O la víctima de violación
La pastoral de la caridad en las llamadas del Papa: de un niño enfermo a la madre de un drogadicto
Miles escriben al Papa Francisco indicando su número de teléfono y esperan una llamada
Pocas líneas, llenas de sufrimiento y de valentía.
Hace pocos días, una mujer que trabaja limpiando el aeropuerto de Buenos Aires se enteró de que el hombre que pasó ante ella era el director de una televisión católica y que estaba por embarcar hacia Roma, donde se habría reunido con el Papa.
Así, se le ocurrió escribir un breve mensaje para contarle sobre su hijo en las garras de la droga y sin empleo, para explicarle que trabaja todos los días por él con la esperanza de que pueda salir de la pesadila de la dependencia. La mujer escribió su mensaje en una servilleta y también pidió una oración, después se la entregó al periodista.
Este particular género de epístola-servilleta atravesó el océano y llegó a las manos de Bergoglio, que, al leerla, quedó profundamente conmovido. «Estaba escrita de manera espartana... pedía una sola oración». El Papa marcó el número que la mujer había anotado en una esquina de la servilleta y habló con ella. También quiso hablar con el hijo. Escuchó a ambos y les dijo que rezaría por ellos.
Al día siguiente, al reunirse con los sacerdotes de Roma, Francisco habló de su conversación: ha sido el único caso en el que el llamante ha revelado la llamada y no el llamado. Bergoglio puso como ejemplo el caso de la mujer y preguntó: «¿No es esta santidad?». La Iglesia «no se derrumba», añadió, porque incluso hoy «hay mucha santidad cotidiana».
Francisco al teléfono
Las llamadas de Francisco a las personas comunes se están convirtiendo en una costumbre. La última, cronológicamente hablando, es la que recibió la familia Chiolerio de Belén, fracción de Chivasso (en el Piamonte).
El Papa llamó a Federico, un niño de seis años que le había enviado un dibujo de su fracción, la única localidad italiana que lleva el nombre de la ciudad natal de Jesús.
¿Qué es lo que impulsa al Papa “del fin del mundo”, en esos raros momentos de tranquilidad en la habitación 201 de la Casa Santa Marta, a llamar por teléfono personalmente a hombres, mujeres y niños que le han enviado alguna carta, un dibujo o un correo electrónico?
«Por favor, dígale a los periodistas que mis llamadas no son una noticia», dijo Francisco a don Dario Viganò, director del Centro Televisivo Vaticano. «Yo soy así, siempre lo he hecho».
«Me llegaba un recado, una carta de un sacerdote en dificultades, de una familia o de un detenido y le respondía. Para mí es muy fácil llamar, informarme del problema y sugerir una solución, si la hay. A unos por teléfono, a otros les escribo». El Papa concluyó con una sonrisa irónica: «¡Y menos mal que no se enteran de todas las llamadas que hago!».
Primeros telefonazos como Papa
Las primeras llamadas-sorpresa de Francisco las recibieron personas conocidas. El vendedor de periódico (al que le dijo que como lo habían elegido Papa ya no le tenía que enviar su copia de “La Nación”), su dentista de Buenos Aires (para cancelar una cita por el mismo motivo), su médico, que cuando llamó no estaba y cuya secretaria casi se desmaya cuando reconoció la voz de Bergoglio.
Después nos hemos ido enterando de diferentes llamadas algunas de ellas se han convertido en una cita fija, como la que hace cada quincena a un grupo de detenidos en una cárcel de Buenos Aires a los que Francisco acompaña: «Siento que me tengo que ocupar de ellos».
Sacos de cartas en el Vaticano
Y al final nos hemos enterado de las llamadas que ha hecho a personas desconocidas. El flujo de correspondencia se ha triplicado en el Vaticano y cada día llegan varios sacos llenos de cartas dirigidas a Francisco. El Papa acostumbra leer más de las que leían sus predecesores, aunque no pueda responder personalmente a todas. Y se queda con los mensajes que más lo conmueven, que conserva en su escritorio. Y medita. Y así, en algunos casos, se pone al teléfono. Recorriendo todas las llamadas que han acabado en los periódicos, casi se podría dibujar su “geografía”.
Está la que hizo a Michele Ferri, hermano del titular de una gasolinería que fue asesinado en junio por uno de sus empleados. El hombre, inmobilizado en una silla de ruedas, le había escrito para hablarle de su sufrimiento por la muerte violenta de su hermano que no lograba aceptar.
Está la que hizo a Alejandra, una mujer argentina que sufrió una violación por parte de un policía, que le había escrito para pedir justicia.
Y luego, la llamada revelada por Anna Romano, la joven que decidió no abortar a pesar de que el padre del niño, antes de abandonarla, se lo hubiera pedido.
O la que hizo la semana pasada a Michael, un chico de doce años de Piñarol (Pinerolo, en Piamonte) enfermo de distrofia muscular.
Pero también está la que recibió un joven universitario de Padua, a quien el Papa le dijo que lo tuteara. Fracnisco habló sobre esta llamada en la entrevista con el director de “La Civiltà Cattolica”, el padre Antonio Spadaro: «Vi que muchos periódicos hablaron sobre la llamada que hice a un chico que me había escrito una carta. Yo lo llamé porque su carta era muy hermosa, muy simple. Para mí este es un acto de fecundidad. Me dí cuenta de que es un joven que está creciendo, que ha reconocido a un padre, y así le dice algo sobre su vida. El padre no puede decir “no me importa”».
Dar esperanza en la noche, sin miedo
«La Iglesia», dijo Bergoglio, «es una madre que no tiene miedo de adentrarse en la noche, para dar esperanza... La Iglesia es una madre misericordiosa que siempre trata de animar».
Pero, ¿qué es lo que une todas estas llamadas telefónicas? Situaciones de dolor, de sufrimiento, de soledad, pero también de valentía. Y cuestiones planteadas auténticamente.
Francisco dijo que hay que recuperar la «gramática de la simplicidad»: se requiere una Iglesia «capaz de hacer compañía» y de «calentar los corazones».
A través de estas llamadas, y de todas las que nunca conoceremos, el Papa “párroco” ha logrado entrar en la existencia de personas normales. Extraordinariamente normales, justo como él.
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