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miércoles, 12 de febrero de 2025

15 consejos para la batalla espiritual: cómo reforzar tu vida de oración


 15 consejos para la batalla espiritual: cómo reforzar tu vida de oración

Hombres rezan el Rosario en la calle

Hombres rezan el Rosario en la calle

La vida espiritual es un auténtico combate. Ya dice la Escritura, concretamente el Eclesiástico: “Si quieres servir al Señor, prepárate para la prueba”. Y en esta batalla los enemigos son esencialmente tres: el diablo, la carne y el mundo.

La batalla espiritual es una constante en la vida del cristiano y para poder luchar eficazmente y para ella es necesario tenacidad y resistencia. En el Génesis aparece un bello episodio que muestra de manera muy bella esta lucha. Se trata de la lucha de Jacob que duró toda una noche contra Dios mismo. Jacob luchó valientemente y no soltó a su oponente hasta recibir una bendición. Debido a su paciencia y perseverancia, Dios le otorgó su bendición, pero antes de hacerlo, Jacob sufrió una herida en el nervio ciático. Por esa razón, al día siguiente, se le vio caminar con una marcada cojera.

Parte de la batalla espiritual constante es luchar por un crecimiento auténtico en nuestra vida de oración. Rezar puede parecer sencillo, pues se puede hacer en cualquier momento y circunstancia. Sin embargo, la experiencia de multitud de cristianos es que siempre parece que existen obstáculos que impiden adentrarse en la oración de una manera auténtica.

Para ayudar a lograr esta vida de oración real y profunda el padre Ed Broom ofrece en Catholic Exchange 15 breves consejos para construir y reforzar esta vida de oración que tanto bien hará a quien eleve estas oraciones y a los que le rodean.

1.Reconocer su importancia. Es fundamenta convencerse de la importancia de la oración para la conversión, santificación y salvación eterna. Lo que el aire es para los pulmones, así es la oración para el alma. Por eso sin oración el alma se marchita.

2. Definir qué es oración. El Catecismo utiliza la definición de San Juan Damasceno, que dice: “La oración es la elevación de la mente y del corazón a Dios”. Mientras que Santa Teresa afirmaba que es “hablar de amistad con quien sabemos nos ama”. Esto es la oración, estar con Dios disfrutando de su compañía.

3.Ponte en presencia de Dios. San Ignacio de Loyola, autor de los Ejercicios Espirituales, sugiere empezar la oración imaginando que el Señor mira a cada uno con gran amor.

4. Jesús es un ser personal. Santa Teresa de Ávila anima encarecidamente a contemplar la humanidad de Jesús, imaginar a Jesús en su naturaleza humana: cansado, sediento, triste, feliz, alegre, temeroso. Desde este lugar de comprensión y empatía, es bueno ofrecer nuestros pensamientos, experiencias, emociones y deseos. Él quiere una relación cercana con cada uno.

5. Utiliza imágenes sagradas. Pinturas, imágenes, íconos, estatuas, fotografías, arte... Todas ellas pueden ser muy útiles en la oración. Encuentra la imagen que más cautive tu mente y utilízala para catapultarte a lo más alto en tu vida de oración. 

6. La importancia de la confesión. A veces la oración resulta difícil porque la conciencia no está en paz. Para remediar esta inquietud es recomendable acudir a la confesión. Dice una de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.

7. Leer. Santa Teresa de Ávila recomienda la lectura espiritual para educarnos en el arte de la oración. Ella misma no permitía que entrara en el convento a ninguna mujer que no supiera leer, porque lo consideraba una necesidad en la vida espiritual. La Sagrada Escritura, la Palabra de Dios, debe ser una fuente primaria de oración.

8. Empezar el día rezando. El evangelista San Marcos presenta un día típico en la vida pública de Jesús resaltando el hecho de que se levantaba a rezar antes del amanecer. Muchos perciben que si la oración se retrasa o se realiza alguna actividad previa a menudo se omite o se hace mal. Para evitar que esto suceda conviene seguir el ejemplo de Cristo y dedicar a Dios los primeros momentos de cada día.

