Texto del Evangelio (Lc 9,46-50): En aquel tiempo, se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor. Conociendo Jesús lo que pensaban en su corazón, tomó a un niño, le puso a su lado, y les dijo: «El que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me reciba a mí, recibe a Aquel que me ha enviado; pues el más pequeño de entre vosotros, ése es mayor».
Tomando Juan la palabra, dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no viene con nosotros». Pero Jesús le dijo: «No se lo impidáis, pues el que no está contra vosotros, está por vosotros».
«El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor»
Prof. Dr. Mons. Lluís CLAVELL
(Roma, Italia)
Hoy, camino de Jerusalén hacia la pasión, «se suscitó una discusión entre los discípulos sobre quién de ellos sería el mayor» (Lc 9,46). Cada día los medios de comunicación y también nuestras conversaciones están llenas de comentarios sobre la importancia de las personas: de los otros y de nosotros mismos. Esta lógica solamente humana produce frecuentemente deseo de triunfo, de ser reconocido, apreciado, agradecido, y falta de paz, cuando estos reconocimientos no llegan.
La respuesta de Jesús a estos pensamientos —y quizá también comentarios— de los discípulos recuerda el estilo de los antiguos profetas. Antes de las palabras hay los gestos. Jesús «tomó a un niño, le puso a su lado» (Lc 9,47). Después viene la enseñanza: «El más pequeño de entre vosotros, ése es mayor» (Lc 9,48). —Jesús, ¿por qué nos cuesta tanto aceptar que esto no es una utopía para la gente que no está implicada en el tráfico de una tarea intensa, en la cual no faltan los golpes de unos contra los otros, y que, con tu gracia, lo podemos vivir todos? Si lo hiciésemos tendríamos más paz interior y trabajaríamos con más serenidad y alegría.
Esta actitud es también la fuente de donde brota la alegría, al ver que otros trabajan bien por Dios, con un estilo diferente al nuestro, pero siempre valiéndose del nombre de Jesús. Los discípulos querían impedirlo. En cambio, el Maestro defiende a aquellas otras personas. Nuevamente, el hecho de sentirnos hijos pequeños de Dios nos facilita tener el corazón abierto hacia todos y crecer en la paz, la alegría y el agradecimiento. Estas enseñanzas le han valido a santa Teresita de Lisieux el título de “Doctora de la Iglesia”: en su libro Historia de un alma, ella admira el bello jardín de flores que es la Iglesia, y está contenta de saberse una pequeña flor. Al lado de los grandes santos —rosas y azucenas— están las pequeñas flores —como las margaritas o las violetas— destinadas a dar placer a los ojos de Dios, cuando Él dirige su mirada a la tierra.
Día litúrgico: Domingo XXVI (C) del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Lc 16,19-31): En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: «Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas. Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas, deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico, pero nadie se lo daba. Hasta los perros venían y le lamían las llagas.
»Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado. Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno. Y, gritando, dijo: ‘Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama’. Pero Abraham le dijo: ‘Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado. Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros’.
»Replicó: ‘Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento’. Díjole Abraham: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan’. Él dijo: ‘No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán’. Le contestó: ‘Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite’».
«Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males»
Rev. D. Valentí ALONSO i Roig
(Barcelona, España)
Hoy, Jesús nos encara con la injusticia social que nace de las desigualdades entre ricos y pobres. Como si se tratara de una de las imágenes angustiosas que estamos acostumbrados a ver en la televisión, el relato de Lázaro nos conmueve, consigue el efecto sensacionalista para mover los sentimientos: «Hasta los perros venían y le lamían las llagas» (Lc 16,21). La diferencia está clara: el rico llevaba vestidos de púrpura; el pobre tenía por vestido las llagas.
La situación de igualdad llega enseguida: murieron los dos. Pero, a la vez, la diferencia se acentúa: uno llegó al lado de Abraham; al otro, tan sólo lo sepultaron. Si no hubiésemos escuchado nunca esta historia y si aplicásemos los valores de nuestra sociedad, podríamos concluir que quien se ganó el premio debió ser el rico, y el abandonado en el sepulcro, el pobre. Está claro, lógicamente.
La sentencia nos llega en boca de Abraham, el padre en la fe, y nos aclara el desenlace: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males» (Lc 16,25). La justicia de Dios reconvierte la situación. Dios no permite que el pobre permanezca por siempre en el sufrimiento, el hambre y la miseria.
Este relato ha movido a millones de corazones de ricos a lo largo de la historia y ha llevado a la conversión a multitudes, pero, ¿qué mensaje hará falta en nuestro mundo desarrollado, hiper-comunicado, globalizado, para hacernos tomar conciencia de las injusticias sociales de las que somos autores o, por lo menos, cómplices? Todos los que escuchaban el mensaje de Jesús tenían como deseo descansar en el seno de Abraham, pero, ¿cuánta gente en nuestro mundo ya tendrá suficiente con ser sepultados cuando hayan muerto, sin querer recibir el consuelo del Padre del cielo? La auténtica riqueza es llegar a ver a Dios, y lo que hace falta es lo que afirmaba san Agustín: «Camina por el hombre y llegarás a Dios». Que los Lázaros de cada día nos ayuden a encontrar a Dios.
¿CÓMO NOS COMPORTAMOS CON NUESTRO PRÓJIMO SUFRIENTE?
Por José María Martín OSA
1.- No hay caridad sin justicia. San Pablo en la Primera Carta a Timoteo anima a la práctica de varias virtudes: la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza. Es curioso, pero la primera de todas es la justicia. No hay caridad (amor) sin justicia, la piedad desligada de la justicia puede ser falsa, la fe que no se traduce en obras está muerta, la paciencia y la delicadeza no son enemigas de la denuncia y del compromiso solidario con los oprimidos. La parábola llamada del "Rico Epulón y el pobre Lázaro" es propia de Lucas. Junto a la llamada del "Hijo Pródigo" constituyen la base de la teología de lucana. Si la parábola del "Hijo Pródigo" pone su acento en la misericordia de Dios, la de este domingo señala la justicia de Dios, derivada de su misericordia. En realidad, el rico en la parábola no tiene nombre, el pobre sí: Lázaro. Quizá es una forma de manifestar que el más importante no es siempre el que se piensa, pues Dios hace una opción por aquél que lo está pasando mal. El rico no se daba cuenta del sufrimiento de Lázaro aquí abajo. Sin embargo, lo reconoce en la estancia de los muertos. ¿Es necesario que las cosas vayan mal para que nos demos cuenta de nuestra ceguera con respecto a nuestro prójimo sufriente?
2.- ¿Qué hacemos nosotros? En las dos ocasiones que el evangelio habla del juicio final se hace alusión a nuestro comportamiento con el prójimo, no a nuestro cumplimiento de la ley. ¿Cómo podríamos hacer una adaptación actual de la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro? Puede ser ésta: En un país de África, en una zona devastada por la guerra y la sequía, vivía un pobre hombre que se moría de sed y de hambre. Su aspecto escuálido apareció un día en el telediario. Era una imagen desagradable que "estropeaba" la opípara comida que cada día disfrutaba la familia. Tras las imágenes de la orgía disoluta de la "gente del corazón", parecía de mal gusto que las agencias internacionales sirvieran esta escena. Nadie sabía dónde estaba exactamente ese país, pues África es un continente desconocido para la gran masa. Y ya se sabe... lo que no sale en los medios de comunicación, no existe. Pero ese día la noticia produjo un escalofrío en todos los miembros de la familia. Pero duró sólo un instante, pues a continuación entraba el presentador de la sección de deportes comentando la catástrofe que estaba ocasionado en el club más laureado del siglo XX el mal juego exhibido por el equipo.
