Hoy no meditamos un evangelio en particular, puesto que es un día que carece de liturgia. Pero, con María, la única que ha permanecido firme en la fe y en la esperanza después de la trágica muerte de su Hijo, nos preparamos, en el silencio y en la oración, para celebrar la fiesta de nuestra liberación en Cristo, que es el cumplimiento del Evangelio.
La coincidencia temporal de los acontecimientos entre la muerte y la resurrección del Señor y la fiesta judía anual de la Pascua, memorial de la liberación de la esclavitud de Egipto, permite comprender el sentido liberador de la cruz de Jesús, nuevo cordero pascual cuya sangre nos preserva de la muerte.
Otra coincidencia en el tiempo, menos señalada pero sin embargo muy rica en significado, es la que hay con la fiesta judía semanal del “Sabbat”. Ésta empieza el viernes por la tarde, cuando la madre de familia enciende las luces en cada casa judía, terminando el sábado por la tarde. Esto recuerda que después del trabajo de la creación, después de haber hecho el mundo de la nada, Dios descansó el séptimo día. Él ha querido que también el hombre descanse el séptimo día, en acción de gracias por la belleza de la obra del Creador, y como señal de la alianza de amor entre Dios e Israel, siendo Dios invocado en la liturgia judía del Sabbat como el esposo de Israel. El Sabbat es el día en que se invita a cada uno a acoger la paz de Dios, su “Shalom”.
De este modo, después del doloroso trabajo de la cruz, «retoque en que el hombre es forjado de nuevo» según la expresión de Catalina de Siena, Jesús entra en su descanso en el mismo momento en que se encienden las primeras luces del Sabbat: “Todo se ha cumplido” (Jn 19,3). Ahora se ha terminado la obra de la nueva creación: el hombre prisionero antaño de la nada del pecado se convierte en una nueva criatura en Cristo. Una nueva alianza entre Dios y la humanidad, que nada podrá jamás romper, acaba de ser sellada, ya que en adelante toda infidelidad puede ser lavada en la sangre y en el agua que brotan de la cruz.
La carta a los Hebreos dice: «Un descanso, el del séptimo día, queda para el pueblo de Dios» (Heb 4,9). La fe en Cristo nos da acceso a ello. Que nuestro verdadero descanso, nuestra paz profunda, no la de un solo día, sino para toda la vida, sea una total esperanza en la infinita misericordia de Dios, según la invitación del Salmo 16: «Mi carne descansará en la esperanza, pues tu no entregarás mi alma al abismo». Que con un corazón nuevo nos preparemos para celebrar en la alegría las bodas del Cordero y nos dejemos desposar plenamente por el amor de Dios manifestado en Cristo.
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+ Rev. D. Joan BUSQUETS i Masana
(Sabadell, Barcelona, España)
Hoy, propiamente, no hay “evangelio” para meditar o —mejor dicho— se debería meditar todo el Evangelio en mayúscula (la Buena Nueva), porque todo él desemboca en lo que hoy recordamos: la entrega de Jesús a la Muerte para resucitar y darnos una Vida Nueva.
Hoy, la Iglesia no se separa del sepulcro del Señor, meditando su Pasión y su Muerte. No celebramos la Eucaristía hasta que haya terminado el día, hasta mañana, que comenzará con la Solemne Vigilia de la resurrección. Hoy es día de silencio, de dolor, de tristeza, de reflexión y de espera. Hoy no encontramos la Reserva Eucarística en el sagrario. Hay sólo el recuerdo y el signo de su “amor hasta el extremo”, la Santa Cruz que adoramos devotamente.
Hoy es el día para acompañar a María, la madre. La tenemos que acompañar para poder entender un poco el significado de este sepulcro que velamos. Ella, que con ternura y amor guardaba en su corazón de madre los misterios que no acababa de entender de aquel Hijo que era el Salvador de los hombres, está triste y dolida: «Vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron» (Jn 1,11). Es también la tristeza de la otra madre, la Santa Iglesia, que se duele por el rechazo de tantos hombres y mujeres que no han acogido a Aquel que para ellos era la Luz y la Vida.
Hoy, rezando con estas dos madres, el seguidor de Cristo reflexiona y va repitiendo la antífona de la plegaria de Laudes: «Cristo se hizo por nosotros obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre» (cf. Flp 2,8-9).
Hoy, el fiel cristiano escucha la Homilía Antigua sobre el Sábado Santo que la Iglesia lee en la liturgia del Oficio de Lectura: «Hoy hay un gran silencio en la tierra. Un gran silencio y soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra se ha estremecido y se ha quedado inmóvil porque Dios se ha dormido en la carne y ha resucitado a los que dormían desde hace siglos. Dios ha muerto en la carne y ha despertado a los del abismo».
Preparémonos con María de la Soledad para vivir el estallido de la Resurrección y para celebrar y proclamar —cuando se acabe este día triste— con la otra madre, la Santa Iglesia: ¡Jesús ha resucitado tal como lo había anunciado! (cf. Mt 28,6).
Meditación de Viernes Santo en la Basílica de San Pedro
Cantalamessa pide a los jóvenes «salvar el amor humano de la deriva trágica en la que ha terminado»
Cantalamessa recogió uno de los temas de sus predicaciones cuaresmales: la huida del mundo acudiendo al lugar del dolor, donde el mundo evita siempre ir.
A las cinco de la tarde comenzaron en la Basílica de San Pedro los oficios de celebración de la Pasión del Señor.
Tras hacer su entrada en el templo, el Papa Francisco se postró en el suelo para orar durante unos minutos.
El Papa, a quien visiblemente le costó levantarse, mantenía pocos minutos después la respiración algo entrecortada al leer las primeras oraciones de los oficios y dar paso a la lectura de la Pasión según San Juan.
Seguidamente, el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia desde 1980, dirigió a todos los presentes una meditación (ver abajo el texto completo) centrada en el testimonio de San Juan como "testigo ocular" de la Crucifixión de Cristo, y quien en ese momento comprendió "el sentido de lo que había sucedido: que en ese momento era inmolado el verdadero Cordero de Dios y se realizaba el sentido de la Pascua antigua". El espíritu que Él entregaba en ese momento "da comienzo a la nueva creación".
De ahí la "omnipresencia del Crucificado en nuestras iglesias, en los altares y en cualquier lugar frecuentado por cristianos", porque en la Cruz "Dios se revela «sub propia specie», por lo que Él es, en su realidad más íntima y más verdadera. «Dios es amor» (1 Jn 4,10), amor oblativo, y sólo en la cruz se hace manifiesto hasta dónde se abre paso esta capacidad infinita de auto-donación de Dios", explicó el fraile capuchino.
El encuentro con Jesús resucitado
El gran reto para los jóvenes hoy, continuó, recordando el próximo sínodo que los tendrá como centro de reflexión de la Iglesia universal, es encontrarse con ese Jesús como lo hizo San Juan: de forma "personal, existencial": "Justamente nos esforzaremos en este año por descubrir junto con ellos qué espera Cristo de los jóvenes, qué pueden dar a la Iglesia y a la sociedad. Lo más importante, sin embargo, es otra cosa: es hacer conocer a los jóvenes lo que Jesús tiene que aportarles", dijo Cantalamessa.
Y eso no es una utopía: "Encontrar personalmente a Cristo también es posible hoy porque Él está resucitado; es una persona viva, no un personaje. Todo es posible después de este encuentro personal; nada cambiará realmente en la vida sin Él".
Para encontrarse con Jesús es preciso huir del mundo, pero eso ¿cómo se hace? "El «mezclarse» con este mundo del sufrimiento y de la marginación es, paradójicamente, el mejor modo de «separarse» del mundo, porque es ir allá donde el mundo evita ir con todas sus fuerzas. Es separase del principio mismo que rige el mundo, es decir, el egoísmo", dijo Cantalamessa, del mundo entendido "tal como ha llegado a ser bajo el dominio de Satanás y del pecado".
Hay, pues, que evitar "lo que llamamos adaptación al espíritu de los tiempos, el conformismo". Cantalamessa citó y repitió dos veces una frase de "un gran poeta creyente del siglo pasado, T.S. Eliot", a saber: "En un mundo de fugitivos, la persona que toma la dirección opuesta parecerá un desertor". Y pidió a los jóvenes cristianos ("si se le permite a un anciano como Juan dirigirse directamente a vosotros", dijo) algo con vehemencia: "¡Sed de los que toman la dirección opuesta! ¡Tened la valentía de ir contra corriente! La dirección opuesta, para nosotros, no es un lugar, es una persona, es Jesús nuestro amigo y redentor".