9. Pedir ayuda a Dios. San Agustín afirmaba: “Todos somos mendigos ante Dios”. Esto significa que realmente dependemos de Él para todo. Jesús dijo: “Sin mí no podéis hacer nada”, pero también “todo es posible para Dios”. Por eso es bueno pedir a Dios la gracia de aprender el arte de la oración y ponerlo en práctica.

10. Pedir oración a otros. El cristiano tiene que tener la humildad suficiente para pedir a otros que recen por él. En su epístola, Santiago escribe: “La oración del justo es muy poderosa ante Dios”. Pedir ayuda incluye la intercesión de los santos, especialmente de María, y de los ángeles.

11. Buscar un lugar sagrado. Incluso Jesús tenía un lugar especial para rezar: el Huerto de Getsemaní. Por eso mismo, cada uno debería tener un lugar especial hablar con Dios, un sitio al que se pueda acudir con regularidad y que sea tranquilo.

12. Rezar delante del Santísimo. El Venerable Fulton J. Sheen era famoso por promover la Hora Santa diaria, “La Hora del Poder”, delante del Santísimo Sacramento. Rezaba esta Hora Santa todos los días de su vida y así fue un gran instrumento para llevar el Reino de Dios por todo el mundo.

13. Buscar dirección espiritual. Todos los santos están de acuerdo en la necesidad de una dirección espiritual adecuada. La vida espiritual no está hecha para recorrerla solo. Jesús caminó con sus discípulos; por lo tanto, todos debenbuscar acompañamiento espiritual.

14. Vivir en la presencia de Dios. Un elemento clave para crecer en una relación más profunda con Dios es vivir conscientes de su Presencia en todo tiempo y lugar. San Pablo en Atenas citó a un poeta de su época con estas palabras: “En Él vivimos, nos movemos y existimos”. Que Dios nos conceda la gracia de ser conscientes de Él en las personas, en la naturaleza, así como en todas las circunstancias de la vida.

15. Nunca hay que rendirse. Uno de los dichos clásicos de Santa Teresa de Ávila es que “debemos tener la determinación de no renunciar nunca a la oración”. Jesús lo expresó con estas sencillas pero poderosas palabras: “El que persevere hasta el fin se salvará”. Esto se aplica sin duda a la oración. Incluso cuando se esté desanimado, distraído o atrapado en un período de sequía, nunca hay que abandonar la oración. Estos son los momentos para orar con más intensidad.

Fuente; Religión en Libertad

martes, 29 de diciembre de 2020

Hay necesidad de orar, pero «la oración no es un mindfulness con cafeína, es un diálogo con Dios»

 


Hay necesidad de orar, pero «la oración no es un mindfulness con cafeína, es un diálogo con Dios»

Es fundamental fundamental no confundir la oración mental: es un diálogo con Dios

La pandemia ha despertado en muchísimas personas la sed de Dios, y en otras ha incrementado el deseo de entablar un diálogo con Él para hacerle partícipe de sus asuntos. Sin embargo, las prisas y el agobio de las ocupaciones y preocupaciones, les dificultan llevar una vida de oración sostenida. ¿Cómo superar estos obstáculos para entrar en la fuente auténtica de la felicidad? Los periodistas Isabel Molina Estrada y José Antonio Méndez de la Revista Misión dan una respuesta a estas inquietudes.

En los últimos meses, un beato milenial ha movido multitudes en infinidad de rincones del planeta. Su nombre es Carlo Acutis, un joven italiano que murió en 2006 de una leucemia fulminante con solo 15 años. ¿Qué tenía este santo para que sus palabras, sencillas pero cargadas de sabiduría divina, hayan movido a tantos corazones a acercarse a Cristo y a realizar actos de profunda caridad cristiana? ¿De dónde le venían a este adolescente semejantes chispazos de gracia hecha vida?

La respuesta es sencilla: Carlo tenía a diario un trato íntimo con el Señor. Desde su primera comunión a los 7 años, nunca faltó a su cita diaria con la Eucaristía y luego permanecía frente al Sagrario en profundo recogimiento, conversando con su gran Amigo. En esos momentos de cercanía con Jesús, fue cuando Él le comunicó muchas de las cosas que permitieron que su corta vida fuera tan fecunda.