Durante más de diez minutos esta noticia y sus comentarios correspondientes ocupó la pantalla del televisor. La otra imagen, la del pobre desnutrido, pronto se borró de la memoria de toda la familia. No se volvió a saber nada de aquél hombre, pero la realidad es que murió unas horas después. Muchas familias lo vieron, pero sólo alguna reaccionó. ¿Qué les dirá nuestro Padre del cielo cuando lleguen a las moradas eternas? ¿Qué justificación a su indolencia podrán aducir todos aquellos que vieron el telediario? Seguro que el Padre abriría las puertas de su mansión a aquel pobre hombre hambriento.
3.- Luchar contra la injusticia y la desigualdad. La parábola no invita a la pasividad, pues al fin y al cabo algunos dirán que el hombre hambriento será acogido por el Padre. Las lecturas denuncian la desigualdad y el injusto reparto de las riquezas que es mayor cada día. ¿Cómo puede justificarse que el 1 % de la población rica posee más que el 57 % restante, o que las 358 personas más ricas del mundo disfruten de una renta superior a 2.600 millones de personas. Los bienes de la tierra están mal repartidos y esto es una injusticia sangrante. Dios quiso el destino universal de los bienes, que han sido creados por Dios para que puedan disfrutarlos todos los hombres. Si en alguna parte del mundo hay hambre, entonces nuestra celebración de la Eucaristía queda de algún modo incompleta en todas partes del mundo. En la Eucaristía recibimos a Cristo hambriento en el mundo. Él no viene a nosotros solo, sino con los pobres, los oprimidos, los que mueren de hambre en la tierra. Por medio de Él estos hombres vienen a nosotros en busca de ayuda, de justicia, de amor expresado en obras. Como señaló en cierta ocasión el P. Arrupe, no podemos recibir dignamente el pan de Vida si al mismo tiempo no damos pan para que vivan aquellos que lo necesitan, sean quienes sean y estén donde estén. Porque el mundo es, hoy día, una aldea global en la que todos somos conciudadanos. ¿A qué me comprometo yo cuando recibo la Sagrada Comunión? Es una pregunta exigente y vital. Y también apremiante…. Quiera Cristo, a quien recibimos, dar a cada uno de nosotros la valentía para no rehusar este don de nosotros mismos, no echarnos atrás ante él, no ponerle límites. Ojalá seamos nosotros tan generosos con él, como Él lo es con nosotros.
Texto del Evangelio (Lc 9,43b-45): En aquel tiempo, estando todos maravillados por todas las cosas que Jesús hacía, dijo a sus discípulos: «Poned en vuestros oídos estas palabras: el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres». Pero ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto.
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, más de dos mil años después, el anuncio de la pasión de Jesús continúa provocándonos. Que el Autor de la Vida anuncie su entrega a manos de aquéllos por quienes ha venido a darlo todo es una clara provocación. Se podría decir que no era necesario, que fue una exageración. Olvidamos, una y otra vez, el peso que abruma el corazón de Cristo, nuestro pecado, el más radical de los males, la causa y el efecto de ponernos en el lugar de Dios. Más aún, de no dejarnos amar por Dios, y de empeñarnos en permanecer dentro de nuestras cortas categorías y de la inmediatez de la vida presente. Se nos hace tan necesario reconocer que somos pecadores como necesario es admitir que Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Al fin y al cabo, somos como los discípulos, «ellos no entendían lo que les decía; les estaba velado de modo que no lo comprendían y temían preguntarle acerca de este asunto» (Lc 9,45).
Por decirlo con una imagen: podremos encontrar en el Cielo todos los vicios y pecados, menos la soberbia, puesto que el soberbio no reconoce nunca su pecado y no se deja perdonar por un Dios que ama hasta el punto de morir por nosotros. Y en el infierno podremos encontrar todas las virtudes, menos la humildad, pues el humilde se conoce tal como es y sabe muy bien que sin la gracia de Dios no puede dejar de ofenderlo, así como tampoco puede corresponder a su Bondad.
Una de las claves de la sabiduría cristiana es el reconocimiento de la grandeza y de la inmensidad del Amor de Dios, al mismo tiempo que admitimos nuestra pequeñez y la vileza de nuestro pecado. ¡Somos tan tardos en entenderlo! El día que descubramos que tenemos el Amor de Dios tan al alcance, aquel día diremos como san Agustín, con lágrimas de Amor: «¡Tarde te amé, Dios mío!». Aquel día puede ser hoy. Puede ser hoy. Puede ser.
De Inditex a monja de clausura: dos duros sucesos «derrumbaron» su vida, y entonces apareció Dios
María ingresó hace algo más de dos semanas en el convento del Sagrado Corazón de las clarisas de Cantalapiedra
María es una joven gallega que recientemente ha ingresado en el convento de las clarisas de Cantalapiedra (Salamanca) dejando un buen trabajo en la central de Inditex, la principal empresa textil del mundo, su propio piso y hasta su coche para entregarse completamente a Cristo a través de una estricta vida de clausura.
Aunque criada en una familia de fe en la que fue conociendo a Dios, un enfriamiento primero y después unos duros acontecimientos familiares como la muerte de su padre y el cáncer de su madre prácticamente al mismo tiempo le hicieron abrazarse a la Cruz.
Una vida cómoda y fácil
A partir de ahí se fue enamorando de Jesucristo hasta renunciar a todo para Él hasta que hace algo más de dos semanas entrara en el convento acompañada por un grupo de jóvenes que compartían su fe con ella y por el padre Javier García, delegado de Juventud de la Archidiócesis de Santiago de Compostela.
Esta joven relata su testimonio en la propia web diocesana donde se alegra de haber nacido “en el seno de una familia numerosa y de profundo valores cristianos”. Sin embargo, reconoce que “aunque debido al entorno en el que me crié, todo hacía pensar que tenía una profunda fe cristiana, la realidad era que, lamentablemente, era todo apariencia. Se podría decir claramente que vivía de cara a la galería”.
María asegura que en su vida al final “todo era fácil, cómodo, y eso supuso que dejase de lado ese deseo, y por tanto, a Dios. Nunca me había pasado nada que me hiciese tambalear de tal manera que me llevase a buscarle de verdad, con corazón sincero”.
La muerte de su padre y el cáncer de su madre
Pero en poco tiempo todo empezó a cambiar en su vida hasta tambalearse por completo. Fue poco a poco hasta que llegó la gran sacudida. Fue en 2015. A principios de año terminó la relación con su novio, con el que llevaba dos años. “Este, aunque pequeño, fue mi primer contacto con la cruz”, señala la joven.
Unos meses después llegó el verdadero terremoto. “Ingresaron a mi padre y, tras mes y medio de sufrimientos, dolores, idas y venidas, subidas y bajadas, falleció. Al mismo tiempo, a mi me madre le diagnosticaron cáncer de pulmón. Y ahí sí me encontré, sin yo buscarlo, de frente con la Cruz. Una Cruz dura, dolorosa y difícil, muy difícil de llevar”.
María considera que la muerte de su padre y la enfermedad de su madre hicieron que “todo a mi alrededor se derrumbase y me encontré, de repente, con que esa fe que se suponía que tenía no existía. Y, por tanto, me alejé completamente de Dios”.
Una luz en la noche
Dios no dejó sola a esta joven durante aquellos momentos y fue poniendo en su camino a personas concretas que fueron ayudando a que volviera a mirar a la Cruz. ”Me animaron a presentarme ante Él tal cual era, con mi gran mochila de miserias, heridas y dolor que, sin yo saberlo, sólo en Él hallarían consuelo”.
