberto Volpi es autor de un estudio ya clásico, publicado en 1989, sobre la población italiana desde su unidad, y de libros sobre las consecuencias del final de la familia y de la reproducción sexual como fundamentos de la sociedad.
¿Se puede romper una lanza no a favor, como es costumbre, sino en contra de la universidad? En pocas palabras, ¿se puede hablar mal de la universidad en lugar de bien? La paradoja de esta pregunta reside en el hecho de que para romper una lanza en contra uno no puede detenerse en un razonamiento que sea totalmente interno a la universidad, sino que hay que salir de ella, como intentaremos argumentar en la segunda parte de este artículo. Pero mientras tanto, cerquemos, por así decirlo, el territorio de la universidad.
54 matriculados cada 100 nacidos
Teniendo en cuenta que en Italia la edad media en que se licencian los estudiantes es de 26 años, la comparación entre la población residente de 19 a 26 años y los matriculados en las universidades italianas de esta edad llamada "universitaria" es inmediata. La proporción es de unos 2 millones de matriculados frente a 4,6 millones de residentes: el 44% de los italianos de 19 a 26 años están matriculados en la universidad. Volvamos a hacer el cálculo desde otro ángulo, esta vez considerando a los estudiantes matriculados. Son unos 310.000 o 320.000 de una media de los nacidos 19 años antes -y por tanto en edad de matricularse hoy-, que es algo inferior a los 580.000. El resultado de los tres últimos años ha sido de unos 54 matriculados universitarios por cada 100 nacidos. La proporción de los inscritos es inferior a la de matriculados en la universidad debido a dos factores: el hecho de que se abandone la escuela en el transcurso de los estudios es el más importante; el hecho de que hoy, en comparación con ayer, no se pierda tiempo en matricularse en la universidad después de la enseñanza secundaria, el menos importante. No está lejos de la verdad, considerando los dos porcentajes a su vez, afirmar que aproximadamente uno de cada dos jóvenes italianos de entre 19 y 26 años asiste a la universidad, cursa estudios universitarios, aunque, por supuesto, pueda dejarlo antes de licenciarse. Así que ahí lo tienen: este es, con buena aproximación, el territorio sobre el que insiste la universidad italiana.
¿Grande? ¿Pequeño? Nunca son valoraciones fáciles y, en cualquier caso, son siempre muy personales y, por tanto, cuestionables. Es mejor leer estas proporciones a la luz de otras consideraciones. La primera: la ventaja que representa el contexto familiar. El último informe del consorcio universitario AlmaLaurea, que ciertamente no es una fuente que pueda ser acusada de partidismo antiuniversitario, afirma expresamente: "El contexto familiar tiene un fuerte impacto en las oportunidades de completar una formación universitaria: entre los licenciados, de hecho, hay una sobrerrepresentación de jóvenes procedentes de entornos familiares favorecidos desde el punto de vista sociocultural". Olvidemos las cifras, que nos llevarían muy lejos: esta conclusión, además, no las necesita.
Si acaso, puede completarse teniendo en cuenta que, entre los titulados universitarios, cerca del 75% tienen el título de secundaria. En resumen, e indiscutiblemente: los que tienen un contexto sociofamiliar más favorable van a la universidad y la terminan en proporciones muy superiores a los que no tienen ese contexto.
Surge entonces una pregunta: ¿aún seguimos en este punto? ¿Qué ha corregido entonces la llamada universidad de masas sobre los "diferentes puntos de partida" de los jóvenes italianos?