Y es que la oración, tantas veces escurridiza (“no tengo tiempo”, “no sé qué decirle al Señor”, “me cuesta el silencio”, “no logro oír su voz”…) no es una práctica exclusiva para místicos y santos de altar, sino que puede ser para cada cristiano lo más normal de entre todo lo normal que hace a diario. De hecho, el diálogo con Dios no es solamente posible en la vida de un cristiano, sino que es vital para que la fe no se apague entre sus ocupaciones y preocupaciones diarias. Más aún, los expertos en oración mental aseguran que del trato frecuente con el Señor de cada cristiano dependen el curso de la historia, el propio destino y el de personas cercanas… y lejanas.

Oración mental, no repetir

Esta realidad, a veces abstracta, es parte del día a día de miles de personas. Como Juan-Ignacio, quien llevaba 22 años casado, y que, según cuenta a Misión, hace dos enfrentó un gran bache en su matrimonio que le llevó a estar a punto de separarse. Pero “por cosas de la Providencia”, justo en ese momento un amigo le habló de la oración mental.

“Lo que yo conocía desde la cuna era la oración vocal: el Padrenuestro, el Avemaría, las jaculatorias, el rosario, la oración de la mañana y de la noche… que repetía sin reflexionar lo que decía. Nadie me había hablado en serio de que era posible escuchar a Dios”. En ese socavón profundo, cuando se encontraba desconcertado y descolocado, comenzó a dialogar con el Señor, y su historia, cuenta, dio un vuelco “del cero a cien”. “Hoy estoy reconciliado con mi mujer, y también con mis hijos. He comprobado que con la ayuda de un buen director espiritual y la perseverancia en la oración se consiguen milagros”, afirma.

Algo similar le ocurrió a Luis. Cuando comenzó a hacer oración diaria, este farmacéutico valenciano estaba saliendo con la que es hoy su mujer. El noviazgo no avanzaba. “Recuerdo que decidí: ‘Me voy a tomar en serio a Dios. Le voy a tratar como al Padre que es y voy a obedecerle en lo que me pida’. Con el tiempo, veo que Él comenzó a moldearme a través de la oración. Cambié yo, y mi novia dejó de sentirse insegura. Comenzó a verme como su futuro marido”. De esto han transcurrido ya siete años… y tres niños pequeños.

Invitados por Dios

Ahora bien, como recuerda el conocido sacerdote Jacques Philippe, uno de los autores de espiritualidad más importantes de nuestro tiempo, en Nueve días para recuperar la alegría de rezar (Rialp, 2019), “lo primero que debe motivarnos y animarnos a emprender una vida de oración es que Dios mismo nos invita a hacerlo. Nos llama a la oración porque desea ardientemente (desde siempre y mucho más de lo que imaginamos) entrar en comunión con nosotros”. Por eso señala que los cristianos “no rezamos ante todo porque deseemos a Dios o porque esperemos de la vida de oración determinados beneficios, sino porque es lo que Dios nos pide. Y al pedírnoslo, sabe muy bien lo que hace. Su proyecto excede infinitamente lo que somos capaces de entrever, desear o imaginar”.

El mismo Jesucristo dedicó muchísimo tiempo a hablar con el Padre para buscar hacer su voluntad. Los Evangelios cuentan que oraba en soledad, en lugares apartados, de madrugada, antes y después de predicar la Palabra, ante la adversidad, cuando tenía que enfrentar grandes episodios de su vida, en su día a día en Galilea… Y tras orar, explican Manuel Ordeig y Rubén Herce en Enséñanos a orar (Ediciones Cristiandad, 2019) sus acciones, enseñanzas y gestos dejaban una honda huella en quienes se cruzaban con Él: Nicodemo, Mateo, la samaritana… Es más, su oración era “contagiosa” y llegó un momento en que sus discípulos le pidieron con vehemencia: “Señor, enséñanos a orar”.


No es mindfulness

Porque a orar se aprende orando, dicen quienes llevan kilómetros de recorrido, la pregunta es: ¿cómo se pasa de repetir el Padrenuestro, o de tener un momento de introspección personal, a entrar en un diálogo real con Dios? El propio Philippe explica en Tiempo para Dios. Guía para la vida de oración (Rialp, 2016) que la oración “no es fruto de una técnica”; “no es un método, ni tampoco es mindfulness ni ‘yoga cristiano’”, porque para el cristiano “todo es gracia, don gratuito de Dios”, que depende de nosotros acoger con humildad.

