viernes, 31 de julio de 2015

Santo Evangelio 31 de julio de 2015



Día litúrgico: Viernes XVII del tiempo ordinario


Santoral 31 de julio: San Ignacio de Loyola, presbítero
Texto del Evangelio (Mt 13,54-58): En aquel tiempo, Jesús viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?». Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

«Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio»

Rev. D. Jordi POU i Sabater 
(Sant Jordi Desvalls, Girona, España)

Hoy, como ayer, hablar de Dios a quienes nos conocen desde siempre resulta difícil. En el caso de Jesús, san Juan Crisóstomo comenta: «Los de Nazaret se admiran de Él, pero esta admiración no les lleva a creer, sino a sentir envidia, es como si dijeran: ‘¿Por qué Él y no yo?’». Jesús conocía bien a aquellos que en vez de escucharle se escandalizaban de Él. Eran parientes, amigos, vecinos a quienes apreciaba, pero justamente a ellos no les podrá hacer llegar su mensaje de salvación.

Nosotros —que no podemos hacer milagros ni tenemos la santidad de Cristo— no provocaremos envidias (aun cuando en ocasiones pueda suceder si realmente nos esforzamos por vivir cristianamente). Sea como sea, nos encontraremos a menudo, como Jesús, con que aquellos a quienes más amamos o apreciamos son quienes menos nos escuchan. En este sentido, debemos tener presente, también, que se ven más los defectos que las virtudes y que aquellos a quienes hemos tenido a nuestro lado durante años pueden decir interiormente: —Tú que hacías (o haces) esto o aquello, ¿qué me vas a enseñar a mí?

Predicar o hablar de Dios entre la gente de nuestro pueblo o familia es difícil pero necesario. Hace falta decir que Jesús cuando va a su casa está precedido por la fama de sus milagros y de su palabra. Quizás nosotros también necesitaremos, un poco, establecer una cierta fama de santidad fuera (y dentro) de casa antes de “predicar” a los de casa.

San Juan Crisóstomo añade en su comentario: «Fíjate, te lo ruego, en la amabilidad del Maestro: no les castiga por no escucharle, sino que dice con dulzura: ‘Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio’ (Mt 13,57)». Es evidente que Jesús se iría triste de allí, pero continuaría rogando para que su palabra salvadora fuera bien recibida en su pueblo. Y nosotros (que nada habremos de perdonar o pasar por alto), lo mismo tendremos que orar para que la palabra de Jesús llegue a aquellos a quienes amamos, pero que no quieren escucharnos.

31 de Julio SAN JUSTINO DE JACOBIS († 1860) Y 30 de Agosto SAN GHEBRA MIGUEL

31 de Julio

SAN JUSTINO DE JACOBIS
(† 1860)

Y

30 de Agosto

SAN GHEBRA MIGUEL

 († 1855)

mártires

 

La vida de Justino de Jacobis es una apología de la vida interior. Su vida mística tiene auténticas raíces en la abnegación de sí mismo por la humildad y la mortificación y se vierte entera en obras de caridad y apostolado. Hasta los treinta y nueve años es el misionero más popular del reino de Nápoles, con fama de santo y taumaturgo. Después es el apóstol de la unidad en Etiopía, donde llega a incorporar a la Iglesia romana a doce mil cismáticos, según los cálculos sobrios del breviario romano. Su muerte en el campo, como la de San Francisco Javier, corona gloriosamente su vida.

Con su vida se confunde en parte la de Ghebra Miguel, monje y sacerdote, mártir de la unidad en su patria de Abisinia.

Jacobis había nacido en San Fele del reino de Nápoles el 9 de octubre de 1800. Su madre, Josefina Muccia, pone especial interés en su formación religiosa. Un día su padre comprueba: "nuestro Justino es un ángel". A los dieciocho años ingresa en la Congregación de la Misión, en la famosa casa Dei Vergini, centro de la espiritualidad napolitana en el momento. Allí se enseña aún la tribuna donde más tarde es fama que pasó una noche entera en éxtasis.

A los treinta y nueve años la Santa Sede le nombra "vicario apostólico de Etiopía y países limítrofes". Abisinia es un país de altas mesetas —entre dos y tres mil metros de altura—, separadas por valles profundos y montañas altísimas. Gracias a su geografía conservó su cristianismo en medio de la pleamar musulmana. Cerrada al catolicismo desde 1640, vive ahora un momento medieval en su organización política y social.

Sobre el terreno, los tres misioneros hacen el plan y se dividen el país como los apóstoles. El padre Sapeto ocupa el reino de Choa; el padre Montuori, el de Amhara y el vicario apostólico se queda en el Tigré para mantener el contacto con Europa.

El Ras Ubié, rey del Tigré, le autoriza para residir en Adua y el misionero prepara la toma de contacto, desnudándose de europeo y vistiéndose de abisinio. Tal fue su acomodación que a Mons. Massaia le costó trabajo distinguirle de los abisinios. Su apostolado en aquel momento es el único posible, el apostolado del testimonio. Reza, estudia, planea, visita a los enfermos, saluda cordialmente a las gentes y reparte la Medalla Milagrosa recientemente acuñada, ocupando con ella el terreno común entre cismáticos y católicos.

Justino de Jacobis se da cuenta de que el cisma en Etiopía persiste principalmente por el aislamiento. Un día dice a un grupo de sacerdotes y de monjes: "Yo quisiera llevaros a todos a Roma para que la vierais". Y he aquí que el príncipe Ubié, ganado por el trato evangélico del misionero, le pone al frente de una embajada, que se dirige a El Cairo en busca de un obispo para toda Etiopía. Jacobis insinuó la conveniencia de pedir el obispo al Papa, pero el príncipe no se decidió. En cambio, le daba permiso para llevar hasta Roma a los embajadores con una carta suya de cortesía para el Papa.

Este viaje es decisivo en el apostolado de Jacobis. A su vuelta de Roma estos abisinios —nobles, sacerdotes y monjes— sin convertir aún, harán a lo largo y a lo ancho del imperio la mejor apología de la Iglesia católica y la propaganda de la santidad de Justino de Jacobis.

En este momento se cruza en su vida Ghebra Miguel, que andando el tiempo será su mejor colaborador.

Ghebra Miguel es el doctor más famoso de todo el imperio y representa en la embajada a los monjes de Gondar. Culmina su vida en la madurez de los cincuenta y tres años. Nacido en Kidane Meherett en 1788, a orillas del Nilo Azul, había estudiado con los monjes mientras éstos tuvieron algo que enseñarle. A los veinticinco años profesa la vida monacal. Después peregrina con sus discípulos de convento en convento con el único afán de consultar sus libros. Hecho maestro en Gondar, la escuela más famosa del país, descubre la inconsistencia de la teología copta, y por primera vez sospecha que su Iglesia no está en posesión de la verdad. Incluido en la embajada, sólo piensa en la oportunidad de aclarar sus ideas en El Cairo y en Jerusalén.

Su encuentro con Jacobis no fue simpático. Jacobis era europeo y católico. La obligación era tolerarle, no más. Pero Ghebra era sincero, objetivo y justo y la conducta de Jacobis a pleno Evangelio le conmovió.

Su ascensión hacia la luz va jalonada de fracasos en sus mejores planes de reforma religiosa. En la sede patriarcal de El Cairo no encuentra más que ignorancia y mala fe, que él mismo palpa por su propia mano. La visita a Roma y la familiaridad con Jacobis alumbran otra ruta en su alma.

Con todo, a su vuelta de Roma y Jerusalén arranca al viejo patriarca un decreto favorable a las dos naturalezas de Cristo y, soñando aún con la unidad doctrinal de todo el país, llega a Gendar, pero el Abuna se apodera del documento y se niega a publicarlo. Fue el golpe definitivo.

Poco después llama a las puertas de la misión católica de Adua, donde Mons. Jacobis le recibe con alegría inmensa. Más tarde será ordenado de sacerdote y meses antes de su martirio pide la entrada en la Congregación de la Misión.

Desde este momento Ghebra Miguel toma parte en todas las obras de la misión. Enseña en el seminario y colabora en la composición de los libros necesarios para los seminaristas y en las obras de apologética destinadas a los cismáticos.

Mientras tanto, el espíritu de Dios soplaba sobre las almas en Abisinia y no había día en que no llamasen a sus puertas nuevos convertidos. Justino de Jacobis se multiplicaba en todas las direcciones, pero al mismo tiempo planeaba con sabiduría. Pensaba en la persistencia de su obra por medio del clero nativo y en su propio rito copto. Por eso el seminario era su obra más querida. Con un método paternal de contacto inmediato con los seminaristas, llegó a ordenar a unos treinta sacerdotes. Casi todos hicieron una labor hermosa en la misión y muchos confesaron a Cristo en el tormento.