Este gran encuentro con el Señor se produjo en agosto de 2016 y ella misma habla de que fue “uno de los mayores regalos de mi vida”. En Una Luz en la Noche, una actividad de evangelización que se realiza de noche, María confiesa que “Él, por pura misericordia, se presentó ante mí, se me dio a conocer”.
La paciencia y el amor de Dios
“Me hizo ver –prosigue- que a pesar de todo lo que le había dicho y hecho en esos meses (lo desprecié, humillé y odié de tal manera que pensaba que nunca más volvería a tener fe) Él seguía siempre fiel, ahí esperándome, y vivo transformando corazones como el mío que, desde entonces, jamás volvió a ser el mismo”.
María estuvo acompañada en su ingreso en el convento por el grupo de jóvenes con los que comparte la fe
Poco a poco la vida de esta joven gallega fue cambiando y ya nada volvió a ser igual. Dios estaba empezando a ser el centro de su vida tanto en las cosas más importantes como en lo más cotidiano. “Desde el punto de vista humano lo tenía todo: una vida, podríamos decir, perfecta pues tenía mi piso en el centro, un coche propio, trabajo en una de las mejores empresas del mundo, una familia que me quería, un montón de amigo de todo tipo y condición con los que hacer planes… pero nada, absolutamente nada llenaba mi corazón”.
"Opuse resistencia"
El Señor quería tener un encuentro más profundo con ella y como un caballero –asegura ella. “fue poco a poco, siempre con delicadeza y sin imponer nada, ocupando mi corazón por entero”.
Fue apareciendo en ella esa llamada de Jesús para que entregara su vida en un convento, aunque al principio “opuse resistencia, ¡y tanta!”. María reconoce que han sido años de lucha y resistencia “pues una vida completamente entregada exige mucha renuncia, a todos los niveles”.
“En todos estos años el Señor me ha regalado el don de ver la mayor Cruz de mi vida (la muerte de mi padre) como una de las mayores bendiciones y ha sido, a través de esa Cruz, la tan temida Cruz, donde me encontré con Él, le conocí y me enseñó cuánto me amaba. Donde encontré el sentido de mi existir y descubrí para qué me había pensado Dios desde la eternidad: llegar a ser Esposa Suya, como clarisa, en el Monasterio del Sagrado Corazón, en Cantalapiedra”, afirma esta nueva postulante, que concluye señalando que “quiero entregar mi vida para acompañar, reparar y consolar el corazón herido de Jesús y rezar por la salvación y la redención de las almas”.
Texto del Evangelio (Lc 9,18-22): Sucedió que mientras Jesús estaba orando a solas, se hallaban con Él los discípulos y les preguntó: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ellos respondieron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que un profeta de los antiguos había resucitado». Les dijo: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro le contestó: «El Cristo de Dios». Pero les mandó enérgicamente que no dijeran esto a nadie. Dijo: «El Hijo del hombre debe sufrir mucho, y ser reprobado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser matado y resucitar al tercer día».
«¿Quién dice la gente que soy yo? (…) Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Rev. D. Pere OLIVA i March
(Sant Feliu de Torelló, Barcelona, España)
Hoy, en el Evangelio, hay dos interrogantes que el mismo Maestro formula a todos. El primer interrogante pide una respuesta estadística, aproximada: «¿Quién dice la gente que soy yo?» (Lc 9,18). Hace que nos giremos alrededor y contemplemos cómo resuelven la cuestión los otros: los vecinos, los compañeros de trabajo, los amigos, los familiares más cercanos... Miramos al entorno y nos sentimos más o menos responsables o cercanos —depende de los casos— de algunas de estas respuestas que formulan quienes tienen que ver con nosotros y con nuestro ámbito, “la gente”... Y la respuesta nos dice mucho, nos informa, nos sitúa y hace que nos percatemos de aquello que desean, necesitan, buscan los que viven a nuestro lado. Nos ayuda a sintonizar, a descubrir un punto de encuentro con el otro para ir más allá...
Hay una segunda interrogación que pide por nosotros: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Lc 9,20). Es una cuestión fundamental que llama a la puerta, que mendiga a cada uno de nosotros: una adhesión o un rechazo; una veneración o una indiferencia; caminar con Él y en Él o finalizar en un acercamiento de simple simpatía... Esta cuestión es delicada, es determinante porque nos afecta. ¿Qué dicen nuestros labios y nuestras actitudes? ¿Queremos ser fieles a Aquel que es y da sentido a nuestro ser? ¿Hay en nosotros una sincera disposición a seguirlo en los caminos de la vida? ¿Estamos dispuestos a acompañarlo a la Jerusalén de la cruz y de la gloria?
«Es un camino de cruz y resurrección (...). La cruz es exaltación de Cristo. Lo dijo Él mismo: ‘Cuando sea levantado, atraeré a todos hacia mí’. (...) La cruz, pues, es gloria y exaltación de Cristo» (San Andrés de Creta). ¿Dispuestos para avanzar hacia Jerusalén? Solamente con Él y en Él, ¿verdad?
Pese a su distrofia muscular desde niño ha hecho historia;
casado, es padre de 4 hijosTetrapléjico, alto cargo del Estado y también diácono: «El corazón de mi fe es el viaje de Moisés»
Jean Christophe Parisot fue el primer prefecto con discapacidad del Estado francés y el diácono permanente más joven del país
“No temo vivir, y tampoco temo a la muerte. Creo en Dios, y Él sabe lo que es bueno para mí”. Quien afirma esto es Jean-Christophe Parisot, un hombre extraordinario que pese a vivir en la discapacidad más absoluta ha logrado todo lo que se ha propuesto. Doctor en Ciencias Políticas, asesor de un ministro y desde hace años un alto funcionario del Estado francés, tras haber sido sub-prefecto y ahora prefecto. Pero además, este francés de 52 años está casado, es padre de 4 hijos y para colmo se convirtió con 35 años recién cumplidos en el diácono permanente más joven de Francia.
Parisot confiesa que es un “optimista absoluto, mi amor es la esperanza”. Y lo dice una persona tetrapléjica y con un ventilador mecánico que no lo ha tenido nada fácil en la vida debido a una enfermedad en la que los médicos ya le han dicho que hace tiempo que sobrepasó la edad en la que muchos como él fallecen.
Tetrapléjico, pero con la fuerza de la fe
Este francés padece una distrofia muscular congénita. Sus dos hermanas también. A los cinco años sus padres descubrieron que sufría esta enfermedad, que su hermana mayor empezaba ya a sufrir. Poco a poco fue perdiendo movilidad, pero ganando carácter para afrontar los grandes problemas a los que se enfrentaría.
Jean Christophe, con el uniforme de prefecto durante un acto público
Nunca olvidará el día que su vida cambió para siempre. “Fue a la salida del colegio. Impacientes por encontrarse con sus padres, mis amigos se apresuraron a la salida (…), llevado por el impulso, corrí hacia el exterior. Fue entonces que sintiendo que mi fuerza se debilitaba caí pesadamente al suelo. Me di cuenta de inmediato de que este momento tenía una dimensión irreversible: nunca más podría volver a caminar. Yo tenía 11 años. La cara se me llenó de lágrimas e incapaz de levantarme apreté mis puños en la grava del suelo y sentí un objeto duro bajo mi mano: era la pequeña cruz de un Rosario. Con esto, Dios me prometió que en las terribles pruebas que iba a soportar nunca me abandonaría”, relataba Jean-Christophe en La Vie.
Tras perder la movilidad de las piernas, años después fue la de los brazos y las manos hasta incluso tener que necesitar respiración asistida. Sin embargo, resistió a la “tentación de la desesperación”. Y vaya si lo ha conseguido.
Dos caminos para afrontar la enfermedad
Sus padres, asegura, “era auténticos buscadores de Dios y me dieron una educación cristiana”. Cuando la enfermedad empezó a ser visible en él vio como “me convertí en el conejillo de indias experimental: inyecciones, baños en ebullición, drogas inútiles. Había conocido un ‘antes’: nadar en el mar, jugar con los amigos. Descubrí el ‘después’: las férulas, los corsés, la vida en una silla, la dependencia de día y de noche, el sufrimiento diario, la crueldad de los adolescentes en la escuela. Me costó un tiempo aceptar ese terremoto. Sentí que estaba siendo retenido como un rehén, cautivo de mi cuerpo, recluído”.
Pero ante la vida que tenía Jean-Christophe cada mañana se enfrenta a dos caminos: “dejar que la amargura me invada o dar gracias al Señor por el día que viene y aprender a vivir con mi sufrimiento. Es este último el camino que elegí. Obviamente, no siempre fue fácil: a veces esperaba morir, pero el amor de mis seres queridos siempre me retuvo, comenzando con el de Katia, a quien conocí en la escuela secundaria y que se convirtió en la madre de mis cuatro hijos. Gracias a ellos, he perseverado en mi decisión de no ser un espectador, sino un actor de mi vida”.
Un ejemplo de superación para todo un país
Fue la primera persona discapacitada en licenciarse en el prestigioso Instituto de Ciencias Políticas de París, convirtiéndose después en doctor. Tenía que seguir las clases en el pasillo porque no podía entrar al aula. “Trabajé hasta las lágrimas de agotamiento”, recuerda. Y el día de su graduación se prometió que todo ese esfuerzo que había realizado lo usaría “para avanzar en la integración de las personas con discapacidad”.
Y así fue como tras trabajar como asesor de un ministro ingresó en el cuerpo de prefecturas pasando de administrador civil y territorial a subprefecto hasta llegar a ser prefecto en 2012, uno de los puestos de mayor relevancia en Francia, desde donde lucha para mejorar la vida de las personas con discapacidad.
El reflejo en el "viaje de Moisés"
En todo este tiempo ha sufrido mucho y ha visto empeorar su salud. “A menudo me preguntaba –señala- por qué Dios me ha permitido sufrir tanto. Sin embargo, nunca perdí la fe. En ningún momento le di la espalda y le dije: ‘no quiero verte más’. Sigo enamorado de Cristo a pesar de mi sufrimiento. El amor es hermoso, incluso vivido en situaciones infernales. El corazón de mi fe es el viaje de Moisés: como él, crucé el desierto bajo un sol abrasador, socavado por la nostalgia de Egipto, sin saber a dónde iba, pero permanecí fiel porque creo que Dios me está enviando a la Tierra Prometida”.
De este modo, este prefecto francés recalca que “el Señor no nos pide que ocultemos nuestros sufrimientos en un gesto de heroico masoquismo, sino que lo compartamos para hacer una ofrenda. Así es como se puede superar todo el encierro moral, social y físico”.
Fue el diácono permanente más joven de Francia
Este tesón y fuerza que ha encontrado en la fe y con el cual ha servido a su país le llevó también a querer servir a la Iglesia, y por ello en 2002 fue ordenado diácono permanente por la Diócesis de Amiens. Fue un proceso largo y muy meditado junto a su mujer, pero él sentía esa llamada concreta.
Pero al igual que le ocurrió en el ámbito laboral tampoco lo tuvo fácil en el eclesial. En aquel momento era el diácono permanente más joven de Francia, pero sobre todo era tetrapléjico. Hubo mucho debate en la comunidad católica local. “Cuando fui ordenado surgieron preguntas: ‘¿Cómo lo va a hacer? No tiene brazos ni piernas, no puede coger al bebé para el bautismo…’. Algunos padres se negaron a que bautizara a su bebé pensando que las acciones que no puedo realizar harían disminuir el sacramento. Fue muy doloroso para mí. Mi obispo intervino escribiendo una carta en la que decía que mi esposa, en nombre del sacramento del matrimonio, sería mis manos. Y es lo que ella hace. Es muy bonito”, contaba a la web de la Diócesis de Angulema.
Texto del Evangelio (Lc 9,7-9): En aquel tiempo, se enteró el tetrarca Herodes de todo lo que pasaba, y estaba perplejo; porque unos decían que Juan había resucitado de entre los muertos; otros, que Elías se había aparecido; y otros, que uno de los antiguos profetas había resucitado. Herodes dijo: «A Juan, le decapité yo. ¿Quién es, pues, éste de quien oigo tales cosas?». Y buscaba verle.
«Buscaba verle»
Rev. P. Jorge R. BURGOS Rivera SBD
(Cataño, Puerto Rico)
Hoy el texto del Evangelio nos dice que Herodes quería ver a Jesús (cf. Lc 9,9). Ese deseo de ver a Jesús le nace de la curiosidad. Se hablaba mucho de Jesús por los milagros que iba realizando a su paso. Muchas personas hablaban de Él. La actuación de Jesús trajo a la memoria del pueblo diversas figuras de profetas: Elías, Juan el Bautista, etc. Pero, al ser simple curiosidad, este deseo no trasciende. Tal es el hecho que cuando Herodes le ve no le causa mayor impresión (cf. Lc 23,8-11). Su deseo se desvanece al verlo cara a cara, porque Jesús se niega a responder a sus preguntas. Este silencio de Jesús delata a Herodes como corrupto y depravado.
Nosotros, al igual que Herodes, seguramente hemos sentido, alguna vez, el deseo de ver a Jesús. Pero ya no contamos con el Jesús de carne y hueso como en tiempos de Herodes, sin embargo contamos con otras presencias de Jesús. Te quiero resaltar dos de ellas.
En primer lugar, la tradición de la Iglesia ha hecho de los jueves un día por excelencia para ver a Jesús en la Eucaristía. Son muchos los lugares donde hoy está expuesto Jesús-Eucaristía. «La adoración eucarística es una forma esencial de estar con el Señor. En la sagrada custodia está presente el verdadero tesoro, siempre esperando por nosotros: no está allí por Él, sino por nosotros» (Benedicto XVI). —Acércate para que te deslumbre con su presencia.
Para el segundo caso podemos hacer referencia a una canción popular, que dice: «Con nosotros está y no lo conocemos». Jesús está presente en tantos y tantos hermanos nuestros que han sido marginados, que sufren y no tienen a nadie que “quiera verlos”. En su encíclica Dios es Amor, dice el Papa Benedicto XVI: «El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial». Así pues, Jesús te está esperando, con los brazos abiertos te recibe en ambas situaciones. ¡Acércate!
Esta joven de 34 años ha realizado su profesión perpetua como religiosa misionera
Con LifeTeen conoció a Cristo y tras ir las misiones dijo «sí»: ya evangeliza a jóvenes como monja
Sydney Moss, el día de su profesión religiosa perpetua como hermana salesiana que se celebró el mes pasado
El pasado mes de agosto la joven Sydney Moss, natural del estado de Arizona, al fin cumplía su sueño de realizar la profesión solemne como religiosa salesiana. A partir de ahora ya centra su vida totalmente en la oración y a la evangelización de los más jóvenes en cualquier parte del mundo donde pueda ser necesaria su presencia, uniéndose así a un ejército de 13.000 religiosas de la congregación fundada por San Juan Bosco y Santa María Mazzarello.
Ella misma participó desde muy joven en la evangelización juvenil, primero como una adolescente que profundizó en la fe gracias a LifeTeen, un novedoso método de evangelización en las parroquias y que en España en este momento está multiplicándose rápidamente, y después como catequista de este mismo grupo.
Los jóvenes y la misión, sus dos pasiones
“Trabajar con jóvenes y la labor misionera han sido mis dos pasiones desde la escuela secundaria”, afirma esta joven religiosa de 34 años. Y es que además de la evangelización que recibió a través de LifeTeen, las experiencias misioneras que realizó en varias ocasiones fueron forjando en ella la vocación a la que finalmente ha dicho “sí”.
De momento, Sydney realizará su labor en una parroquia del sur de Los Ángeles y además será la directora de un programa que prepara a jóvenes adultos para ir a la misión.
El papel de la parroquia en su adolescencia
En la emocionante ceremonia de sus votos perpetuos estaban además de sus familiares, muchos de sus amigos y numerosas miembros de la parroquia de Nuestra Señora del Monte Carmelo de la ciudad de Tempe, en la que ella creció.
Entre ellos estaba Bill Marcotte, que durante años dirigió el apostolado entre los jóvenes de la parroquia. En declaraciones al Catholic Sun explica que “hacíamos estudios bíblicos los martes por la noche y ahí es donde creo que ella realmente se enamoró de las Escrituras y entendió los conceptos básicos de las enseñanzas de Jesús”. De este modo –explica su antiguo catequista, “ella comenzó a entender lo que decía la Biblia y cómo aplicarla a su vida”.
Experiencias misioneras que marcaron su vida
Con este mismo grupo juvenil de la parroquia realizaron experiencias misioneras en México, los cuales causaron una enorme impresión en la joven Sydney, que sentía una llamada a entregarse. “Realmente esto me abrió los ojos para ver cómo vive el resto del mundo y al ver la pobreza con la que vive la gente, pero la alegría que tenían los niños, yo quería eso”.
Su vida de fe iba avanzando, tenía una relación profunda con Jesús y la experiencia misionera le había marcado. Pronto se desarrolló en ella la otra faceta que acabaría llevando a esta joven a ingresar con 28 años en la comunidad salesiana.
De evangelizada a evangelizadora
De hecho, Sydney pronto se convirtió en un elemento central del equipo de Life Teen de su parroquia mientras era estudiante de la Universidad de Arizona. Aquí descubrió que su otro gran amor era estar con los más jóvenes y acercarles a Cristo.
Sin embargo, no fue hasta unos años después cuando empezó a considerar una posible vocación religiosa. Se dio en ella por primera vez durante el tiempo en el que estuvo viviendo en Washington DC.
El encuentro con unas monjas alegres
En la capital de Estados Unidos conoció a un grupo de religiosas salesianas que irradiaban vitalidad y alegría mientras realizaban su labor misionera con los niños. Este hecho le impresionó sobremanera.
La propia Sydney relata que “me encantaba pasar tiempo con ellas. Pensaba, ‘son como yo’, pero entonces no tenía ganas de de ser una hermana. Me escapé de esa idea que vino a mi cabeza. Así que pasaron unos cinco años hasta que finalmente estuve lista para decir ‘Ok’, esto es lo que quiero”.
Dos años en América Central antes de decir sí
Mientras tanto, el Señor siguió trabajando en ella todo el tiempo, y ella iba conociendo más y más a las hermanas salesianas. De hecho, volvió a unir su espíritu misionero y su amor a los jóvenes pasando dos años en el programa de voluntariado que las salesianas tenían en América Central. “Estando allí con los jóvenes fui feliz, y me di cuenta de que quería hacer esto”, recuerda ella.
Al final, la llamada de Dios a la vida religiosa fue abriéndose hueco en su interior mientras que la alegría y el espíritu familiar de las religiosas de esta congregación le cautivaron totalmente el corazón. Con 28 años ingresaría en la comunidad salesiana.
En su parroquia se han dado más vocaciones estos años como la del pare Sperry (segundo por la izquierda) o la hermana Kim, situada junto a Sydney
Una parroquia fuente de vocaciones
Durante seis años ha sido también maestra de Religión en Secundaria en institutos de Texas hasta que el pasado mes de agosto llegó su profesión perpetua. “Fue un momento poderoso. Ahora pertenezco para siempre a esta hermosa familia que es mi congregación”, afirma contenta.
Por su parte, el padre Don Kline, el párroco que acompañó desde niña a Sydney estuvo en la celebración y emocionado recordaba que “cuando era adolescente en nuestro grupo juvenil, era una joven humilde. Era agradable y equilibrada con fuertes convicciones. Ella siempre fue una luz brillante de la bondad de Dios. No me sorprendió que ella respondiera a la invitación de Nuestro Señor de seguirlo como una hermana religiosa consagrada”.
Y es que durante esos años y gracias a este grupo juvenil, la de Sydney es la cuarta vocación religiosa nacida en la parroquia en esos años. En la profesión perpetua le acompañaron la hermana Kim y el padre Sperry, que compartieron grupo con ella desde que eran niños.
Texto del Evangelio (Lc 9,1-6): En aquel tiempo, convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades; y los envió a proclamar el Reino de Dios y a curar. Y les dijo: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni plata; ni tengáis dos túnicas cada uno. Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta que os marchéis de allí. En cuanto a los que no os reciban, saliendo de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos». Saliendo, pues, recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva y curando por todas partes.
«Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades»
Rev. D. Jordi CASTELLET i Sala
(Sant Hipòlit de Voltregà, Barcelona, España)
Hoy vivimos unos tiempos en que nuevas enfermedades mentales alcanzan difusiones insospechadas, como nunca había habido en el curso de la historia. El ritmo de vida actual impone estrés a las personas, carrera para consumir y aparentar más que el vecino, todo ello aliñado con unas fuertes dosis de individualismo, que construyen una persona aislada del resto de los mortales. Esta soledad a la que muchos se ven obligados por conveniencias sociales, por la presión laboral, por convenciones esclavizantes, hace que muchos sucumban a la depresión, las neurosis, las histerias, las esquizofrenias u otros desequilibrios que marcan profundamente el futuro de aquella persona.
«Convocando Jesús a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades» (Lc 9,1). Males, éstos, que podemos identificar en el mismo Evangelio como enfermedades mentales.
El encuentro con Cristo, que es la Persona completa y realizada, aporta un equilibrio y una paz que son capaces de serenar los ánimos y de hacer reencontrar a la persona con ella misma, aportándole claridad y luz en su vida, bueno para instruir y enseñar, educar a los jóvenes y a los mayores, y encaminar a las personas por el camino de la vida, aquella que nunca se ha de marchitar.
Los Apóstoles «recorrían los pueblos, anunciando la Buena Nueva» (Lc 9,6). Es ésta también nuestra misión: vivir y meditar el Evangelio, la misma palabra de Jesús, a fin de dejarla penetrar en nuestro interior. Así, poco a poco, podremos encontrar el camino a seguir y la libertad a realizar. Como ha escrito San Juan Pablo II, «la paz ha de realizarse en la verdad (...); ha de hacerse en la libertad».
Que sea el mismo Jesucristo, que nos ha llamado a la fe y a la felicidad eterna, quien nos llene de su esperanza y amor, Él que nos ha dado una nueva vida y un futuro inagotable.
Isabel Orellana es misionera idente en Sevilla y relata este curioso encuentro
Estaba en la Biblioteca Nacional y una joven le espetó «¿Quieres ser santa?»; así nació su vocación
Isabel Orellana es ahora misionera idente en Sevilla
Isabel Orellana Vilches ha cumplido cincuenta años consagrada a la vida religiosa y como misionera idente llevando el mensaje del Evangelio por toda la geografía española. Y lo hace también desde una perspectiva intelectual, pues como doctora en Filosofía y licenciada en Ciencias de la Educación ha sido docente en diferentes instituciones y ha publicado numerosos libros, desde biografías y santorales hasta libros infantiles y juveniles.