El predicador pontificio concretó la misión específica de los jóvenes hoy: "Se os confía particularmente una tarea a vosotros: salvar el amor humano de la deriva trágica en la que ha terminado: el amor que ya no es don de sí, sino sólo posesión —a menudo violento y tiránico— del otro". Y eso hay que contrarrestarlo uniendo el eros con el ágape, respectivamente "el amor de búsqueda, del deseo y de la alegría de ser amado", y "el amor que se dona".
Esto, advirtió, "es una capacidad que no se forja en un día. Es necesario prepararse para donarse totalmente uno mismo a otra criatura en el matrimonio, o a Dios en la vida consagrada, empezando por donar el propio tiempo, la sonrisa y la propia juventud en la familia, en la parroquia, en el voluntariado. Lo que muchos de vosotros silenciosamente hacéis".
El camino de esa preparación es la Cruz, porque en ella Jesús "nos ha dado el ejemplo de un amor de donación llevado hasta el extremo; nos ha merecido la gracia de poderlo ejercitar, en pequeña parte, en nuestra vida. El agua y la sangre que brotaron de su costado llegan a nosotros hoy en los sacramentos de la Iglesia, en la Palabra, aunque sólo mirando con fe al Crucificado".
Finalizada la meditación del padre Cantalamessa, se guardaron unos minutos de silencio para considerar sus palabras, tras lo cual se rezaron las preces e hizo su entrada la Cruz para ser adorada por el Papa, los oficiantes y los cardenales presentes en la basílica de San Pedro.
A continuación se rezó el Padrenuestro y se distribuyó la Santa Comunión, finalizando a continuación los oficios.
Texto íntegro de la meditación del padre Raniero Cantalamessa
P. Raniero Cantalamessa, ofm cap
«Quien lo ha visto da testimonio de ello»
Predicación del Viernes Santo en la Basílica de San Pedro 30 de marzo de 2018
Traducción de Pablo Cervera Barranco
Al llegar donde estaba Jesús, viendo que ya estaba muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados con una lanza le atravesó el costado, e inmediatamente salió sangre y agua. Quien lo ha visto da testimonio de ello y su testimonio es verdadero; él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis (Jn 19, 33-35).
Nadie podrá nunca convencernos de que esta solemne declaración no corresponda a la verdad histórica, que quien dice que estaba allí y vio, en realidad no existía y no vio. En este caso se juega en ello la honestidad del autor. En el Calvario, a los pies de la cruz, estaba la Madre de Jesús y, junto a ella, «el discípulo que Jesús amaba». ¡Tenemos un testigo ocular!
Él «vio» no sólo lo que ocurría bajo la mirada de todos. A la luz del Espíritu Santo, después de la Pascua, vio también el sentido de lo que había sucedido: que en ese momento era inmolado el verdadero Cordero de Dios y se realizaba el sentido de la Pascua antigua; que Cristo en la cruz era el nuevo templo de Dios, de cuyo costado, como había predicho el profeta Ezequiel (47,1ss.), brota el agua de la vida; que el espíritu que Él entrega en el momento de la muerte da comienzo a la nueva creación, como «el Espíritu de Dios», aleteando sobre las aguas, había transformado al principio, el caos en el cosmos. Juan, entendió el sentido de las últimas palabras de Jesús: «Todo está cumplido» (Jn 19,30).
Pero, ¿por qué —nos preguntamos—, esta ilimitada concentración de significado en la cruz de Cristo? ¿Por qué esta omnipresencia del Crucificado en nuestras iglesias, en los altares y en cualquier lugar frecuentado por cristianos?
Alguien ha sugerido una clave de lectura del misterio cristiano, diciendo que Dios se revela «sub contraria specie», bajo lo contrario de lo que él es en realidad: revela su potencia en la debilidad, su sabiduría en la necedad, su riqueza en la pobreza...
Esta clave de lectura no se aplica a la cruz. En la cruz Dios se revela «sub propia specie», por lo que Él es, en su realidad más íntima y más verdadera. «Dios es amor», escribe Juan (1 Jn 4,10), amor oblativo, y sólo en la cruz se hace manifiesto hasta dónde se abre paso esta capacidad infinita de auto-donación de Dios. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1); «Tanto amó Dios al mundo que dio (¡a la muerte!) al Hijo unigénito» (Jn 3,16); «Me amó y entregó (¡a la muerte!) a sí mismo por mí» (Gál 2,20).
* * *
En el año en que la Iglesia celebra un Sínodo sobre los jóvenes y quiere ponerlos en el centro de la propia preocupación pastoral, la presencia en el Calvario del discípulo que Jesús amaba encierra un mensaje especial. Tenemos todos los motivos para creer que Juan se adhirió a Jesús cuando todavía era bastante joven. Fue un auténtico enamoramiento. Todo el resto pasó de golpe a segunda línea. Fue un encuentro «personal», existencial. Si en el centro del pensamiento de Pablo está lo obrado por Jesús, su misterio pascual de muerte y resurrección, en el centro del pensamiento de Juan está el ser, la persona de Jesús. De ahí todos esos «Yo soy» de resonancias eternas que salpican su Evangelio: «Yo soy el camino, la verdad y la vida», «Yo soy la luz», «Yo soy la puerta», «Yo soy», y basta.
Juan era, casi con certeza, uno de los dos discípulos del Bautista que, al comparecer en la escena de Jesús, fueron detrás de él. A su pregunta: «Rabbì, ¿dónde vives?», Jesús respondió: «Venid y veréis». «Fueron, pues, y ese día se quedaron con él; eran aproximadamente las cuatro de la tarde» (Jn 1,35-39). Esa hora decidió sobre su vida y ya no la olvidó.
Justamente nos esforzaremos en este año por descubrir junto con ellos, qué espera Cristo de los jóvenes, qué pueden dar a la Iglesia y a la sociedad. Lo más importante, sin embargo, es otra cosa: es hacer conocer a los jóvenes lo que Jesús tiene que aportarles. Juan lo descubrió estando con Él: «Vida en abundancia», «alegría plena». Participé hace tiempo, en Alemania, en un encuentro de jóvenes en su mayoría (unos ocho mil). El tema era Holy fascination, santamente fascinados. No era un eslogan, sino el aire que se respiraba. Jóvenes de hoy, de una nación en la vanguardia, desde el punto de vista económico y tecnológico, literalmente fascinados por Jesús de Nazaret. Y hay a millones en todo el mundo, en los movimientos, en las asociaciones, en las parroquias. Por lo tanto, es posible pensarlo, no es una utopía. ¿Quién puede dar más respuestas que Jesús a los jóvenes de hoy y de todos los tiempos?
Hagamos que en todos los discursos sobre los jóvenes y a los jóvenes resuene en el trasfondo la apremiante invitación del Santo Padre en la Evangelii gaudium: «Invito a todo cristiano, en cualquier lugar y situación que se encuentre, a renovar hoy mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de buscarlo cada día sin descanso. No hay motivo para que alguien pueda pensar que esta invitación no es para él» (EG 3). Encontrar personalmente a Cristo también es posible hoy porque Él está resucitado; es una persona viva, no un personaje. Todo es posible después de este encuentro personal; nada cambiará realmente en la vida sin Él.
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Además del ejemplo de su vida, el evangelista Juan dejó también un mensaje escrito a los jóvenes. En su Primera Carta leemos estas conmovedoras palabras de un anciano a los jóvenes de las Iglesias que fundó: «Os escribo a vosotros, jóvenes, porque sois fuertes y la Palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al maligno. ¡No améis el mundo, ni las cosas del mundo!» (1 Jn 2,14-15)
El mundo que no debemos amar, y al cual no debemos someternos, no es, lo sabemos, el mundo creado y amado por Dios, no son los hombres del mundo a cuyo encuentro, por el contrario, siempre debemos ir, especialmente a los pobres, a los últimos. El «mezclarse» con este mundo del sufrimiento y de la marginación es, paradójicamente, el mejor modo de «separarse» del mundo, porque es ir allá donde el mundo evita ir con todas sus fuerzas. Es separase del principio mismo que rige el mundo, es decir, el egoísmo.
