José Luis Vela era un gran conocedor de la Biblia. Dice que el celo religioso opacó su amor, buscó iglesias más puras, cayó en el fanatismo... hasta que aprendió a perdonar.
José Luis Vela es un mexicano formado en la fe católica. No era un hombre que hubiese descuidado sus creencias por otros dioses; no era una persona “del montón”, de fe rutinaria y aburrida; de fe adormilada y cumplidora. No. Era un hombre comprometido con la Iglesia Católica.
Era un apóstol, una persona convencida y, además, convencedora. Un apasionado por Cristo, con vastos conocimientos sobre la Biblia. Sin embargo, algo se cruzó por su camino y tumbó todos estos principios: la soberbia.
Vanagloria y celo sin amor
Durante mucho tiempo se había dedicado al estudio de la doctrina católica y a profundizar en el conocimiento de la Biblia. De hecho pertenecía a un movimiento dedicado a trabajar en esta pastoral. Con el tiempo, lejos de ahondar en el verdadero amor a Jesucristo, sucedió justamente lo contrario: “Este conocimiento había provocado en mí sentimientos de jactancia, arrogancia, vanidad, etc. Sabía -explica Vela- ‘todo’ lo necesario para defender la Iglesia”.
“Entonces el velo de la vanagloria cubrió mi faz y me olvidé del perdón y la misericordia. El celo religioso opacó el amor. La misericordia huyó de mí. Y surgió el juez”.
Y claro, ya no sólo afloraban los errores en las demás personas, en sus grupos, en los herejes, sino que descubrió una Iglesia Católica llena de errores y equivocaciones.
A por la iglesia "perfecta"
“El rencor se apoderó de mí, había dejado de creer en la buena voluntad de la Iglesia Católica fundada por Jesucristo. Creía que la Iglesia me había engañado porque yo quería una Iglesia perfecta, sin mancha, ni arruga, casi celestial. No había podido asimilar la paciencia de la Iglesia Católica para con los débiles y los que no tienen conocimientos bíblicos. Me había convertido en un fariseo letrado e inmisericorde”.
Lógicamente, abandonó la Iglesia.
Después de tres años de alimentarse únicamente de la Biblia y sin pisar ningún templo católico o protestante, y tras sufrir una depresión, José Luis optó por buscar un lugar en donde compartir sus conocimientos.
Rechazó las clásicas sectas como los Testigos de Jehová, Mormones, Sabatistas, Cientistas, Luz del Mundo, etc., y empezó a buscar su sitio en las iglesias protestantes.
Éstas eran legión… cada una con su estilo, con su forma, con sus costumbres, con sus libertades y distintos entendimientos de la Palabra de Dios.
En la primera iglesia en la que recayó llegaría a ser el ayudante principal del Pastor. Sin embargo, el idilio duró poco. Duró hasta que por discrepancias doctrinales y de costumbres tuvo que abandonar el grupo.
Prohibido celebrar la Navidad
El deambular posterior entre unas y otras iglesias evangélicas le demostró cómo, cuando entras en su mundo, al principio es todo maravilloso: la acogida, la valoración de las personas, la aprobación comunitaria…
Pero con el tiempo las cosas cambian: aumenta la obligación de acudir a más y más reuniones, y se inicia un proceso de presión psicológica encaminada a fijar de forma estricta la manera de vestir, la categoría de donativos, la prohibición de celebrar algunas fiestas cristianas como la Navidad (la “Saturnalia”, como la suenen denominar), la prohibición de poner el árbol de Navidad…
Lo cierto es que en el caso de José Luis y su familia, el amor primero iba desapareciendo a medida que se implicaban más y más en las diversas iglesias en las que buscaban a Cristo.
José Luis recuerda el fanatismo al que les encaminaban algunos pastores cuando ya estaban dentro: “Le tiré a la basura los juguetes a mi hijo pequeño, pues había oído una predicación en contra de los juguetes de los niños. Mi hijo de 9 años inocentemente aceptó aquello. Lo mismo con las caricaturas de Walt Disney: Todo era pecado”.
Que nos den sus donativos y que sean felices
Quizá una de las rupturas con estas iglesias que más mella hicieron en José Luis fue aquella que sucedió cierto día cuando acompañó al pastor a predicar a una iglesia hermana.
Tras la predicación, “se me acercó una viejecita como de 80 años, delgada y pálida, con su vestido desgastado por el tiempo y calzando unos zapatitos viejos y rotos. Me ofreció un poquito de dinero, unas monedas como ‘ayuda’ pues veníamos desde lejos y ella había oído que era yo casi un pastor. Ella me entregaba su ‘diezmo”.
Sin embargo preferí no aceptarlo, pues ella lo necesitaba infinitamente más: ‘No, hermanita -le dije-, no haga esto. Tome estas moneditas y compre leche para usted, y vaya a descansar, Jesucristo le ama”. Todavía recuerda cómo le sonrió agradecida la señora. Después se acercó al pastor que estaba en otra parte de aquel templo y éste, en cambio, sí le aceptó el dinero.
De vuelta a casa, le comentó al pastor:
- Hermano, yo he puesto mi auto al servicio de la iglesia para salir a predicar, también pago la gasolina y los peajes en carretera. No necesitamos que nos den para gastos. ¿Por qué le tomó usted el dinero a esa ancianita que lo necesita más que nosotros?
El pastor le contestó:
- No te preocupes, ellos se sienten felices cuando hacen esto, así que ¡hagámoslos felices!
