El humilde religioso vietnamita murió en 1959 en un campo de concentración
¿Qué vieron 16 teólogos en la vida del Hermano Van, que cada uno de ellos le ha consagrado un libro?
Marcelo Van, junto a su hermana pequeña.
Marcelo Van fue un sencillo e ignoto religioso redentorista que murió en 1959 en un campo de concentración de Vietnam del Norte, a consecuencia de las graves enfermedades contraídas en él. Tenía 31 años y llevaba cuatro de internamiento de los quince a los que había sido condenado como parte de la persecución religiosa desatada en la zona comunista del dividido país.
En 1997 su causa de beatificación fue abierta por el cardenal Francisco Javier Nguyen Van Thuan (1928-2002) en la diócesis francesa de Belley-Ars. Allí, con sede en Ars (donde fue párroco San Juan María Vianney), el sacerdote Jean-Christophe Thibaut fundó en 1999, según la espiritualidad del Hermano Van, la Fraternidad de los Misioneros del Amor de Jesús, reconocida en 2001 por la Santa Sede como asociación privada de fieles ad experimentum. Y apoyando su apostolado y la causa de beatificación existe también la asociación Los Amigos de Van, cuya presidenta, Anne de Blaÿ, da cuenta de cómo la devoción a Marcelo Van, que ya ha "explotado" en Francia, lo hará pronto en todo el mundo: "El secretario del Santo Padre siempre nos decía: 'Van es una bomba que aún no ha explotado. Cuando lo haga, empapará tanto a cristianos como a no cristianos'".
Un buen documental (en francés) sobre la vida de Marcelo Van y su impacto espiritual en todos los que la descubren.
En el ámbito hispánico está empezando a llegar esa ola, que da a conocer los detalles de su vida: una sufrida infancia, una asombrosa disposición al sacrificio por Dios, su frustrada vocación sacerdotal, sus amorosos coloquios con Jesús, con la Virgen y con su "alma gemela", Santa Teresita del Niño Jesús... También, las peculiaridades de su filial entrega a María como Madre.
Como prueba de la extraordinaria dimensión de la santidad de Marcelo, los Amigos de Van han publicado en español una extensa colección de libritos (Una misión extraordinaria) en los que diversos especialistas (en su mayoría teólogos, ya sea sacerdotes o laicos) analizan una vida aparentemente nimia en el conjunto de la Iglesia universal (un religioso que muere joven en un país donde los católicos son una minoría aplastada por un brutal régimen comunista) y unos escritos -su autobiografía y sus coloquios con el Cielo- que escribió, sin intención de que fuesen publicados, por obediencia a su director espiritual, el padre Antoine Boucher, quien no dudó en afirmar: "Me enseñó mucho más sobre la vida espiritual de lo que yo pude enseñarle a él”.
La Pequeña historia de Van, escrita por el padre Antonio Boucher, su director espiritual, y prologada por el cardenal François-Xavier Nguyen Van Thuan, primer postulador de su causa, es una breve y completa aproximación a su vida y obra, tan aparentemente pequeña como la de Santa Teresita del Niño Jesús, y tan llamada a conseguir una influencia semejante.
Pero no solo su vida y obra influyeron sobre el padre Boucher. También sobre los autores de esa colección, que en sus textos nos presentan diversos pensamientos de Marcelo Van como síntesis de su alma. Estos son algunos ejemplos.
Condicionamientos familiares
1. Georgette Blaquière, teóloga, madre de familia, predicadora de la Renovación Carismática.
Marcelo Van recibió la gracia de "una madre admirable", pero eso no significa que su relación con ella fuese idílica, más bien "íntima y complicada", con momentos de gran dulzura y otros en los que tuvo que ser (o, simplemente, fue) muy dura con él. Cuando se separaron para encaminarse él hacia su formación sacerdotal, sin embargo, salió a flote todo su corazón maternal teñido de una gran rectitud cristiana que calibra la trascendencia de la vocación. Esto es lo que le confesó la señora Van a su hijo cinco años después de ese momento: “Aquel día, ¡qué amargura me torturaba el corazón al pensar en ti, mi hijo más querido! Cuando subí al tren, no pudiendo más, me senté agotada, y recé el rosario. Te lo digo francamente, cada avemaría era una lágrima que caía sobre mi pecho, porque mis manos vacías ya no sentían el contacto de tus pequeños dedos… Me preguntaba por ti, preguntándome si podrías perserverar. Me preguntaba también si una vez que pasara el encanto de los primeros momentos no irías a abandonarlo todo, lo que sería para mí una prueba aún más penosa todavía. Pues al separarme de ti con tanta tristeza y amargura, quería alegrar el corazón de Dios con estos sufrimientos. Así quería obtener para ti la fuerza de perseverar en su servicio hasta el final”