No, el mundo que no hay que amar es otro; es el mundo tal como ha llegado a ser bajo el dominio de Satanás y del pecado, «el espíritu que está en el aire» lo llama San Pablo (Ef 2,1-2). Un papel decisivo desempeña en él la opinión pública, hoy también literalmente espíritu «que está en el aire» porque se difunde por el aire a través de las infinitas posibilidades de la técnica. «Se determina un espíritu de gran intensidad histórica, al que el individuo difícilmente se puede sustraer. Nos atenemos al espíritu general, lo consideramos evidente. Actuar o pensar o decir algo contra él es considerado cosa absurda o incluso una injusticia o un delito. Entonces no se osa ya situarse frente a las cosas y a la situación, y sobre todo a la vida, de manera diferente a como las presenta»[1].
Es lo que llamamos adaptación al espíritu de los tiempos, conformismo. Un gran poeta creyente del siglo pasado, T.S. Eliot, escribió tres versos que dicen más que libros enteros: «En un mundo de fugitivos, la persona que toma la dirección opuesta parecerá un desertor»[2] Queridos jóvenes cristianos, si se le permite a un anciano como Juan dirigirse directamente a vosotros, os exhorto: ¡Sed de los que toman la dirección opuesta! ¡Tened la valentía de ir contra corriente! La dirección opuesta, para nosotros, no es un lugar, es una persona, es Jesús nuestro amigo y redentor.
Se os confía particularmente una tarea a vosotros: salvar el amor humano de la deriva trágica en la que ha terminado: el amor que ya no es don de sí, sino sólo posesión —a menudo violento y tiránico— del otro. En la cruz Dios se reveló como ágape, amor que se dona. Pero el ágape nunca está separado del eros, del amor de búsqueda, del deseo y de la alegría de ser amado. Dios no nos hace sólo la «caridad» de amarnos: nos desea; en toda la Biblia se revela como esposo enamorado y celoso. También el suyo es un amor «erótico», en el sentido noble de este término. Es lo que explicó Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est: «Eros y agapé —amor ascendente y amor descendente— nunca llegan a separarse completamente [...]. La fe bíblica no construye un mundo paralelo o contrapuesto al fenómeno humano originario del amor, sino que asume a todo el hombre, interviniendo en su búsqueda de amor para purificarla, abriéndole al mismo tiempo nuevas dimensiones» (nn. 7-8).
No se trata, pues, de renunciar a las alegrías del amor, a la atracción y al eros, sino de saber unir al eros el ágape, al deseo del otro, la capacidad de darse al otro, recordando lo que san Pablo refiere como un dicho de Jesús: «Hay más alegría en dar que en recibir» (Hch 20,35).
Es una capacidad que no se forja en un día. Es necesario prepararse para donarse totalmente uno mismo a otra criatura en el matrimonio, o a Dios en la vida consagrada, empezando por donar el propio tiempo, la sonrisa y la propia juventud en la familia, en la parroquia, en el voluntariado. Lo que muchos de vosotros silenciosamente hacéis.
Jesús en la cruz no sólo nos ha dado el ejemplo de un amor de donación llevado hasta el extremo; nos ha merecido la gracia de poderlo ejercitar, en pequeña parte, en nuestra vida. El agua y la sangre que brotaron de su costado llegan a nosotros hoy en los sacramentos de la Iglesia, en la Palabra, aunque sólo mirando con fe al Crucificado. Juan vio proféticamente una última cosa bajo la cruz: hombres y mujeres de todo tiempo y de todo lugar que miraban a «quien fue traspasado» y lloraba de arrepentimiento y de consuelo (cf. Jn 19, 37; Zac 12,10). A ellos nos unimos también nosotros en los gestos litúrgicos que seguirán dentro de poco.
Texto del Evangelio (Jn 18,1—19,42): En aquel tiempo, Jesús pasó con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto, en el que entraron él y sus discípulos. Pero también Judas, el que le entregaba, conocía el sitio, porque Jesús se había reunido allí muchas veces con sus discípulos. Judas, pues, llega allí con la cohorte y los guardias enviados por los sumos sacerdotes y fariseos, con linternas, antorchas y armas. Jesús, que sabía todo lo que le iba a suceder, se adelanta y les pregunta: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Díceles: «Yo soy». Judas, el que le entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo: «Yo soy», retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo: «¿A quién buscáis?». Le contestaron: «A Jesús el Nazareno». Respondió Jesús: «Ya os he dicho que yo soy; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos». Así se cumpliría lo que había dicho: «De los que me has dado, no he perdido a ninguno». Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al siervo del Sumo Sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús dijo a Pedro: «Vuelve la espada a la vaina. La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?».
Entonces la cohorte, el tribuno y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, le ataron y le llevaron primero a casa de Anás, pues era suegro de Caifás, el Sumo Sacerdote de aquel año. Caifás era el que aconsejó a los judíos que convenía que muriera un solo hombre por el pueblo. Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo. Este discípulo era conocido del Sumo Sacerdote y entró con Jesús en el atrio del Sumo Sacerdote, mientras Pedro se quedaba fuera, junto a la puerta. Entonces salió el otro discípulo, el conocido del Sumo Sacerdote, habló a la portera e hizo pasar a Pedro. La muchacha portera dice a Pedro: «¿No eres tú también de los discípulos de ese hombre?». Dice él: «No lo soy». Los siervos y los guardias tenían unas brasas encendidas porque hacía frío, y se calentaban. También Pedro estaba con ellos calentándose. El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús sobre sus discípulos y su doctrina. Jesús le respondió: «He hablado abiertamente ante todo el mundo; he enseñado siempre en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he hablado nada a ocultas. ¿Por qué me preguntas? Pregunta a los que me han oído lo que les he hablado; ellos saben lo que he dicho». Apenas dijo esto, uno de los guardias que allí estaba, dio una bofetada a Jesús, diciendo: «¿Así contestas al Sumo Sacerdote?». Jesús le respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?». Anás entonces le envió atado al Sumo Sacerdote Caifás. Estaba allí Simón Pedro calentándose y le dijeron: «¿No eres tú también de sus discípulos?». El lo negó diciendo: «No lo soy». Uno de los siervos del Sumo Sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro había cortado la oreja, le dice: «¿No te vi yo en el huerto con Él?». Pedro volvió a negar, y al instante cantó un gallo.
De la casa de Caifás llevan a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Ellos no entraron en el pretorio para no contaminarse y poder así comer la Pascua. Salió entonces Pilato fuera donde ellos y dijo: «¿Qué acusación traéis contra este hombre?». Ellos le respondieron: «Si éste no fuera un malhechor, no te lo habríamos entregado». Pilato replicó: «Tomadle vosotros y juzgadle según vuestra Ley». Los judíos replicaron: «Nosotros no podemos dar muerte a nadie». Así se cumpliría lo que había dicho Jesús cuando indicó de qué muerte iba a morir. Entonces Pilato entró de nuevo al pretorio y llamó a Jesús y le dijo: «¿Eres tú el Rey de los judíos?». Respondió Jesús: «¿Dices eso por tu cuenta, o es que otros te lo han dicho de mí?». Pilato respondió: «¿Es que yo soy judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?». Respondió Jesús: «Mi Reino no es de este mundo. Si mi Reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos: pero mi Reino no es de aquí». Entonces Pilato le dijo: «¿Luego tú eres Rey?». Respondió Jesús: «Sí, como dices, soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz». Le dice Pilato: «¿Qué es la verdad?». Y, dicho esto, volvió a salir donde los judíos y les dijo: «Yo no encuentro ningún delito en Él. Pero es costumbre entre vosotros que os ponga en libertad a uno por la Pascua. ¿Queréis, pues, que os ponga en libertad al Rey de los judíos?». Ellos volvieron a gritar diciendo: «¡A ése, no; a Barrabás!». Barrabás era un salteador.
