Con 8 años murió de leucemia, ofrecida a Dios: «Si Jesús te quita es para darte más», dice su madre
La historia de Filippo motivó muchas oraciones, muchos ayunos, una muestra viva de la comunión de los santos.
Acaba de publicarse en Italia Con la maglietta a rovescio [Con la camiseta del revés], el libro sobre la vida de Filippo Bataloni escrito por sus padres. Filippo combatió durante seis años contra la leucemia y murió el 20 el noviembre de 2014 a los 8 años de edad. La fuerza de la fe de su familia, de la oración de la Iglesia y el ofrecimiento de su vida a Cristo confirman lo que escribe su madre: "Si Jesús te quita es para darte más". Así lo cuenta Benedetta Frigerio en La Nuova Bussola Quotidiana:
Stefano Bataloni y Anna Mazitelli, los padres de Filippo, han contado su historia para dar a conocer el mensaje que deja la vida de su hijo: el sentido salvífico del dolor, y en particular del dolor de los inocentes.
"Tenemos un niño que pesa un kilo y no respira... En el pabellón anexo tenemos otro hijo, de dos años, que ha sido ingresado hace cinco días porque tiene leucemia". Así empieza Con la maglietta a rovescio [Con la camiseta del revés], el libro sobre la vida de Filippo Bataloni, y de una familia que durante seis años ha luchado junto a él "el león" feroz de la enfermedad.
Anna está en el hospital y no sabe si pronto se quedará sin los dos hijos, o con uno solo o con ambos, como es su deseo. ¡Y cómo reza! Porque, repite en el libro, ella cree que la oración puede hacer que Dios cambie de idea, modificando el curso de la historia. Por eso Anna, junto a su marido Stefano, espera y no deja de pedir el milagro para sus dos hijos, y decide confiar en la vida. También Stefano lo hace, hasta el punto de que le dice a Ana que vaya como vaya, "al final de todo esto tenemos que tener otro hijo". Porque como dice él, sólo se puede responder al mal que agrede a la vida con la vida. Un mes después el recién nacido, Francesco, está mejor. Y Filippo también. Pero la enfermedad volverá.
Sí. Así empieza esta historia hecha de cruces, que si ponen en fila, nos hacen pensar que son humanamente imposibles de soportar. Anna, a pesar de su gran esperanza, vive momentos de rebeldía y sentimientos de abandono de lo más humanos, pero también divinos ("Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"). Filippo y su familia están así, en la cruz. Esa cruz iluminada por la luz de la fe y que hace comprender a Anna los dones que recibe, también cuando las respuestas parecen no responder a sus oraciones, incluso contradecirlas. No es casualidad, cuando leemos la cronología de los hechos, que en un primer momento nos preguntemos cómo es posible que Dios permita tantas dificultades en el camino de una misma familia.
La comunión de los santos
En realidad, contingencias como la obligación para Anna y Stefano de usar los días entre un hospital y el otro sin poder tener contactos con el mundo, los impulsa a iniciar el blog (aún activo) Piovono Miracoli [Llueven milagros] para explicar a sus amigos el día a día de la situación de su hijo. Hasta que, gracias a Costanza Miriano, un pueblo empezará a rezar por Filippo: "Por primera vez -escribe Anna- experimentamos la comunión de los santos". A partir de este momento esta historia estará llena de oraciones, sacrificios, ayunos, apoyo concreto, desencadenando el amor de Dios que se manifiesta en el Cuerpo de la Iglesia. Un Dios que no siempre quita la cruz, pero que siempre la comparte.
Pero para experimentar el ágape hasta el fondo, la familia de Filippo sufrirá otras pruebas. Trasplantes, traslados a otras ciudades, separaciones momentáneas. Momentos en los que tras la exaltación por una posible victoria se recae en la enfermedad. Momentos en los que Anna se derrumba y Stefano la levanta de nuevo. O viceversa. Por no hablar de la gran cantidad de niños que han conocido en el hospital y que tras luchas parecidas a la de Filippo han fallecido. Todo unido a la prueba de las pruebas, la de asistir impotentes al sufrimiento cada vez mayor de un hijo: uno de los dolores más grandes que el hombre puede experimentar. Pero, ¿qué sucede en cambio? Que una noche en que Stefano está a punto de dejar el hospital para que le sustituya su esposa, recibe de su hijo agotado por la enfermedad una gran sonrisa y comprende lo que los padres a menudo tardan años en comprender: "Cuando nuestros hijos nos piden algo siempre es algo que necesitan verdaderamente; pero a veces no les escuchamos, no comprendemos y les damos lo que no necesitan. Cuando rezamos a Dios, a veces le pedimos cosas que no nos sirven en absoluto, mientras que Él sólo nos da lo que realmente necesitamos".
Anna y Stefano, al ver a su hijo sufriendo dolores atroces sin casi quejarse, piensan en el sacrificio del Cordero. El corazón se les desgarra, pero también se sienten consolados porque ven el signo de una preferencia, un poco como la de Dios hacia el "justo y honrado" Job que, "apartado del mal", puede ser utilizado como instrumento para derrotar al diablo, furioso contra él, pero incapaz de suscitar la rebelión. Tampoco Filippo se rebela; humanamente cansado, a veces llora, pero no maldice. Al contrario, se alegra de todo lo que llega: aunque está encerrado en un hospital dice que es feliz e incluso aplaude cuando recibe los arancini (croquetas de arroz rellenas de carne y queso) que le ha preparado su tía.
