Papa Francisco
Homilía del 23/04/2013 (trad. © copyright Libreria Editrice Vaticana)
"Los setenta y dos discípulos a los que Jesús había enviado, volvieron muy alegres"
“Y una multitud considerable se adhirió al Señor” (Hch 11,24) —, cuando vio aquella multitud, se alegró. “Al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró” (Hch 11,23). Es la alegría propia del evangelizador. Es, como decía Pablo VI, “la dulce y consoladora alegría de evangelizar” (cf. Exort. Ap. Evangelii nuntiandi, 80). Y esta alegría comienza con una persecución, con una gran tristeza, y termina con alegría. Y así, la Iglesia va adelante, como dice un santo, entre las persecuciones del mundo y los consuelos del Señor (cf. San Agustín, De civitate Dei, 18,51,2: PL 41,614). Así es la vida de la Iglesia. Si queremos ir por la senda de la mundanidad, negociando con el mundo —como se quiso hacer con los Macabeos, tentados en aquel tiempo—, nunca tendremos el consuelo del Señor. Y si buscamos únicamente el consuelo, será un consuelo superficial, no el del Señor, será un consuelo humano. La Iglesia está siempre entre la Cruz y la Resurrección, entre las persecuciones y los consuelos del Señor. Y este es el camino: quien va por él no se equivoca.
Pensemos hoy en la pujanza misionera de la Iglesia: en estos discípulos que salieron de sí mismos para ponerse en camino, y también en los que tuvieron la valentía de anunciar a Jesús a los griegos... Pensemos en la Iglesia Madre que crece, que crece con nuevos hijos, a los que da la identidad de la fe, porque no se puede creer en Jesús sin la Iglesia… Y pidamos al Señor esa libertad de espíritu, ese fervor apostólico que nos impulse a seguir adelante, como hermanos, todos nosotros:¡adelante!
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