Pilato entonces tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a Él, le decían: «Salve, Rey de los judíos». Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en Él». Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!». Les dice Pilato: «Tomadlo vosotros y crucificadle, porque yo ningún delito encuentro en Él». Los judíos le replicaron: «Nosotros tenemos una Ley y según esa Ley debe morir, porque se tiene por Hijo de Dios». Cuando oyó Pilato estas palabras, se atemorizó aún más. Volvió a entrar en el pretorio y dijo a Jesús: «¿De dónde eres tú?». Pero Jesús no le dio respuesta. Dícele Pilato: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para soltarte y poder para crucificarte?». Respondió Jesús: «No tendrías contra mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba; por eso, el que me ha entregado a ti tiene mayor pecado». Desde entonces Pilato trataba de librarle. Pero los judíos gritaron: «Si sueltas a ése, no eres amigo del César; todo el que se hace rey se enfrenta al César». Al oír Pilato estas palabras, hizo salir a Jesús y se sentó en el tribunal, en el lugar llamado Enlosado, en hebreo Gabbatá. Era el día de la Preparación de la Pascua, hacia la hora sexta. Dice Pilato a los judíos: «Aquí tenéis a vuestro Rey». Ellos gritaron: «¡Fuera, fuera! ¡Crucifícale!». Les dice Pilato: «¿A vuestro Rey voy a crucificar?». Replicaron los sumos sacerdotes: «No tenemos más rey que el César». Entonces se lo entregó para que fuera crucificado.
Tomaron, pues, a Jesús, y Él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota, y allí le crucificaron y con Él a otros dos, uno a cada lado, y Jesús en medio. Pilato redactó también una inscripción y la puso sobre la cruz. Lo escrito era: «Jesús el Nazareno, el Rey de los judíos». Esta inscripción la leyeron muchos judíos, porque el lugar donde había sido crucificado Jesús estaba cerca de la ciudad; y estaba escrita en hebreo, latín y griego. Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: «No escribas: ‘El Rey de los judíos’, sino: ‘Éste ha dicho: Yo soy Rey de los judíos’». Pilato respondió: «Lo que he escrito, lo he escrito». Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: «No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca». Para que se cumpliera la Escritura: «Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica». Y esto es lo que hicieron los soldados. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.
Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed». Había allí una vasija llena de vinagre. Sujetaron a una rama de hisopo una esponja empapada en vinagre y se la acercaron a la boca. Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido». E inclinando la cabeza entregó el espíritu.
Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado —porque aquel sábado era muy solemne— rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran. Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con Él. Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: «No se le quebrará hueso alguno». Y también otra Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por miedo a los judíos, pidió a Pilato autorización para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se lo concedió. Fueron, pues, y retiraron su cuerpo. Fue también Nicodemo —aquel que anteriormente había ido a verle de noche— con una mezcla de mirra y áloe de unas cien libras. Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en vendas con los aromas, conforme a la costumbre judía de sepultar. En el lugar donde había sido crucificado había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el que nadie todavía había sido depositado. Allí, pues, porque era el día de la Preparación de los judíos y el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús.
«Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: ‘Todo está cumplido’. E inclinando la cabeza entregó el espíritu»
Rev. D. Francesc CATARINEU i Vilageliu
(Sabadell, Barcelona, España)
Hoy celebramos el primer día del Triduo Pascual. Por tanto, es el día de la Cruz victoriosa, desde donde Jesús nos dejó lo mejor de Él mismo: María como madre, el perdón —también de sus verdugos— y la confianza total en Dios Padre.
Lo hemos escuchado en la lectura de la Pasión que nos transmite el testimonio de san Juan, presente en el Calvario con María, la Madre del Señor y las mujeres. Es un relato rico en simbología, donde cada pequeño detalle tiene sentido. Pero también el silencio y la austeridad de la Iglesia, hoy, nos ayudan a vivir en un clima de oración, bien atentos al don que celebramos.
Ante este gran misterio, somos llamados —primero de todo— a ver. La fe cristiana no es la relación reverencial hacia un Dios lejano y abstracto que desconocemos, sino la adhesión a una Persona, verdadero hombre como nosotros y, a la vez, verdadero Dios. El “Invisible” se ha hecho carne de nuestra carne, y ha asumido el ser hombre hasta la muerte y una muerte de cruz. Pero fue una muerte aceptada como rescate por todos, muerte redentora, muerte que nos da vida. Aquellos que estaban ahí y lo vieron, nos transmitieron los hechos y, al mismo tiempo, nos descubren el sentido de aquella muerte.
Ante esto, nos sentimos agradecidos y admirados. Conocemos el precio del amor: «Nadie tiene mayor amor que el de dar la vida por sus amigos» (Jn 15,13). La oración cristiana no es solamente pedir, sino —antes de nada— admirar agradecidos.
Jesús, para nosotros, es modelo que hay que imitar, es decir, reproducir en nosotros sus actitudes. Hemos de ser personas que aman hasta darnos y que confiamos en el Padre en toda adversidad.
Esto contrasta con la atmósfera indiferente de nuestra sociedad; por eso, nuestro testimonio tiene que ser más valiente que nunca, ya que el don es para todos. Como dice Melitón de Sardes, «Él nos ha hecho pasar de la esclavitud a la libertad, de las tinieblas a la luz, de la muerte a la vida. Él es la Pascua de nuestra salvación».
Hoy un día de recogimiento, de acompañar a Jesús en su dolor
Reflexiones Cuaresma
Viernes santo. Nuestra oración de hoy ha de ser de contemplación, de agradecimiento, de intimidad.
Por: San Juan Pablo II | Fuente: www.la-oracion.com
Hoy es un día de recogimiento, de acompañar a Jesús en su dolor, en su sufrimiento, en su muerte. Hoy le acompañamos en su juicio ante Pilato, en la flagelación y coronación de espinas, en su camino al Calvario y en la cruz. Nuestra oración de hoy ha de ser de contemplación, de agradecimiento, de intimidad.
“ ¡Adorámoste, Cristo Jesús!
Te adoramos, nos ponemos de rodillas.
No hallamos palabras ni gestos suficientes
para expresarte la veneración,
con la que nos sentimos
compenetrados ante tu cruz;
con la que nos sentimos
compenetrados ante tu humillación
hasta la muerte;
con la que nos sentimos
compenetrados ante el don de la redención,
ofrecido a toda la humanidad
—a todos y a cada uno—
mediante la sumisión total e incondicionada
de tu voluntad a la voluntad del Padre.
"Porque, amó tanto Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo" (Jn 3, 16).
Y el Hijo. Cristo Jesús, "a pesar de tener la forma de Dios, no reputó como botín (codiciable) ser igual a Dios; antes... tomando la forma de siervo... se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz..." (Flp 2, 6-8).
Por esto precisamente se ha convertido en el Señor de nuestras almas: Redentor del mundo. Y precisamente por esto nos ha revelado hasta lo último el amor de Dios al hombre: el amor del Padre. Lo ha revelado en Sí mismo: en Sí, obediente hasta la muerte. Lo ha revelado, asumiendo la condición de siervo: de aquel Siervo de Yavé ya anunciado por Isaías:
«El soportó nuestros sufrimientos y cargó nuestros dolores, mientras que nosotros le tuvimos por castigado, herido por Dios y abatido. Fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz fue sobre él, y en sus llagas hemos sido curados. Todos nosotros andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su camino, y Yavé cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros.
»Maltratado, mas él se sometió, no abrió la boca, como cordero llevado al matadero, como oveja muda ante los trasquiladores. Por la fatiga de su alma verá y se saciará de su conocimiento. El Justo, mi Siervo, justificará a muchos y cargará con las iniquidades de ellos. Por eso Yo le daré por parte suya muchedumbres, y dividirá la presa con los poderosos por haberse entregado a la muerte y haber sido contado entre los pecadores, llevando sobre Sí los pecados de muchos e intercediendo por los pecadores» (Is 53, 4-7. 11-12).”
ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II AL FINAL DEL VÍA CRUCIS EN EL COLISEO,
Viernes Santo, 17 de abril de 1981. Texto completo
Día litúrgico: Jueves Santo (Misa vespertina de la Cena del Señor)
Texto del Evangelio (Jn 13,1-15): Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y, tomando una toalla, se la ciñó. Luego echa agua en un lebrillo y se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido.
Llega a Simón Pedro; éste le dice: «Señor, ¿tú lavarme a mí los pies?». Jesús le respondió: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora: lo comprenderás más tarde». Le dice Pedro: «No me lavarás los pies jamás». Jesús le respondió: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo». Le dice Simón Pedro: «Señor, no sólo los pies, sino hasta las manos y la cabeza». Jesús le dice: «El que se ha bañado, no necesita lavarse; está del todo limpio. Y vosotros estáis limpios, aunque no todos». Sabía quién le iba a entregar, y por eso dijo: «No estáis limpios todos».
