lunes, 20 de enero de 2020

Ansiolíticos, suicidio y alcoholismo en su familia… rechazó a Dios hasta que le descubrió en Effetá


A pesar de la presencia del dolor en su vida, ahora vive gozosa su relación con Dios y los demás

Ansiolíticos, suicidio y alcoholismo en su familia… rechazó a Dios hasta que le descubrió en Effetá

Se llama Beatriz, tiene 22 años y estudia ingeniería en organización industrial. Es la mayor de dos hermanas, le encanta la moda y el diseño de interiores, y gracias a su novio es una gran aficionada de fútbol. Hasta aquí todo normal, como podría ser cualquier chica de su edad. Lo que no son tan normales son las duras experiencias que ha vivido y las responsabilidades que ha tenido que asumir desde los 9 años, y que nos narra en esta entrevista. Su madre, convertida después de ir a un retiro Emaús, llevó a sus dos hijas a un retiro a Effetá sabiendo que era el mejor regalo que podía hacerles en su vida. Beatriz, por darle gusto a su madre, accedió, aunque pensaba que su madre la metía en una secta. Esta es su historia y es la continuación, de alguna forma, de un vídeo suyo que ya se ha hecho viral y que tampoco puedes perderte. 


- Realicé Effetá un poco obligada por mi madre. Ella hizo Emaús en un momento muy difícil de nuestra vida y salió totalmente renovada, por lo que pensó que sería una idea muy buena para mí, ya que estaba en un momento muy malo en mi vida a nivel psicológico. Entré en Effetá tomando un antidepresivo por grandes ataques de ansiedad que sufría, causados por un cúmulo de situaciones muy difíciles que viví desde que era muy pequeña.

» Cuando yo tenía nueve años, mis padres se separaron y nos quedamos mi madre, mi hermana y yo solas. Recuerdo que cuando mis padres nos dieron la noticia mi primera reacción fue decirle a mi hermana pequeña que iba a ser genial, porque así tendríamos más regalos en Navidad, más ropa y dos casas en vez de una. Lo que yo no sabía es que mi vida iba a dar un completo giro de 180 grados. Pasaron unos meses hasta que nos acostumbramos a irnos unos días con mi padre y otros con mi madre, igual pasaba con los fines de semana que eran alternos cada quince días. Los martes y jueves siempre nos recogía mi padre del autobús escolar, nos llevaba a su casa y ahí pasábamos la tarde haciendo los deberes, merendando y jugando a todo lo que se nos ocurría.

» Lo llevábamos bastante bien hasta que las cosas empezaron a cambiar cuando mi padre faltaba a recogernos algunas tardes a la parada. Con nueve años tuve que responsabilizarme de que mi hermana pequeña los días que eso ocurría porque mi madre estaba trabajando y no podía venir por nosotras. Las cosas empezaron a empeorar cuando descubrí que mi padre tenía problemas con el alcohol y los juegos, siempre intenté que mi hermana no se enterara de nada para que no sufriera y no lo pasara mal ocultándoselo de todas las maneras posibles.

» Mi relación él se enfrió mucho hasta el punto en el que podía estar semanas sin hablarle. Pero todo cambió cuando le detectaron un cáncer en el pie y como consecuencia tuvieron que amputarle media pierna. Pensé que si le pasaba algo iba a estar toda mi vida lamentándome por ello, así que volví a retomar un poco el contacto, pero sin recuperar la relación completamente. Quedábamos a comer y a pasar algún día el fin de semana juntos, pero nunca volvimos a quedarnos en su casa a dormir. Era una relación que mantenía por no sentirme mal, pero no por gusto o ganas de pasar tiempo con él ya que seguía bebiendo mucho.

» Todo volvió a ser rutinario y las cosas volvían un poco a la normalidad, empecé a estudiar mi carrera y decidí tomarme la enfermedad de mi padre con el alcohol como algo normal con lo que tendría que aprender a vivir, porque no veía su recuperación clara en ningún momento.

» Si antes dije que mi vida dio un giro de 180 grados, ahora no sabría definir el grado en el que volvió a cambiar mi vida… La mañana del 10 de septiembre de 2017, la hermana pequeña de mi madre, para mí como mi segunda madre, se suicida tirándose por la ventana de casa de mis abuelos, vivía ahí con ellos y con su hija pequeña.

» Recuerdo perfectamente ese día como si fuera ayer, a las ocho de la mañana mi madre recibe una llamada de mi abuelo, él nunca coge el teléfono a no ser que sea algo muy importante porque de lo normal se encarga mi abuela. Por eso en cuanto le escuchamos sabemos que algo pasaba, y efectivamente así fue. Cuando mi madre descolgó las palabras de mi abuelo fueron “hija no te preocupes pero necesitamos que vengas a casa porque tu hermana se ha tirado por la ventana y creemos que se ha matado”. Yo en ese momento estaba dormida, pero al escuchar los gritos de mi madre me levanté corriendo de la cama y con el pijama puesto fui a mi madre a decirle que ella no iba a ir sola a ningún lado, que yo iba con ella porque no iba a dejar que ella estuviese ahí sin mí, imaginándome la situación que sería al llegar y ver a mis abuelos con su hija pequeña en el suelo.

