Arrepentidos y víctimas, un mismo mensaje en el Encuentro de Oración de Villavicencio
Cuatro testimonios de amor y perdón emocionaron a Francisco porque hablan «de vida y esperanza»
De izquierda a derecha, Juan Carlos Murcia Perdomo, Deisy Sánchez Rey, Luz Dary Landazury y Pastora Mira García.
El Encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional en el Parque Las Malocas de Villavicencio coronó la segunda jornada de la visita pastoral del Papa a Colombia, centrada en la violencia que durante décadas ha sido un cáncer para el país, aún no enteramente resuelto.
Si por la mañana Francisco beatificó como mártir (además del Cura de Armero, Pedro María Rodríguez, asesinado por seguidores liberales en 1948) a Jesús Emilio Jaramillo, obispo de Arauca, asesinado por todavía activa guerrilla comunista del ELN (Ejército de Liberación Nacional) en 1989, por la tarde escuchó y aplaudió el testimonio de cuatro personas relacionadas con ese conflicto, como actores (guerrilleros o autodefensas) o como víctimas.
Perdonar a los asesinos
Pastora Mira García contó su historia, marcada de principio a fin por la violencia contra sus seres queridos. De niña, antes del conflicto ocasionado por la guerrilla, perdió a su padre en un asesinato, y años después cuidó al asesino, al encontrarlo anciano y abandonado. Tiempo después, fueron asesinados su primer esposo y dos de sus hijos, ambos a manos de los paramilitares. Se dio la circunstancia de que acogió, herido, al asesino de su hijo menor, quien al ver las fotos confesó formar parte del grupo que lo había matado.
Y afirmó: “Doy gracias a Dios que, con la ayuda de Mamita María, me dio la fuerza de servirle sin causarle daño, a pesar de mi indecible dolor. Ahora coloco este dolor y el sufrimiento de las miles de víctimas de Colombia a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al suyo y, a través de la plegaria de Su Santidad, sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia de las últimas cinco décadas en Colombia”.
Consuelo en la Eucaristía
Deisy Sánchez Rey, tenía 16 años cuando fue reclutada junto a su hermano por el grupo paramilitar Autodefensas Unidas de Colombia (AUC): “Por 3 años hice parte del conflicto armado hasta cuando fui capturada. Después de más de dos años de estar privada de mi libertad a causa de mis decisiones equivocadas quería cambiar de vida”, expresó la joven.
Deisy contó que estar cerca de la Iglesia y de la Eucaristía le brindó “consuelo y una orientación para el futuro”. Tiempo después decidió estudiar psicología y ahora ayuda a la población víctima de la violencia, jóvenes vulnerables y adultos en rehabilitación por consumo de drogas.
Ex terrorista de las FARC
Juan Carlos Murcia formó parte durante doce años de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y perdió su mano izquierda manipulando explosivos: “Al pasar el tiempo me di cuenta de que estaba equivocado y tomé la decisión de reintegrarme a la vida civil, inspirado por el deseo de comenzar un nuevo proyecto de vida junto con mi esposa y mis tres hijos, que en ese entonces contaban con 1, 2 y 5 años de edad”.
Finalmente explicó que al detectar las carencias en su comunidad decidió poner en marcha una fundación para el desarrollo a través del deporte como forma de “prevenir el reclutamiento infantil y los actos delictivos”.
Superó el odio por sus lesiones
Luz Dary Landazury estuvo a punto de perder la pierna izquierda en 2012 al ser víctima de la explosión de un artefacto puesto por la guerrilla. Pero cuenta que lo que más le dolió fue ver a su hija de siete meses, que sobrevivió, cubierta de sangre.
Su recuperación física requirio más de dos años, durante los cuales tuvo que luchar contra el odio que la invadía y que consiguió vencer: "Frente a las emociones, las integro a mi vida, no las dejo atrás, las acojo porque ellas me han servido para encontrar paz”, explicó. Cuando superó el odio con el perdón, decidió entregarse a ayudar a otras personas víctimas de atentados semejantes.
