De ingeniera militar en Kósovo a monja en Salamanca: el ejemplo de Santa Mónica le hizo pensar
La hermana clarisa Matilde de Luis fue ingeniero militar en Kósovo y en las inundaciones del Vendrell... varios signos la confirmaron en la vida de clausura
En octubre de 2006, una joven de 27 años vestida de militar, y no de novia como es tradicional, celebraba su toma de hábito como clarisa en Salamanca, en el monasterio de la Purísima Concepción de las Franciscas Descalzas. "Era a lo que yo renunciaba por responder a la llamada y me costaba horrores dejar mi vida de soldado. Renuncié a todo por Él", recuerda esta mujer, Matilde de Luis.
Pasados 15 años de clausura, y siendo cocinera del convento, está contenta por su "sí" a Dios: se ha volcado en manejar el arma más poderosa y benigna, más fuerte que los ejércitos del mundo, que es la oración.
Lo aprendió siendo ingeniera militar atrincherada en Kósovo, leyendo a San Agustín, el joven que se convirtió por las lágrimas y la oración constante de su madre, Santa Mónica.
Matilde, a la derecha, con compañeras militares
"Rezamos cada día por todas las personas que sufren. Yo amo a las personas, de ellas no nos separa una reja, pues todos están en mis oraciones y están en mi corazón. Los que no nos conocen piensan que es algo frío y distante, pero yo estoy aquí por cada uno de vosotros", explica esta religiosa de clausura que ha visto mundo.
Militar para cambiar el mundo
Matilde ha contado su historia vocacional en Salamanca RTV Al Día.
Ella fue la primera mujer en la Compañía de Puentes del Regimiento de Ingenieros REI -11 de Salamanca, a la que se incorporó en diciembre de 1999. Pudo participar -y recuerda con emoción- en las tareas de ayuda en las inundaciones de El Vendrell, en Cataluña, en el año 2000. Después, en 2002, estuvo destinada durante 6 meses a la misión de paz en Kósovo, una región ex-yugoslava devastada por la guerra civil.
“Deseaba ir para poder ayudar. Mi sorpresa fue que no iba a tener contacto con la gente de allí, sino a una misión más oculta, como operadora de transmisiones. Me pasaba más de 16 horas, día sí, día no, en una sala, la cual los compañeros que antes habían estado, llamaban 'el zulo', porque era de dimensiones bastante reducidas, de guardia, pegada al teléfono, con todas las medidas de seguridad alrededor. Éramos conscientes de que en cualquier momento nos podían atacar", recuerda.
Allí atrincherada pudo pensar. Siempre había tenido fe, su familia siempre fue muy creyente y participaba en una comunidad neocatecumenal en Salamanca.
Allí, en Kósovo, entendió que ella quería cambiar el mundo participando en esas misiones militares, pero eso requería cambiar a las personas... y comprendió que antes tenía que cambiar ella. "Empecé a mirar más que nunca a mi interior y así fue como para mí se transformó todo, me encontré con Dios y conmigo misma", explica.
El poder de la oración con el ejemplo de Santa Mónica
Su fe se intensificó esos meses cuando descubrió el poder de la oración, leyendo un clásico del siglo IV, las Confesiones, de San Agustín, que le había enviado su madre. Veía que lo que transformó la vida de Agustín fue la oración constante y el llanto de su madre, Santa Mónica. Veía que la oración era poderosa.
Notaba también que la oración actuaba en su día a día. Por ejemplo, sabía y sentía que rezaban por ella niños y hermanos de su comunidad del Camino Neocatecumenal en la Parroquia Cristo Rey, en el Barrio Vidal de Salamanca.
Siguió pensando en todo esto a su vuelta a Castilla, y dos años después cambió las armas por la vida contemplativa. Llevaba en realidad dos años sintiendo esa llamada y demorándola con excusas.
“Estoy segura de que yo no tomé la decisión, la tomó Dios por mí, no entendía por qué Dios había elegido para mí la clausura cuando era algo que yo siempre rechazaba, además era feliz en el Ejército, pero quería hacer la voluntad de Dios, "sabía que sólo así encontraría la verdadera felicidad”, recuerda.
Las palabras de dos Papas y un encuentro neocatecumenal
A Matilde le iluminaron mucho dos frases insistentes de los Papas: “No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo”, decía Juan Pablo II; “Dios no quita nada, lo da todo”, decía Benedicto XVI. Resonaban en su interior.
En un encuentro internacional neocatecumenal en Ámsterdam, con Kiko Argüello, iniciador del Camino, dio el paso y anunció públicamente que ingresaría en la clausura.
Su familia al principio quedó algo confusa, pero luego todos la apoyaron cuando ingresó con 26 años, en 2005, en el Monasterio de la Purísima Concepción de las Clarisas ‘Franciscas Descalzas’ de Salamanca. El 1 de Octubre de 2006, en su toma de hábito, fue cuando en vez de ponerse su traje de novia se puso su traje militar: era eso a lo que renunciaba.
La cocinera del convento
Lleva 15 años en el convento y está contenta. “Soy la dueña de los estómagos de mis hermanas”, afirma entre risas, puesto que es la cocinera del convento.
Son una comunidad de 10 religiosas, y ella es la más joven, con 41 años, aunque cuentan con una aspirante que tiene 26.
“Para mí, la clausura es el corazón de la Iglesia, es el lugar donde vivo mi intimidad con Dios", explica.
La pandemia del coronavirus no ha sido para las religiosas algo lejano. "Desde aquí hemos sufrido mucho con esta pandemia porque se notaba la ausencia de voces de los niños, y palpaba desde cada ventana un sufrimiento. Esta pandemia nos está haciendo más humanos, y ojalá sirva para que más seres humanos apuesten por Dios, no como un amuleto, sino como un refugio que siempre está y donde todo tiene sentido. Ha habido un momento hermoso, en medio de tan durísimo sufrimiento en el que ha latido el corazón de España, sólo había un latido que era amar y desde aquí lo celebramos", afirma.
El futuro inmediato lo ve claro: "seguiremos acompañando con nuestra oración y nuestro corazón, y diariamente rezamos por todos aquellos seres queridos fallecidos durante este tiempo víctimas del Coronavirus u otras causas, y por todos sus familiares pero con un gran consuelo y una gran esperanza”.
Fuente: Religión en Libertad
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