En una abadía sintió la presencia de Dios
La belleza de la música y liturgia y la Regla de San Benito llevaron a David a la Iglesia Católica
La belleza de la música y liturgia y la Regla de San Benito llevaron a David a la Iglesia Católica
David Ozab con su hija Anna... antes de hacerse católico en 2011, decidió aplicar el espíritu de la Regla de San Benito a su vida como esposo y padre
David Ozab vive en Eugene, Oregón, y entró en la Iglesia Católica en 2011. De niño fue bautizado como episcopaliano (anglicanos de EEUU, en las formas y ritos los protestantes más parecidos al catolicismo), pero su familia no era muy practicante.
David es músico y considera que Dios le ha ido guiando en su vida espiritual “con susurros”. Un primer susurro, por ejemplo, lo escuchó siendo un joven estudiante de instituto. Su madre le regaló un libro de segunda mano lleno de dibujos sobre historia de los barcos.
Cuando lo abrió, una estampita del Sagrado Corazón se deslizó entre sus dedos. Él no sabía nada de esta devoción, su simbología ni su sentido católico: sólo le parecía una imagen bonita. “Si desea colgar esta imagen haga un agujero aquí”, se leía en cierto punto. Y durante toda su vida la llevó allí donde fuese: aún cuelga junto a su cama.
La música clásica y sacra
David cree que Dios también le guió al darle el coraje para anunciar a sus padres que iba a estudiar música en el “college” y no en una academia externa. La primera opción le adentraría en la música clásica y reglada. La segunda, sospecha, le habría llevado a un mundo alternativo, quizá de música nocturna, alcohol y clubes.
En la escuela de música David se sumergió en las grandes composiciones sacras de Beethoven, Mozart, Palestrina… cuyas obras más sublimes eran las misas. Él sólo acudía muy de vez en cuando a la parroquia episcopaliana, pero lo que veía –procesión de entrada, sanctus, agnus dei, etc…- encajaba con lo estudiado y lo que cantaba en coros. La belleza de la liturgia de siglos antiguos le seguía en su vida civil y profesional.
Después conoció a Julia, la que sería su esposa. Ella era católica y su fe la había ayudado en momentos muy duros. De nuevo, la vía de la belleza le hizo pensar en Dios: “supe que Dios creó su belleza física y también nutrió las semillas de la fe que florecían en su belleza espiritual”.
La primera misa
Julia le animó a acompañarla a una “misa del gallo”, y aquello funcionó como un primer despertar religioso.
David empezó a acudir a una parroquia episcopaliana, por ser la iglesia de su bautismo e infancia. Su liturgia era del estilo “high church”: solemne, ritual, música sacra, incienso…
A las pocas semanas se compró una copia del Libro de Oración Común, el que se usa en toda la liturgia episcopaliana, y lo usó para rezar cada día por su cuenta. “Su hermoso lenguaje me atraía, creando un espacio silencioso y orante en mi corazón donde podía hablar con Dios sin preocuparme de las palabras exactas”.
La conexión con San Benito
Después aprendió que parte del origen de este libro, con su ritmo de oraciones en distintos momentos del día, era heredero de la vida monástica, y más en concreto de la forma en que San Benito había creado las primeras comunidades orantes de monjes, con sus horas y divisiones del día, a principios del siglo VI.
Eso le hizo querer conocer más ese estilo de vida. Se puso a leer la Regla de San Benito.
“Al principio me parecía algo distante. Yo no era un monje, ¿para qué quería saber los horarios de comida y la organización del sueño en un monasterio? Sin embargo, con tiempo y ayuda empecé a ver la belleza sencilla de las sugerencias prácticas de San Benito. Un amor simple y sacrificado: de eso se trataba. No necesitaba seguir la Regla como un monje, pero me sentía impulsado a mantener el espíritu de Regla como esposo y padre”.
Una experiencia en la abadía
Habiendo degustado ese espíritu, empezó a acudir a un retiro anual en la abadía benedictina de Mount Angel, a 90 minutos de su casa. Es una abadía muy viva, fundada hace 125 años, con más de 50 monjes.
Abadía benedictina de Mount Angel, en Oregón
“Allí en la iglesia de la abadía, inmerso en los cantos de las horas monásticas y arrodillado ante un icono de Cristo sobre el Tabernáculo, irrumpí en llanto sobrecogido por la belleza de Su Presencia. Dios me abrazó. Siempre estuvo ahí, pero yo ahora lo sabía”.
La experiencia ante el Sagrario, la cercanía a los monjes, la estampita del Sagrado Corazón junto a su cama… todo señalaba a la Iglesia católica como el hogar preparado para él.
Dios en la capilla
Se apuntó al RCIA, el curso habitual en las parroquias norteamericanas para quienes quieren ingresar en la Iglesia. En la primera sesión, los cursillistas visitaron una capilla con el Santísimo expuesto.
“Había gente en oración silenciosa, de rodillas. También yo me arrodillé e hice la señal de la cruz. Al hacerlo, sentí una ola de electricidad que me recorría, y por fin reconocí la voz que siempre había oído. Encontré mi amor, mi fe y mi iglesia. Dios me salvó a través de susurros hermosos”, concluye su testimonio en Why I’m Catholic.
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