La Iglesia en la cárcel: «Nunca me sentí cuidador de pájaros en jaulas, yo atiendo a personas»
La Iglesia en la cárcel: «Nunca me sentí cuidador de pájaros en jaulas, yo atiendo a personas»
A la izquierda, José Sesma, responsable desde hace un cuarto de siglo de la pastoral penitenciaria española.
"Estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y acudisteis a mí", se puede leer en el Evangelio de San Mateo. La Iglesia Católica, a lo largo de su historia, siempre ha visto en los presos uno de los colectivos más indefensos de la sociedad, y para ello ha procurado ayudarles en todas sus necesidades espirituales y materiales. El religioso mercedario José Sesma dirige, desde el año 1992, la Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española (CEE) y ha sido durante más de 25 años capellán penitenciario.
El sacerdote conoce de primera mano las cárceles españolas y ha contado a Mirada21 cómo es la labor que realiza la Iglesia en el acompañamiento y acogida de los reclusos, tanto dentro de la cárcel como en el ámbito de prevención y reinserción en la sociedad. Una tarea que sería imposible si no fuera gracias al trabajo desinteresado de los 147 capellanes, 3.129 voluntarios y 759 parroquias e instituciones colaboradoras que hay en estos momentos en España.
-¿Cómo nace la preocupación de la Iglesia por los presos?
-Ya en el año 325, en el primer Concilio de Nicea, se intenta organizar esta pastoral, y se determina elegir a hombres y mujeres, preparados en doctrina, para que atiendan a los presos en sus necesidades materiales y espirituales. Si se coge el libro de los Hechos de los Apóstoles, se puede ver cómo la comunidad cristiana se preocupaba por la prisión de Pedro y Pablo y lloraban por ellos.
-¿Cuál es el espíritu de la Pastoral Penitenciaria que dirige?
-La Pastoral Penitenciaria es atender al mismo Cristo en el hombre y mujer que son presos. Esta es la razón por la que no solo es un mero humanitarismo, sino un humanitarismo enraizado profundamente en Cristo. Todo cristiano es discípulo de un preso. Cristo fue un preso que lo sacaron de Herodes a Pilatos para hacer diligencias. A Él se le juzgó, se le condenó, y se le ejecutó. Somos discípulos de uno que fue preso.
-¿Cuál es la labor de una capellanía penitenciaria?
-Las capellanías son una comunidad cristiana que vive en un centro penitenciario. Su misión no es otra que atender a los cristianos que, por la razón que sea, están privados de libertad. Puede ser que la capellanía no tenga sacerdotes, y si es un laico el que la dirige, nombrado por el obispo del lugar, tiene que buscar a un sacerdote para que celebre la Eucaristía y los sacramentos. También se ocupa de la enseñanza religiosa y de coordinar a los voluntarios que, gratuitamente, prestan un servicio. La evangelización también es un aspecto importante. Esta puede ser hasta haciendo teatro, con el vocabulario que uno emplee, con las obras que represente o con la relación que haya entre los miembros. Cuando era capellán siempre procuraba acompañar en los juicios a todos los presos que podía, para que se sintieran acompañados, que vieran a alguien que los conocía, apreciaba y valoraba. Es bueno remarcar que es una pastoral misionera. Según vives y te relacionas estás demostrando algo. Yo les pido a las capellanías que animen a los desanimados, que alegren a los tristes y que sean compañeros de aquellos que no tienen ninguna compañía. Nunca me sentí cuidador de pájaros en jaulas, yo atiendo a personas.
-¿La Pastoral Penitenciaria va más allá de la cárcel?
-Esta pastoral también es preventiva y de reinserción. La Iglesia trabaja en familias de riesgo, sobre todo con niños. Sabemos que un hijo de preso puede terminar siendo preso. También se procura cuidar la relación del preso con la familia, porque hay mucho riesgo de rupturas en la cárcel. Me parece una ley muy adecuada que los presos estén cerca del entorno familiar. Por último, es importante que no haya desintegración de su comunidad parroquial. Sus párrocos los visitan y así les suben la autoestima y sirven de puente con su familia.
-¿Hay servicio religioso de confesiones distintas a la católica en las cárceles?
-Los evangélicos y los católicos son atendidos, pero en la cárcel te encuentras ateos, agnósticos, musulmanes, budistas… Cuando estaba en Barcelona procuré que los imanes fueran a las cárceles. Recuerdo a un libanés, hijo de un imán, que venía siempre a misa muy piadoso. Él me decía: "Mire padre, vengo porque es el único momento que encuentro para poder orar". Un domingo le vi excesivamente piadoso, le habían juzgado y ya había sentencia. Le pregunté que qué le pasaba y me dijo que se iba a suicidar. Le dije que para qué había venido a España y me contó que para estudiar pero que le habían condenado a nueve años de cárcel por drogas. Intenté que comprendiera que si había venido para estudiar y pagarse un colegio mayor, que ya lo tenía. Que se replanteara la vida para ese tiempo que iba a estar en la cárcel y pudiera lograr, de otro modo, aquellos objetivos que se había fijado. Al final se casó y fue ingeniero industrial.