Después que les lavó los pies, tomó sus vestidos, volvió a la mesa, y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros».
«Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros»
Mons. Josep Àngel SAIZ i Meneses Obispo de Terrassa
(Barcelona, España)
Hoy recordamos aquel primer Jueves Santo de la historia, en el que Jesucristo se reúne con sus discípulos para celebrar la Pascua. Entonces inauguró la nueva Pascua de la nueva Alianza, en la que se ofrece en sacrificio por la salvación de todos.
En la Santa Cena, al mismo tiempo que la Eucaristía, Cristo instituye el sacerdocio ministerial. Mediante éste, se podrá perpetuar el sacramento de la Eucaristía. El prefacio de la Misa Crismal nos revela el sentido: «Él elige a algunos para hacerlos partícipes de su ministerio santo; para que renueven el sacrificio de la redención, alimenten a tu pueblo con tu Palabra y lo reconforten con tus sacramentos».
Y aquel mismo Jueves, Jesús nos da el mandamiento del amor: «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13,34). Antes, el amor se fundamentaba en la recompensa esperada a cambio, o en el cumplimiento de una norma impuesta. Ahora, el amor cristiano se fundamenta en Cristo. Él nos ama hasta dar la vida: ésta ha de ser la medida del amor del discípulo y ésta ha de ser la señal, la característica del reconocimiento cristiano.
Pero, el hombre no tiene capacidad para amar así. No es simplemente fruto de un esfuerzo, sino don de Dios. Afortunadamente, Él es Amor y —al mismo tiempo— fuente de amor, que se nos da en el Pan Eucarístico.
Finalmente, hoy contemplamos el lavatorio de los pies. En actitud de siervo, Jesús lava los pies de los Apóstoles, y les recomienda que lo hagan los unos con los otros (cf. Jn 13,14). Hay algo más que una lección de humildad en este gesto del Maestro. Es como una anticipación, como un símbolo de la Pasión, de la humillación total que sufrirá para salvar a todos los hombres.
El teólogo Romano Guardini dice que «la actitud del pequeño que se inclina ante el grande, todavía no es humildad. Es, simplemente, verdad. El grande que se humilla ante el pequeño es el verdaderamente humilde». Por esto, Jesucristo es auténticamente humilde. Ante este Cristo humilde nuestros moldes se rompen. Jesucristo invierte los valores meramente humanos y nos invita a seguirlo para construir un mundo nuevo y diferente desde el servicio.
El padre Flaviano Villanueva y su centro Kalinga de Manila
Drogadicto, estrelló el coche de su padre; en una JMJ cambió; hoy es cura y ayuda a otros a dejarlo
Flaviano Villanueva, sacerdote verbita, en el centro Kalinga, que ayuda a adictos y gente sin hogar
Cuando el padre Flaviano (Flavie) Villanueva anima a un drogadicto a tomar el control de su vida, mantenerse sobrio y aferrarse a Dios para dejar atrás las adicciones, sabe de qué habla, porque él también fue drogadicto.
Villanueva es sacerdote y religioso verbita, la orden fundada en 1875 por San Arnoldo Janssen, que hoy cuenta con unos 6.000 religiosos. Desde 2015 Flavie Villanueva, hoy de 48 años, dirige en Manila el centro Kalinga para personas pobres en apuros, que incluye programas para desintoxicar a drogadictos y alcohólicos.
Una condición: no se entra borracho ni drogado
Cualquiera puede entrar allí, con solo una condición: no se puede entrar borracho ni drogado. Tendrán comida, sin límite de arroz. Y ducha y planchado de ropa. Mientras esperan su turno de ducha o plancha, participan en charlas que dan voluntarios o religiosas, para motivarles a estructurar su vida y tener autoestima.
Los jueves, sábados y domingos hay comida y ducha. Los lunes, martes, miércoles y viernes hay clases de formación alternativa, incluyendo alfabetización. Con el tiempo, los que perseveran pueden entrar en procesos de búsqueda de trabajo.
Con la ropa planchada, se les pide que se miren al espejo y reciten esta frase: "Ahora estoy limpio; lo apreciaré porque mi vida puede cambiar". Y cuando se van de la casa se les pide que reciten otra declaración: "En Kalinga me cuidaron; así he de cuidar yo a otros". Eso les hace salir con ganas de ayudar a los demás. "Queremos ayudarles a recuperar su dignidad", explica el padre Villanueva.
"Hay esperanza, yo soy un ejemplo"
"Hay esperanza para las víctimas de las adicciones", dice. "Yo soy quizá un ejemplo clásico, y también cientos de amigos míos", afirma el religioso.
En los años 90 Flavie era un jovenzuelo rebelde que quería liberarse del control de sus padres. Unos primos mayores que vinieron a Manila a estudiar en el instituto le introdujeron en sus vicios: tabaco, alcohol y marihuana, y drogas de botiquín como el mogadon, un medicamento para el sueño.
Flavie Villanueva en una charla para familias, sobre las drogas
Durante bastante tiempo pudo engañar a sus padres: era capaz de beber mucho, "colocarse" y seguir siendo buen nadador en las competiciones del instituto. El último año de instituto, explica fue "de sexo, drogas y rock & roll" con su círculo de amigos. "Empezábamos a beber a las 9 de la mañana".
Sin embargo, desde el principio sabía que eso no estaba bien y que tampoco quería que su vida fuera eso. "Dios estaba allí, mi conciencia era sólida", recuerda con cierto asombro hablando con el Inquirer.net.
Peleas y engaños a los seres queridos
Con un grupo de amigo crearon un club de excursiones por la montaña que le ayudó a dejar de fumar. Aún tenía que dejar otras drogas, pero era un comienzo. Mientras tanto, se metía en peleas, gastaba todo su dinero, se llevaba mal con sus padres y le mentía a su novia para sacarle dinero que se gastaba en drogas y fiesta.
El momento de cambio llegó cuando estando drogado y borracho se estrelló con el coche de su padre. Tomó conciencia de que había que cambiar.
A mediados de 1994, con 24 años, decidió dejar su trabajo y dedicar un tiempo a reflexionar sobre su vida. Se acercaba la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) de 1995, el Papa Juan Pablo II iba a venir a Manila, a reunir una multitud de millones de personas. Y Flaviano quería cambiar, quería participar "limpio" en la JMJ.
Se recluyó en un centro de retiros, como un ermitaño. "Yo negaba ser un adicto, claro, pero llegó el momento en que vi que tenía que enfrentarlo", recuerda.
Cree que aquel lugar especial le ayudó a cambiar. "Era un lugar de curación, de escucha, de encuentro; fue básicamente por la gracia de Dios que pude salir de la adicción", afirma.
El P. Flaviano reza con voluntarios por las calles; es muy crítico con la política del presidente Duterte que fomenta los asesinatos de "drogadictos" (y muchas veces, simplemente, personas sin techo); a veces reza por los asesinados
Así, "limpio", sirvió de guía en la JMJ para peregrinos de Canadá. "Una voz dijo: Flaviano, ¿por qué no te haces comunicador de Su fe, esperanza y amor? Era una voz muy serena, sin juzgar", recuerda.
Recaídas e indignidad... pero se levantó y perseveró
Así se adentró como misionero relacionado con los verbitas. Aún sufrió varias recaídas en el alcohol, pero luego conseguía retomar la vida de sobriedad. Después de pasar tres años como misionero, en 1997 se planteó el sacerdocio. No se sentía digno, pero el obispo le señaló que muchos curas tenían problemas de distintos tipos, ninguno era "digno", pero Dios hacía digno a quien decía "sí" a su llamada.
En 2006, ya con 36 años y una vida equilibrada, fue ordenado sacerdote. Sirvió un tiempo como misionero verbita en la isla de Timor Este (el otro país de Asia con mayoría católica). Y de vuelta a Filipinas puso en marcha Kalinga. Se basó en su experiencia: un lugar de encuentro, escucha y sanación.