2. Elizabeth Nguyen, hermana del cardenal Nguyen.
El Hermano Van fue el tercero de cinco hermanos. Formaban un humilde y feliz hogar cristiano, hasta que una enfermedad del primogénito le dejó ciego. Eso trastocó de tal forma al padre, que abandonó la vida de piedad, primero, y se entregó después al alcohol y al juego, abandonando el trabajo, endeudándose y arruinando a toda la familia. La hermana del primer postulador de la causa de beatificación del Hermano Van destaca esta carta reconvención y perdón a la vez que escribió en 1948 el veinteañero Marcelo a su padre, tan franca como caritativa: “Oh, papá, son palabras ardientes viniendo de mi corazón. No permita que le sean inútiles. No deje que ninguna consideración le haga abandonar. Puede estar seguro de que nadie siente haber tenido que sufrir por su culpa. Solamente sentimos que haya dejado pasar los días que tenía para llegar a ser mejor, sin haberles prestado la menor atención. Ahora que le queda todavía tiempo, piénselo”.
A la izquierda, con barba, el padre Boucher, director espiritual de Marcelo, quien aparece a la derecha de la foto junto a su hermana.
La infancia espiritual
3. Pierre Descouvemont y Guy Gaucher, especialistas en Santa Teresita del Niño Jesús.
Marcelo Van es un alma gemela de Santa Teresita de Lisieux (1873-1897), ambos exponentes de la doctrina de la infancia espiritual. “Quiero vivir como un niño que aún no sabe hablar, que aún no sabe reflexionar, que solo sabe reír alegremente cuando Dios, en su amor, le prodiga sus caricias”, escribió en una ocasión. Con un correlato: una humildad compatible con la convicción de la dignidad de hijo de Dios: "El hombre humilde no invoca tal o cual motivo para ocultarse. Siempre reconoce su nada. Pero, al mismo tiempo, no duda en admitir que es una criatura salida de las manos de Dios y querida por su Corazón. Reconoce las gracias recibidas de Dios, lo mismo que los talentos que le fueron dados para obrar para la gloria de Dios”.
4. Renée de Tryon-Montalembert, autora especializada en la santidad infantil, colaboradora en el proceso de beatificacion de Anne de Guigné (1911-1922).
La pureza de corazón, buscada ex profeso mediante el voto de virginidad, estuvo presente desde el principio en la intención vocacional de Van: “Reflexiono…, concluyo: si los santos han podido conservar sus corazones perfectamente puros, es sin duda porque hicieron a la Virgen el voto de quedar siempre vírgenes. Lo mismo me pasará si lo hago. Quiero, yo también, guardar la virginidad como los santos, y debo jurar vivir como ellos, a pesar de todas las pruebas y los sufrimientos”. Tras esta reflexión, el joven Marcelo se levantó y corrió hacia la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro: “A continuación, con las manos puestas en el altar y la mirada fija en mi Madre María, dije las siguientes palabras: Madre, como tú, hago voto de guardar la virginidad durante toda mi vida”.
Maternidad de María
5. Eric de Kermadec, profesor de Mariología.
Como parte intrínseca de esa infancia espiritual está una devoción filial a la Virgen María como Madre, expresada en imágenes muy gráficas, como ésta que comparte Jesucristo, en uno de sus coloquios: “Me encanta el nombre de María: es mi madre, y a menudo me dice que, en el Cielo, me hará sentar en sus rodillas para permitirme conversar contigo”.
Los 16 autores citados en este artículo han escrito 21 libritos sobre distintos aspectos de la vida y obra de Marcelo Van, formando la colección Misión Extraordinaria. Por el momento, su distribución se realiza exclusivamente a través de la librería Ocio Hispano.