Esa diferencia entre la oración mental y ciertas técnicas de relajación es crucial para entender la oración como un diálogo de persona a persona, dirigido al Padre, al Hijo o al Espíritu Santo. “Mucha gente –explica Luis– me dice que hace mindfulness. Y yo respondo: ‘Haz oración y notarás cómo cambia tu vida’. Porque el mindfulness es como hacer oración, pero quitando a Dios de en medio. Es un café descafeinado”.

Luis aporta su testimonio: “Desde que comencé a dialogar a diario con Dios, Él lleva incluso mi negocio”. Y es que Luis era de los que trabajaban 12 horas seguidas para generar beneficios, y terminaba por anteponer su negocio a lo demás. Aun así, “los frutos eran pobrecillos. Mi director espiritual me insistió: ‘Pon primero la oración, aunque tengas que empezar a trabajar más tarde’. Me costó, pero logré organizarme y, en vez de trabajar desde las 8 de la mañana, empecé a entrar a las 9:30. Ahora el trabajo no está por encima de la oración, ni de mi familia, ni del apostolado, y va todo rodado”.

Silencio interior y exterior

Lo cierto es que aunque la oración no depende de los métodos, sino de la apertura a la gracia, sí hay pautas que facilitan entrar en diálogo con Dios y escuchar su voz, con la tranquilidad de saber que es Él quien nos habla y no la imaginación. Ordeig y Herce señalan que para rezar hace falta hacer silencio, exterior e interior: “Es en el silencio, y no en el tumulto ni en el ruido, cuando Dios penetra en las profundidades más íntimas de nuestro ser”.

Una vez en silencio –entrando solos en una habitación, en un espacio tranquilo y sin distracciones, frente al Sagrario, y silenciando si es posible el móvil y las notificaciones de las aplicaciones–, es posible ponerse en presencia de Dios y recogerse. “Para orar –comenta Juan-Ignacio– hace falta un recogimiento previo y a partir de ahí, dejas que discurra el diálogo”.

¿Y de qué hablar? Sobre cuestiones diarias de la vida, momentos especiales, peticiones, acciones de gracias… O sobre el impacto que nos produce leer algo de la Sagrada Escritura, como, por ejemplo, el Evangelio del día. En ese caso, podemos meternos en la escena, mirar a nuestro alrededor, observar cada detalle con atención, intentar captar lo que dice o hace cada personaje, y hasta leer las intenciones que le mueven… Incluso hacernos uno de esos personajes y, luego, mirar a Jesús a los ojos y preguntarle: ¿Qué me dices con esto? ¿Qué me pides a través de tus palabras para mi amistad contigo, mi vocación, mi trabajo…?

Luis explica que a él le ayuda escribir en una libreta todo eso que pregunta a Dios y lo que va “oyendo” que Él le contesta en forma de “ideas o mociones espirituales que te vienen en el momento. Escribir está muy bien porque luego lo repasas y no lo dejas hasta haber hecho lo que el Señor te pide”. Además, eso permite cotejar después nuestras notas con un director espiritual, para no tomar por susurro de Dios lo que no es sino una ocurrencia nuestra.


Por último, la oración requiere constancia. Un continuo comenzar y recomenzar, y esta Navidad puede ser un buen momento para afinar el oído con el corazón del Señor hecho Hombre. Porque si, como cuentan Luis y Juan-Ignacio, la oración le da un vuelco positivo a la vida, ¿por qué no intentarlo en serio?


Así habla Dios

Salvo rarísimas excepciones, el lenguaje de Dios no son palabras atronadoras, Él habla a la inteligencia a través de inspiraciones; a los sentimientos, a través de afectos; y a la voluntad, a través de propósitos que va imprimiendo en el alma, como certezas que a veces desafían nuestra lógica o nuestras seguridades, pero que a la postre demuestran llevar el sello de Dios. Manuel Ordeig y Rubén Herce explican en Enséñanos a orar que estos propósitos, afectos e inspiraciones “se entrelazan y ayudan mutuamente como un cable de tres hilos”. Y quienes los han experimentado aseguran que la mayoría de las veces es fácil reconocer la enorme diferencia que hay entre estos “hilos” y sus propios razonamientos, deseos, sugestiones o cavilaciones interiores…

Lo que sí es cierto es que, para respetar nuestra libertad, cuando el Señor habla, lo hace bajito, como hizo con el profeta Elías, que no lo reconoció en el huracán, sino en el “susurro” de la brisa. A santa Faustina le dio la clave: “Procura vivir en recogimiento para oír mi voz, que es tan bajita que solo pueden oírla las almas recogidas”.