Uno de sus voluntarios, de 47 años, mató a una persona en 2013 estando muy drogado. Llegó a un acuerdo con su familia y no fue a la cárcel, pero ahora colabora con el centro para animar a otros a combatir las adicciones. "Estoy aquí para apartarme de problemas y aprendo la Palabra de Dios, que me ayuda a entenderme mejor. He aprendido también a entender y a tratar a otras personas", explica este voluntario.
Reconocer el problema, recurrir a Dios
El padre Flaviano acoge, escucha, anima y exhorta. Él sabe lo que viven los adictos. Primero han de reconocer que tienen un problema, después han de pedir ayuda y buscar a Dios. Y aunque caigan en ocasiones, han de levantarse y nunca rendirse ni dejar el proceso de mejora. "Uno ha de tener ese poder de lo Alto; caerás, pero no abandonarás. No pierdas tu objetivo: cambiar. Te espera una vida nueva", anima siempre.
Texto del Evangelio (Mt 26,14-25): En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los sumos sacerdotes, y les dijo: «¿Qué queréis darme, y yo os lo entregaré?». Ellos le asignaron treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregarle.
El primer día de los Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le dijeron: «¿Dónde quieres que te hagamos los preparativos para comer el cordero de Pascua?». Él les dijo: «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’». Los discípulos hicieron lo que Jesús les había mandado, y prepararon la Pascua.
Al atardecer, se puso a la mesa con los Doce. Y mientras comían, dijo: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». Muy entristecidos, se pusieron a decirle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?». Él respondió: «El que ha mojado conmigo la mano en el plato, ése me entregará. El Hijo del hombre se va, como está escrito de Él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado! ¡Más le valdría a ese hombre no haber nacido!». Entonces preguntó Judas, el que iba a entregarle: «¿Soy yo acaso, Rabbí?». Dícele: «Sí, tú lo has dicho».
«Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará»
P. Raimondo M. SORGIA Mannai OP
(San Domenico di Fiesole, Florencia, Italia)
Hoy, el Evangelio nos propone —por lo menos— tres consideraciones. La primera es que, cuando el amor hacia el Señor se entibia, entonces la voluntad cede a otros reclamos, donde la voluptuosidad parece ofrecernos platos más sabrosos pero, en realidad, condimentados por degradantes e inquietantes venenos. Dada nuestra nativa fragilidad, no hay que permitir que disminuya el fuego del fervor que, si no sensible, por lo menos mental, nos une con Aquel que nos ha amado hasta ofrecer su vida por nosotros.
La segunda consideración se refiere a la misteriosa elección del sitio donde Jesús quiere consumir su cena pascual. «Id a la ciudad, a casa de fulano, y decidle: ‘El Maestro dice: Mi tiempo está cerca; en tu casa voy a celebrar la Pascua con mis discípulos’» (Mt 26,18). El dueño de la casa, quizá, no fuera uno de los amigos declarados del Señor; pero debía tener el oído despierto para escuchar las llamadas “interiores”. El Señor le habría hablado en lo íntimo —como a menudo nos habla—, a través de mil incentivos para que le abriera la puerta. Su fantasía y su omnipotencia, soportes del amor infinito con el cual nos ama, no conocen fronteras y se expresan de maneras siempre aptas a cada situación personal. Cuando oigamos la llamada hemos de “rendirnos”, dejando aparte los sofismas y aceptando con alegría ese “mensajero libertador”. Es como si alguien se hubiese presentado a la puerta de la cárcel y nos invita a seguirlo, como hizo el Ángel con Pedro diciéndole: «Rápido, levántate y sígueme» (Hch 12,7).
El tercer motivo de meditación nos lo ofrece el traidor que intenta esconder su crimen ante la mirada escudriñadora del Omnisciente. Lo había intentado ya el mismo Adán y, después, su hijo fratricida Caín, pero inútilmente. Antes de ser nuestro exactísimo Juez, Dios se nos presenta como padre y madre, que no se rinde ante la idea de perder a un hijo. A Jesús le duele el corazón no tanto por haber sido traicionado cuanto por ver a un hijo alejarse irremediablemente de Él.
Unas misioneras ecuatorianas entre los turkana de Kenia
Tiroteos y venganzas y chicas que huyen entre leones: emociona el testimonio de estas misioneras
Matilde y Consuelo, marianitas ecuatorianas, misioneras en Kenia, de visita animadora por el País Vasco
La hermana Matilde Rivera y la hermana Consuelo Pillajo son ecuatorianas, y religiosas misioneras marianitas (www.marianitas.org), una congregación fundada en el siglo XIX y que toma el nombre de Santa Mariana de Jesús, la primera santa de Ecuador en el siglo XVII. Han visitado San Sebastián, en el País Vasco, para una experiencia de animación misionera y han contado sus vivencias con la tribu turkana en Kenia, donde su orden lleva 18 años.
"Me pareció un testimonio tan conmovedor que creo que hay que compartirlo, porque a muchas personas les hará bien", afirmó, sinceramente impresionado, el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, quien se aseguró de que el testimonio quedara grabado y se difundiera en el canal diocesano de vídeos.
Se trata de una zona rural, desértica, pobrísima y sin tecnología a la que ahora llega el evangelio, donde se convierten los paganos... pero les cuesta dejar las presiones de su cultura que oprimen a los débiles, mata a los enfermos y exigen venganzas sangrientas.
"Cuando llegamos no había nada"
"Turkana es una de las tribus más marginadas y nuestro carisma de marianitas es estar donde la gente sufre y carece de todo", dice la hermana Matilde.
"La misión de Kaikor, cuando llegamos, no tenía nada, solo gente: niños, ancianos, enfermos, en un desierto. Es una tierra que no produce y hay que traer agua de lejos. Comenzamos con guarderías, promoción de la mujer, agua... Veíamos la alegría de Dios en el rostro de la gente cuando encontramos agua. Cavamos pozos de 80, 100, 120 metros de profundidad, que solo se pueden conseguir con maquinaria que atraviesa la roca. Con ese agua se hacen tanques, que riegan huertas y así alimentamos a los niños de las guarderías. Tenemos unos 140 niños en guarderías. Hay muchos niños debido a la poligamia. La motivación para que los niños vengan es la comida. Se les pide solo que traigan un palo de leña. Les preparamos para que aprendan un poco de escribir, de leer y hasta un poco de inglés. De lunes a viernes tienen así comida", explica. Los niños, con una comida por la mañana, ya son felices.
Ancianos que quedan solos y débiles
Es un pueblo semi-nómada, de pastores que pasan meses buscando pastos. "Dejan solos a los ancianos en chozas, mascando hojas que les permiten matar el hambre durante tres días, sin comida. Envejecen muy rápido por esa falta de alimentación. La malaria y tuberculosis, como están débiles, los matan".
Para el resto de Kenia, esta región turkana es despreciable y sin valor. "Una vez fui a comprar medicinas contra los hongos para nuestra clínica móvil. Y en la farmacia me dijeron: 'déjelos, son un pueblo olvidado'. Solo la Iglesia Católica está allí, ayudando. El Gobierno ha olvidado a ese pueblo."
Aprender a reclamar, motivarse
"Tratamos de hacer conciencia en ellos, en reuniones. Aprenden que tienen derecho a reclamar, como ciudadanos, a llamar a puertas y protestar diez o veinte veces. En la oficina de administración nos dicen "sí, ya iremos", aunque nunca vienen las autoridades. No hay que dejar que la gente del pueblo se desmotive. Hay que acompañarles siempre. Y empezamos con proyectos pequeñitos".
Chicas turkana con sus famosos collares; cuantos más collares, más caras de colocar como esposas; se pagan con ganado
"Solo tenemos profesores para dar primaria muy básica, en una sola escuela primaria de 8 grados". Las niñas muchas veces no van a la escuela. Los maridos tienen que pagar con ganado el valor de las chicas: cuantos más collares tiene la chica, más vale. Para que una niña pueda ir a las escuelas secundarias (que están lejos) hay que pagar por el traslado. Eso es caro y van muy pocas a secundaria. Las chicas no quieren casarse: saben que las entregan a un desconocido, o a una persona mayor que ya tiene otras 5 o 6 esposas. A veces se escapan y buscan refugio en las iglesias. Las iglesias han de tener su espacio para refugiarlas".
