Las 9 grandes amenazas de los «influencers» católicos: los valores del Evangelio... ¿o de Instagram?
Rob Galea, Jessica Bond, Claire Forbes y Augie Angrisano, presentadores de Catholic Influencers Podcast.
La Iglesia se prepara para la celebración en Roma de un gran evento jubilar dedicado a los “influencers” católicos y a los conocidos como “misioneros digitales”. Es la primera vez que la Iglesia apuesta por dirigirse exclusivamente a ellos desde el Vaticano, lo que sucederá los próximos 28 y 29 de julio, en los primeros días del Jubileo de los jóvenes. Ante su proximidad, no son pocos los que comienzan a plantearse algunas advertencias o aspectos a tener en cuenta para que la evangelización en redes no se separe de su sentido y significado originales.
Influencers, youtubers y comunicadores tienen también su espacio en el Jubileo como una realidad social y cultural con entidad propia.
Primer Jubileo de Influencers y Comunicadores en la historia de la Iglesia: este 28 y 29 de julio
Uno de ellos es el sacerdote Noé Banasiewicz, que recientemente titulaba su último artículo para America Magazine advirtiendo de que “los influencers católicos tienen un problema de teoría -y de evangelización- en los medios”.
Para el sacerdote no pasa desapercibido que los llamados “influencers católicos” son vistos, cada vez más, como los nuevos misioneros y comparte de que las redes facilitan que cualquiera pueda ser un evangelizador natural. Sin embargo, plantea, también “se corre el riesgo de alterar el significado mismo de lo que significa evangelizar”.
En este sentido, y tras citar a algunos de los grandes expertos en la teoría de la comunicación contemporánea, Banasiewicz observa que el Evangelio ha encontrado “un nuevo púlpito” en las redes sociales, que ofrecen “una oportunidad única para conectar, especialmente con los alejados de la Iglesia”.
1. Hablar al algoritmo: ¿Buena evangelización o publicación?
Pero frente a esta oportunidad también hay una amenaza que radica en la constitución misma de las redes sociales, regidas por un algoritmo que “no es ni neutral ni objetivo”.
El éxito, observa, se mide cuantificando la interacción, con incentivos que premian y recompensan ciertos comportamientos y estilos de contenido, por lo que se debería considerar si la interacción puede ser una métrica significativa para evaluar la eficacia de nuestros esfuerzos de evangelización. En resumen, una pregunta que se podría desprender del planteamiento del sacerdote es si tener 100 likes, o 100.000, permite presumir de que se ha desarrollado una buena labor evangelizadora o simplemente una buena publicación desde los criterios técnicos.
2. La diferencia entre una conversión y un "me gusta"
El sacerdote coincide en que el problema no es la interacción en sí misma. Tener más o menos likes y compartidos y que el algoritmo lo premie. Al fin y al cabo, es lógico plantearse qué sentido tendría usar las redes si la gente no encuentra el mensaje a transmitir. El problema, dice, es su sospecha de que el entretenimiento o contenidos no estrictamente evangelizadores permeen en lo que los influencers consideran que es algo netamente religioso y espiritual.
“El problema no es la interacción, sino las negociaciones [o cesiones] que los influencers católicos realizan al elaborar su contenido bajo esta imposición [del algoritmo]. Este asunto es aún más preocupante cuando reconocemos que estas negociaciones ocurren tanto consciente como inconscientemente. Con demasiada frecuencia, parecemos confundir la conversión de corazones y mentes con la adquisición de "me gusta" y seguidores”, advierte Banasiewicz.
3. ¿Los valores del Evangelio... o los de Instagram?
El sacerdote reitera en varias ocasiones que su artículo no pretende ser una crítica a los llamados “influencers católicos”; pero sí una advertencia frente a las herramientas que estos emplean: al mismo tiempo que presentan una gran oportunidad para difundir, también cuestiona “su tendencia a potenciar el contenido emotivo, partidista e incluso hostil”, lo que a su juicio es “una profunda debilidad”: “Si bien las tendencias y la viralidad prometen visibilidad, conllevan el peligro de cambiar la sustancia por la actuación”.
El sacerdote concluye preguntándose si, en definitiva, las redes sociales en las que se encuentran los influencers católicos reflejan los valores del Evangelio o los de la plataforma en sí misma.
Al estudiar estas plataformas y lo que recompensan, concluye, “las medidas de éxito propuestas a menudo contrastan marcadamente con los esfuerzos y las condiciones del discipulado y apostolado. Los influencers católicos necesitan reconocer estas dinámicas para ser más perspicaces y resistir la tentación de contribuir a ellas. Este es el primer paso necesario para fomentar una participación más sana en las redes sociales y preservar la integridad de cualquier esfuerzo de evangelización digital”.
4. Un formato que busca determinar el mensaje
Otra de las que se ha sumado a este análisis es Amy Welborn, escritora especializada en fe y espiritualidad residente en Alabama.
Como si se tratase de una continuación al artículo de Banasiewicz, Welborn observa tres peligros fundamentales que afectan a toda evangelización en la vida cristiana, pero que se convierten en tentaciones especialmente significativas cuando se aborda el fenómeno de la evangelización digital.
Advierte en primer lugar de “centrarse en el yo en lugar de Dios en el discurso”, de modo que se evite un “deísmo terapéutico” por el que se prioriza la felicidad personal como meta espiritual. Un episodio al que parecen contribuir el entorno digital y de las redes sociales, que a su juicio “privilegia la expresión que se centra en elevar a la persona”.
Especialmente la experiencia, apariencia y contenidos de moda, corriendo el riesgo de que el contenido se vea influenciado o determinado por el formato y el mensaje por las necesidades del emisor y las demandas de la audiencia. Así, lamenta, “la evangelización en la era de Instagram se convierte en lo que Instagram y el resto de las redes sociales son: un mercado aspiracional que comercia con la imperfección y lo performativo”.
5. Una evangelización viral... que olvida al prójimo
El segundo de los peligros es un alcance global que pasa de ser una posibilidad a una “obligación”, olvidando al prójimo más inmediato en pos de uno lejano y, en muchos casos, virtual. Algo que ejemplifica irónicamente con un hipotético ejemplo de preguntas a quien no evangeliza por redes: “¿Qué te pasa? ¿Solo le haces la compra a tu vecina mayor y le haces compañía? ¿Solo dedicas tus días a mantener una casa y criar a tus hijos? ¿No deberías estar usando tus dones y talentos para arrasar [evangelizando en redes]? Es fácil hacerlo, ¿sabes? Existe esta plataforma”.
Para Welborn, esta secuencia de preguntas es una muestra del énfasis en la “valentía de arriesgarse”, contrastando con una espiritualidad tradicional que “siempre ha recordado que se requiere valentía y gracia para acercarse al prójimo, cara a cara, con las obras de misericordia y centrando en nuestra vida espiritual lo cotidiano y pequeño”.
6. Parroquias con muchos seguidores y pocos fieles
Un riesgo que también puede afectar a las parroquias que aspiran a una destacada presencia en internet. “Es genial e importante pero, ¿la parroquia ofrece un servicio [de evangelización y apoyo] puerta a puerta en los límites de su jurisdicción? ¿Todas las personas dentro de esos límites, católicas o no, conocen la parroquia como un lugar donde encontrarse con Cristo”, plantea la escritora.
Aborda también los peligros que suponen para la humildad unas redes sociales y medios de comunicación contemporáneos que lo que alientan es generalmente el orgullo y la vanidad.
7. El orgullo como virtud, la humildad como vicio
“La forma potencial más importante que tiene el panorama actual para doblegar nuestra fe y nuestro sentido de nosotros mismos como personas es la inversión de valores: tentarnos a ver el orgullo como una virtud y la humildad como un vicio”, advierte.
La pregunta es si el modelo de las redes sociales llega a ese extremo. Para Welborn no parece haber duda de que así se trata, lo que argumenta señalando a un algoritmo que “premia centrarse en el creador, el individuo y la narrativa personal”.
De ello surgen “fuertes tentaciones” que “nos alejan de la humildad y nos llevan al orgullo”. Para explicarlo, también remarca la diferencia entre realizar actos de virtud y exponerlos públicamente. Así, exponer la búsqueda de la justicia o la práctica de las obras de misericordia, no son actos de orgullo, pero lo que es seguro es que “lentamente nos arrastrará” a ello. Hablando de los santos, observa que la gente se sentía atraída por ellos debido a su obra y personalidad. La pregunta es: ¿Estaba Santa Catalina de Siena construyendo su marca en aras de su ministerio?
8. Señales de alerta
Entre algunas señales que deberían alertar a todo influencer católico de la posibilidad de incurrir en esta desviación, observa estas actitudes:
• Centrarse constantemente en uno mismo.
• Presentar la propia vida como un modelo espiritual, incluso aunque se diga que todo es para Jesús.
• Exponerse, haciendo del falso desorden, cuidadosamente compuesto, un destino diario para quienes buscan comprensión y consuelo.
• Convertirse en un líder de pensamiento cuyas opiniones deben publicarse lo antes posible.
• Crear una cuenta en redes sociales que, según se afirma, trata sobre evangelización, pero que, de alguna manera, no es mucho más que una plataforma de marketing.
9. Ver la oportunidad, pero también la amenaza
La autora concluye reconociendo que nadie enciende una lámpara para meterla debajo del celemín y que los fieles estamos llamados a evangelizar.
La cuestión, dice, es comprender cómo el enfoque de las redes basado en el “yo” y el alcance global tienta para olvidar unas obras de misericordia que deben ser puestas en práctica fuera de los hogares, y su lugar es ocupado por una “elevación” personal que enorgullece en nombre de la evangelización.
En resumen, concluye, “podría ser bueno equilibrar nuestra comprensión de las grandes redes como una "oportunidad" (que lo es) con la posibilidad de que sean una "tentación". Y no solo para perder el tiempo o revolcarnos en la perversión, sino como una tentación para deformar nuestra propia fe: redefinir el apostolado de maneras que inviertan la virtud y el vicio y justifiquen nuestra evasión del trabajo mucho más arduo del amor cara a cara al prójimo”.
Fuente: Religión en Libertad