En estos momentos, Isabel es misionera idente en Sevilla, instituto de vida consagrada fundado por Fernando Rielo, y en la propia web de la Archidiócesis sevillana ella misma cuenta cómo se produjo este profundo encuentro con Dios tras el que acabaría dejando todo para servir al Señor.
El inesperado encuentro en la Biblioteca Nacional
“No hay mirada en el mundo que traspase las entrañas como la de Cristo. Que es Él quien nos elige es un hecho innegable en mi vida. Siempre sorprendente escoge el momento y lugares que, a veces, como en mi caso concreto, podrían considerarse inoportunos”. Así inicia Isabel un testimonio, en el que da cuenta de cómo hasta en un inesperado lugar dentro de una biblioteca Dios puede aparecer de repente y transformar una vida para siempre.
Según relata, a ella le cambió “el pulso de la vida en los servicios de la Biblioteca Nacional, donde ese septiembre de 1969 realizaba la prestación voluntaria del Servicio Social”.
“En ese espacio íntimo, doméstico, recoleto, tan opuesto a un templo cualquiera, -explica Isabel- se hallaba una joven leyendo el Nuevo Testamento. Habrían sobrepasado uno o dos minutos las 20:00 cuando me dirigía a asomarme al espejo (no había más necesidad, lo cual pone de manifiesto que Cristo, sin yo saberlo, me instó a entrar en ese lugar), cuando la vi de espaldas, reposados sus brazos sobre un pequeño e incómodo ventanuco cercano al suelo”.
"¿Tú quieres ser santa?"
Isabel conocía de vista a aquella joven, que estudiaba Medicina y que también trabajaba en la Biblioteca Nacional. Recuerda nítidamente como “al verme entrar giró su cabeza y le pregunté directamente qué hacía. Dándose la vuelta con el Nuevo Testamento abierto respondió señalándolo: ‘Estoy leyendo esto. Me ayuda mucho’”.
Las dos estaban en este curioso lugar y entonces aquella chica se incorporó por completo y de manera muy directa y rotunda preguntó a Isabel: “¿Tú quieres ser santa?”. La respuesta fue inmediata: “sí”. Entonces –recuerda esta misionera- “me dio un abrazo entrañable y me invitó a tomar algo en la cafetería de la Biblioteca. No añadió nada más. Ni una palabra evangélica. Solamente en el bar me habló de una ‘chica’ que me quería presentar. Era el decisivo y segundo apóstol que iba a tener en unos días”.
Ella era jovencita y al llegar a casa contó a su madre lo ocurrido. Y como se produjo en la Biblioteca Nacional le dio confianza y permitió que quedara con aquella ‘chica’. “Ni mi madre ni yo sospechamos que ese momento sería el que iba a dar un vuelco total a mi existencia. Tenía 17 años, una volcánica pasión, un idealismo anclado en la realidad, habiendo existido un pequeño hueco para el amor juvenil, una joven decidida y moderna de la época que tuvo la intuición de que algo grande había sucedido aquella tarde sin poder darle entonces el alcance que ya tenía”, cuenta.
"Quería ser como ella"
Llegó aquella tarde y pacientemente esperó que ese “nuevo apóstol” apareciese. Casi dos horas estuvo esperando, hasta que al fin no una sino tres mujeres jóvenes entraron en aquella cafetería madrileña. Una de ellas, era Esperanza, que marcaría su vida.
Aquella tarde, cuenta Isabel, “la palabra de Cristo se abría poderosamente ante mí con la fuerza de un ciclón a través de Esperanza, que casi lindaba la treintena. No tuve duda. Quería ser como ella. Aún tenía que enamorarme de Cristo, lo cual no tardó en suceder. Pero en ese primer instante supremo, único e inolvidable, supe lo que deseaba fuese mi vida”.
Isabel Orellana, junto a Fernando Rielo, fundador de los misioneros identes
Sus padres, personas de fe profunda, “nunca se opusieron a mi decisión de seguir a Cristo” como misionera idente.
"No tuve miedo a seguir a Cristo"
Echando 50 años la vista atrás, Isabel considera todo esto “fruto del milagro cotidiano, de la oración y el cariño de tantas personas que han ido marcando mi quehacer. Han transcurrido como un suspiro. Son compendio de una maravillosa aventura, un sueño del que nunca he querido despertar cuya materialización debo a la misericordia y a la gracia divinas, junto al aliento e incesante tutela de mi padre fundador, Fernando Rielo, y de todos lo que me han ido formando y acompañando durante estas décadas”.
Por ello, Isabel afirma que da gracias a Dios porque “no tuve miedo de seguir a Cristo y le entregué mi futuro sin vacilar. Porque con todas mis flaquezas creí en Él, soñé y sigo haciéndolo con llegar al culmen de mi vida habiendo alcanzado la santidad”, que precisamente la pregunta que aquella joven le hizo medio siglo atrás en los servicios de la Biblioteca Nacional.
Texto del Evangelio (Lc 10,13-16): En aquel tiempo, Jesús dijo: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que se han hecho en vosotras, tiempo ha que, sentados con sayal y ceniza, se habrían convertido. Por eso, en el Juicio habrá menos rigor para Tiro y Sidón que para vosotras. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás! Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado».
«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha»
Rev. D. Jordi SOTORRA i Garriga
(Sabadell, Barcelona, España)
Hoy vemos a Jesús dirigir su mirada hacia aquellas ciudades de Galilea que habían sido objeto de su preocupación y en las que Él había predicado y realizado las obras del Padre. En ningún lugar como Corazín, Betsaida y Cafarnaúm había predicado y hecho milagros. La siembra había sido abundante, pero la cosecha no fue buena. ¡Ni Jesús pudo convencerles...! ¡Qué misterio, el de la libertad humana! Podemos decir “no” a Dios... El mensaje evangélico no se impone por la fuerza, tan sólo se ofrece y yo puedo cerrarme a él; puedo aceptarlo o rechazarlo. El Señor respeta totalmente mi libertad. ¡Qué responsabilidad para mí!
Las expresiones de Jesús: «¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!» (Lc 10,13) al acabar su misión apostólica expresan más sufrimiento que condena. La proximidad del Reino de Dios no fue para aquellas ciudades una llamada a la penitencia y al cambio. Jesús reconoce que en Sidón y en Tiro habrían aprovechado mejor toda la gracia dispensada a los galileos.
La decepción de Jesús es mayor cuando se trata de Cafarnaúm. «¿Hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el Hades te hundirás!» (Lc 10,15). Aquí Pedro tenía su casa y Jesús había hecho de esta ciudad el centro de su predicación. Una vez más vemos más un sentimiento de tristeza que una amenaza en estas palabras. Lo mismo podríamos decir de muchas ciudades y personas de nuestra época. Creen que prosperan, cuando en realidad se están hundiendo.
«Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha» (Lc 10,16). Estas palabras con las que concluye el Evangelio son una llamada a la conversión y traen esperanza. Si escuchamos la voz de Jesús aún estamos a tiempo. La conversión consiste en que el amor supere progresivamente al egoísmo en nuestra vida, lo cual es un trabajo siempre inacabado. San Máximo nos dirá: «No hay nada tan agradable y amado por Dios como el hecho de que los hombres se conviertan a Él con sincero arrepentimiento».
Texto del Evangelio (Lc 8,19-21): En aquel tiempo, se presentaron la madre y los hermanos de Jesús donde Él estaba, pero no podían llegar hasta Él a causa de la gente. Le anunciaron: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte». Pero Él les respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen».
«Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen»
Rev. D. Xavier JAUSET i Clivillé
(Lleida, España)
Hoy leemos un hermoso pasaje del Evangelio. Jesús no ofende para nada a su Madre, ya que Ella es la primera en escuchar la Palabra de Dios y de Ella nace Aquel que es la Palabra. Al mismo tiempo es la que más perfectamente cumplió la voluntad de Dios: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), responde al ángel en la Anunciación.