En cualquier caso, la experiencia de los santos constata también que a veces Dios no habla. Guarda silencio, pero da paz y pide más oración, y termina por contestar –pronto o tarde– con eventos certeros: “Al Señor le comento todo en la oración: trabajo, familia, amigos, vida espiritual… Cuando no me contesta, le digo: ‘Señor, como veo que no me dices nada, lo dejo en tus manos’. Normalmente, si le digo eso, en pocos días lo ha solucionado”, cuenta Luis. Y tanto Luis como Juan-Ignacio insisten, una y otra vez, que es importante contar con la ayuda de un director espiritual que te ayude a discernir.

¿Para qué orar?

En su biografía sobre Santa Teresa de Calcuta, el que fue uno de sus más estrechos colaboradores, el sacerdote Leo Maasburg, explica que, en cierto momento, las Misioneras de la Caridad pidieron a la santa reducir las horas de Adoración Eucarística que practicaban una vez a la semana, pues se veían desbordadas de trabajo. La respuesta de Madre Teresa fue incrementar la Adoración Eucarística a una vez al día, para pedir al Señor que les concediera más vocaciones. Parecía un sinsentido, y sin embargo, al cabo de un año, la Madre Teresa contaba: “Hemos experimentado que nos amamos mucho más entre nosotras, que amamos más a Jesús y ahora tenemos el doble de vocaciones”. El Señor contestó encendiendo aún más la chispa de sus corazones y multiplicando sus manos…

Los frutos de la oración pueden ser muchos y muy variados. Pero uno de los principales, como explican Manuel Ordeig y Rubén Herce en Enséñanos a orar, es que la oración da el sentido a la vida que no es otro que “vivir de Amor”. Por el contrario, sin esa relación constante con Dios, el hombre camina hacia la nada, pierde consistencia, se desvía, se desteje.

Fuente: Religión en libertad

viernes, 28 de agosto de 2020

Las Misioneras de la caridad, a pesar de su vida activa, dedica gran parte del día a la oración personal con Cristo

Las Misioneras de la caridad, a pesar de su vida activa, dedica gran parte del día a la oración personal con Cristo

El silencio en la oración no causa distracción, al revés: es necesario para el encuentro con Dios

Las Misioneras de la caridad, a pesar de su vida activa, dedica gran parte del día a la oración personal con Cristo

No, el silencio no tiene nada que ver con el aburrimiento o distracción en la oración; todo lo contrario, es conditio sine qua non. Tanto en el diálogo con los demás como en el diálogo con Dios se requieren ciertas condiciones: entre ellas poner interés y atención, y para esto es importante el silencio, explica el P. Henry Vargas Holguín en Camino Católico.

Y cuanto mayor sea el ruido interno y externo mayores serán las distracciones. Cuanto mayor sea el respeto se le daba al interlocutor y la seriedad o importancia del tema a tratar mayor será la necesidad de eliminar distracciones.

En la oración, con mayor razón, se deben eliminar las distracciones para que reine el silencio; ya que el silencio debe ser el contexto fundamental del diálogo con Dios, pues Dios no es una persona física que hable con palabras audibles.

La oración más importante es la que nace del corazón y el corazón es lo más importante de la oración, que no es necesario que se exprese con palabras externas; aunque no excluye la oración verbal.

Y si la oración es verbal ha de ser el corazón quien le hable a Dios. Porque, ¿quién se dirige a Dios? Es el ser humano en su totalidad quien se dirija a Dios: y el ser humano es espíritu, alma y cuerpo (1 Ts 5, 23).


No se trata, por tanto, de meros convencionalismos, sino de dirigir toda la existencia a Dios.

