Don de Consejo - Septenario al Espíritu Santo para pedir sus dones
Del libro “Abiertos al Espíritu” de la Sierva de Dios Concepción Cabrera de Armida
Oración para todos los días:
¡Oh Espíritu consolador, bondad inefable, que suavísimamente abrasas las almas en fuego celestial! Aquí venimos tus hijos a implorar tu protección poderosa y todos tus dones, para emplearlos en saber amar a Jesús.
Ven a nuestra inteligencia para que reine en ella la luz de Jesús. Ven a nuestra voluntad para en ella reine la santidad de Jesús. Ven por fin, a nuestro ser, para que lo absorba la vida divina de Jesús.
Tú que eres la Fuente de gracia, derrámala abundantemente en nuestros corazones. ¡Oh Divino Espíritu, Fuente de infinita Pureza!, límpianos del pecado, renueva nuestras almas en Cristo y escucha propicio las peticiones que ahora te hacemos.
Amén
Don de Consejo:
El don de consejo lo da el Espíritu Santo a quienes lo aman y por Él se sacrifican: a quienes llevan consigo el amor activo y el celo por su gloria; a quienes viven la pobreza espiritual, no apropiándose de lo que es de Dios, sino que se lo devuelven agradecidos, quedándose gozosos en su miseria y en su nada.
El Espíritu Santo regala a sus fieles el don de consejo, aconsejándolos primero con santas inspiraciones, favores y llamamientos.
Sólo a quienes escuchan su voz y la ponen en práctica da este don que tanta gloria le reporta: lo da a los directores que, escuchándolo, se santifican para santificar después con el divino germen que hace producir frutos espirituales de sólidas virtudes.
Toda persona que tenga almas a su cargo debe, en lo posible, hacerse digna de recibir este don; pero el don de consejo implica sacrificios, porque la santidad propia y la ajena los llevan consigo.
Quién no está aconsejado por el Espíritu Santo no puede aconsejar recta y santamente. El don de consejo tiene su asiento en quien ora, ama y se sacrifica. La oración, el amor y el sacrificio son los elementos indispensables para quien aspira a este inapreciable don.
La oración lo comunica; el amor lo sostiene y el sacrificio lo impulsa.
Sólo a los oídos dispuestos hace escuchar el Espíritu Santo sus consejos e inspiraciones.
Oración final:
¡Oh Espíritu Santo, benigno y consolador que te complaces en aliviar nuestros males! ¡Oh Fuego celestial que fecundizas cuanto tocas!, ¡ven a extender por todo el mundo el amor a la Cruz! Derrama sobre nosotros tu suave unción; suscita vocaciones de laicos, religiosas y sacerdotes. Presérvanos de todo mal y llénanos de celestiales riquezas. Amén
Jaculatoria:
Crea en mí, ¡Dios mío!, un corazón puro y renuévame por dentro con espíritu firme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario