Bartolo, que fue condenado por vínculos con la mafia, ayuda a personas pobres y explotadas
Odiaba a Dios y en la cárcel tuvo una experiencia mística: un converso al que miles llaman «papá»
Bartolo conduce el autobús con el que va recogiendo a los pobres e inmigrantes que son explotados en la zona de Calabria y así poder darles comida y apoyo espiritual
Una vida contra Dios, una condena de cárcel por su supuesta relación con la mafia calabresa y varios años de prisión donde vivió una experiencia mística que transformó por completo su existencia. Esta es la historia de Bartolo Mercuri, un italiano de 63 años que tras su fortísima conversión y encontrar su lugar en el grupo carismático de la Renovación en el Espíritu se ha convertido en un apóstol para miles de personas pobres que viven en condiciones infrahumanas en los campos de la región de Calabria, especialmente inmigrantes africanos, explotados en buena parte por empresas vinculadas a la mafia.
Bartolo creó hace más de 20 años El Cenáculo. Esta asociación tiene como fin mostrar la misericordia de Dios a los últimos y olvidados, algo de lo que él mismo fue testigo décadas atrás. Por ello, los inmigrantes que se hacinan en la zona de Piana de Giogia Tauro le llaman “papá África”. Los visita todos los días. Muchos viven en tiendas de campaña en las afueras de pueblos, otros directamente viven en mitad del campo. Bartolo les lleva comida, ropa, mantas y sobre todo escucha ante sus sufrimientos. Otras cientos de familias italianas también con problemas son atendidas por este converso y la asociación que creó.
"Estaba en contra de Dios"
Nada de esto hubiera podido pasar si antes Bartolo no hubiera tenido que bajar a los infiernos de su vida. Casado con Rosella, una mujer católica practicante, Bartolo no la dejaba ni ir a misa. “Estaba en contra de Dios. No conocía a Jesús. Me avergüenzo de lo que era entonces”, cuenta en una entrevista que publica Famiglia Cristiana.
Pero la vida de Bartolo Mercuri se hundió completamente en 1989, cuando tenía 33 años. “Era un 25 de septiembre, y regresaba de Milán de la Feria del Mueble. Conocí a un chaval de Melicucco (un pueblo de Calabria) en el tren. Viajamos juntos y cuando llegamos a Rosarno (otro pueblo calabrés) tomamos juntos un taxi. En el trayecto, la Policía nos paró y durante el control encontraron un rifle de asalto en la bolsa del niño. Fuimos arrestados”.
El niño había sido utilizado por la conocida organización mafiosa de la ´Ndragheta. Pese a negar cualquier tipo de vínculo con la mafia, Bartolo Mercuri fue condenado a más de cuatro años de cárcel. Finalmente, con dos hijos pequeños, uno de ellos hoy sacerdote, tuvo que cumplir dos años en prisión, y los otros dos en tercer grado por lo que sólo volvía a la prisión para dormir.
"La conversión nació en la celda"
Injustamente condenado, con su familia sin su sustento y totalmente enfrentado a Dios. Este era el Bartolo que ingresó en una celda como si fuera un mafioso más. Pero fue precisamente en esta situación cuando se abrió una pequeña grieta en su duro caparazón que permitió al Señor hacer una obra grande con él.
En prisión, con el objetivo de poder enviar algo de dinero a casa, empezó pronto a ser muy activo. Se ofreció para trabajar en la cocina para hacer la comida al resto de presos y también para lavar los platos. “Esta fue la primera gracia que recibí de Dios”, asegura.
Sin embargo, explica que “la conversión nació en la celda”. Como si fuera ayer, no puede olvidar el momento exacto en el que su vida cambió para siempre. Dios se hacía visible. “Cuando estaba en mi cama pensé en mi esposa y mis dos hijos pequeños. Estaba en ese infierno sin saber nada. Y me enfadé con Dios. Estábamos ocho en la celda, pero todos se habían ido en la hora del patio, pero yo prefería estar sólo porque me sentía muy triste. En ese momento una gran luz entró por la ventana. Era la luz de Dios. Temblé y comencé a llorar. Y dije: ‘Dios mío, nunca me dejaste’. Desde ese momento mi vida cambió”, explica este italiano.
Dos días después de aquella situación en su celda se produjo su primera gran elección. “Mi madre, mi hermano y mi esposa vinieron con los dos niños para una visita. Y les dije que a la próxima me llevaran una Biblia. Se miraron con asombro: ‘pero, ¿se ha vuelto loco?’. Desde entonces salí al patio tan sólo un par de veces porque cuando leía la Biblia, los otros reclusos se burlaban de mí. Pero cuanto más leía la Biblia, más me enamoraba de Dios y más conocía a Jesús”.
Precisamente, gracias a un agente de los carabineros conoció al salir de prisión un grupo católico que alimentará su fe hasta hoy: la Renovación en el Espíritu. Este policía se lo recomendó. “Fui e inmediatamente me encontré bien”, cuenta Bartolo sobre este grupo carismático. Hoy día este agente es una de las personas más cercanas en su vida y es vicepresidente de la asociación del Cenáculo.
La segunda experiencia sobrenatural
En este proceso “continuo” de conversión tuvo otro episodio clave en la vida de este italiano. Una gran tromba de agua cayó sobre su tienda de muebles e hizo que se pudrieran. Recuerda que “lloré y recé. Y le prometí a la Virgen: ‘si me ayudas a levantarme, te prometo que cualquier hombre pobre que conozca en la calle me ocuparé de él’. Vi como se me acercaba un brazo, lo agarré y me levanté. Recibí una gran fuerza y comencé a arreglar los muebles”.
Sin embargo, pasó el tiempo y Bartolo olvidó la promesa que había hecho a la Virgen. Pero una mañana cinco años después –explica- “me subí al coche para ir a casa, pero me detuve frente a la puerta de un gran edificio municipal abandonado. Entonces recordé la promesa que le hice a María. Fui al Ayuntamiento y pregunté si se podía convertir en un albergue para los pobres. Era el año 2000. Esta es hoy nuestra sede”.
Una vida de entrega a los pobres y anandonados
Nunca ha vuelto a olvidar aquella promesa. Compró más adelante dos autobuses con los que dos veces por semana iba recorriendo la comarca de Piana di Goia Tauro cargando a todos los inmigrantes con los que se encontraba llevándolos a la sede donde se les proporcionaba comida caliente, ropa y medicamentos.
Esto no gustó a la mafia de la ´Ndragheta, así que pocos días después los dos autobuses amanecieron calcinados. Desesperado, Bartolo estuvo a punto de abandonar, pero el entonces obispo de Oppido-Palmi, Luciano Bux, salió en su apoyo. “Tu asociación es una obra de Dios, no puede ser abandonada”, le dijo. Y decidió no rendirse.
“El Señor me llamó para ayudar a estos hermanos, yo sólo hago su voluntad. Él me está utilizando como un instrumento”, cuenta. Ropa, comida, trabajo, pero también Biblias son las peticiones que le hacen estos inmigrantes. Y cómo olvidar que él mismo empezó a recibir de nuevo la vida gracias a una Biblia. Ahora devuelve a Dios todo lo que él antes ha recibido.
Fuente: Religión en Libertad
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