Jesús nos dice lo que necesitamos para llegar a ser sus familiares, también nosotros: «Aquellos que oyen...» (Lc 8,21) y para oír es preciso que nos acerquemos como sus familiares, que llegaron a donde estaba; pero no podían acercarse a Él a causa del gentío. Los familiares se esfuerzan por acercarse, convendría que nos preguntásemos si luchamos y procuramos vencer los obstáculos que encontramos en el momento de acercarnos a la Palabra de Dios. ¿Dedico diariamente unos minutos a leer, escuchar y meditar la Sagrada Escritura? Santo Tomás de Aquino nos recuerda que «es necesario que meditemos continuamente la Palabra de Dios (...); esta meditación ayuda poderosamente en la lucha contra el pecado».
Y, finalmente, cumplir la Palabra. No basta con escuchar la Palabra; es preciso cumplirla si queremos ser miembros de la familia de Dios. ¡Debemos poner en práctica aquello que nos dice! Por eso será bueno que nos preguntemos si solamente obedezco cuando lo que se me pide me gusta o es relativamente fácil, y, por el contrario, si cuando hay que renunciar al bienestar, a la propia fama, a los bienes materiales o al tiempo disponible para el descanso..., pongo la Palabra entre paréntesis hasta que vengan tiempos mejores. Pidamos a la Virgen María que escuchemos como Ella y cumplamos la Palabra de Dios para andar así por el camino que conduce a la felicidad duradera.
Alicia Beauvisage ha conseguido que países y parlamentos enteros se consagren Una reliquia cambió su vida:
ahora es testigo de los «milagros» y «maravillas» del Corazón de Jesús
Alicia Beauvisage muestra la reliquia de Santa Margarita María de Alacoque que encontró en un mercadillo en Francia
Sin buscarlo ni pretenderlo y en un ejemplo más de cómo Dios se manifiesta a los hombres de las formas más sorprendentes, Alicia Beauvisage se convirtió de la noche a la mañana en una misionera del Corazón de Jesús que ha llevado, y sigue haciendo todavía hoy, el fuego del Corazón de Cristo a todo el mundo consiguiendo que hasta parlamentos nacionales y países enteros se hayan consagrado a esta devoción.
Esta salvadoreña que reside en país desde hace cuatro décadas nunca habría imaginado cómo Dios se haría el encontradizo con ella de tal manera que la llevara a recorrer el mundo. La devoción al Corazón de Jesús, una reliquia de Santa Margarita María encontrada en un mercadillo y la muerte de San Juan Pablo II fueron la mezcla perfecta para que Alicia se convirtiera en un pequeño instrumento, que junto al padre Edouard Marot, está cambiando el mundo a lo grande con conversiones y todo tipo de curaciones espirituales e incluso físicas.
Una devoción desde niña
En una conversación con Cari Filii, Alicia recuerda que gracias a su madre y a su abuela ya desde niña era muy devota del Corazón de Jesús en El Salvador. Ver en un lugar preeminente de su casa esta tradicional imagen de Jesús la hizo comprender desde pequeña la grandeza que representaba, que “era el Rey de la casa, que era importante”.
Pero fue cuando tenía 8 años ocurrió algo que sacudió su vida. “Algo que me impactó mucho –recuerda- es cuando mi papá fue asesinado. Mi mamá se quedó sola con tres hijas y creyó no poder salir adelante. Entonces le pidió al párroco que le dejara ir todas las noches a la iglesia después de trabajar a rezar una novena al Corazón de Jesús. Y, ¿a quién llevaba? A mí. ¿Qué vi? Que mi mamá estaba mal, que le pidió al Corazón de Jesús y salió adelante”.
Su fe es sencilla, marcada por una experiencia de Dios en su vida que la ha llevado hacia adelante. “Yo no soy una mujer intelectual o que sepa mucho de Teología, el Corazón de Jesús me ha buscado, y lo que me ha dado es entendimiento sobre lo que hay en su Corazón. Y esto –considera Alicia- me viene desde niña”.
Su llegada a París
Sin embargo, siendo todavía muy joven se trasladó a vivir a París, en un país, una lengua y una cultura totalmente ajena para ella. “Allí me olvido del Corazón de Jesús”, confiesa. Pero poco tiempo después volvió a este amor después de que en su parroquia pidieran voluntarios para acoger a los peregrinos que iban al santuario del Sagrado Corazón de París.
Allí, en el templo volvió a intimar con Dios, a rezarle, a contar a Jesús su vida. Entonces se dio cuenta de que el Corazón de Jesús la había protegido en todo momento en París y de todos los peligros para su alma. “Veo detallitos, y veo milagritos, aunque en realidad un milagrito ya es algo enorme. Veo también que Jesús está conmigo las 24 horas. Y en mi pequeña medida empiezo a hacer cosas como distribuir la novena o llamar a su madre para que hiciera lo mismo en El Salvador. Esto era en mi vida normal mientras trabajaba”, cuenta Alicia.
Alicia, junto al padre Marot en su misión de propagar el fuego del Corazón de Jesús por todo el mundo
La vida de esta mujer experimentó el gran cambio casi de casualidad. Sería el punto de inflexión y el inicio de lo que ahora es una enorme obra de apostolado. Explica que su marido le hizo descubrir unos mercadillos especiales que hay en Francia, donde los alcaldes de las localidades dan permiso una vez al año para que las familias vendan cosas de sus casas en la calle, y que para muchos es una forma de quitarse de en medio cosas sobrantes.
El horror que vio en el mercadillo
“Fui muy contenta, pero vi con horror que numerosas estampas, cuadros y estatuas del Corazón de Jesús estaban a la venta. Cuando lo vi en el suelo me quedé horrorizada. Y yo decía: ‘no te preocupes, te compraré, te llevaré a mi casa y allí yo te voy a mimar’. Así fue como empecé a comprar todo lo que encontraba del Corazón de Jesús”, relata esta mujer.
Y entonces se produjo el momento culminante. El 2 de abril de 2005 falleció San Juan Pablo II. “Para mí fue un choque, sentía que era un Papa que no tenía miedo y decía siempre lo que Dios quería, y yo estaba llorando y muy triste”, recuerda de aquel momento.
El hallazgo de la reliquia
Al día siguiente, 3 de abril y domingo de la Divina Misericordia, su marido insistió para que fueran a alguno de estos mercadillos que tanto le gustaban. Ella no quería, pero al final acabó cediendo. Una vez allí vio cómo había kilómetros de personas vendiendo cosas.
Alicia explica que iba desanimada, pero de repente a lo lejos y entre miles de cosas vio un pequeño cuadrito que le llamó la atención. “Era muy normal, pero me sentía atraída y cuando lo cogí vi que era un Corazón de Jesús. Yo que estaba triste me puse muy contenta. Pero de repente vi que ponía también ‘Beta Margarita María de Alacoque’, de la que yo era muy devota desde niña”.
Había encontrado una reliquia de primer grado de la santa que alguien había puesto a la venta. Evidentemente la compró y se dispuso durante mucho tiempo a comprobar si era auténtica. Este fue el inicio de un camino que la llevaría a ser la misionera del Corazón de Jesús que es hoy.
"No puede ser casualidad"
En aquel momento pensó: “No puede ser casualidad que este día, fiesta de la Divina Misericordia, y un día después de la muerte de Juan Pablo II me encuentre una reliquia de Santa Margarita María de Alacoque”.
Así fue como –cuenta Alicia- Jesús “empieza a llevarme, de una manera totalmente providencial, a donde Él quería que fuera”, que no era otro sitio que el santuario de Paray-Le-Monial, el santuario en el que el Corazón de Jesús se apareció a la santa, una monjita francesa de la Orden de la Visitación de la Virgen María.