Jacobis no tomaba parte permanente en las tareas escolares: pero era el alma del seminario. Más bien se reservaba para la expansión misionera. Viajaba sin cesar en todas las direcciones. Precedido de la fama de su santidad, abríansele todas las puertas. Los jefes de tribu poníanse a su disposición y los monasterios le recibían con alegría y admiración. Entre los monjes charla familiarmente con ellos, plantea con naturalidad el problema religioso y resuelve las dificultades. Y en todas partes incorpora nuevos adeptos a la Iglesia católica. En estos viajes Ghebra Miguel era a su lado la mejor apología del catolicismo. El gran maestro conocía por sí mismo los enredos de las dificultades y en sus manos se sueltan solas. Con frecuencia Jacobis se hace acompañar de un grupo de alumnos al estilo de los doctores del país y hace una figura conmovedora aprovechando los descansos obligados para las lecciones y los actos de piedad.

Un momento llegaron a soñar en una conversión masiva de Etiopía; pero el enemigo no descansaba. Los protestantes sembraban la confusión y no siempre jugaron limpio. El Abuna Salama —único obispo en todo el imperio— no le perdonaba que Jacobis fuese también el Abuna Yakob y no perdía ocasión de perseguirle en su persona, en las casas de la misión o en las personas de los convertidos. Hubo momentos de persecución general. A esto se añadió en algunos momentos la calumnia y la desconfianza de los superiores.

En la persecución del emperador Teodoros es encarcelado con un grupo de cristianos; pero esta vez sólo Ghebra Miguel es seleccionado para el holocausto. Trece meses duró su cautiverio sin que pudieran doblegar su espíritu ni promesas, ni amenazas, ni el terrible ghenz —cepo abisinio— que agarrotó sus piernas durante la mayor parte de este tiempo. Golpeado por orden del tirano en el único ojo sano que tenía, apareció más luminoso que nunca después del tormento, cuando todos pensaban verle ciego. Murió en el campamento del tirano, donde unos soldados semibárbaros ya le veneraban como santo.

Al maestro le sorprendió la muerte cinco años después también en el campo, en el camino de Hallay, en medio de sus discípulos. Tres horas antes comprendió que se moría. Se confesó y luego fue dando el último consejo y la última bendición. A los monjes les recordó cómo había pensado agruparles en comunidad y cómo no había tenido tiempo de realizar la empresa. A los seminaristas les dijo: "Caminad siempre y con diligencia por el camino del bien".

Por fin, recibida la extremaunción, a la sombra de una mimosa, con una piedra por almohada, rindió su alma al Señor.

EMILIO CID, C. M.

jueves, 30 de julio de 2015

Le convirtió la belleza del catolicismo, que volvió acogedor el antro donde vivía tras divorciase


Le convirtió la belleza del catolicismo, que volvió acogedor el antro donde vivía tras divorciarse
Tom pide que los templos atraigan por su hermosura y el trato cálido de las personas.
Le convirtió la belleza del catolicismo, que volvió acogedor el antro donde vivía tras divorciarse
i Benedicto XVI insistió tanto en la belleza como camino para encontrar a Dios, es por casos como el de Tom. Así bautiza Dwight Longenecker, para cubrir su anonimato, a uno de sus feligreses de la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Greenville (Carolina del Sur, Estados Unidos), al ofrecer en su blog el testimonio de su conversión.

Una vida en caída libre
"Convertido por la belleza" se titula el post donde, en forma de carta al padre Longenecker (él mismo converso desde el evangelismo y el anglicanismo), Tom explica que llegó a Greenville su vida "era un desastre": "Mi matrimonio se acababa de romper y acabé en vuestra ciudad. Me había criado en una iglesia pentecostal rural, pero a mi mediana edad eso, sencillamente, ya no funcionaba. Buscaba algo más, un camino para reencontrar a Cristo".

Pero su perspectiva era algo deprimente. Vivía, explica, en una habitación alquilada en los bajos de un edificio de apartamentos, un cuarto de nueve metros cuadrados con un baño, unido a un cuarto de estar que compartía con la familia de los dos pisos de arriba: "Tenía un cartel de Silencio que colgaba en la puerta por la noche para que los otros estuviesen callados. Era mejor que nada, pero vivía solo... y en soledad".

Redecoró su vida... y su cuarto
"Hasta que hizo su entrada la belleza", continúa Tom, "ese tipo de belleza a la que se refiere el padre Robert Barron" -sacerdote norteamericano que difunde el catolicismo mediante vídeos y nuevas tecnologías- "cuando habla de evangelizar a través de la belleza".

Tom trabaja en el sector tecnológico y está "orgulloso" de ello, pero los cubículos donde lo hace "no son algo hermoso" y ofrecían "un mundo sórdido y sin futuro". También su otro hábitat: "Mi habitación era un mundo sórdido y sin futuro". Un mundo que empezó a resultar agradable a raíz de su conversión.

No ofrece detalles íntimos de ese proceso, aunque sí insiste en que "la puerta de entrada no es siempre amistosa: tienes realmente que querer convertirte en catolico para llegar a serlo". 

Sin embargo, en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario sí se encontró a gusto, porque redescubrió la belleza de lo sagrado: "Una o dos veces por semana dejaba la esterilidad del trabajo y de mi cuartucho para ir a misa en un espacio hermoso, con música hermosa y gente encantadora. Me recibieron con agrado, se interesaron por mí, hice amigos. Durante mi preparación al bautismo, me arrastró la belleza del catolicismo tanto como el estudio de su doctrina".

Y eso invadió todos sus espacios: "La belleza llegó a mi vida privada. Con el paso del tiempo mi habitación fue embelleciéndose. Una cruz en la mesa. Luego un rosario que  le pedí que bendijese. Y un misal para leer. Y una vela junto con algunas estampas para rezar. Durante años había luchado con la pobreza interior y el dolor, pero la belleza del catolicismo me arrastró y esas heridas empezaron a curarse. Me sentía vinculado a Dios y a su pueblo en una forma profunda y cargada de sentido".

No en todas partes...
A Tom no le gusta ahondar en su evolución íntima hacia Dios, "una experiencia a la vez dolorosa y bella": "Es difícil para mí luchar con las emociones al evocarla, pero mi vida nunca volvió a ser la misma".

Su fe, sin embargo, era sólida. Porque luego se trasladó a vivir a Granton, y allí su primera experiencia como católico "fue, por desgracia, insatisfactoria": aparte de la escasa empatía de los pocos fieles de su parroquia, allí la belleza de lo sagrado estaba ausente y elementos tan concretos como el agua bendita o los reclinatorios estaban semiocultos o eran impracticables. 

"No había arte, ni color, ni espacio, era como el vestíbulo de un hotel o de un centro comercial. Pensé: ¿cómo se supone que voy a sentirme aquí cerca de Dios?", lamenta: "Ni incienso, ni velas, ni llama ante el sagrario, apenas pude identificar lo que parecía un confesionario, la homilía fue monótona... ¿No se trata acaso de rendir culto al Todopoderoso?". También lamenta la falta de relación entre los fieles, y entre éstos y el sacerdote.

"Sé que el catolicismo es más que todo esto, pero si esto fuese todo... nunca me habría convertido", confiesa: "¿Estoy equivocado al pensar así? Sin nadie acogedor en la puerta, sin música, sin un entorno de contemplación y sacralidad, sin arte, sin belleza... ¿qué me habría retenido aquí?". Y advierte de que quizá muchas personas que podrían convertirse no lo hacen porque no encuentran "ni un ápice de belleza que brille en el único lugar donde debería haberla: si el templo no es un templo, ¿para qué acudir a él?".

Y no sólo se refiere al entorno estético, también a la acogida de unos cristianos a otros en el lugar donde celebran el domingo.

Por fortuna concluye, esa mala experiencia le llegó ya convertido: "Si mi alma hubiese estado entonces en el lugar oscuro donde estaba, en vez del buen lugar donde estoy ahora, ¿cuál habría sido mi experiencia?".

A los 12 años la prostituyeron, y a diario le obligaban a acostarse con 30 hombres durante tres años Karla Jacint

A los 12 años la prostituyeron, y a diario le obligaban a acostarse con 30 hombres durante tres años
Karla Jacinto

A los 12 años la prostituyeron, y a diario le obligaban a acostarse con 30 hombres durante tres años
El testimonio de Karla Jacinto conmovió a los más de 300 asistentes del encuentro mundial de alcaldes contra la trata de personas y el cambio climático, organizado por la Pontificia Academia para las Ciencias Sociales en el Aula Nueva del Sínodo, la semana pasada en Roma.
 
Karla Jacinto, mexicana, contó su historia. Con valentía reconoció haber sido esclava sexual desde los 12 a los 16 años. Hace siete llegó a la Fundación Camino a Casa con el odio y el miedo en los ojos. Hoy tiene dos hijas, y está dispuesta a dar su vida para que no pasen lo que ella debió atravesar.  