Doctores que ganan 1.300 euros al mes
La segunda consideración: los licenciados universitarios tienden a fijar su residencia en otros países, borrándose del suyo. Van adonde les llevan las oportunidades y las perspectivas, no exactamente adonde les lleva el corazón, algo, por otra parte, totalmente razonable. Esto parece ser especialmente cierto, tanto en términos cuantitativos como en cuanto a las direcciones tomadas, para los licenciados italianos. De hecho, he aquí el balance: en la década 2011-2021, 256.000 licenciados italianos cancelaron su residencia italiana para tomar una en otros países, con una buena media de casi 26.000 al año, 8-9 licenciados de cada 100 que cada año toman el camino del extranjero, incluso trasladando allí su residencia, específicamente por motivos laborales. Y cuando decimos en el extranjero, nos referimos realmente al extranjero, en el sentido de todo el mundo. Incluso Albania o Marruecos (más de 2.000 licenciados italianos fijaron allí su residencia en el decenio considerado), por no hablar de Venezuela, país al que emigraron casi 7.000 licenciados italianos, o más aún Brasil (más de 22.000), hasta casi 50.000 en el Reino Unido: 5.000 licenciados italianos de media cada año van a buscar fortuna, fijando allí su residencia, en las zonas de Londres y alrededores.
A este respecto, la interpretación optimista del fenómeno dice que esto sucede porque nuestros licenciados son los mejores, o entre los mejores del mundo, en el sentido de más preparados y capaces. La interpretación un poco más realista, en cambio, afirma que esto sucede tanto porque no es fácil encontrar en Italia un trabajo/empleo acorde con la cualificación como porque los salarios, incluso una vez encontrado empleo, son decididamente bajos: en 2022, para un titulado con un máster al cabo de un año de su graduación, se alcanzó una media de 1.366 euros netos al mes. Salarios que hacen que la gente se dirija de buena gana a otra parte. Y de nuevo: ¿seguimos en este punto, con estas dificultades y estos salarios después de tantos años de estudio, después de la licenciatura y el doctorado?
Pero, hablando de títulos, vayamos al contexto aún más específicamente universitario. En 2022, dos de cada tres licenciados universitarios italianos obtuvieron una nota de licenciatura superior a 100. Esto sugiere implícitamente que el formidable umbral que antes representaba este grado significa hoy muy poco, ya que superarlo es más un juego de niños que una proeza. ¿Y qué podemos decir, además, del hecho de que uno de cada cuatro licenciados salga de la universidad con 110 cum laude, summa cum laude? ¿Una meta que antes premiaba a unos pocos elegidos, cerebritos, eruditos de primera magnitud, o simplemente jóvenes que se dejaban la piel, hincando los codos sobre sus libros, ahora es conquistada sin dificultad por uno de cada cuatro licenciados? Da que pensar el hecho de que la calificación de 110 cum laude sea la más frecuente de todas las notas de la licenciatura. ¿Un logro, como parece pensar el consorcio universitario AlmaLaurea, o no más bien, a juzgar por lo que luego ganan los licenciados con matrícula de honor y por cuántos licenciados italianos emprenden el camino al extranjero, el signo de un declive de los estudios universitarios?
Alumnos que concluyen sus estudios lanzan sus sombreros al aire.
La finalización de los estudios universitarios cada vez es menos una 'finalización' y más un nuevo 'comienzo' de una ulterior formación, sin la cual el acceso al mercado de trabajo se complica. Foto: Vasily Koloda / Unsplash.
Debido a que ciertas notas certifican que el valor prescindible del título en el maremagno del mundo del trabajo, las profesiones, las oportunidades, no hace más que reducirse, es por lo que ese mundo ya no puede fiarse con un cierto grado razonable de confianza de la nota del título y, en consecuencia, juzgar el grado real de preparación de los licenciados. En el alborozo que ocasionan las buenas notas, una buena nota corre el riesgo de no valer nada si no tenemos cuidado, si la universidad no tiene cuidado. Y a juzgar por la tendencia al alza de las matrículas de honor 110 cum laude, y la mirada acrítica con que se mira, no creo que podamos esperar una actitud diferente.
Además, el hecho de que un título, incluso un doctorado, valga cada vez menos queda demostrado por la carrera -esta vez sí que se trata de una carrera real, no solo de una carrera para obtener un título- en la que compiten los recién licenciados por títulos de posgrado cada vez más atractivos porque discriminan, es decir, porque consiguen dar una ventaja real a quienes consiguen obtenerlos.