» Al llegar, aquello era como una película: todo lleno de coches de policía y ambulancias, la calle cortada con un cordón policial y muchos médicos en el suelo alrededor de mi tía, los cuales nos dijeron que por favor mantuviésemos la calma porque mis abuelos estaban muy mal y podrían sufrir un infarto. Mi abuelo estaba sentado solo en un banco, no articulaba palabra, y mi abuela en otro banco de espaldas a mi tía, llorando sin parar y repitiendo constantemente unas palabras que no podré olvidar en mi vida “Dios mío, sálvala”. En ese momento no piensas nada, sólo quieres que te den una explicación de lo que ha pasado, de qué va a pasar con tu tía y de cómo vas a decirle a su niña lo que ha pasado. Por suerte ella esos días estaba con su padre. Trasladaron a mi tía al hospital de La Paz y ahí falleció.

» Debido a todo eso, y a mi pensamiento de hacer todo lo posible para que mi madre y mi hermana no sufrieran pudiendo sufrir yo por ellas, los ataques de ansiedad fueron creciendo hasta el punto de necesitar ayuda psiquiátrica.

» Yo siempre he sido una persona muy creyente, pero con todas esas experiencias que vivía desde tan pequeña dejé de creer que verdaderamente existiese un Dios, porque si fuese así no permitiría esas cosas.


- ¿Cómo fueron tus primeros momentos al llegar a Effetá? En el vídeo dices que pensabas que tu madre quería que te metieras en una secta…

- Al llegar al lugar del retiro te encuentras muchísima gente que no conoces, pero desde el minuto uno todos te sonríen y empiezan a abrazarte como si fueses de su familia. Ahí me quedé un poco sorprendida, entre mis pocas ganas de ir, ver a la gente tan cariñosa nada más entrar, no te esperas para nada ese recibimiento, además la intriga de que cuando lo haces no puedes contar nada de lo que ocurre ahí, ya empecé a pensar que definitivamente era una secta. Empecé a adaptarme el día que ya me iba.

- No hace falta que nos cuentes cómo es la dinámica interna del retiro, que es algo especial, pero ¿cómo fue tu “sí” a Jesús en pleno Effetá? ¿Qué te removió por dentro?

- Desde el minuto uno que entras en Effetá pasan cosas muy raras. Cosas que no se pueden explicar con palabras, te piensas que te están echando algo en el agua y entonces vas a empezar a alucinar como todos los que lo han hecho. Pero el caso es que cada segundo del retiro es algo increíble, fui notando poco a poco que había alguien a mi lado, y fue en un momento concreto del retiro cuando de repente empecé a notar una sensación muy rara dentro de mí, algo que sería incapaz de definir con palabras.

» Noté el abrazo más grande que me habían dado nunca, como si me abrazase la persona que más me quiere en el mundo y me dijese que no se había ido jamás de mi lado. Ahí fue cuando me derrumbé, me sentí una “idiota” por pensar que toda la fuerza que yo creía que sacaba de mí misma no era así, descubrí que de esa existencia de la que yo siempre dudaba sí que existía, y no sólo eso, sino que Él había estado cada día de mi vida a mi lado, en todos los momentos fáciles, pero sobre todo en los difíciles.

» Fue en ese momento en el que yo descubrí que podía perdonar y quitarme ese rencor que tenía hacia mi padre, pero lo más importante fue que ahora tenían sentido las palabras que mi abuela pronunciaba cuando mi tía falleció, “Dios mío, sálvala”, y es que efectivamente así lo hizo, la salvó llevándola a su lado.


- ¿Y dónde está ahora Dios en tu vida? ¿Cómo es tu relación con Él?

- Ahora mismo, Dios está en el centro de mi vida. Cuento con Él para todo mi día a día. Antes rezaba porque tenía la costumbre desde chiquitita y aún sin creer en su existencia seguía haciéndolo por el por si…, pero ahora le rezo cada día. Rezo sabiendo que va a escucharme y que sus planes son los mejores para mí. Es verdad que más que rezar hablo con Él, le cuento lo que pienso y lo que me pasa para que me ayude a tomar la mejor decisión ante todo. Confío en que todos los planes aunque no sean los que me gusten van a ser los mejores en mi vida.

» Es el que me sostiene todo lo que tengo, y ahora he comprendido en que hay que tenerle en el centro para que te dé la fuerza necesaria para todo en la vida. Le tengo presente en la relación con mi pareja, con mi familia, en mis estudios…

» Como dice una canción con la que me siento muy identificada “Eres el rey de mi vida, el número uno en mi corazón, a ti yo te brindo todo lo que soy”.


Beatriz junto a su madre y su hermana

- Bueno… en tu familia Dios se ha hecho presente de forma muy palpable: tu madre también, después de ir a Emaús, se ha convertido, y tu hermana también contigo en el mismo retiro Effetá… Beatriz, ¿qué está pasando en casa?

- Jajajajaja… Eso me he preguntado yo muchas veces. Al principio mi hermana y yo nos reíamos de mi madre pensando que estaba como una cabra: iba todos los días que podía a misa y cada rato estaba rezando a sus imágenes religiosas.

» Al final creo que nos ha pasado a todas lo mismo. Lo hemos pasado muy mal y siempre hemos salido de todo con una fuerza increíble, confiábamos en que todo saliera bien, y nos hemos dado cuenta de que las cosas salen bien porque Dios está a nuestro lado, porque de no ser así, creo que ahora mismo estaríamos muy mal en mi familia a nivel anímico.

- Oye, y ¿qué le dirías a un joven de tu edad al que le están invitando a ir a Effetá?

- Pues le diría que confíe: ahí dentro sólo pasan cosas buenas. Para mí fue un regalazo y una experiencia única. Desde que salí de ahí he seguido con mi tratamiento, pero nunca más he vuelto a tomarme pastillas que tenía para cuando me daban ataques de ansiedad fuertes.

» Considero que es una experiencia que no habría que rechazar, siendo ateo o creyente.

Fuente: Religión en Libertad

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