Filippo no se cura, pero conoce a su hermanito, el tercer hijo del que Anna y Stefano habían hablado años antes. Han aprendido a dar las gracias por cada instante y cada día que pasan con sus hijos, por esa normalidad que el mundo da por descontada, cuando no se está quejando o está harto de ella.
Esto es ya el céntuplo. Nada en esta historia se desarrolla como humanamente se desearía; y, sin embargo, esta familia comprende que el Paraíso existe y vive un pedazo de él en la tierra. No somos nosotros quienes lo deducimos, sino ellos que lo escriben en estas páginas, en las que paso a paso, entre tubos, extracciones de sangre y trasplantes (Filippo ha sido sometido a tres, algo rarísimo; esto por sí sólo ya es un milagro que le concede más meses de vida) se ve cómo sólo gracias al dolor vivido en la fe puede emerger un amor sin límites. El que todos desean.
En el último periodo de su vida, Filippo, que ya había aceptado una condición humana dolorosa (que adultos creyentes a veces son incapaces de aceptar), afirma no temer a la muerte porque "... tengo sólo que atravesar el gran llanto para entrar en la vida eterna". Es Filippo quien acepta. Es Filippo quien decide arrodillarse durante la última consagración a la que asistirá en la Iglesia, a pesar de estar sufriendo muchísimo. Es Filippo quien dice "sí" a la muerte con palabras de gran profundidad. Pero son sus padres lo que lo aman hasta tal punto que aceptan el sufrimiento y la inmolación pedida a Filippo para "ir directamente al Paraíso", como escribe Anna; donde, está segura, su hijo ya no sufrirá y vivirá solo una felicidad eterna mientras espera volver a encontrarse con su familia.
El sacrificio puro de los inocentes
Viene a la mente El misterio de los Santos Inocentes de Charles Péguy: "Cada uno de nosotros es arrancando a la tierra demasiado tarde, cuando ya la tierra lo ha agarrado... y ha dejado sobre él una mancha imborrable". Esos niños no, no tienen "esta mancha y este sabor de ingratitud" y ello hace que su sacrificio sea puro como el de Cristo y, por lo tanto, fuente de salvación infinita.
Filippo siempre rezó por siete intenciones concretas ofreciendo su sufrimiento, pero fue su madre la que le reveló el secreto de la salvación, sin ahorrarle el camino duro que hay que recorrer para llegar a la meta más hermosa: "'Mamá, ¿cuando se me pasará este dolor'", pregunta él. "Anna responde: 'No lo sé, Filippo; lo único que sé es que si no consigues que pase, puedes hacer otra cosa: ofrecer el dolor a Jesús. Jesús estuvo en la cruz por nosotros, también por ti. Con este dolor que no se te pasa estás completando el Suyo, en la cruz. Este dolor no es inútil si se lo ofreces a Él'. Dócilmente, tal vez agotado, Filippo asiente".
Anna no dejará de pedir el milagro de la curación, ni siquiera tras seis años de peticiones nunca concedidas hasta el fondo. Pero todo este camino le ha servido para comprender que el milagro "ya lo he recibido. Ya no tengo miedo". Hasta hacerle decir que "si Jesús te quita es para darte más": la certeza en la vida eterna, la unidad imposible para los hombres, el anticipo del Paraíso en la tierra en compañía de los Santos.
Los padres de Filippo, en un programa de Italia 2, cadena de Mediaset, donde explicaron cómo la fe les ayudó en el calvario de su hijo y les da ahora la esperanza de su salvación y el futuro reencuentro.
Demostrando que Péguy, de nuevo, tenía razón cuando decía que allí dónde hay cristianos, dónde está la Iglesia unida por su Madre, la cruz se convierte en el vértice del amor: "He aquí el lugar del mundo donde todo es fácil / El arrepentimiento, la partida y también el acontecimiento, / y el adiós temporal y la separación [...]. Lo que en otros lugares es siempre una lucha ardua / y una cuchilla de carnicero en la garganta, / lo que en otros lugares es siempre la poda y el injerto / aquí es la flor y el fruto del melocotonero [...]. Lo que en otros lugares es siempre soledad / aquí es un brote vivaz y fuerte". Que da mucho fruto y que aún hace llover milagros del cielo.
Traducción de Helena Faccia Serrano.Agustín hablaba frecuentemente de esta exigente responsabilidad del pastor: «Este honor de pastor me tiene preocupado (...), pero allá donde me aterra el hecho de que soy para vosotros, me consuela el hecho de que estoy entre vosotros (...). Soy obispo para vosotros, soy cristiano con vosotros».
Y cada uno de nosotros, cristianos, trabajamos apoyando a los pastores, rezamos por ellos, les amamos y les obedecemos. También somos pastores para los hermanos, enriqueciéndolos con la gracia y la doctrina que hemos recibido, compartiendo preocupaciones y alegrías, ayudando a todo el mundo con todo el corazón. Nos desvivimos por todos aquellos que nos rodean en el mundo familiar, social y profesional hasta dar la vida por todos con el mismo espíritu de Cristo, que vino al mundo «no a ser servido, sino a servir» (Mt 20,28).
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