Títulos para todos, beneficios para nadie
En 2022-2023, curso en el que hubo 165.000 licenciados con el título de doctores que permite el acceso a todos los cursos de especialización, máster y doctorados de investigación, hasta 75.000 alumnos de cursos de posgrado obtuvieron efectivamente una de estas titulaciones superiores, o añadidos, a la licenciatura y doctorado. Preste atención a la proporción exacta: en 2022-2023 un número de estudiantes en cursos de posgrado equivalente al 45% de los licenciados con un título de máster en ese año obtuvieron un título superior o, añadido, a esta licenciatura. Desde luego, no se trata de un puñado de licenciados con aspiraciones superiores, por así decirlo. Más bien, licenciados que no se detienen en la licenciatura porque detenerse en ella significaría arriesgarse a un largo y mal pagado anonimato en el mundo laboral.
Los que quieren evitarlo, teniendo la posibilidad, alargan su educación. Hemos llegado a la cuarta etapa de los estudios, después del bachillerato y el terciario universitario: la cuarta etapa postuniversitaria. No solo es por ser chic, ojo, sino porque es cada vez más una necesidad. Pero una necesidad que no todo el mundo debe perseguir: es en esta etapa cuando más se nota la ventaja de los puntos de partida. Y es en esta etapa, de hecho, cuando se cierra el círculo. En la época de la universidad de masas, de la licenciatura para todos, de las grandes notas de licenciatura, y digamos de la licenciatura fácil, nunca como en esta época la ventaja -o la desventaja- de los puntos de partida de los estudiantes ha sido más evidente, más clara, más inescrupulosa.
El ascensor social ha dejado de funcionar: por regla general, quien está arriba se queda arriba, y viceversa. La cuarta etapa de estudios, esa etapa que se levanta sobre la cada vez más evidente pérdida de valor del título fácil, sea trienio o doctorado, no es para todos, es para los que tienen; esa etapa restablece las proporciones y distancias habituales.
Por eso y con más razón: ¿cómo, después de todos estos años, seguimos aquí, en las distancias censales, de los puntos de partida, de las diferentes situaciones familiares y sociales?
Se retrasa la edad adulta
Pero, como anticipábamos al principio, también hay algo, de hecho mucho, que va más allá de la universidad. Hay un modelo de vida, si la expresión no suena demasiado enfática, que tiene su punto de partida en la universidad, en lo que es a todos los efectos el modelo universitario de vida para los jóvenes de hoy, y que en Italia ha encontrado quizás su definición más completa. Un modelo que prevé un largo número de años de educación-formación antes de llegar a la edad adulta, y en Italia aún más largo que en otras realidades occidentales; y justo por esta razón en cierto sentido aún más completo. En Italia se entra en el mundo de las profesiones liberales a los treinta años. Las puertas de un trabajo intelectual se abren, cuando va bien, cerca de los treinta años. La treintena se ha convertido en el umbral considerado plenamente aceptable a partir del cual los jóvenes de hoy entran en el mundo del trabajo intelectual y de ahí a la edad adulta.
Por otra parte, el mundo del trabajo intelectual, el que tiene como condición previa al menos estudios universitarios, cuando no realmente estudios de cuarta etapa, puede presumir de un poder condicionante sobre todos los aspectos, ideales y organizativos, de la vida en las sociedades occidentales como la italiana. Aspectos todos ellos recalibrados en torno al umbral de la treintena. La treintena es el umbral del trabajo, el de la responsabilidad individual, el de la edad adulta, aquel en el que se entra en la perspectiva de abandonar la casa paterna, aquel en el que se empieza a mirar a horizontes hasta ahora considerados lejanos, o incluso ajenos, si no de la familia y de los hijos al menos de las experiencias de pareja con supuestos de estabilidad.
El poder condicionante de los estudios y del mundo universitario, del trabajo intelectual que se injerta en esos estudios y ese mundo, ha sido y es ampliamente subestimado. Pero el modelo que ha llegado a organizarse en torno a ese poder ha rediseñado la edad y el modo de paso de los jóvenes a la edad adulta y a la responsabilidad personal. Un tiempo que está como suspendido en el tramo de los estudios universitarios terciarios y de la cuarta etapa posuniversitaria. Una suspensión que no puede prolongarse indefinidamente, pero que sin embargo impone su precio. El primero de los cuales es sin duda el de la reproducción.