“Las personas veían mi cara de niña, pero no veían la cara de sus hijos. Nadie, ni las mujeres ni los hombres, vieron mis lágrimas. Tenía sólo 12 años cuando un hombre me enamoró y me prostituyó, después de tres meses de decirme que me amaba y que quería formar una familia conmigo. Yo venía de una familia muy disfuncional, donde mi madre me pegaba, donde mis hermanos abusaban de mi. Me prostituía con más de 30 hombres diarios”,contó. 

"Creía que sólo era un objeto"
Y agregó: “Antes yo era víctima de trata de personas, pensaba que no valía nada y creía que sólo era un objeto, que se usaba y que se desechaba. Todas las niñas y los niños que están ahí sólo sirven para una cosa, son un objeto sexual, que los hombres usan por un ratito, 15 minutos y los dejan ahí”.

Señaló que muchas veces quiso escapar, pero le amenazaban con asesinar a sus familiares. Por eso aceptó el infierno, incluso cuando estaba embarazada. Aunque “trabajó” hasta los ocho meses de gestación, nadie se dio cuenta de su pancita. Al mes del nacimiento, le quitaron a su hija y durante un año no supo nada de ella. 

“Antes era otra persona, antes tenía odio, esos ojos de los cuales sale enojo contra la gente, algunos me querían ayudar y yo no sabía si eran buenos o no. No es bonito contarte cuando me prostituía, pero si es bonito contarte cuando te contamos que la vida sigue. Tenemos muchos sueños que cumplir y hoy somos libres”, estableció. 

Fue un “cliente” de nombre José Víctor quien se apiadó de ella y la liberó de las cadenas de la esclavitud. Para entonces unas 42 mil 300 personas habían usado su cuerpo. Hoy agradece por su nueva vida. Como lo hizo al final de su presentación, cuando elevó una oración: “Gracias a Dios porque nos ha dado la oportunidad de ser mejores personas”.

Santo Evangelio 30 de julio de 2015



Día litúrgico: Jueves XVII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 13,47-53): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.
«Recogen en cestos los buenos y tiran los malos»

Rev. D. Ferran JARABO i Carbonell 
(Agullana, Girona, España)

Hoy, el Evangelio constituye una llamada vital a la conversión. Jesús no nos ahorra la dureza de la realidad: «Saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego» (Mt 13,49-50). ¡La advertencia es clara! No podemos quedarnos dormidos.

Ahora debemos optar libremente: o buscamos a Dios y el bien con todas nuestras fuerzas, o colocamos nuestra vida en el precipicio de la muerte. O estamos con Cristo o estamos contra Él. Convertirse significa, en este caso, optar totalmente por pertenecer a los justos y llevar una vida digna de hijos. Sin embargo, tenemos en nuestro interior la experiencia del pecado: vemos el bien que deberíamos hacer y en cambio obramos el mal; ¿cómo intentamos dar una verdadera unidad a nuestras vidas? Nosotros solos no podemos hacer mucho. Sólo si nos ponemos en manos de Dios podremos lograr hacer el bien y pertenecer a los justos.

«Por el hecho de no estar seguros del tiempo en que vendrá nuestro Juez, debemos vivir cada jornada como si nos tuviera que juzgar al día siguiente» (San Jerónimo). Esta frase es una invitación a vivir con intensidad y responsabilidad nuestro ser cristiano. No se trata de tener miedo, sino de vivir en la esperanza este tiempo que es de gracia, alabanza y gloria.

Cristo nos enseña el camino de nuestra propia glorificación. Cristo es el camino del hombre, por tanto, nuestra salvación, nuestra felicidad y todo lo que podamos imaginar pasa por Él. Y si todo lo tenemos en Cristo, no podemos dejar de amar a la Iglesia que nos lo muestra y es su cuerpo místico. Contra las visiones puramente humanas de esta realidad es necesario que recuperemos la visión divino-espiritual: ¡nada mejor que Cristo y que el cumplimiento de su voluntad!

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SANTOS ABDÓN Y SENÉN 30 de julio

 SANTOS ABDÓN Y SENÉN
30 de julio

(s. III)

 

De los Santos Abdón y Senén se recitaba esta "lección" en el oficio de maitines del Breviario antes de la simplificación de rúbricas llevada a cabo el año 1956 por la Sagrada Congregación de Ritos, en que su antiguo oficio de rito simple quedó reducido a "memoria" o conmemoración:

Bajo el imperio de Decio, Abdón y Senén, de nacionalidad persa, fueron acusados de enterrar en sus propiedades los cuerpos de los cristianos que eran dejados insepultos. Habiendo sido detenidos por orden del emperador, intentóse obligarles a sacrificar a los dioses; mas ellos se negaron a hacerlo, proclamando con toda energía la divinidad de Jesucristo, por lo cual, después de haber sido sometidos a un riguroso encarcelamiento, al volver Decio a Roma obligóles a entrar en ella cargados de cadenas, caminando delante de su carroza triunfal. Conducidos a través de las calles de la ciudad a la presencia de las estatuas de los ídolos, escupieron sobre ellas en señal de execración, lo que les valió ser expuestos a los osos y a los leones, los cuales no se atrevieron a tocarles. Por último, después de haberlos degollado, arrastraron sus cuerpos, atados por los pies, delante del simulacro del Sol, pero fueron retirados secretamente de aquel lugar, para darles sepultura en la casa del diácono Quirino."

La "lección" transcrita recoge la leyenda que nos ha transmitido la "pasión de San Policronio" , pieza que parece remontarse a finales del siglo V o principios del VI. Esta pasión representa a nuestros Santos como subreguli o jefes militares de Persia, donde habrían sido hechos prisioneros por Decio, circunstancia evidentemente falsa, puesto que Decio no hizo guerra alguna contra aquella nación. Añade el documento que padecieron martirio en Roma bajo Decio, siendo prefecto Valeriano, detalle igualmente inexacto, puesto que Valeriano no fue prefecto durante el reinado de Decio. Sin embargo, la mención de estos dos emperadores nos permite fijar la fecha del martirio de Abdón y Senén ya bajo Decio, en 250, ya bajo Valeriano. en 258.

Lo que sí podemos retener como seguro es el origen oriental de ambos Santos, suficientemente atestiguado por sus nombres. Muy bien puede creerse que fueran de origen ilustre, príncipes o sátrapas, ya refugiados en Roma a consecuencia de alguna revolución en su país o por haber caído en desgracia de sus soberanos, ya traídos de Persia como prisioneros o como rehenes, no por Decio, que no estuvo allí, sino por su inmediato predecesor, el emperador Felipe el Arabe. Si vivieron en la corte de Decio pudieron haber muerto víctimas no solamente de su fe cristiana, sino también del odio que los escritores cristianos atribuyen a Decio contra todo lo que guardaba relación con su predecesor.

Alguien ha propuesto otra hipótesis. Teniendo en cuenta que el cementerio de Ponciano, donde fueron sepultados estos mártires, se halla enclavado en un barrio pobre, próximo a los almacenes del puerto de Roma, cabría preguntarse si Abdón y Senén no fueron simplemente dos obreros orientales. Se habla en la pasión de un cierto Galba, cuyo nombre podría haber sido sugerido por la proximidad de los horrea Galbae, los docks para el vino, el aceite y otras mercancías de importación.

Sea lo que fuere de tales conjeturas, hay un dato cierto e indudable en la vida de nuestros Santos, y es la constancia de su martirio, atestiguada por su sepultura en el referido cementerio o catacumba de Ponciano y la nota que trae el cronógrafo de Filócalo, del año 354, que dice así en su lista de enterramiento de mártires: "El 3 de las calendas de agosto (es decir, el 30 de julio), Abdón y Senén en el cementerio de Ponciano, que se encuentra junto al "Oso encapuchado". Igual referencia y para igual fecha aporta el calendario jeronimiano, repitiéndola los diversos itinerarios compuestos para uso de los peregrinos del siglo VII, e incluyéndola los martirológios de redacción posterior, como el de Beda, Adón y Usuardo.

El cementerio de Ponciano se encuentra en la vía de Porto, y una de sus criptas, la situada junto a la escalera, poseyó la tumba de estos mártires. Fue decorada posteriormente, en la época bizantina, hacia el siglo VI según Marucchi y monseñor Wilper. Esta cripta fue siempre objeto de particular veneración. En un hueco cavado en la roca se edificó un baptisterio, decorándolo con una cruz gemada que parece salir de las aguas, mientras de los brazos de la cruz penden las letras alfa y omega. Debajo del nicho se encuentra una pintura con el bautismo del Señor.

La tumba de Abdón y Senén ocupaba la pared de la derecha y hallábase coronada con un fresco representando a Cristo que sale entre nubes y pone dos coronas sobre las frentes de los mártires, estando escrito debajo de uno SCS ABDO, y del otro SCS SENNE. Su indumentaria es asiática, y ambos están tocados con un capuchón enroscado, en forma de gorro frigio. El resto de sus vestidos se compone de un manto que prolonga el capuchón, dejando ver una túnica de piel, que va recogida por delante, quedando las piernas al aire.