El inicio de una misión inesperada
Llamó al monasterio para intentar averiguar si la reliquia era real, tiempo después se confirmó, pero descubrió otra cosa. Allí conoció otra religiosa enamorada del Corazón de Jesús, que al saber que Alicia era salvadoreña le informó que las reliquias que se conservaban en Paray-Le-Monial se encontraban en ese momento en Argentina.
Aunque Argentina está bastante lejos de El Salvador, pensó que las reliquias podían ir a su país. Y de manera inconsciente, o más bien confiada en que Dios hace posible lo imposible, Alicia creyó que sería fácil conseguirlo aunque la realidad decía lo contrario.
Preguntó las condiciones y aunque no tenía dinero ni contactos se lanzó a la aventura de que la santa que tanto amaba visitase su país. Al final un obispo aceptó. “La pobre gente allá (en América) no tenía como ir a Francia y quería compartir con ellos la gracia que yo tenía de poder ir a ver a Santa Margarita. Y le dije al Corazón de Jesús: ‘donde lleve a Santa Margarita te traeré muchos enamorados’”.
“Esto no era cosa mía, era del Señor, es Él el que crea enamorados”, confiesa ella, que también cuenta que “toda esta misión no la busqué, no el Padre Marot tampoco, el Señor nos la dio”.
Un instrumento pequeño para hacer cosas grandes
El fuego del Corazón de Jesús estaba a punto de desatarse de nuevo por América. Al final las reliquias llegaron a El Salvador, y hoy “la expansión del amor al Sagrado Corazón en el país es algo excepcional”.
Es más, logró que el país se consagrase. Hubo luchas, sufrimientos e incomprensiones en este proceso, pero finalmente el obispo recibió a Alicia y al padre Marot y le dijo: “Alicia, quería pedirla perdón porque no entendí la importancia de su misión’”. Ella le perdonó, pero le dijo bromeando: “con el perdón viene la penitencia, y le dije que el Corazón de Jesús quería la fundación de un convento de la Visitación en El Salvador”. Poco después, se abrió y ahora tiene 19 religiosas.
Pero todavía quedaban más “maravillas” por verse en El Salvador. En una imagen impresionante y sorprendente se vio a todos los diputados de la Asamblea Nacional, conservadores, socialdemócratas e incluso comunistas, consagrándose al Corazón de Cristo en el propio Congreso. Alicia, que habló desde el estrado les dijo: “¿Quién iba a curar las heridas de El Salvador? Pues el Corazón de Jesús”.
"Hemos visto maravillas"
Entonces pensó que las reliquias debían ir a Panamá, y luego a México. Y lo que parecían ideas disparatadas se iban cumpliendo allanándose de repente todos los caminos. Y así fue como gracias a Alicia como instrumento México también se consagró, participando incluso el entonces presidente Vicente Fox. Y así hasta 35 países ha visitado en esta misión Alicia en un apostolado que empezó de la nada con el hallazgo de una pequeña reliquia.
Alicia confiesa que en estos años “hemos visto maravillas y cuando uno ve maravillas, ve ese Corazón de Jesús que está presente 24 horas esperando que el mundo conteste a su llamado de amor”.
Alicia, en la Asamblea de El Salvador el día en el que los diputados se consagraron al Corazón de Jesús
Según explica, esta espiritualidad “es un camino de santidad que nos lleva con toda nuestra debilidad” y recuerda que Él pide sólo “un poco de amor, pero nos da ese camino donde podemos ir soltando aquello que nos impide avanzar. La santidad no es fácil, pero tenemos al Corazón de Jesús, y por supuesto a la Virgen, que está feliz de que vayamos al Corazón de su Hijo, y nos ayuda para que no nos salgamos del camino”.
El milagro de la vida
Durante estos años de misión, asegura haber sido testigos de muchos milagros, no sólo conversiones, y cuenta uno de los últimos que ha vivido en el mismo París.
Alicia explica que junto al padre celebró misa en una capilla lateral del Sagrado Corazón de París. Un matrimonio argentino estaba en la ciudad como turistas y al ver al padre por la nave lateral le pidió una bendición explicándole que no podían tener hijos. Tras la bendición, el padre Marot les dijo que fueran a hablar con Alicia.
Cuando le contaron su historia, ella les dijo: “Han caído con una especialista en esto: Santa Margarita María”. Asegura que “he visto muchísimos casos en el mundo como el de ellos, y les dije: ‘¿aceptan ustedes pedirle a la Santa que interceda ante el Corazón de Jesús si es su voluntad?’”. Ellos accedieron. Y luego se pusieron el relicario en el vientre. Dos meses después llamaron a Alicia. Estaban embarazados. Aquella niña ya ha nacido y se llama Margarita María.
Una película sobre el Corazón de Jesús
El testimonio de Alicia, como el del propio padre Marot, y otros muchos testigos y expertos sobre el Sagrado Corazón aparecen en la película Corazón Ardiente, producida por Goya Producciones, y que en breve será estrenada en los cines.
Ver santoral 23 de Septiembre: San Pío de Pietrelcina, religioso
Texto del Evangelio (Lc 8,16-18): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Nadie enciende una lámpara y la cubre con una vasija, o la pone debajo de un lecho, sino que la pone sobre un candelero, para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no quede manifiesto, y nada secreto que no venga a ser conocido y descubierto. Mirad, pues, cómo oís; porque al que tenga, se le dará; y al que no tenga, aun lo que crea tener se le quitará».
«Pone (la lámpara) sobre un candelero, para que los que entren vean la luz»
+ Rev. D. Joaquim FONT i Gassol
(Igualada, Barcelona, España)
Hoy, este Evangelio tan breve es rico en temas que atraen nuestra atención. En primer lugar, “dar luz”: ¡todo es patente ante los ojos de Dios! Segundo gran tema: las Gracias están engarzadas, la fidelidad a una atrae a otras: «Gratiam pro gratia» (Jn 1,16). En fin, es un lenguaje humano para cosas divinas y perdurables.
¡Luz para los que entran en la Iglesia! Desde siglos, las madres cristianas han enseñado en la intimidad a sus hijos con palabras expresivas, pero sobre todo con la “luz” de su buen ejemplo. También han sembrado con la típica cordura popular y evangélica, comprimida en muchos refranes, llenos de sabiduría y de fe a la vez. Uno de ellos es éste: «Iluminar y no difuminar». San Mateo nos dice: «(...) para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres para que, al ver vuestras buenas obras, den gloria a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,15-16).
Nuestro examen de conciencia al final del día puede compararse al tendero que repasa la caja para ver el fruto de su trabajo. No empieza preguntando: —¿Cuánto he perdido? Sino más bien: —¿Qué he ganado? Y acto seguido: —¿Cómo podré ganar más mañana, qué puedo hacer para mejorar? El repaso de nuestra jornada acaba con acción de gracias y, por contraste, con un acto de dolor amoroso. —Me duele no haber amado más y espero lleno de ilusión, estrenar mañana el nuevo día para agradar más a Nuestro Señor, que siempre me ve, me acompaña y me ama tanto. —Quiero proporcionar más luz y disminuir el humo del fuego de mi amor.
En las veladas familiares, los padres y abuelos han forjado —y forjan— la personalidad y la piedad de los niños de hoy y hombres de mañana. ¡Merece la pena! ¡Es urgente! María, Estrella de la mañana, Virgen del amanecer que precede a la Luz del Sol-Jesús, nos guía y da la mano. «¡Oh Virgen dichosa! Es imposible que se pierda aquel en quien tú has puesto tu mirada» (San Anselmo).