"Desearía llorar con ustedes"
Según recoge Aciprensa, tras escuchar estos testimonios, Francisco tomó la palabra para expresar su "conciencia clara de estar" en una tierra "regada con la sangre de miles de víctimas inocentes y el dolor desgarrador de sus familiares y conocidos".
"Si me lo permiten", continuó, "desearía también abrazarlos y si Dios me da la gracia, porque es una gracia, desearìa llorar con ustedes, quisiera que recemos juntos y que nos perdonemos (yo también tengo que pedir perdón) y que así, todos juntos, podamos mirar y caminar hacia delante con fe y esperanza".
Francisco hizo referencia al Crucificado de Bojayá, un Cristo que quedo mutilado entre los restos de la iglesia donde el 2 de mayo de 2002 decenas de personas que se habían refugiado en el templo fueron asesinadas por las FARC: "Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es «más Cristo» aún, porque nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo; y para enseñarnos también que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y la violencia".
Dirigiéndose a las cuatro personas que habían hablado, Francisco confesó su emoción: "Estoy conmovido. Son historias de sufrimiento y amargura, pero también y, sobre todo, son historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón".
"Gracias, Señor", añadió, "por el testimonio de los que han infligido dolor y piden perdón; los que han sufrido injustamente y perdonan. Eso sólo es posible con tu ayuda, con tu presencia. Eso ya es un signo enorme de que quieres restaurar la paz y la concordia en esta tierra colombiana".
Tras agradecer también individualizadamente los cuatro testimonios a sus protagonistas, con algún comentario personal, Francisco recordó los tres conceptos que deben guiar ese proceso de reconciliación: "La verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas y se transformen en instrumentos de venganza sobre quien es más débil".
Posteriormente rezó una oración ante el Cristo Negro de Bojayá, uno de cuyos pasajes invitaba a reintegrarle simbólicamente sus miembros:
"Oh Cristo negro de Bojayá,
haz que nos comprometamos
a restaurar tu cuerpo.
Que seamos tus pies para salir al encuentro
del hermano necesitado;
tus brazos para abrazar
al que ha perdido su dignidad;
tus manos para bendecir y consolar
al que llora en soledad".
Mensaje íntegro del Papa en el Encuentro de Oración por la Reconciliación Nacional
Queridos hermanos y hermanas:
Desde el primer día he deseado que llegara este momento de nuestro encuentro. Ustedes llevan en su corazón y en su carne las huellas de la historia viva y reciente de su pueblo, marcada por eventos trágicos pero también llena de gestos heroicos, de gran humanidad y de alto valor espiritual de fe y esperanza. Los hemos escuchado.
Vengo aquí con respeto y con una conciencia clara de estar, como Moisés, pisando un terreno sagrado (cf. Ex 3,5). Una tierra regada con la sangre de miles de víctimas inocentes y el dolor desgarrador de sus familiares y conocidos.
Heridas que cuesta cicatrizar y que nos duelen a todos, porque cada violencia cometida contra un ser humano es una herida en la carne de la humanidad; cada muerte violenta nos disminuye como personas.
Y estoy aquí no tanto para hablar yo sino para estar cerca de ustedes y mirarlos a los ojos, para escucharlos y abrir mi corazón a vuestro testimonio de vida y de fe. Y si me lo permiten, desearía también abrazarlos y si Dios me da la gracia, porque es una gracia, desearìa llorar con ustedes, quisiera que recemos juntos y que nos perdonemos (yo también tengo que pedir perdón) y que así, todos juntos, podamos mirar y caminar hacia delante con fe y esperanza.
Nos reunimos a los pies del Crucificado de Bojayá, que el 2 de mayo de 2002 presenció y sufrió la masacre de decenas de personas refugiadas en su iglesia. Esta imagen tiene un fuerte valor simbólico y espiritual. Al mirarla contemplamos no sólo lo que ocurrió aquel día, sino también tanto dolor, tanta muerte, tantas vidas rotas, tanta sangre derramada en la Colombia de los últimos decenios.
Ver a Cristo así, mutilado y herido, nos interpela. Ya no tiene brazos y su cuerpo ya no está, pero conserva su rostro y con él nos mira y nos ama. Cristo roto y amputado, para nosotros es «más Cristo» aún, porque nos muestra una vez más que Él vino para sufrir por su pueblo y con su pueblo; y para enseñarnos también que el odio no tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte y la violencia.