Tales detalles en el vestido denotan que, al tiempo en que fue decorada la cripta, la tradición oriental de Abdón y Senén no ofrecía duda alguna, pero no concuerdan del todo con el origen ilustre que la pasión les atribuye, pues la túnica recogida, dejando ver las piernas, parece indumentaria de gente humilde. Sin embargo, ha aparecido una lámpara de terracotta, que se data como del siglo V, la cual representa a San Abdón portando el manto persa de pieles, aunque adornado con esferillas y piedras preciosas, lo que está acorde con la pasión al decir que los mártires se presentaron ante Decio con su espléndida vestimenta oriental, como sátrapas o príncipes. Esta lámpara pudo inspirarse en alguna pintura del mismo cementerio de Ponciano, hoy desaparecida.

Los cuerpos de San Abdón y San Senén no estuvieron mucho tiempo en el sarcófago de ladrillo que aún se conserva en la cripta. Después de la paz de la Iglesia se les transportó a la rica basílica que fue levantada encima de la catacumba. El itinerario de Salzburgo lo indica claramente cuando invita al peregrino a que, después de visitar el subterráneo o espelunca, suba arriba y entre en la gran iglesia, "donde descansan los santos mártires Abdón y Senén".

Esta basílica fue restaurada a fines del siglo VIII por el papa Adriano I, pero de ella hoy no queda rastro. Años después, en 826, el papa Gregorio IV transfirió los cuerpos de los dos mártires a la iglesia de San Marcos, dentro del actual palacio de Venecia.

En Roma llegaron a tener dedicada otra iglesuela cerca del Coliseo, la cual se construiría en relación con la noticia de la pasión de que sus cadáveres fueron arrojados ante el "simulacro del Sol", que era la grandiosa estatua de Nerón que daba nombre de Coliseo al anfiteatro Flavio. Esta iglesia está registrada en un catálogo mandado confeccionar por San Pío V y debe señalar el sitio en que fueron ajusticiados ambos Santos.

Parte de las reliquias de San Abdón y San Senén fueron transportadas al monasterio de Nuestra Señora de Arlés-sur-Tech, en el actual departamento francés de los Pirineos Orientales. Están guardadas en dos bustos relicarios, ricos y artísticos. Por esta región se conservan poblaciones como Dondesennec, que evocan el nombre del primero de los mártires.

Aquí terminaríamos esta semblanza si no creyéramos defraudar al lector.

No debe tomarse a menoscabo para los gloriosos mártires el tener que movernos entre conjeturas; es una prueba de la antigüedad de su martirio, si bien la carencia de documentación abundante nos impida noticias ciertas, que el relato fantástico de la pasión procuró suplir tres siglos después. Lo principal, que es su martirio, está atestiguado por el calendario filocaliano y por el culto constante junto a su tumba y después en su basílica. También está comprobado su origen oriental, como lo demuestran sus nombres, la propia leyenda y la iconografía.

Fueron mártires de una de las más tristes y gloriosas persecuciones, la de Decio.

Este emperador reinó tres años, del 249 al 251. Era hombre de grandes cualidades; pero, cegado por el esplendor del trono, quiso volverlo a su antigua grandeza, pretendió que la religión del Estado alcanzara la significación que tuvo en los tiempos de gloria del Imperio.

Como el cristianismo había echado hondas raíces en la sociedad romana, se propuso exterminarlo, pues Decio lo consideraba como el principal estorbo a sus proyectos. Anteriormente las persecuciones habían sido esporádicas, en virtud de una legislación ambigua, que por un lado prohibía buscar a los cristianos, y por otro los juzgaba y condenaba cuando se presentaban denuncias contra ellos en los tribunales.

El edicto que ahora se publicó era general y sentaría las bases jurídicas de la persecución, nuevas en relación con la antigua jurisprudencia. Los procónsules o gobernadores de provincias habían de exigir de todos los súbditos del Imperio una prueba explícita del reconocimiento de la religión del Estado, ya ofreciendo alguna libación o sacrificio, ya quemando unos granos de incienso ante el altar de los dioses. Los que cumplieran este requisito recibirían un certificado o libellum, y su nombre sería incluido en las listas oficiales.

La persecución se extendió a todo el Imperio, desde España a Egipto, desde Italia a Africa. Los efectos fueron terribles, porque hubo muchos mártires, pero los magistrados preferían hacer apóstatas, recurriendo para ello a todas las estratagemas.

Entre los que resistieron heroicamente la prueba, tenemos a nuestros Santos Abdón y Senén. Ya fuesen de origen noble, ya de condición plebeya, demostraron gran entereza de alma.

¿Serían apresados porque, como afirma la pasión, enterraban en sus propiedades los cuerpos de los mártires?

No es inverosímil. En momentos de terror hasta los mismos familiares abandonan a sus parientes para no comprometerse. Por esta o por otra causa, o porque hubieran sido convocados simplemente a sacrificar, como otros muchos ciudadanos, lo cierto es que no retrocedieron ante el peligro y confesaron con valentía su fe. Tenemos también constancia de otros muchos mártires, sobre todo obispos y personas de relieve, que sufrieron la muerte en esta persecución, como el papa San Fabián, el obispo de Alejandría, San Dionisio; el de Cartago, San Cipriano; la virgen Santa Agueda, de Sicilia, San Félix, de Zaragoza. Los perseguidores buscaban las cabezas para desorganizar mejor la Iglesia.

Hubo también innumerables "confesores" que soportaron cárceles, cadenas y torturas por Cristo, aunque obtuvieran posteriormente la libertad, pudiendo mostrar las señales de sus padecimientos en sus heridas y cicatrices. Eran como mártires vivientes, que habían conservado la vida para ejemplo y estímulo de los demás. Uno de los más célebres confesores de este período fue el ilustre escritor alejandrino Orígenes.

En fin, de esta época y de este ambiente son San Abdón y San Senén. Si podemos tomar por novelescos muchos detalles de la pasión, siempre será cierto el hecho fundamental: que derramaron generosamente su sangre por Cristo en la confesión de su fe, y así los ha venerado por mártires, a través de una larga tradición de siglos, la Iglesia católica.

CASIMIRO SÁNCHEZ ALISEDA

 

 

miércoles, 29 de julio de 2015

Santo Evangelio 29 de julio de 2015

Día litúrgico: 29 de Julio: Santa Marta

Texto del Evangelio (Lc 10,38-42): En aquel tiempo, Jesús entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude». Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada».

«Te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola»


Rev. D. Antoni CAROL i Hostench 
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, también nosotros —atareados como vamos a veces por muchas cosas— hemos de escuchar cómo el Señor nos recuerda que «hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola» (Lc 10,42): el amor, la santidad. Es el punto de mira, el horizonte que no hemos de perder nunca de vista en medio de nuestras ocupaciones cotidianas.

Porque “ocupados” lo estaremos si obedecemos a la indicación del Creador: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla» (Gn 1,28). ¡La tierra!, ¡el mundo!: he aquí nuestro lugar de encuentro con el Señor. «No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno» (Jn 17,15). Sí, el mundo es “altar” para nosotros y para nuestra entrega a Dios y a los otros.

Somos del mundo, pero no hemos de ser mundanos. Bien al contrario, estamos llamados a ser —en bella expresión de Juan Pablo II— “sacerdotes de la creación”, “sacerdotes” de nuestro mundo, de un mundo que amamos apasionadamente.

He aquí la cuestión: el mundo y la santidad; el tráfico diario y la única cosa necesaria. No son dos realidades opuestas: hemos de procurar la confluencia de ambas. Y esta confluencia se ha de producir —en primer lugar y sobre todo— en nuestro corazón, que es donde se pueden unir cielo y tierra. Porque en el corazón humano es donde puede nacer el diálogo entre el Creador y la criatura.

Es necesaria, por tanto, la oración. «El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del “hacer por hacer”. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando “ser” antes que “hacer”. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: ‘Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria’ (Lc 10,41-42)» (Juan Pablo II). 

No hay oposición entre el ser y el hacer, pero sí que hay un orden de prioridad, de precedencia: «María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10,42).

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Santa Marta, 29 de julio



SANTA MARTA
29 de julio


En la pendiente oriental del monte Olivete, y a una distancia aproximadamente de un kilómetro de su cúspide, yace una aldea típicamente árabe llamada El-Azariyeh, que acaso tenga relación con el Lazarion, nombre que se daba a la población cristiana bizantina construida a unos 200 ó 300 metros del emplazamiento del villorrio de Betania de que habla el Evangelio. Dice San Juan que el poblado "estaba cerca de Jerusalén, como unos quince estadios" (11, 18), o sea, a unos tres kilómetros (exactamente: 2.775 m.), en el supuesto de seguir el camino recto que conduce a Betania a través de Getsemaní, la cima del monte Olivete y Betfagé. Más largo es el trayecto por la carretera de Jerusalén a Jericó y Transjordania, que roza el poblado de Betania.