Además el ser humano es persona singular y un ser social, y conviene dirigirse así a Dios tanto individual como socialmente.

La oración es un momento privilegiado del encuentro y diálogo con Dios, un momento ni aburrido ni divertido.

Y aunque aceptemos fácilmente la relación intrínseca que hay entre la oración y el silencio hay que reconocer que es un tema poco fácil de explicar, entender y, aún más, poner en práctica.

Hay que saber entender lo que es el verdadero silencio como condición necesaria en la oración, un silencio que la favorezca. Y este silencio no aburre, como no aburre el silencio reinante cuando se está a solas con el ser amado; lo que aburre es la inactividad. Y en la oración no hay ninguna inactividad, todo lo contrario.

Es más, si la oración no se hace bien se convierte en un ritual sin sentido o vacío, y de esta manera lo que se hace no sólo es aburrido sino que además la oración es inexistente.

La oración no es algo “pesado”, es estar en la presencia de Dios; y esto es una satisfacción y un deleite espiritual, por el simple gozo de reconocer estar en su compañía: “Se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra…’” (Lc 10, 21).

A veces se cree que la oración es algo tedioso, pero no es así; en caso contrario quizás ni Jesús ni los santos ni la Iglesia en general orarían.

La oración es como cuando nosotros convivimos con alguien que amamos y, a su vez, nos ama: ¿esto lo consideramos un lastre? No, es algo muy bonito.

O como quien está felizmente casado, ¿podrá decir que disfrutar un rato con el cónyuge amado a solas, aunque no se digan nada, sea algo aburrido o tiempo perdido? No, en absoluto.

Pensar en Dios, estar en su presencia ha de ser algo tan fácil y agradable como recordar al ser amado, como extrañarlo cuando se tiene lejos, como tener ganas de gozar de su compañía.

La oración es algo muy positivo, pero hay que saber orar pues la oración no es un simple leer fórmulas 0, menos aún, un monólogo.

El silencio es importante, más que para rezar, para orar.

Rezar y orar son dos caras de la misma moneda, dos maneras diferentes de la oración. Rezar es dirigirnos a Dios mediante fórmulas establecidas que son recitadas y orar es dirigirnos a Dios mediante palabras personales (mentales o verbales).

Tanto rezar como orar son dos formas de oración que guardan diferencias pero las dos son agradables a los ojos de Dios si las hacemos con fe, de corazón, a conciencia y eliminando los ruidos.

Centrémonos en lo que es orar.

La oración no es algo que aburra como tampoco es una obligación, pues orar, además de ser una necesidad, es una experiencia maravillosa; pero no lo haremos bien si no desarrollamos momentos de intimidad con Dios.

En la medida que nos acercamos a Dios, sentiremos muy cerca de nosotros su presencia. Y orar se convertirá en una experiencia maravillosa porque estaremos “tratando de amistad a solas con quien sabemos nos ama” (Libro de la vida de santa Teresa de Ávila. 8,5).

Por esto en la medida en que se vaya experimentando intimidad con el Señor, se pasará gustosamente más tiempo a su lado, en su presencia.


¿Qué hacer o decir en la oración?

Casi siempre la oración se reduce sólo a pedir, se va a orar con los bolsillos vacíos esperando que Dios nos los llene de cosas que sólo esperamos nos satisfagan materialmente. Pero antes que esto la oración es otra cosa.

Qué bien es, ante todo, para hacer una oración gustosa, fructífera y bien aprovechada aprender a adorar a Dios y a serle agradecidos. Así como reconocer su grandeza.

Es lo que vemos en las oraciones del Padrenuestro y del Ave María, pues estas tienen dos partes:

1.- La primera hace mención a nuestra relación con Dios, reconociéndolo como nuestro Padre o Señor, alabándolo y adorándolo. En el caso del Ave María a ella se le ensalza primero. Después se le pide que ruegue por nosotros.

2.- La segunda sí tiene como objetivo hacer algunas peticiones (El pan, pedir perdón de las ofensas, que no caigamos en la tentación y la liberación del poder del mal).

Ayuda mucho en la oración el presentarse al Señor sin prisas, con gratuidad, regalarle al Señor algo o todo, ofrecerte al Señor.



Fuente  Religión en Libertad