El calvario de un padre con su hija trans: la psicóloga rápido la metió en la cinta transformadora
Niño trans
"Con diecisiete ya nos dice la frase: se siente un hombre en cuerpo de mujer. Pero ojo, como un chico gay. Incluso bromeé con el tema. No sabía qué podía implicar", confiesa Fernando, su padre.
"Me llamo Fernando García, vivo en Viladecans, Barcelona (España). Trabajo en una nave de Mercadona, en el turno de noche. Mi hija, que tiene diecinueve años ahora, está metida en esto hasta el cuello. Ya tiene pelo por todo el cuerpo, hasta en los glúteos (...). Y ahora se empeña en que quiere quitarse los pechos, pero ya le he dicho que ni hablar", se cuenta en el libro Víctimas de lo trans (puedes comprarlo en este enlace).
Son sólo algunos de los múltiples testimonios que el reportero Quique Alsedo reunió en el libro más completo y coral sobre la epidemia trans en España.
Páginas desgarradoras que denuncian la peligrosa nueva religión que está generando daños físicos y psicológicos irreparables en cada vez más jóvenes. Un credo que ofrece la posibilidad de crearse a sí mismos, ser hombre o mujer depende de tus sentimientos y nadie puede decirte quién eres.
Sin valoración psicológica, sin nada
"Se le empezó a caer el pelo, pero a puñados. Hubo partes de la cabeza que se le quedaron calvas como la palma de la mano. Fuimos al médico, le dieron cortisona y lo recuperó. Tenía trece entonces. A partir de ahí se volvió hipersensible a los problemas de los demás, del colectivo LGTB y toda la pesca. Me pidió que la llevara al Orgullo Gay, a Barcelona. La llevé encantado, porque yo era muy moderno y tal. Pero no eran sólo los homosexuales: la gente de color, la opresión, todo la enervaba... Le daba like a todo lo que fuera LGTB", comenta Fernando sobre su hija.
"Ella jamás se identificó con las guapas del cole, ni con las guays, ni nunca ha ido con las chicas que ligan cuando quieren, ni con los chicos alfa. No quiero meterme con la gente de peso o fea o tal, pero sus amigas siempre eran las más feas del cole (...). A ver, entiéndeme: celebrábamos un cumpleaños, venían sus amigas y decíamos: pero ¿esto qué es? La feíta, la gordita, la rara... Todas las causas perdidas. Ella se acercaba a aquel con el que todos se metían, era su norma. Era lo que hacía".
La pendiente comienza a los quince años. "De golpe, empieza a vomitar por las noches, todas, por sistema. Le hicimos pruebas de todo tipo y nos dijeron que era algo nervioso. Empezó a adelgazar también, una burrada. Todas las noches a urgencias con vómitos, dos años estuve así con ella, dos. Cada noche".
"Con diecisiete ya nos dice la frase: se siente un hombre en cuerpo de mujer. Pero ojo, como un chico gay. Incluso bromeé con el tema. No sabía qué podía implicar. Nos quedamos tan alucinados que no le dijimos nada".
La niña había abandonado el bachillerato artístico que cursaba y "se tira horas y horas viendo en Internet a unos cómicos estadounidenses que van vestidos de drag queens...". Fernando y su mujer intentaban saber más, pero era imposible. "Nos dimos cuenta de que el tema trans iba en serio, no veíamos progreso ninguno en su actitud y pensé que sería mejor cambiarla de psicólogo. Busqué otro aquí, en Viladecans, cerca de casa. Una chica, se llamaba Laura. Le comentamos: 'Dice que es un chico, pero nosotros sabemos que está equivocada'. Nos contestó: 'Vale, no hay problema, traedla'.
"Entramos en la consulta y nos suelta, muy seria: 'Preparaos porque vuestra hija está haciendo una transición hacia la masculinidad de una manera muy particular: quiere ser un chico, pero un chico muy femenino'. Nos quedamos de piedra: resultó que era una profesional completamente afirmativa. Durante esas sesiones, en vez de poner en duda las chorradas que ella decía, se había dedicado a reafirmárselas".
"¿Por qué Fernando y su mujer mantuvieron a la joven a merced de esa psicóloga afirmativa si lo era de forma tan evidente, aún con la ley maniatando a los profesionales?", se pregunta el autor del libro. El shock que provoca en los padres, puede ser la clave. Es enero de 2022. "Fernando recuerda que 'pasaron cerca de dos horas' después de que la chica franqueara la puerta. Ella, ya mayor de edad y por tanto autónoma, no quiso que él entrara".
"La cría sale de Trànsit (servicio público para personas trans) con una sonrisa. 'Mira, papá, me han dado ya las recetas'. Macho, la testosterona. En la primera visita. Sin analítica, sin prueba de endocrino, sin valoración psicológica, sin nada, ya le habían dado la receta para empezar a hormonarse. ¡Qué coxxx es eso, dímelo! Eso es captar gente, eso es proselitismo...", asegura Fernando al autor del libro, sobre una decisión que se tomó sin ningún examen previo, solo "con su DNI".
Su hija empieza entonces a untarse testosterona por el cuerpo, en enero de 2022. "Ahí ya nos hartamos, dijimos basta. Por indicación de la psicóloga la estábamos llamando por el nombre de chico que ella quería, pero le dijimos: 'Se acabó, vamos a volver a llamarte por el nombre que te pusimos al nacer y punto. Creemos que te estás equivocando totalmente, que lo que haces es un error, y no vamos a seguir participando de esto'".
"Transigimos demasiado, le dejamos llevarlo hasta donde ella quiso. Pero claro, éramos, cómo decirte... (...). Hoy ella tiene ya bigote, pero 'se sigue vistiendo de mujer'".
Fernando verbaliza cómo encaja, como un guante, lo trans -al igual que la anorexia- en la entropía adolescente: "Para ellas sólo existe lo trans, lo trans, lo trans. No hablan de otra cosa. Su vida es eso'. Y el subidón de autoestima, el lugar en el mundo: 'Para sus amigas, ella es la heroína: 'Qué valiente eres', 'Eres la mejor'. Por estar metiéndose una cosa que le puede causar infertilidad y alopecia, dañarle los huesos, y que encima la Seguridad Social se lo da gratis y sin haberle hecho ningún control de ningún tipo'".
"No sabe muy bien por dónde tirar. Le pagamos un curso de tatuajes de la leche en la mejor escuela de Barcelona, pero se aburrió. Luego hizo otro de maquillaje para cine, que ahora sale maquillada como una puerta a la calle... No sabe qué quiere, ni con su cuerpo ni en la vida".
Su madre se dirige a ella con "pronombres neutros. Ha llorado mucho, pero no discute. Yo paso, la llamo por su nombre, qué narices. Pero no le discuto todo, al menos", dice Fernando. Hoy, AMANDA -Agrupación de Madres de Adolescentes y Niña/os con Disforia Acelerada- es el único asidero y fuente de formación e información para estos padres.
Fuente: Religión en Libertad
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