 Por su proximidad muchos judíos de Jerusalén iban frecuentemente a Betania, y el mismo Jesucristo se retiraba allí al atardecer, una vez terminado su magisterio diurno en el Templo, buscando en el hogar de una familia amiga el calor que un corazón humano comprensivo podía proporcionar al peregrino divino que no disponía de una piedra donde reclinar su cabeza. Componían la familia los tres hermanos: Marta, María y Lázaro. No parece que vivieran sus padres, ni que alguno de los mencionados hermanos estuviera ligado en matrimonio o lo hubiera contraído en un tiempo. Era Marta la mayor de la hermandad y hacía ella las veces de ama de casa. Esto último significa su nombre en lengua hebraica, martah, que no aparece en el Antiguo Testamento, pero se halla en la literatura talmúdica bajo la forma femenina con el significado de "ama”; "dueña". En uno de los muchos sepulcros judío-cristianos del siglo I descubiertos en el paraje llamado Dominus Flevit, en la vertiente occidental del Olivete, han aparecido juntos los nombres de "Marta y María" (martah wemariah).

 Una santa amistad unía la familia con el divino Redentor. Marta, como ama de casa, era la encargada de recibir y atender a los huéspedes. El santo Evangelio señala algunos de sus encuentros con Jesús. La primera vez que Marta salta al terreno de la historia fue con ocasión de hospedar a Jesús en su viaje a Jerusalén siguiendo el camino de Jericó. Al llegar a Betania decidió detenerse en casa de sus amigos. La noticia de la llegada del Maestro puso en revuelo a la piadosa familia, que le acogía con sincero y devoto afecto. Como ama de casa salió Marta a su encuentro e introdujo a Jesús en ella.

 Como de costumbre, al poco de entrar empezó Jesús a hablar, quedando todos los presentes, incluso los apóstoles que le acompañaban, pendientes de sus labios. Marta pudo gozar unos momentos de beatífico reposo escuchando al Maestro, pero su condición de "ama de casa" la forzaba a tener que abandonar la compañía del Maestro divino para dedicarse a los trabajos conducentes a asegurarle un hospedaje digno. Trataba Marta de armonizar su actividad con sus ansias de escuchar al Maestro, pero, dado el volumen de trabajo, comprendió que se le escapaba la oportunidad de poder oír las palabras de Jesús. Con envidia contemplaba a su hermana María, abstraída totalmente de toda preocupación material, atenta a las palabras de Cristo. En su ir y venir echó Marta sus cálculos de que, si María le ayudara en sus quehaceres, más pronto quedaría libre para escuchar tranquilamente a Jesús. Dada la íntima confianza con que la familia trataba a Jesús, se atrevió Marta a proponerle lo que había premeditado en su interior, diciéndole: "Señor, ¿no te da enfado que mi hermana me deje a mi sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude" (Lc. 10, 40). No eran sus palabras un reproche para su hermana, sino una angustiosa llamada al bondadoso Jesús para que sugiriera a María la idea de que, con el trabajo aunado de las dos, tendría Marta más tiempo libre para dedicarlo también a la contemplación.

 Comprendió Jesús que las palabras de Marta estaban dictadas por el ardiente anhelo que tenía de escucharle, Por eso le contestó con otras que tenían más de lección para los presentes y para las generaciones venideras que de reprensión para la hacendosa hermana: "Marta, Marta, tú te acongojas y conturbas por muchas cosas, cuando de pocas hay necesidad; en rigor, de una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada". En efecto, dado el inestimable privilegio dispensado a la familia de tener a Jesús como huésped, lo principal era escucharle, pasando a segundo término las preocupaciones por el alimento material.

 Cuando Jesús se dignó entrar en casa de Marta no pretendía que se le dispensara a Él y a sus discípulos una recepción fastuosa o que se les preparase un exquisito banquete. El divino Maestro tenía un manjar que los hombres no conocían (lo. 4,32), y quería que todos pospusieran el alimento material a la comida espiritual. Cristo había dicho: "No, os preocupéis diciendo: ¿Qué comeremos, qué beberemos, o qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo esto... Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura" (Mt. 6, 31-33). Jesús entró en casa de sus amigos de Betania con el fin de saciar el hambre espiritual que sentían sus moradores, por lo cual no convenía que desviaran su atención a otras cosas secundarias, aunque tuvieran como finalidad exclusiva el servicio de Cristo y su móvil fuera el amor hacia Él.

 Puestos a enjuiciar la actitud de las dos hermanas conforme a la jerarquía de los valores espirituales, cabe decir que la ocupación de María es en sí más perfecta que la de Marta. De suyo es más noble vagar en la contemplación de las cosas divinas que andar entre ollas y pucheros. ¿De lo dicho se deduce que debemos ser todos unos contemplativos, abismándonos en el estudio de las cosas de Dios, olvidados del mundo que nos rodea? No; Jesús, dice San Agustín, no reprende a Marta; sólo señala diferencia de ministerios. Hay vocaciones a un estado superior de contemplación. Que no digan los activos que los que contemplan no trabajan: trabajan mejor que ellos si contemplan mejor. De aquí la importancia suma que a la vida contemplativa dio siempre la Iglesia. Pero, cuando debe prevalecer la acción, entonces la misma Iglesia es la que orienta la actividad de sus hijos en este sentido. Este criterio ha hecho que surgieran en el campo de la Iglesia, en días de lucha con el enemigo, esta pléyade de hombres, de instituciones, que tienen por lema unir la acción a la contemplación (GOMÁ).

 Otro encuentro más sensacional tuvo Marta con Cristo en su misma casa de Betania. Se hallaba Jesús al otro lado del Jordán cuando una cruel enfermedad se apoderó de Lázaro. Desde el primer momento sus dos hermanas, Marta y María, pensaron que el mejor médico era su amigo Jesús, dueño de las enfermedades y de la muerte. De ahí que le mandaran un recado con las palabras: "Señor, el que amas está enfermo". Bien conocía Cristo la gravedad del mal que aquejaba a Lázaro y su desenlace, pero tardó en ir para dar lugar a un ruidoso milagro. Cuando fue "se encontró con que Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro". Al enterarse Marta de que Jesús llegaba, le salió al encuentro, en tanto que María se quedó sentada en casa. Transida de dolor y abrigando al mismo tiempo gran confianza en su corazón, se atrevió Marta a decirle: "Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano; pero sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo otorgará". Díjole Jesús: "Resucitará tu hermano". Marta le contestó: "Sé que resucitará en la resurrección en el último día". Viendo Jesús el dolor que embargaba a Marta, quiso disipar cualquier sombra de duda que pudiera atormentar el corazón de aquella laboriosa ama de casa diciéndole: "Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?". Respondió Marta: "Sí, Señor; yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que ha venido a este mundo" (lo. 11, 20-27).

 Apenas oyó Marta las palabras esperanzadoras de Jesús, le dejó y corrió a casa para anunciar en secreto a su hermana María que el Maestro estaba allí y la llamaba. De repente se levantó María y corrió también al encuentro de Jesús. "Así que María llegó donde Jesús estaba, viéndole, se echó a sus pies, diciendo: "Señor, si hubieras estado aquí no hubiera muerto m¡ hermano". Las lágrimas de las dos hermanas y sus gritos de dolor contagiaron a la muchedumbre allí presente, que lloraba con ellas la desaparición del hermano querido.

 El mismo Jesús, ante aquel espectáculo, "se conmovió hondamente, se turbó y dijo: "¿Dónde le habéis puesto?". Mientras se dirigían todos presurosos al sepulcro de Lázaro, las lágrimas asomaron en los ojos de Jesús, resbalando silenciosamente sobre sus divinas mejillas, lo que hizo exclamar a muchos de los judíos presentes: "¡Cómo le amaba!". Rodeado de las hermanas y demás comitiva Jesús llegó al monumento, que era una cueva tapada con una piedra. Dijo Jesús: "Quitad la piedra", a lo que contestó Marta, acaso para evitar que un cuadro espeluznante se ofreciera a su vista: "Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días". Jesús atajó toda duda diciendo: "¿No te he dicho que, si creyeres, verás la gloria de Dios?". Pocos momentos después, Lázaro salía del sepulcro, "ligados con faja pies y manos y el rostro envuelto en un sudario" (lo. 11,32-44). Jesús había premiado con un extraordinario milagro la fe de una familia amiga que le amaba entrañablemente.