De chica pagana fugada a religiosa
Matilde cuenta la historia de la primera religiosa misionera de esta tribu turkana, que nació en una familia completamente pagana. Su padre iba a cambiarla, con 12 años, por 400 cabras, pero él enfermó y murió, y ella consiguió convencer a su hermano para que la enviara a la escuela antes de casarla. Terminó la escuela con 18 años. A esa edad, las cabras ya estaban pagadas y ella tenía que ir con su marido, pero ella se escapó corriendo de casa, huyendo al descampado.
En el camino se perdió y se alimentaba tomando sangre y leche de los rebaños que encontraba. Corrió durante una semana intentando llegar a la capital de la región. Se encontró un león y pensó que la devoraría. Levantó las manos y dijo: 'cómeme'. Pero el león no actuó. Ella subió a un árbol y el león le ignoró. "Quizá me vio tan delgada...", comenta años después.
Tardó un mes en llegar a la capital de la zona, en Lodwar, se metió en la catedral y unas religiosas escucharon su historia. "Vendrá tu familia a buscarte", le dijeron. Y la enviaron lejos, a otra zona del país, a la casa de las novicias. Allí ella sintió que quería ser novicia, como esas chicas, ¡aunque no estaba ni bautizada ni sabía nada de los sacramentos! Cuando se lo explicaron, pidió ser bautizada de inmediato y el sacerdote decidió hacerle un bautizo de emergencia.
"Lo siento, hermano, ya estoy casada"
Cuando llevaba 3 años de noviciado apareció su hermano, que la había estado buscando. Ella quiso dar la cara como dio la cara ante el león. Su hermano estaba muy enojado y pedía que volviera. "Lo siento, hermano, ya estoy casada", dijo, abrazando una cruz. Él se fue, quizá temiendo que apareciera "el marido", sin entender que era Dios. Ella, después de profesar como religiosa, pidió volver a su tribu a cambiar las cosas. "Pero te van a matar, te vas a meter en un lío", le decían. Pero ella sabía que para cambiar la sociedad se necesitaban los nuevos valores, los del Evangelio.
Acompañada de otra religiosa fueron allí y transformaron toda aquella comunidad. Ahora, toda la comunidad es cristiana, incluyendo a su hermano. Hoy esta religiosa trabaja en la diócesis, en el departamente de Justicia y Paz, estudia Psicología a distancia y es una mujer muy feliz. Cuatro chicas más, viendo su ejemplo, se han unido a su congregación. Ella dice: "Yo no conocía a Dios, pero Dios estaba ahí, me mostró sus caminos. Yo no sabía lo que era la vocación y Dios me llamó a pesar de ser pagana". "Ella es capaz de dar la vida para que toda Turkana sea cristiana", explica la hermana Matilde.
"Caminar al ritmo de ellos"
Explica que es importante conocer el idioma "para llegar al corazón". Y caminar "al ritmo de ellos, porque si no llegamos nosotras solas". Por ejemplo, enseñarles a cultivar una huerta, ver que con agua se puede dar fruto, es una novedad absoluta para ellos, pueblo ganadero nómada. Sandías, melones, pimientos, tomates, son una sorpresa.
Una misa con la tribu turkana
También tienen un programa para madres solteras y otro para niños malnutridos. Hay 27 sectores en la misión, y 9 guarderías en marcha. Cavar un pozo cuesta 20.000 dólares: el pozo permite las huertas, y las huertas permiten la guardería. Cada sector dice: "nosotros también queremos lo que han puesto en marcha en el sector vecino". Y tenemos que decir que no se puede hacer todo a la vez.
Hay un grupo de mujeres que aprendió a coser. Otro grupo de mujeres ahora ha aprendido a dedicarse a la agricultura. "Trabajando unidas las iglesias, la misión avanza mucho", dice, llamando a la participación de las iglesias occidentales.
Cultura de la violencia y la venganza
Un problema grave en esta sociedad pagana es la cultura de violencia y venganza. Hay 5 tribus que rodean a Turkana: de Etiopía, de Uganda, de Sudán del Sur... Desde siempre, han estado combatiendo entre ellos y robándose ganado unos a otros. Ahora, al llegar la fe cristiana, se reúnen los obispos de un país y de otro, con laicos y sacerdotes, para lograr acercamientos. Se hacen escuelas y centros de salud y clínicas móviles a ambos lados de las fronteras, que atiendan a todas las tribus. Pero cuesta acabar con generaciones de enfrentamientos.
"Los turkana nos cuidan pero cuando hay conflictos no nos dejan terciar, nos dicen 'no se metan ustedes'", explica la hermana Matilde. "Pero tenemos que trabajar todos juntos, las distintas tribus, o nos hundiremos todos".
Todos tienen armas, dicen ellos que para defensa personal. "Vienen los cristianos a los encuentros con la cruz en el pecho y el arma al hombro. Dicen: tenemos que defender a nuestra familia. Para desarmarse, tendrían que desarmarse ambos lados", afirma la misionera ecuatoriana.
"Turkana, donde envían lo peorcito"
Habla después la hermana Consuelo y dice que "el desierto enamora" al misionero.
"Los niños, agradecidos por la visita, vienen a la iglesia. A todos les gusta ir a la iglesia. Allí no hay televisión, pero en la misa hay grupos de coros y de danzas, jóvenes y niños que cantan. Antes nos decían en Kenia que ir a Turkana era ir a una zona de castigo, donde envían castigados a profesores y policías, a lo peorcito del país. Pero nosotros invitamos a jóvenes de Kenia a venir a ayudar. Hubo ONGs que vinieron, entregaron comida y se fueron. No enseñaron a los turkana a organizarse. Pero los misioneros nos quedamos y nos reunimos todos regularmente en la capital de la diócesis, con presencia de todas las parroquias. Hay que trabajar allí con paciencia. Ves familias que llevan tres años caminando con nosotros... y luego hacen cosas que pensábamos que estaban superadas".
Un objetivo en fortalecer la idea cristiana de familia. "Pedimos a los hombres que escojan a una sola de sus esposas, que no la maltrate, que la cuide, y que proteja a todos sus hijos. Pedimos a los hombres que dejen de beber alcohol, que es muy barato y se hace con maíz. Creamos comunidades cooperativas de 5 familias, pero llevamos 3 años intentándolo, y no cuajan: si cae un solo miembro, se desmontan. Hay personas que quieren ese cambio, pero ha de ser en comunidad. Antes los niños no lloraban nunca, porque el padre les pegaba fuerte si lloraba. Ahora ya hay padres que cambian de actitud, que toman al niño si llora".
El obispo en medio del tiroteo
La hermana Consuelo comenta un ejemplo de la violencia que a veces se desata.
"Se organizó un festival de Niños Misioneros con familias de turkanas y con sus vecinos merilas. Se pidió que cada tribu dejara sus armas en un cuarto distinto, bajo llave. Fueron juntos a la misa con el obispo, se celebraban 10 años de presencia misionera. Al acabar la misa salían danzando juntos en paz. Pero un joven con un arma que no había entregado disparó a otro hombre, uno cualquiera. Los guardias del otro bando, los merilas, empezaron a disparar. El obispo pidió que todos dejasen de disparar y lo consiguió. Los turkanas llevaron el muerto a la familia merila a tratar de hacer las paces. Pero al cabo de un par de días, los merilas cruzaron la frontera y mataron a la primera señora turkana que encontraron: muerte por muerte. Así es la mentalidad tradicional".
Sentido cristiano de respetar la vida
En cierta ocasión llegó la hermana Consuelo a una comunidad cristiana, que estaban de fiesta. "¿Qué celebran?", preguntó. "¿Ve usted ese señor que se ha hecho tres cortes sangrando en un brazo? Es porque ha matado a tres enemigos, y lo estamos celebrando todos", le dijeron los cristianos. "El sentido cristiano de perdonar y respetar la vida de los otros está en pañales", explica.
Abuelas concienciadas salvan bebés abandonados
Aún van mucho a brujos: no recogen los cadáveres de quienes creen que han sido tocados por brujos. Allí entierran a los niños pequeños dentro de las chozas, y a los viejos fuera de las cercas. Piensan que el niño que nace con problemas físicos es fruto de demonios y brujos y debe ser abandonado en el bosque para que lo coman las fieras. Normalmente quien salva a los bebés abandonados son las abuelas, que los llevan a las misioneras. "Hacemos una cirujía de labio leporino, sencilla, y las abuelas lo cuentan y pasan la voz y están atentas para salvar esos niños", explica Consuelo.