Nos enseña a transformar el dolor en fuente de vida y resurrección, para que junto a Él y con Él aprendamos la fuerza del perdón, la grandeza del amor.
Gracias a ustedes cuatro, hermanos nuestros que quisieron compartir su testimonio, en nombre de tantos y tantos otros. ¡Cuánto bien - parece egoísta, pero - tanto bien nos hace escuchar sus historias! Estoy conmovido. Son historias de sufrimiento y amargura, pero también y, sobre todo, son historias de amor y perdón que nos hablan de vida y esperanza; de no dejar que el odio, la venganza o el dolor se apoderen de nuestro corazón.
El oráculo final del Salmo 85: «El amor y la verdad se encontrarán, la justicia y la paz se abrazarán» (v.11), es posterior a la acción de gracias y a la súplica donde se le pide a Dios: ¡Restáuranos! Gracias Señor por el testimonio de los que han infligido dolor y piden perdón; los que han sufrido injustamente y perdonan. Eso sólo es posible con tu ayuda, con tu presencia. Eso ya es un signo enorme de que quieres restaurar la paz y la concordia en esta tierra colombiana.
Pastora Mira, tú lo has dicho muy bien: Quieres poner todo tu dolor, y el de miles de víctimas, a los pies de Jesús Crucificado, para que se una al de él y así sea transformado en bendición y capacidad de perdón para romper el ciclo de violencia que ha imperado en Colombia. y tienes razón: la violencia engendra violencia, el odio engendra más odio, y la muerte más muerte.
Tenemos que romper esa cadena que se presenta como ineludible, y eso sólo es posible con el perdón y la reconciliación concreta. Y tú, querida Pastora, y tantos otros como tú, nos han demostrado que esto es posible. Con la ayuda de Cristo vivo en medio de la comunidad es posible vencer el odio, es posible vencer la muerte, es posible comenzar de nuevo y alumbrar una Colombia nueva. Gracias, Pastora, qué gran bien nos haces hoy a todos con el testimonio de tu vida.
Es el crucificado de Bojayá quien te ha dado esa fuerza para perdonar y para amar, y para ayudarte a ver en la camisa que tu hija Sandra Paola regaló a tu hijo Jorge Aníbal, no sólo el recuerdo de sus muertes, sino la esperanza de que la paz triunfe definitivamente en Colombia. Gracias.
Nos conmueve también lo que ha dicho Luz Dary en su testimonio: que las heridas del corazón son más profundas y difíciles de curar que las del cuerpo. Así es. Y lo que es más importante, te has dado cuenta de que no se puede vivir del rencor, de que solo el amor libera y construye.
Y de esta manera comenzaste a sanar también las heridas de otras víctimas, a reconstruir su dignidad. Este salir de ti misma te ha enriquecido, te ha ayudado a mirar hacia delante, a encontrar paz y serenidad y además un motivo para seguir caminando.
Te agradezco la muleta que me ofreces. Aunque aún te quedan secuelas físicas de tus heridas, tu andar espiritual es rápido y firme, ese andar espiritual no se necesita violencia, Gracias y es rápido y firme porque piensas en los demás y quieres ayudarles. Esta muleta tuya es un símbolo de esa otra muleta más importante, y que todos necesitamos, que es el amor y el perdón. Con tu amor y tu perdón estás ayudando a tantas personas a caminar en la vida y a caminar rápidamente como tu... Gracias.
Quiero Deseo agradecer también el testimonio elocuente de Deisy y Juan Carlos. Nos hicieron comprender que todos, al final, de un modo u otro, también somos víctimas, inocentes o culpables, pero todos víctimas, los de un lado y los de otro, todos víctimas. Todos unidos en esa pérdida de humanidad que supone la violencia y la muerte.
Deisy lo ha dicho claro: comprendiste que tú misma habías sido una víctima y tenías necesidad de que se te concediera una oportunidad. Cuando dijiste esa palabra me resonó en el corazón. Y comenzaste a estudiar, y ahora trabajas para ayudar a las víctimas y para que los jóvenes no caigan en las redes de la violencia y de la droga. que es otra forma de violencia ...