-El porcentaje de reclusos que van a misa, ¿es mayor que el de la población que lo hace fuera de prisión?
-El que es cristiano con práctica religiosa en la calle también lo es en la cárcel. Pero también hay otros que se acercan. En la cárcel hay bautizos, primeras comuniones y confirmaciones. Una primera comunión en la cárcel es algo impresionante, ver a un adulto comulgar cuando en su familia nunca se habían preocupado de eso. Que no estén ni sus propios hijos, o su esposa, hacen que la emotividad sea más fuerte.
-¿Cree que los famosos tienen un trato diferenciado en la cárcel?
-Yo no me he encontrado nada de eso. Lo que supone de humillación para una persona el cacheo integral, al entrar en la cárcel, es igual para todos. Esto es como la circulación, hay que saber moverse y tratar a la gente. Si yo trato bien a un funcionario, la respuesta no va a ser la misma que si le trato mal. En una ocasión, la mujer de una persona que tuvo mucho eco en la sociedad española y que cayó preso me decía que cuando fue a visitar a su marido los fotógrafos la descubrieron, y una gitana se dio cuenta, cogió su mantón y se lo lanzó para que se tapara la cara. La cárcel es un mundo tremendamente humano.
-El componente de culpabilidad de los presos ¿los hace el colectivo más estigmatizado de la sociedad?
-Durante siglos hemos identificado delitos con pecados. Hay delitos que no son pecado y hay pecados, como el aborto, que no son delito. ¿Los presos son perversos que hay que convertir? ¿O son tan pecadores como los que están en la calle? Una vez le dije a un obispo: "Todavía no he visto a nadie que por pecados le hayan llevado a la cárcel. Los llevan por delitos". Yo me he encontrado en la cárcel con personas santas, heroicas, y también con grandes pecadores. Madres que asumen delitos de sangre, cometidos por sus hijos, para dejarlos limpios. Una chica embarazada me dijo: "Vengo a decirle lo que no puedo decirle a nadie, que estoy muy contenta de que me hayan detenido porque así mi hijo nacerá en condiciones". Una vez también me contaron que a un maestro sudamericano iban a deportarlo, y en la Plaza de Cataluña de Barcelona cogió a una señora que llevaba un collar y le dijo que gritara fuerte para que lo detuvieran. Es cierto que también los hay profesionales, como aquel que me dijo: "Padre, usted conmigo no pierda el tiempo. Yo soy profesional de esto". Es triste, pero con esto quiero decir que nunca se puede juzgar a una persona por el mero hecho de estar en la cárcel.
-Decía el Papa Juan Pablo II que "no hay peor cárcel que un corazón cerrado". ¿La libertad depende del lugar físico en el que uno se encuentre?
-Un detalle hermoso que siempre he visto en este campo de la pastoral es que lo religioso es lo que propicia mayores ámbitos de libertad en la cárcel. Muchas veces me decían los presos que para qué les invitaba a misa si no iban a ir. Yo les contestaba que para que pudieran ser libres de ir o no ir. Lo religioso ayuda a los presos a ser libres en sus decisiones, a crecer en una libertad interior, y a prepararse seriamente para cuando se les conceda la libertad.
-¿Qué supuso el gesto del Papa Francisco de lavar los pies, el día de Jueves Santo, a 12 reclusos?
-El Papa lavó los pies a varones, mujeres, cristianos, musulmanes... Mi pregunta es, ¿esas personas que ven al Papa, con todo lo que mundialmente significa, arrodillarse ante ellos y besarles los pies, no creen que eso lleva consigo un mensaje interno? Yo hasta ahora no he visto a un líder religioso que haga esas cosas. Aquello fue maravilloso, el Papa no discriminó e integró a todos en la comunidad.
-¿Cómo es la situación de los niños que son hijos de presas?
-Recuerdo en una cárcel de mujeres que durante el día los niños iban a la guardería, fuera de prisión, y al volver las funcionarias los recibían haciendo un pasillo como si fueran triunfadores. Es bueno que los niños sientan lo mínimo que están en la cárcel y que las madres los puedan atender lo mejor posible. El niño también tiene derechos.
-¿Qué papel tiene la voz de las víctimas? ¿Los encuentros de víctimas con presos son útiles?
-A la víctima nadie le puede negar el derecho a expresar su dolor. Lo que yo no sé es si con castigar al culpable es suficiente o hay que subsanar también las consecuencias que su acción provocó. La legislación debería tener en cuenta todo eso. La víctima es sagrada. Hace un tiempo vi un vídeo de uno de los grandes propulsores de la justicia restaurativa en el que se podía ver a una señora enfrente de un preso. Este último había violado a la señora, que estaba embarazada y había perdido los gemelos que esperaba. Después de conversar un tiempo, la mujer le preguntó que por qué lo había hecho y él se revolvió y acabó diciendo que era culpable y que quería restaurar su daño de la forma que pudiera. Eso es reconciliarse con la sociedad. Asumir las consecuencias te libera más que la cárcel. La cárcel te despersonaliza.
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