"Cuesta que tomen conciencia de que todos tenemos derecho a la vida, también los niños enfermos. Hay que darles conciencia del valor de la vida desde la concepción, porque nacemos por el amor de Dios, que estaba antes que nuestros padres. Es Dios quien cuida a cada niño incluso antes que la madre. Hay que insistir con formación, año tras año, para que pasen de las tinieblas a la luz y que valoren la vida", explica... quizá sin darse cuenta de que cuesta explicar eso mismo en nuestra sociedad rica que aborta bebés pese a que contamos con ecografías, sonogramas, sistemas de Seguridad Social y potente cirujía fetal y prenatal.
"Cuando alguien está enfermo, primero van al brujo; sólo después, cuando es más tarde, al centro de salud. Tenemos 3 enfermeras. Y el hospital está a 7 horas de viaje, si usas un land-cruiser por un lecho seco de río, que es lo mejor. A veces se nos mueren los enfermos en el camino. Y en la casa ya no quieren recibir al muerto. Nos dicen que lo echemos a la arena del río. Hay que convencerles de que enterrar a los muertos es una obra de caridad", añade.
La hermana Consuelo, misionera ecuatoriana en Kaikor, Turkana, cuenta su experiencia con una enferma que la emocionó y edificó
La enferma, privilegio de Jesús
El último testimonio que cuenta la Hermana Consuelo es estremecedor. Acudió con una enfermera voluntaria inglesa, anglicana, a visitar a una señora que vivía lejos y se moría de cáncer. Cuando llegaron, vieron que bajo la ropa tenía medio cuerpo completamente infectado de gusanos, que salían despedidos al tocar las ropas. Pero la enfermera se paró y rezó: "Señor Jesús, te doy gracias por el privilegio de poder cuidarte en el cuerpo de esta hermana enferma". Y se puso a limpiarla con un poco de agua que llevaba. La misionera ecuatoriana estaba estremecida. La hija de la mujer, una niña, compartía con ella media fruta como única comida.
De vuelta a la misión, rezaron en la capilla por esa mujer. Volvieron los siguientes días. Cada día se reproducían los gusanos, larvas de las moscas, y cada día los limpiaban. Le llevaron sábanas limpias porque su estera estaba podrida. "Qué bonita tela, quiero ser enterrada en ella", dijo la enferma. Y sonreía y daba gracias a Dios. Murió al día siguiente y las misioneras le dedicaron un epitafio en su tumba: "Murió dando gracias a Dios". "Todo eso me edificó mucho", explica la hermana Consuelo. "Dicen que escribamos estas historias, pero la verdad es que no lo hemos hecho", admite. "Al menos ahora quedan grabadas", comenta el obispo Munilla.
En la misma diócesis de Lodwar las marianitas tienen de "vecinos" a misioneros españoles de San Pablo Apóstol, con retos similares; 13 TV los visitó en "Misioneros por el mundo"
Texto del Evangelio (Jn 13,21-33.36-38): En aquel tiempo, estando Jesús sentado a la mesa con sus discípulos, se turbó en su interior y declaró: «En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará». Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando». Él, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?». Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar». Y, mojando el bocado, le toma y se lo da a Judas, hijo de Simón Iscariote. Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». Pero ninguno de los comensales entendió por qué se lo decía. Como Judas tenía la bolsa, algunos pensaban que Jesús quería decirle: «Compra lo que nos hace falta para la fiesta», o que diera algo a los pobres. En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche.
Cuando salió, dice Jesús: «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él. Si Dios ha sido glorificado en Él, Dios también le glorificará en sí mismo y le glorificará pronto. Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros. Vosotros me buscaréis, y, lo mismo que les dije a los judíos, que adonde yo voy, vosotros no podéis venir, os digo también ahora a vosotros». Simón Pedro le dice: «Señor, ¿a dónde vas?». Jesús le respondió: «Adonde yo voy no puedes seguirme ahora; me seguirás más tarde». Pedro le dice: «¿Por qué no puedo seguirte ahora? Yo daré mi vida por ti». Le responde Jesús: «¿Que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres veces».
«Era de noche»
Abbé Jean GOTTIGNY
(Bruxelles, Bélgica)
Hoy, Martes Santo, la liturgia pone el acento sobre el drama que está a punto de desencadenarse y que concluirá con la crucifixión del Viernes Santo. «En cuanto tomó Judas el bocado, salió. Era de noche» (Jn 13,30). Siempre es de noche cuando uno se aleja del que es «Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero» (Símbolo de Nicea-Constantinopla).
El pecador es el que vuelve la espalda al Señor para gravitar alrededor de las cosas creadas, sin referirlas a su Creador. San Agustín describe el pecado como «un amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios». Una traición, en suma. Una prevaricación fruto de «la arrogancia con la que queremos emanciparnos de Dios y no ser nada más que nosotros mismos; la arrogancia por la que creemos no tener necesidad del amor eterno, sino que deseamos dominar nuestra vida por nosotros mismos» (Benedicto XVI). Se puede entender que Jesús, aquella noche, se haya sentido «turbado en su interior» (Jn 13,21).
Afortunadamente, el pecado no es la última palabra. Ésta es la misericordia de Dios. Pero ella supone un “cambio” por nuestra parte. Una inversión de la situación que consiste en despegarse de las criaturas para vincularse a Dios y reencontrar así la auténtica libertad. Sin embargo, no esperemos a estar asqueados de las falsas libertades que hemos tomado, para cambiar a Dios. Según denunció el padre jesuita Bourdaloue, «querríamos convertirnos cuando estuviésemos cansados del mundo o, mejor dicho, cuando el mundo se hubiera cansado de nosotros». Seamos más listos. Decidámonos ahora. La Semana Santa es la ocasión propicia. En la Cruz, Cristo tiende sus brazos a todos. Nadie está excluido. Todo ladrón arrepentido tiene su lugar en el paraíso. Eso sí, a condición de cambiar de vida y de reparar, como el del Evangelio: «Nosotros, en verdad, recibimos lo debido por lo que hemos hecho; pero éste no hizo mal alguno» (Lc 23,41).
«Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él»
+ Rev. D. Lluís ROQUÉ i Roqué
(Manresa, Barcelona, España)
Hoy contemplamos a Jesús en la oscuridad de los días de la pasión, oscuridad que concluirá cuando exclame: «Todo se ha cumplido» (Jn 19,30); a partir de ese momento se encenderá la luz de Pascua. En la noche luminosa de Pascua —en contraposición con la noche oscura de la víspera de su muerte— se harán realidad las palabras de Jesús: «Ahora el Hijo del hombre es glorificado, y Dios es glorificado en Él» (Jn 13,31). Puede decirse que cada paso de Jesús es un paso de muerte a Vida y tiene un carácter pascual, manifestado en una actitud de obediencia total al Padre: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (Heb 10,9), actitud que queda corroborada con palabras, gestos y obras que abren el camino de su glorificación como Hijo de Dios.
Contemplamos también la figura de Judas, el apóstol traidor. Judas mira de disimular la mala intención que guarda en su corazón; asimismo, procura encubrir con hipocresía la avaricia que le domina y le ciega, a pesar de tener tan cerca al que es la Luz del mundo. Pese a estar rodeado de Luz y de desprendimiento ejemplar, para Judas «era de noche» (Jn 13,30): treinta monedas de plata, “el excremento del diablo” —como califica Papini al dinero— lo deslumbraron y amordazaron. Preso de avaricia, Judas traicionó y vendió a Jesús, el más preciado de los hombres, el único que puede enriquecernos. Pero Judas experimentó también la desesperación, ya que el dinero no lo es todo y puede llegar a esclavizar.
Finalmente, consideramos a Pedro atenta y devotamente. Todo en él es buena voluntad, amor, generosidad, naturalidad, nobleza... Es el contrapunto de Judas. Es cierto que negó a Jesús, pero no lo hizo por mala intención, sino por cobardía y debilidad humana. «Lo negó por tercera vez, y mirándolo Jesucristo, inmediatamente lloró, y lloró amargamente» (San Ambrosio). Pedro se arrepintió sinceramente y manifestó su dolor lleno de amor. Por eso, Jesús lo reafirmó en la vocación y en la misión que le había preparado.