Samuel se confirmó con 29 años; le atrae el carisma dominico
Era librepensador, espiritual sin religión... pero aquellas palabras del apóstol Tomás le impactaron
Las técnicas espirituales y filosofías no llenaban el alma de Samuel... se sentía perdido, y Jesús decía ser el Camino
Samuel E. Hernández Fonseca es un joven psicólogo mexicano que hoy aspira a ser religioso en la orden dominica y ha escrito a ReL contando algo de su itinerario espiritual.
El camino hacia la fe en su caso no fue fácil. Durante muchos años fue un buscador de la verdad en la filosofía, la psicología y las distintas tradiciones religiosas del mundo.
Era un joven con cultura... pero que había olvidado las sencillas oraciones de su infancia católica.
Al final, fue una breve frase de la Biblia la que hizo resonar con fuerza su espíritu buscador de la verdad, la confesión del apóstol incrédulo: "Señor mío y Dios mío", las palabras de un judío antiguo que llamaba Dios a quien el mundo creía que era sólo un hombre muerto.
Esta es la historia que Samuel nos remite desde la ciudad de León (Guanajuato, México).
***
Tenía 27 años y aunque había pasado una tarde muy agradable acompañado de mi novia, esa noche me encontraba en mi cuarto solo, sumamente alicaído, vacío...
Yo siempre me había considerado un buscador de la verdad. Había recorrido desde los 15 años un largo camino entre diferentes creencias religiosas y filosofías. Practicaba la meditación, reflexionaba textos sagrados de diversas creencias.
Me enorgullecía de ser un libre pensador, un ente espiritual alejado de "las cadenas del fanatismo".
Pero a pesar de todo estaba triste.
¿Cómo era posible eso? ¿Cómo, a pesar de las técnicas que conocía, de las filosofías que practicaba, podía sentirme tan perdido, desorientado y vacío?
Fue entonces cuando encontré por casualidad un documento de vocación jesuita que me estremeció y derrumbó mis argumentos.
En el aparecían varias frases tomadas del evangelio de San Juan. Se resaltaban varios diálogos del apóstol Tomás con Jesús. Esos diálogos me cambiaron la vida.
Uno de estos diálogos decía:
“Tomás le dijo: «Señor, no sabemos a dónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?». Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto». (Jn 14, 5-7)
Al leerlo, pensé: "yo estoy perdido y Él dice ser el camino... Yo lo conozco, pero hace años que reniego de Él. ¿Será que esta sensación es fruto de que Le he dejado de lado?"
Así que por primera vez en años me dispuse a orar.
Y no pude. ¡No recordaba las oraciones!
Revolvía el Avemaría, la Salve, el Padrenuestro... Era una verdadera chapuza. El Credo... no pude más que las primeras afirmaciones.
Y me comencé a angustiar. La angustia crecía y crecía.
Hasta que algo dentro de mí comenzó a brotar. Era una pequeña oración... ¡el Gloria! Al fin recordaba una oración completa.
Tras rezarla varias veces logré recordar el Padrenuestro.
Me di cuenta de que era verdad que estaba perdido, pero que en esas tinieblas, a pesar de todo, no estaba solo. Cuando sentí que Jesús me abrazaba, me sentí consolado.
Retomé la lectura del texto y la siguiente cita bíblica decía: “La paz este con ustedes”. Y poco después: “¡Señor mío, Dios mío!”.
Esas dos frases fueron el acabóse para mí. Lloré como un niño cuando al fin encuentra a sus padres después de haberse perdido. Y repetía con voz entrecortada “¡Señor mío, Dios mío!”. Empecé entonces mi acercamiento a Jesús.
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