Su conciencia no aguantó más. Era el fin y se despidió: “Hermano, ore por mí, yo ya no puedo seguir aquí. Tal vez esté equivocado, pero para mí es mejor seguir mi conciencia que vivir así. No quiero que nadie me siga y se salga de aquí. Yo no promuevo sectas, rencillas, ni división, así que mejor me voy yo”. Nuevamente se quedó solo y sin iglesia.
Cuando la religión se convierte en negocio
Al poco tiempo se encontró con un antiguo hermano que le llevó a su iglesia. Una en la que la alegría y la espontaneidad reinaban por doquier. En donde se compartía la visión de la palabra de Dios con total libertad.
Por esta razón empezaron a llegar predicadores errantes que iban de iglesia en iglesia, pregonando sus doctrinas. De pronto se anunciaba la llegada de un “predicador muy ungido” que hace mucha “oración y ayuno”, con lo que despertaba la expectación en todos los feligreses.
La realidad es que se presentaban todo tipo de iluminados, desde predicadores que enfatizan el fin del mundo o la aparición del 666, hasta los que predican en contra de las caricaturas de la TV. Cada suceso local, nacional o mundial era usado para profetizar calamidades...
Así aparecían gente como Yiye, un hombre de mucha oración y ayuno, en cuya revista se pedía dinero para para sostener su obra evangélica y “poder mandar el Evangelio vía satélite”; o Morris Cerullo que venía directamente de Estados Unidos y que “acepta tarjetas de crédito”…; o J. Miranda que tiene gran “poder de Dios” pues “tira la gente al suelo”...
Evangelistas “internacionales” que de pronto surgían de la nada y desaparecen de la misma forma pero con una buena suma de dinero en sus bolsillos.
La iglesia parecía un campo de batalla, gente cayendo en el altar, echando espuma por la boca, otros repitiendo estribillos y sacudiéndose, otros revolcándose en el suelo, algunos otros entraban en trance y se ponían a bailar ‘la danza en El Espíritu”.
En otras ocasiones a los gritos altisonantes y ataques de histeria, le seguía la rotura de televisores con bates de béisbol para destruir al pecado…
Y en cualquier caso, siempre, se procedía a la recolección de las “ofrendas” de amor: “Necesitamos a unas personas que quieran ofrendar tanto dinero y, ahora las que puedan dar tanto otro…”.
Es un negocio porque no hay amor
La religión se había convertido en puro negocio (1 Tm 6, 10) y la fe en un “culto de los sentidos” donde el sentimentalismo y el mesianismo profético eran los pilares de su doctrina.
Se enseñaba que el pecado estaba en los objetos: en las imágenes, en la música, en la comida, etc.
Finalmente José Luis Vela decidió quedarse solo con su familia y no asistir a ninguna otra iglesia o denominación más.
“Recuerdo el miedo, y la incertidumbre por la llegada del 666, la expectación por el “rapto” que hasta mi hijito fue afectado por el temor a quedarse y no ser de “los elegidos”. A pesar de mis estudios profesionales, del conocimiento de la Biblia adquirido por muchos años y aún de mi sólida formación cristiana, estaba ‘afectado’.
Fui arrastrado por los vientos de las doctrinas de hombres”.
Al salir y buscar nuevas fuentes de formación, José Luis había caído en lecturas llamémoslas ‘impropias’. Su primer libro tenía el sugerente título de ‘Salid de Ella’. Luego vinieron “Las balanzas”, “Estamos de acuerdo Sr. Presidente” y más y más.
Los clásicos protestantes antiguos
Sin embargo también cayeron en sus manos algunos libros antiguos que datan de la época de la Reforma y algunos escritos de Juan Calvino: “Esta antigua obra me instruyó sobre lo que pensaban los primeros reformadores del siglo XVI. Después vinieron otras e, incluso, conocí las 95 tesis de Lutero. Era un protestantismo centrado, ilustrado y en cierta forma justo en sus reclamos a la Iglesia Antigua, que exponía sus razones sin caer en el fanatismo".
"Era un protestantismo ilustrado, devoto de Dios y que amaba las cosas santas, que sólo buscaba reformar las cosas de la Antigua Iglesia. Estos protestantes del pasado, del siglo XVI, no tenían nada que ver con los ‘profetas de hoy’ que fundan ‘iglesias’ por doquier. Por la soberbia de no solventar sus diferencias siguen dividiendo el cuerpo de Cristo”.
La vuelta a la Iglesia Católica
José Luis se metió en internet y allí estableció encuentros con creyentes y no creyentes, católicos y protestantes.
En ese mundo abierto y anónimo en donde cada uno expresa lo que quiere con el anonimato y el desprecio más impune posible, el propio José Luis se vio reflejado a sí mismo: “Ante las acusaciones y ofensas, la intransigencia de muchos, los prejuicios de otros y las ofensas a la Virgen María, Madre de Dios hecho hombre, ante las burlas y carcajadas de algunos que niegan al Espíritu Santo, me vi como en un espejo. Y comprendí que ‘todos hemos pecado’ (Rm 3, 23)”.
Salió de la Iglesia porque estaba llena de pecadores y no encontraba la pureza que esperaba, pero sus vivencias le hicieron reflexionar y dar carpetazo a la búsqueda de Cristo fuera del catolicismo.
Decidió retornar a la Iglesia Católica “porque si tienes algo en contra de tu hermano ve y ponte a cuentas con tu hermano. Dios no escucha la oración si no te has reconciliado; porque Dios perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…"
"En la Iglesia Antigua, Católica, Universal, en la Iglesia de Dios, de todos los tiempos, allí voy a estar. No para condenar, sino para colaborar y dar ánimos a mis hermanos los pobres de espíritu, los débiles en la Fe, los de Fe sencilla que no ‘saben’ de Biblia pero que creen con el corazón”.
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