 En este episodio evangélico aparece Jesús como el sincero amigo, el huésped agradecido, el compasivo consolador, el sencillo bienhechor, el delicado compañero. ¡Oh, dichosos una y mil veces los que, como Lázaro, Marta y María, le tienen y tratan como amigo! Dichosos los que oyen y entienden las palabras: "Todo el que vive y cree en mí no morirá jamás, Aun cuando muera, vivirá" (VILARIÑO). A Marta debemos el que Cristo pronunciara estas palabras tan consoladoras para nosotros, mortales que caminamos hacia la eternidad con la esperanza de vivir para siempre en compañía del que es la resurrección y la vida".

 Todavía el Evangelio nos ha conservado otro recuerdo de la solícita hermana de Lázaro. "Seis días antes de la Pascua vino Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dispusieron allí una cena; y Marta servía, y Lázaro era de los que estaban en la mesa con Él" (lo. 12, 1-2). Como siempre, también el Evangelio nos presenta en este pasaje a Marta sirviendo a Jesús, ejerciendo amorosamente con Él los deberes que le imponía su condición de "ama de casa". También en este pasaje evangélico María demuestra su amor por Cristo con el modo que le es peculiar. Mientras Marta servía la cena su hermana "ungió los pies de Jesús y los enjugó con sus cabellos" (lo. 12, 3). De nuevo las dos hermanas son el prototipo de las dos vidas, activa y contemplativa.

 A partir de este hecho desaparece Marta del marco de la historia para entrar en el campo de la leyenda. Ningún documento antiguo nos informa sobre su comportamiento durante los días de la pasión de Cristo y del tiempo que siguió a su resurrección hasta la ascensión a los cielos; pero todo induce a creer que la hacendosa "ama de casa" a quien amaba Cristo, sintiera vivísimamente su pasión y muerte, aunque lo manifestara de manera menos espectacular que su hermana María. Cabe también suponer que vio al divino Maestro resucitado. Llena de méritos y madura para el cielo, murió a una edad que desconocemos, yendo a ocupar un sitio de honor en las mansiones de la casa del Padre celestial. en premio de su total devoción y entrega al servicio de Cristo. Muy probablemente murió y fue sepultada en Betania, donde se enseñaba su sepulcro en el siglo IV. Una leyenda, con muy poco fundamento histórico, asegura que en el año 1187 se descubrió su sepulcro en Tarascón (Francia), dando pie con ello a otra leyenda del traslado de toda la familia a Francia y de su afincamiento en Tarascón, con la consiguiente actividad apostólica corroborada con portentosos milagros.

 A causa de su familiaridad con Cristo, y por decir el Evangelio que "Jesús amaba a Marta" (lo. 11, 5), su culto penetró muy pronto en la liturgia, variando extraordinariamente el día de su conmemoración. En Roma se le dedicó una iglesia por sugerencia de San Ignacio de Loyola.

 En 1528 los familiares pontificios formaron una hermandad, y, con el permiso del papa Paulo III, edificaron una iglesia en honor de Santa Marta, junto al Vaticano. En el curso de los años fueron muchos los institutos religiosos femeninos que escogieron a Marta como protectora. Es considerada la Santa como patrona del ramo de hostelería por razón de haberse mostrado ella diligentísima en el servicio del huésped divino, Jesucristo. Siempre ha gozado Marta de muchas simpatías a causa de ser ella diligente, cariñosa y condescendiente hasta tolerar el exceso de fatiga que le ocasionaba el carácter diferente de su hermana María. En el desenvolvimiento de sus quehaceres ella mira siempre las cosas por el lado práctico. El Salvador la amaba extraordinariamente porque, si María se muestra insaciable en recibir de Él el alimento espiritual, Marta, en cambio, se comporta como una tierna madre, tanto para Él como para los discípulos. los cuales eran considerados en Betania como personas de casa. Tienen los hosteleros en Marta un modelo que imitar. A todos nos enseña la Santa que debemos tratar a nuestros hermanos con la misma solicitud con que ella atendía a Cristo y a sus apóstoles.

 LUIS ARNALDICH, O. F. M.



Olaf de Noruega mártir 29 de julio


 Olaf de Noruega
mártir
29 de julio


Autor: P. Felipe Santos


Etimológicamente significa “legado de los antepasados”. Viene de la lengua alemana.

Tanto para la persona más carente de conocimientos, como para la persona más erudita, la fe sigue siendo una muy humilde confianza en Cristo, en el Espíritu Santo. ES en primer lugar en el corazón, esto es, en las profundidades de uno mismo, donde se recibe la llamada del Evangelio.

Olaf nació en el 995 y murió en 1030.
Era hijo del rey noruego Herald Greske. Cuando era todavía muy joven le permitió que fuera a unirse a los Vikingos.

En una de esas incursiones que hacen las tropas, se encontró con Ricardo de Normandía y Ethelred II que luchaban contra los daneses.

Más adelante,, en 1016, se autonombró gobernador de Noruega.

Olaf había sido bautizado recientemente y lo educaron en una profunda fe cristiana.

Olf Tryggesson, antes que él, empleó gran fuerza y maestría para destruir el paganismo e imponer el cristianismo dentro de las fronteras de su país.

Esta medida logró mucha expansión en toda la nación y, sin embargo, estaban descontentos de sus órdenes.

Esto favoreció la astucia y la política del rey Canuto. Perdió su reino y no pudo conquistarlo otra vez.

La batalla de Stikkestad fue para él el m omento final, ya que encontró la muerte en un Fiordo.

Igual que le ocurrió a san Erico en Suecia, Olaf Haraldson se convirtió en el defensor del cristianismo y murió mártir en una batalla.

Olaf es el símbolo dela independencia de Noruega. Sus reliquias están en una urna de cristal en la catedral. Es centro de peregrinaciones.

¡Felicidades a quien lleve este nombre!

martes, 28 de julio de 2015

Santo Evangelio 28 de julio de 2015



Día litúrgico: Martes XVII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 13,36-43): En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles. 

»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».


«Explícanos la parábola de la cizaña del campo»

Rev. D. Iñaki BALLBÉ i Turu 
(Rubí, Barcelona, España)
Hoy, mediante la parábola de la cizaña y el trigo, la Iglesia nos invita a meditar acerca de la convivencia del bien y del mal. El bien y el mal dentro de nuestro corazón; el bien y el mal que vemos en los otros, el que vemos que hay en el mundo.

«Explícanos la parábola» (Mt 13,36), le piden a Jesús sus discípulos. Y nosotros, hoy, podemos hacer el propósito de tener más cuidado de nuestra oración personal, nuestro trato cotidiano con Dios. —Señor, le podemos decir, explícame por qué no avanzo suficientemente en mi vida interior. Explícame cómo puedo serte más fiel, cómo puedo buscarte en mi trabajo, o a través de esta circunstancia que no entiendo, o no quiero. Cómo puedo ser un apóstol cualificado. La oración es esto, pedirle “explicaciones” a Dios. ¿Cómo es mi oración? ¿Es sincera?, ¿es constante?, ¿es confiada?

Jesucristo nos invita a tener los ojos fijos en el Cielo, nuestra casa para siempre. Frecuentemente vivimos enloquecidos por la prisa, y casi nunca nos detenemos a pensar que un día —lejano o no, no lo sabemos— deberemos dar cuenta a Dios de nuestra vida, de cómo hemos hecho fructificar las cualidades que nos ha dado. Y nos dice el Señor que al final de los tiempos habrá una tría. El Cielo nos lo hemos de ganar en la tierra, en el día a día, sin esperar situaciones que quizá nunca llegarán. Hemos de vivir heroicamente lo que es ordinario, lo que aparentemente no tiene ninguna trascendencia. ¡Vivir pensando en la eternidad y ayudar a los otros a pensar en ello!: paradójicamente, «se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de Toledo).

Recogeremos lo que hayamos sembrado. Hay que luchar por dar hoy el 100%. Y que cuando Dios nos llame a su presencia le podamos presentar las manos llenas: de actos de fe, de esperanza, de amor. Que se concretan en cosas muy pequeñas y en pequeños vencimientos que, vividos diariamente, nos hacen más cristianos, más santos, más humanos.

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Santos Nazario y Celso Mártires 28 de julio

Santos Nazario y Celso
Mártires

 28 de julio

Autor: itunet


Nazario nació en Roma. Su padre era un acaudalado caballero pagano, oriundo del norte de África. Su madre, fervorosa cristiana había nacido en Roma; la Iglesia la venera con el nombre de santa Perpetua. Se cree que fue bautizado por el papa san Lino, sucesor de san Pedro en la sede romana, Inflamada su alma de amor divino, resolvió salir de Roma para dedicarse a la salvación de las almas menos favorecidas, 

Predicó en nombre de Jesucristo. "Los pobres son su prójimo" , decían los del lugar. A lo que él replicaba; "Son más que mi prójimo; son mis hermanos, mis hijos en espíritu" . Y en provecho de ellos vendió sus vastas heredades, vistió el sayal de peregrino y comenzó su misión evangelizadora con los menesterosos, los enfermos y los huérfanos. 