Producción y reproducción
"¿Qué define a un hombre? ¿Cuál es la primera pregunta que se le hace a un hombre cuando se quiere conocer su estatus? En algunas sociedades, lo primero que se le pregunta es si está casado, si tiene hijos; en nuestras sociedades, se pregunta primero por su profesión. Es su lugar en el proceso de producción, y no su condición de reproductor, lo que define en primer lugar al hombre occidental". Así habla Jed Martin, el protagonista de la novela El mapa y el territorio, premio Goncourt 2011, de Michel Houellebecq.
Una joven pareja con su bebé.
La entrada en la edad adulta era antes temprana y vinculada a la paternidad. Ahora lo es tardía y vinculada al trabajo. Foto (contextual): Kelly Sikkema / Unsplash.
Se trata de una reflexión sencilla pero muy aguda. De hecho, nadie como primera pregunta, al encontrarse, digamos, con un amigo al que no ve desde hace años, le pregunta si está casado, si tiene hijos o no. Le preguntarán primero a qué se dedica, cuál es su trabajo, su profesión: las noticias sobre su lugar en el proceso de producción han sustituido a las noticias sobre su lugar en el proceso de reproducción. La familia ha retrocedido; la profesión, el lugar en el proceso de producción, ha pasado a primer plano.
En esta inversión de posiciones está todo el cambio que ha experimentado el mundo occidental, nuestras sociedades, y la italiana en particular. Hasta llegar al punto de aterrizaje actual. Que, por lo que respecta a Italia, puede traducirse en estas cifras: entre 2000 y 2022, los nacimientos de madres italianas pasaron de 508.000 a 320.000, una pérdida de 188.000 y del 37% de los nacimientos. Pero los nacimientos de madres italianas menores de 30 años se han desplomado de 218.000 a 83.000, 135.000 y un 62% menos. En la práctica: de tres nacimientos en 2000 de madres italianas menores de 30 años, solo quedará uno en 2022. Los nacimientos de madres de 30 a 34 años también se redujeron drásticamente (-37%, tanto como la media general), mientras que los nacimientos de madres de 35 años o más aumentaron un 15%. Por tanto, no se trata simplemente de un descenso de la natalidad, como estamos acostumbrados a pensar, sino de la desaparición de la idea misma de tener un hijo cuando se es joven. En las mujeres de hasta 30 años, la idea ha desaparecido, y con ella la posibilidad de tener un hijo en esa edad.
El triunfo del conformismo
De nuevo este umbral: 30 años. Redibujado como un umbral por debajo del cual todo está prácticamente concedido sin que haya que estar obligado a nada a partir de la experiencia de una sociedad marcada, si se nos permite la expresión, por la universalización de la universidad. En conclusión, ¿por qué contra la universidad? No porque sea "mala" en sí misma. Sino porque, aunque no ha hecho más que ramificarse y expandirse, ocupando bulímicamente cada espacio, cada intersticio del saber, como si no hubiera otro más allá de sus fronteras, lo ha hecho más de acuerdo con sus intereses más pragmáticos, y con la lógica de profesores y académicos, que con los de los estudiantes, que se han quedado anclados a las viejas distancias y distinciones de extracción social y están menos dotados que antes para nadar con éxito, una vez terminados sus estudios, en ese mundo de responsabilidades profesionales, familiares y socio-relacionales, que no concede rebajas.
En estos años, de la universidad no ha salido ni una sola protesta por la condición de las mujeres en Afganistán o por la invasión rusa de Ucrania en nombre del imperialismo de Putin, como tampoco una sola manifestación de proximidad a la lucha por la libertad de las jóvenes iraníes o de indignación por el horrendo pogromo de Hamás contra los judíos el 7 de octubre. Palestina libre y cultura de la cancelación, esto es todo: en otras palabras, conformismo, pereza intelectual, tercermundismo de ida y vuelta, cuando no de limosna. Pruebas alarmantes para una pregunta que no se puede eludir: ¿cómo y cuánto sirve esta universidad a los jóvenes y a la sociedad italiana?
Traducción por Verbum Caro.
Religión en Libertad
No hay comentarios:
Publicar un comentario