6. Antoine Birot, profesor de Moral y de Dogmática, traductor de Hans Urs von Balthasar.
Van vivió una durísima noche oscura ("tristeza, asco, amargura, desolación") entre enero y marzo de 1946. ¿A quién acudir? A quien acudiría cualquier niño. Sin embargo, también la madre parecía callada: "Madre, ¿dónde estás?... No contestas… ¡Oh Madre, Madre! ¡Madre! ¡Madre! ¡Madre! ¡Madre!... ¡Oh, María, sostenme, no vaya a ser que sucumba bajo el sufrimiento!” El dolor arrecia: "Quizá ya no hay esperanza de volver a ver el día prometido por Jesús”... “Solo las almas que han sufrido esta experiencia son capaces de entenderlo”. Así pues, lo confía todo a María: “Oh, Madre, pase lo que pase, quiero seguir amando a Jesús, y si mi amor por Él es demasiado pequeño, ¿querrás amarlo por mí?”… Que María “se ocupe de todo en el lugar de su niño”.
Su misión: el sufrimiento
7. Joseph Lê Phung y Dominique Joly, redentoristas. El primero convivió con Van y compartió con él todo el recorrido vocacional: postulantado noviciado, primeros votos y votos perpetuos.
La vida de Marcelo Van no se comprende sin el dolor, porque fue una constante para él, con dos momentos especialmente dramáticos. Uno, la humillación que pasó siendo muy niño a manos de un catequista que, envidioso de su santidad y abusando de su poder, le obligaba a recibir tres varazos si quería comulgar. Otro, el anuncio por Santa Teresita del Niño Jesús de que Dios no le quería sacerdote (su ilusión desde niño), sino solo hermano lego: “Se me escapaba el sentido misterioso del sufrimiento”, escribe Van. Pero en la Misa de Gallo de 1940 llegó la respuesta: "Encontré en aquel momento el tesoro más valioso de mi vida… En un instante, mi alma se halló transformada. Ya no tenía miedo al sufrimiento. Dios me confiaba una misión: la de cambiar el sufrimiento en felicidad. Yo no tenía que suprimirlo, sino cambiarlo en felicidad”. Fue, dicen Lê Phung y Joly, "el gran momento de su vida: la revelación de su misión en la tierra”.
El Hermano Marcelo, junto al padre Boucher y otro compañero de la orden fundada por San Alfonso María de Ligorio.
8. Jean-Christophe Thibaut, sacerdote, psicólogo y profesor de Historia de las Religiones.
Pero, aunque Dios no le quería sacerdote, sí quería en él un alma sacerdotal, y el sacerdocio se convirtió indirectamente en la razón de su vida. Así se lo reveló Jesús: “Te pido todos estos sufrimientos en la única intención de asociarte a mí en la obra de santificación de los sacerdotes para que, conformes a su vocación, trabajen con ardor el reino del Amor en el corazón de los hombres”. Y, cuando Van aceptó: “Lo que me has dado es mío. Lo utilizaré para darlo a los sacerdotes”.
9. Jules Mimeault, profesor de Teología Moral Fundamental en la Academia Alfonsiana de Roma.
El dolor de Van tenía un sentido ulterior, también revelado por Nuestro Señor al Padre Pío: las almas tienen un precio. Así le dijo Nuestro Señor al Hermano Marcelo en uno de sus coloquios: “Pequeñísima esposa de mi amor, ¿quieres conducir a mi amor un gran número de almas. No te olvides de que será a costa de grandes sufrimientos. Te elegí para ser la madre de las almas; ahora bien… es a fuerza de sufrimientos que la madre consigue hacer de sus hijos personas de valor”.
El aborrecimiento del mundo
10. Louis Menvielle, miembro de la Congregación del Clero, vicepostulador de la causa de canonización del carmelita Eugenio María del Niño Jesús.
Además de anunciarle que no sería sacerdote, la carmelita de Lisieux le preparó también para el desprecio con el que el mundo castiga a quienes se apartan de verdad de él. Será una prueba: "La prueba que precederá a tu ruptura con el mundo para entrar en religión como lo deseas. La adversidad te espera… Llorarás, perderás la alegría y tendrás la impresión de ser un hombre desesperado. Te abandonarán, se burlarán de ti como si fueses un loco, te echarán y te cubrirán de vergüenza. Pero recuerda que es así como el mundo trató a Jesús y que, si quieres ser redentorista, tendrás que aceptar también ser maltratado como Jesús Redentor”.