Recorrió Florencia y se dirigió a la ciudad de Milán. El gobernador Anolino interrogó a los guardias: "¿,Quién es ese hombre que habla sobre la fe de un nazareno llamado Jesús y todos lo siguen?" Dio orden de que lo encarcelaran y al día siguiente se presentó en su celda. Su presencia llevaba un fin: persuadirlo a que adorase a los dioses de Roma. 

Como Nazario se negase, fue flagelado y expulsado de Milán. Llevó entonces a la Galia su prédica evangelizadora. Un domingo, orando en la población de Melia, una mujer, llamada Marionilla, llegó con un niño, su hijo. "Aquí está Celso le dijo , para que lo bautices y lo instruyas en tu fe, la que recompensa con la vida eterna". 

La gracia del Señor resplandeció sobre Celso. Nazario y Celso maestro y discípulo, sembraron, con sus eficaces pláticas y la ejemplaridad de sus vidas, aquella semilla de la cual habla el evangelio; y esta semilla "cayó toda en tierra fértil". 

En la ciudad de Tréveris ambos realizaron milagros. En compañía de los recién convertidos entonaban cánticos sagrados y en las procesiones pregonaban la paz entre los hermanos y entre los pueblos. 

Arrestados los dos y llevados a la cárcel, se los condenó a muerte. La tradición refiere que fueron milagrosamente salvados y volvieron a Italia. En Milán, el gobernador Anolino por segunda vez los hizo encarcelar. Como Nazario era ciudadano romano y pertenecía a la nobleza, el gobernador consultó la sentencia con Nerón. 

Conducidos a la plaza mayor de Milán, fueron decapitados, el 28 de julio del año 68. Los cristianos recogieron sus cadáveres y los sepultaron en un huerto de extramuros. 

Más de trescientos años después, en 395, fue revelado a san Ambrosio como él mismo ha escrito el lugar donde estaban los sagrados despojos. Refieren las crónicas que éstos estaban como si ese mismo día hubiesen sido sepultados. San Ambrosio los hizo trasladar a la iglesia de los Apóstoles, que acababa de hacer construir. 

Los habitantes de Milán reverencian a estos dos santos como a sus dos patronos. Otros Santos cuya fiesta se celebra hoy: Santos: Acacio, Eustasio, Furadrán, Lúcido, Peregrino, Raimundo, confesores; Botvido, David y compañeros, mártires; Víctor I, Inocencio I, papas; Catalina Thomás, religiosa; Pedro Poveda, fundador de la Institución Teresiana, beato.

lunes, 27 de julio de 2015

Santo Evangelio 27 de julio de 2015



Día litúrgico: Lunes XVII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Mt 13,31-35): En aquel tiempo, Jesús propuso todavía otra parábola a la gente: «El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas».

Les dijo otra parábola: «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo». Todo esto dijo Jesús en parábolas a la gente, y nada les hablaba sin parábolas, para que se cumpliese el oráculo del profeta: ‘Abriré en parábolas mi boca, publicaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo’.


«Nada les hablaba sin parábolas»

Rev. D. Josep Mª MANRESA Lamarca 
(Les Fonts del Vallès, Barcelona, España)

Hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús predicando a sus discípulos. Y lo hace, tal como en Él es habitual, en parábolas, es decir, empleando imágenes sencillas y corrientes para explicar los grandes misterios escondidos del Reino. Así podía entender todo el mundo, desde la gente más formada hasta la que tenía menos luces.

«El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza...» (Mt 13,31). Los granitos de mostaza casi no se ven, son muy pequeños, pero si tenemos de ellos buen cuidado y se riegan... acaban formando un gran árbol. «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina...» (Mt 13,33). La levadura no se ve, pero si no estuviera ahí, la pasta no subiría. Así también es la vida cristiana, la vida de la gracia: no se ve exteriormente, no hace ruido, pero... si uno deja que se introduzca en su corazón, la gracia divina va haciendo fructificar la semilla y convierte a las personas de pecadoras en santas.

Esta gracia divina se nos da por la fe, por la oración, por los sacramentos, por la caridad. Pero esta vida de la gracia es sobre todo un don que hay que esperar y desear con humildad. Un don que los sabios y entendidos de este mundo no saben apreciar, pero que Dios Nuestro Señor quiere hacer llegar a los humildes y sencillos.

Ojalá que cuando nos busque a nosotros, nos encuentre no en el grupo de los orgullosos, sino en el de los humildes, que se reconocen débiles y pecadores, pero muy agradecidos y confiados en la bondad del Señor. Así, el grano de mostaza llegará a ser un árbol grande; así la levadura de la Palabra de Dios obrará en nosotros frutos de vida eterna. Porque, «cuanto más se abaja el corazón por la humildad, más se levanta hacia la perfección» (San Agustín).

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San Pantaleon, 27 de Julio


SAN PANTALEÓN
27 de julio

(†  303)

 

En la vida de San Pantaleón, tal como hasta nosotros ha llegado su relato, a través de las Actas, a través de la tradición, se nos manifiestan dos aspectos particularmente destacados, sobre todo si llegamos a él con alguna preocupación crítica. Sobre la vida histórica del Santo, dirá alguno, se monta una exuberancia de milagros verdaderamente sospechosa. La razón de ser del Santo, se podrá también decir, fue precisamente ésa: dar testimonio del poder de Cristo y de su verdad insoslayable, haciendo de su vida un continuo milagro, llevando sobre sus hombros el peso enorme del milagro, porque a los planes de Dios así convenía providencialmente.

 Ambas posiciones pueden ser parcialmente ciertas, y ambas, por tanto, pueden conjugarse. Conviene desde ahora, antes de entrar en la intimidad del Santo, tomar posición y acercarnos sin prejuicios. No abreviemos la mano de Dios. Conviene no rechazar lo excepcional porque sí. Ahora particularmente es importante señalar esa circunstancia. Vamos a ver al Santo tal como Actas y tradición nos lo han transmitido, sin posibilidad de quitar ni poner, prudentemente. La verdad entera, Dios la sabe.

 Pantaleón nace en Nicomedia, corriendo el siglo III de nuestra era. Tiempos recios iban a ser los suyos. El Imperio romano está ensayando fórmulas varias para impedir el hundimiento que se avecina, y como una de ellas se va a pensar, naturalmente, en la implantación de la religión oficial como obligación universal. El Imperio de Roma no es ya el poder seguro de sí mismo que avasallaba al mundo. Ahora ha sido necesario poner un emperador, un César, en Oriente para sostener aquellas regiones tan distantes de la metrópoli. Y Nicomedia es la residencia de los emperadores de Oriente. Estamos en una ciudad del Asia Menor, en la mitad segunda del siglo III de Jesucristo.

 La figura del futuro mártir se nos muestra en los relatos sumamente atractiva. Pantaleón es un joven de nobles inclinaciones, de sano corazón. Es hijo de un gentil, Eustorgio, senador y rico. Su madre era cristiana, pero murió joven: el niño era pequeño y apenas si pudo enseñarle más que unos rudimentos que no llegaron a darle idea completa del cristianismo.

 La formación del joven se desarrolló con felicidad, sobre la base de una inteligencia muy despierta y con muy buenos profesores. Al concluir el aprendizaje de las letras Eustorgio hizo que Pantaleón estudiara la medicina bajo la dirección de Eufrosino, médico del mismo Diocleciano. Pantaleón se va haciendo un joven distinguido y respetado: llama la atención entre sus compañeros, y su buen corazón le hace ejercer su ministerio con una abnegación ejemplar, cuya honestidad pasa a ser verdaderamente excepcional en el medio pagano en que vivía.

 El encuentro definitivo con la gracia le vino a Pantaleón a través de un sacerdote cristiano. Hermolao vivía oculto por el rigor de la persecución. Un día se encontró con Pantaleón y fue el mismo sacerdote quien, admirado por las condiciones del joven, se lanzó a hablar abiertamente de la doctrina de Jesucristo. Pantaleón quedo impresionado. Los recuerdos, desdibujados ya, de las enseñanzas de la madre cristiana subieron agolpadamente a su conciencia. Pantaleón prometió que continuarían en contacto. El golpe final de la llamada vino ya milagrosamente. Poco después hubo de encontrarse el médico Pantaleón ante un caso desesperado. Un niño yacía muerto, mientras, cercana, reptaba la víbora fatal. El médico, impotente, recuerda entonces unas palabras del sacerdote Hermolao. El nombre de Cristo bastaba para resucitar a los muertos. Pantaleón no vacila, y la increpación llena de fe opera el milagro. El niño vuelve a la vida y la serpiente muere en el acto. Pantaleón es ya cristiano. Unos días de convivencia con el sacerdote oculto le proporcionan la instrucción necesaria para recibir después el bautismo de Jesús.