También hay esperanza para quien hizo el mal; no todo está perdido. Jesús vino para eso, hay esperanza para el que hizo el mal. Es cierto que en esa regeneración moral y espiritual del victimario la justicia tiene que cumplirse. Como ha dicho Deisy, se debe contribuir positivamente a sanar esa sociedad que ha sido lacerada por la violencia.
Resulta difícil aceptar el cambio de quienes apelaron a la violencia cruel para promover sus fines, para proteger negocios ilícitos y enriquecerse o para, engañosamente, creer estar defendiendo la vida de sus hermanos.
Ciertamente es un reto para cada uno de nosotros confiar en que se pueda dar un paso adelante por parte de aquellos que infligieron sufrimiento a comunidades y a un país entero. Es cierto que en este enorme campo que es Colombia todavía hay espacio para la cizaña. No nos engañemos.
Ustedes estén atentos a los frutos, cuiden el trigo y no pierdan la paz por la cizaña.
El sembrador, cuando ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o inacabados (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24). Aun cuando perduren conflictos, violencia o sentimientos de venganza, no impidamos que la justicia y la misericordia se encuentren en un abrazo que asuma la historia de dolor de Colombia. Sanemos aquel dolor y acojamos a todo ser humano que cometió delitos, los reconoce, se arrepiente y se compromete a reparar, contribuyendo a la construcción del orden nuevo donde brille la justicia y la paz.
Como ha dejado entrever en su testimonio Juan Carlos, en todo este proceso, largo, difícil, pero esperanzador de la reconciliación, resulta indispensable también asumir la verdad. Es un desafío grande pero necesario.
La verdad es una compañera inseparable de la justicia y de la misericordia. Las tres juntas son esenciales para construir la paz y, por otra parte, cada una de ellas impide que las otras sean alteradas y se transformen en instrumentos de venganza sobre quien es más débil. La verdad no debe, de hecho, conducir a la venganza, sino más bien a la reconciliación y al perdón. Verdad es contar a las familias desgarradas por el dolor lo que ha ocurrido con sus parientes desaparecidos. Verdad es confesar qué pasó con los menores de edad reclutados por los actores violentos. Verdad es reconocer el dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos.
Quisiera, finalmente, como hermano y como padre, decir: Colombia, abre tu corazón de pueblo de Dios y déjate reconciliar. No le temas a la verdad ni a la justicia. Queridos colombianos: No tengan miedo a pedir y a ofrecer el perdón. No se resistan a la reconciliación para acercarse, reencontrarse como hermanos y superar las enemistades. Es hora de sanar heridas, de tender puentes, de limar diferencias.
Es la hora para desactivar los odios y renunciar a las venganzas y abrirse a la convivencia basada en la justicia, en la verdad y en la creación de una verdadera cultura del encuentro fraterno.
Que podamos habitar en armonía y fraternidad, como desea el Señor. Pidamosle ser constructores de paz, que allá donde haya odio y resentimiento, pongamos amor y misericordia (cf. Oración atribuida a san Francisco de Asís). Y todas estas intenciones, los testimonios escuchados, las cosas que cada uno sabe en su corazón, historias de dolor y sufrimiento las quiero poner ante la imagen del crucificado, el Cristo negro de Bojayá:
Oración
Oh Cristo negro de Bojayá,
que nos recuerdas tu pasión y muerte;
junto con tus brazos y pies
te han arrancado a tus hijos
que buscaron refugio en ti.
Oh Cristo negro de Bojayá,
que nos miras con ternura
y en tu rostro hay serenidad;
palpita también tu corazón
para acogernos con tu amor.
Oh Cristo negro de Bojayá,
haz que nos comprometamos
a restaurar tu cuerpo.
Que seamos tus pies para salir al encuentro
del hermano necesitado;
tus brazos para abrazar
al que ha perdido su dignidad;
tus manos para bendecir y consolar
al que llora en soledad.
Haz que seamos testigos
de tu amor y de tu infinita misericordia.
Amén.
Fuente: Religión en Libertad
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