11. Grégoire Corneloup, sacerdote, responsable de la Ciudad Marcelo Van.
Marcelo Van no fue un mártir, pues el odio a la fe que inspiró su detención y cautividad no fue lo que le mató directamente, sino la enfermedad. Sin embargo, aceptó la posibilidad del martirio, incluso deseándola, cuando acudió voluntariamente desde el Sur libre a Hanoi, ya en poder del Vietcong, para asistir y ayudar a los católicos que no habían podido escapar. Quiso ir allí, en sus propias palabras, para que en aquella ciudad que se enfrentaba a una larga pesadilla hubiese "alguien que ame a Dios en medio de los comunistas”. Formaba parte de un propósito general en su vida: “Oh, Madre, me esconderé con el pequeño Jesús en todas las almas que están aquí en la tierra para amarte en cada una de ellas. Me hallaré incluso en las almas que no te aman, para que allí también seas amada”.
12. Olivier de Roulhac, actual postulador de la causa del Hermano Van, benedictino, abad en la abadía de Saint Wandrille.
El actual impulsor de la beatificación de Marcelo destaca una frase tremenda que le dijo Jesús en uno de sus coloquios. Tremenda en si misma, pero tremenda también si pensamos en el camino que han tomado las cosas desde entonces: “Estas almas de niños me pertenecen enteramente, y sin embargo el mundo me las roba para entregarlas al demonio… Ante mis ojos los niños son para mí un descanso, el único descanso capaz de consolarme y de llevarme así a acoger con gusto el mundo en mis brazos. Sin embargo, el mundo quiere inocular en el corazón de los niños el veneno del pecado”… “¿Lo has entendido bien, Marcelo? Hay que arrancar a los niños de las tinieblas del mundo… ¡Oh, desdichado mundo! Si no tuvieses a los niños para dar asilo a la ternura del Corazón de Dios serías destruido bajo el peso de la justicia divina”.
La unión esponsal con Cristo
13. Francis Frost, profesor de Teología.
Numerosos coloquios entre Jesús y Marcelo abordan la figura bíblica del amor entre esposos como referencia para expresar el amor entre Dios y el alma, o entre Cristo y la Iglesia. Una en especial, que le dice Van a Jesús, viene al caso no solo para describir esa intimidad mística, sino que sirve para definir también el amor terrenal entre hombre y mujer como amigos eternos: “Si los esposos de la tierra se llamaran amigos perecederos, encontrarían esto más agradable de oír, y entonces, pequeño Jesús, las palabras 'esposo' y 'esposa' se reservarían solo para ti y para mí, y para aquellas almas que te ofrecieran su amor para ser unidos a tu Amor. Solo nosotros podemos llamarnos verdaderamente Esposo y esposa (amigos para cien años), porque ya no somos más que uno, juntos en solo amor infinito. Nos podemos llamar el uno al otro 'amigos eternos'. Esto es, por cierto, el sentido exacto de la palabra esposa. Es mejor, pues, seguir usándola”.
14. Louis Pelletier, ex miembro de la comunidad del Emmanuel, capellán de hospital.
¿Cómo serían los coloquios largos y confiados del Hermano Van con Jesús, María y Santa Teresita? En muy pocas frases el joven religioso redentorista supo sintetizarlo: solo mirar y, más importante aún, dejarse mirar. Así se lo dijo Nuestro Señor: “Ahora, Marcelo, voy a enseñarte sencillamente a mirarme, para que en los momentos en los que no te hablo, te contentes sencillamente con mirarme. Voy a acostumbrarte a este método para que puedas ponerlo fácilmente en práctica en el futuro”… “Nunca he visto un alma tan débil como la tuya. Sin embargo, Marcelo, no debes desanimarte. No importa que seas débil. Tras haber puesto todo en mis manos, ¿por qué ibas a tener miedo de tu debilidad? Lo único que tienes que hacer es amarme. De todo lo demás me encargo yo”.
Pincha aquí para adquirir ahora la Pequeña historia de Van del padre Boucher, y también para conocer los títulos de la coleccion sobre el Hermano Marcelo, Una misión extraordinaria.
Fuente: Religión en Libertad
No hay comentarios:
Publicar un comentario