 A partir de este momento la vida de Pantaleón es ya un tejido de milagros, encadenándose unos y otros de manera abrumadora, inverosímil casi. La conversión de su padre también se obra a golpe de prodigio. En casa de Pantaleón se presenta un ciego incurable, y esta ocasión va a ser eficazmente aprovechada. El joven médico llama a su padre para que esté presente a lo que va a tener lugar, y, después de invocar el nombre de Cristo sobre el ciego irremediable, pone sus manos sobre los ojos sin luz: instantáneamente una explosión jubilosa y sobrecogida acompaña al milagro. Eustorgio y el ciego caen de rodillas: Cristo, Cristo es el Dios verdadero. El senador pagano hace añicos los ídolos que adornan la casa: él ahora sólo quiere ser instruido en el cristianismo para recibir el bautismo inmediatamente, como sucede en realidad, con júbilo ilimitado de Pantaleón. Poco después Eustorgio muere. Es éste otro momento culminante en la vida de nuestro Santo.

 Efectivamente, aquí tiene lugar la segunda conversión del entusiasta neocristiano. Pantaleón, que se ve desligado de toda traba, responsable único de sus actos, por si y ante sí, se arroja a una vida de absoluto fervor: entrega a los pobres sus cuantiosas riquezas, quedándose con lo indispensable; pone en libertad a todos sus esclavos, se entrega a las obras de caridad en la práctica de su propia profesión de médico. Naturalmente, esta conducta no pudo pasar desapercibida; además, los restantes médicos de Nicomedia ardieron en celo al ver que la gran mayoría de los enfermos quería ser curada por Pantaleón, con lo que las pérdidas materiales iban a ser cuantiosas de seguir en auge el médico sospechoso. Naturalmente, había que deshacerse de él, y fue acusado ante el emperador como cristiano.

 Diocleciano fue un emperador de excepcionales vuelos. Quiso llegar a una solución que evitase el camino de catástrofe por el que se avanzaba. Sus decisiones fueron múltiples. Para la crisis económica arbitró el edicto del Máximum, de 202, el más grande intento de tasación estatal que se recuerde de tiempos antiguos. En el gobierno montó una máquina que creyó eficaz: el mismo año en que la muerte de Carino le dejó el Imperio se buscó un colega, Maximiano. Seis años después, ante lo eficaz del resultado, añade dos nuevos emperadores (292), y además fue afortunado en la elección de las personas: Galerio y Constancio Cloro. Soldado excepcional aquél, pero rudo y de primitivos sentimientos. Constancio Cloro, en cambio, general destacado, era de más fina formación. Galerio movió a Diocleciano a firmar el decreto de exterminio general de los cristianos. Fue el 23 de febrero del 303. No era tolerable que ante los proyectos de religión oficial un grupo irreductible se mantuviera en el seno del Imperio rompiendo la unidad de creencia. Se inauguró la décima gran persecución. Ríos de sangre cristiana corrieron por todo el ámbito del Imperio.

 La presencia de Pantaleón ante el tirano es el triunfo manifiesto de la fe de Cristo sobre todos los intentos opresores. Incluso sobre la fuerza física, sobre las leyes naturales, sobre el instinto de las fieras hambrientas. Pantaleón pasa a ser un grito de triunfo, el emblema de la fe invencible por obra del poder de Jesús. El interrogatorio ya se abre con un milagro. El ciego curado por Pantaleón ha declarado ser cristiano y se le ha quitado la vida. Pantaleón recogió su cuerpo y lo sepultó junto a su padre. Entonces es también él llamado a juicio: se le intenta seducir, pero todo es en vano. Declara su fe y afirma en ella su poder excepcional.

 Después Pantaleón es atado al potro. Aquí se hacen presentes los garfios de hierro con que se le desgarran las carnes, las teas encendidas que se le aplican a las llagas. Pero una fuerza misteriosa hace reanimarse al mártir, y los brazos de los verdugos caen, dominados por una fuerza prodigiosa. La ira del tribunal no tiene límite. Se prepara una caldera de plomo fundido, en la que va a ser sepultado Pantaleón. Pero, en el momento en que el cuerpo del mártir toca la ardiente superficie, ésta queda como helada, y Pantaleón puede apoyarse sobre el plomo endurecido. Ahora el mudo estupor se junta con la inmediata reacción ciega de la soberbia enfebrecida. Pantaleón va a ser arrojado al mar, atada al cuello la gran piedra que impida su vuelta a la superficie. Se quiere ahora impedir también el que los demás cristianos recojan su cuerpo y lo veneren. Pero Pantaleón vuelve andando a la playa sobre la superficie de las aguas.

 Lo evidente del caso no logra hacer que el tribunal abra los ojos. Se ensaya el tormento de las fieras. La ciudad sabe ahora que el invencible va a probar el terrible tormento, y una multitud inmensa llena el anfiteatro. A la señal estremecedora, y en medio de un silencio impresionante, se abren las jaulas. Varias fieras avanzan a saltos, rugientes, hacia el mártir, que está solo, en medio de la arena. Mas, apenas se le llegan, se aquietan, sumisas, a sus plantas. Pantaleón las bendice y ellas se retiran. El vocerío loco de la multitud reclama la libertad para el inocente, y tiembla en el ambiente la sensación de que el Dios verdadero es el que le sostiene.

 Bajo la opresión del griterío los jueces, abrasados de rencor, humillados, deciden seguir con la intentona de los tormentos. Es en vano que el pueblo grite a su favor. Pantaleón es sometido al suplicio de la rueda. Sale ileso. Entonces se le arroja en un calabozo. Son detenidos Hermolao y otros dos cristianos: la pretensión es que seduzcan al mártir a que apostate. Hermolao se niega, y con Hermipo y Hermócrates, los dos cristianos, padece el martirio.

 Pantaleón es azotado. Se preludia el final. La condena es que se le decapite y luego se queme su cuerpo. Pantaleón, gozoso, va al suplicio. Es atado a un olivo. El verdugo alza la espada para cortarle la cabeza, pero en el momento de dar el golpe el hierro se ablanda y el mártir ni siquiera percibe el metal sobre su cuello. Ante el nuevo prodigio el lictor cae de rodillas pidiendo perdón; pero Pantaleón se siente ya impaciente. Ahora es él quien pide, entre súplicas y forcejeos, que se cumpla la sentencia. Los verdugos, que inicialmente se resisten, acceden por fin, y, después de abrazarse con el mártir, hacen caer la cuchilla definitiva. Salta la sangre e instantáneamente florece el olivo y se llena de frutos. El cuerpo no es quemado. Los soldados no se atreven. Los cristianos se lo llevan y recibe sepultura en medio de intensa veneración.

 San Pantaleón ha pasado a ser uno de los principales patronos de los médicos. Su culto ha sido extendidísimo y popular. Su nombre en la hora ciega de las persecuciones tuvo el valor de un símbolo, Los cristianos confesaron a Dios, y Él estuvo con ellos, prestándoles un poder incalculablemente más grande que todas las insidias de sus enemigos.

 CÉSAR AGUILERA, SCH. P.

domingo, 26 de julio de 2015

Santo Evangelio 26 de julio de 2015


Día litúrgico: Domingo XVII (B) del tiempo ordinario

Texto del Evangelio (Jn 6,1-15): En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?». 

Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. 

Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.

«Mucha gente le seguía»

Rev. D. Pere CALMELL i Turet 
(Barcelona, España)
Hoy, podemos contemplar cómo se forja en nuestro interior tanto el amor humano como el amor sobrenatural, ya que tenemos un mismo corazón para amar a Dios y a los otros.

Generalmente, el amor va abriéndose paso en el corazón humano cuando se descubre el atractivo del otro: su simpatía, su bondad. Es el caso del «muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces» (Jn 6,9). Da a Jesús todo lo que lleva, los panes y los peces, porque se ha dejado conquistar por el atractivo de Jesús. ¿He descubierto el atractivo del Señor?

A continuación, el enamoramiento, fruto de sentirse correspondido. Dice que «mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos» (Jn 6,2). Jesús les escuchaba, les hacía caso, porque sabía lo que necesitaban.

Jesucristo siente un poderoso atractivo por mí y quiere mi realización humana y sobrenatural. Me ama tal como soy, con mis miserias, porque pido perdón y, con su ayuda, sigo esforzándome.

«Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo» (Jn 6,15). Les dirá al día siguiente: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado» (Jn 6,26). Escribe san Agustín: «¡Cuántos hay que buscan a Jesús, guiados solamente por intereses temporales! (...) Apenas se busca a Jesús por Jesús».

La plenitud del amor es el amor de donación; cuando se busca el bien del amado, sin esperar nada a cambio, aunque sea al precio del sacrificio personal.

Hoy, yo le puedo decir: «Señor, que nos haces participar del milagro de la Eucaristía: te pedimos que no te escondas, que vivas con nosotros, que te veamos, que te toquemos, que te sintamos, que queramos estar siempre a tu lado, que seas el Rey de nuestras vidas y de nuestros trabajos» (San Josemaría).

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