martes, 5 de noviembre de 2013

Sor Angela de la Cruz, 5 de Noviembre



SANTA ÁNGELA DE LA CRUZ

por José María Javierre

Ángela Guerrero nació en Sevilla en el seno de una familia humilde, a las afueras de la ciudad, el 30 de enero de 1846; su padre, Francisco Guerrero, cardador de lana, su madre, Josefa González, costurera. Ambos trabajaban como sirvientes del convento de frailes trinitarios: Francisco les cocinaba, Josefa lava y cose la ropa. Catorce hijos tuvieron, de los cuales murieron tempranamente ocho, víctimas de la mortandad infantil. La penúltima nació niña, Ángela.

Apenas tuvo ocasión de asistir a la escuela: con sólo doce años la pusieron a trabajar para ayudar a la familia. Niña viva y laboriosa, aprendió a colocar adornos en los chapines de las damas distinguidas. Así pasó doce años como ofíciala del taller Maldonado, donde se calzaba «la corte de los duques de Montpensier»: el gobierno había instalado en Sevilla a la infanta Luisa Fernanda, hermana de Isabel II, casada con un hijo del rey francés Luis Felipe. Ángela repartió su tiempo entre su casa, el taller, las iglesias y los hogares pobres, que le gusta visitar, sobre todo algunos célebres corrales de vecindad, donde se hacinan familias marginadas. Hasta que un día confió a su confesor, el padre Torres, un canónigo venerado de Sevilla, el deseo de «hacerse monja».

Las carmelitas descalzas no se atrevieron a recibirla, temerosas de que aquel cuerpecillo menudo y débil apenas pudiera resistir los sacrificios del convento. También le falló la salud cuando intentó entrar en las Hijas de la Caridad. Bajo la experta guía de su confesor, decidió consagrarse al servicio de los pobres, «viviendo a los pies de Cristo crucificado» conforme a los consejos evangélicos. A lo largo de cinco años maduró su proyecto fundacional, experimentando un proceso espiritual de altos valores místicos: hacerse pobre con los pobres, ayudar a los pobres «desde dentro», siendo ellas rigurosamente pobres.

Su instituto había de llamarse «Compañía de la Cruz», y ellas «Hermanas de la Cruz». Ángela tuvo conciencia clara de que no le correspondía una función de magisterio espiritual sino el testimonio de mujeres cristianas entregadas por amor de Cristo al bien de los hermanos necesitados. Sus Papeles íntimos, páginas asombrosas para una joven iletrada, redactadas con graves deficiencias ortográficas y sintácticas, identifican su proyecto de «Compañía» con las formas existenciales propias de Sevilla: no sólo en las vinculaciones que podríamos llamar «políticas», por la atención que los responsables ciudadanos prestaron a la obra cristiana de Sor Ángela, o en la función «social» desarrollada por las Hermanas de la Cruz a favor de los menesterosos, sino en la repercusión hondísima que los modos estéticos sevillanos produjeron sobre el estilo espiritual de Sor Ángela y de su familia religiosa.

Ángela y sus hermanas no se dejaron cazar en la trampa espiritual de una «caridad desde arriba»: dieron y dan su testimonio evangélico instaladas dentro de la pobreza, la necesidad, la renuncia. En esta materia, la postura de Sor Ángela fue tajante. Para sí misma: «La primera pobre, yo... No me consideraré interina en el cargo, desearé sentir los efectos de la pobreza y me alegraré cuando los sienta; estaré pronta para dar todo lo que haya en las casas, teniendo abandono total en Dios y en su Providencia». Y para sus hermanas: «Todo en silencio, sin publicidad».

La fundadora imprimió a su «Compañía» un ambiente de limpieza, de saludable alegría, de contenida belleza: sus conventos obtuvieron esplendor a base de cal, un estropajo, dos esterillas y cinco macetas. A pesar del tenor heroico de sus renuncias, de su pobreza y de su entrega al servicio de los menesterosos, las hermanas de Sor Ángela no adoptan aires grandilocuentes: son mujeres sencillas, verdaderamente populares, apartadas de cualquier colosalismo; impregnan el aire de dulzura, provocan sonrisas cariñosas. La gente agradece esta manera de querer a Dios y a los pobres.

El 2 de agosto de 1875 nació oficialmente la Compañía de la Cruz, con una minúscula patrulla formada por tres hermanas más Ángela, «hermana mayor»: gastaron su capital fundacional en socorros a familias necesitadas, visitaron enfermos y se olvidaron de hacer la comida, la fiesta careció de banquete. En torno suyo se forjó enseguida una aureola tejida de episodios auténticos y legendarios: la biografía de Sor Ángela, «madre Angelita», es una inacabable letanía de bondad y caridades. La congregación cubrió rápidamente las provincias andaluzas y Extremadura. Luego alcanzó Madrid. En nuestros días, Italia y América. Roma aprobó el instituto a mediados de 1908.

Sor Ángela murió, anciana, el 2 de marzo de 1932. Mientras toda la iglesia sevillana rezaba sin parar, el Ayuntamiento republicano de Sevilla celebró una sesión extraordinaria para dar carácter oficial a los elogios de Sor Ángela. El alcalde puso a votación «que se cambie el nombre de la calle Alcázares por Sor Ángela de la Cruz». La minoría socialista, prescindiendo del matiz religioso, estuvo conforme, la minoría radical, conforme... por unanimidad. Sevilla republicana le regaló una calle a Sor Ángela. Cuando acomodaban el ataúd en el sepulcro de la cripta, llegó un obrero: con el jornal del día había comprado un ramo de claveles y suplicó que se los pusieran a Sor Ángela.

Juan Pablo II la beatificó en Sevilla, en su primer viaje a España, el 5 de noviembre de 1982, y la canonizó en Madrid el 4 de mayo de 2003.

[Ecclesia, Nº 3151, del 3 de mayo de 2003, pp. 26-27]

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