Experiencia de gozo, de amor y de libertad
Que Pedro y Pablo ayuden a la Iglesia que ellos sembraron y regaron con su sangre
Autor: Jesus Marti Ballester | Fuente: Corazones.org
Pablo fue un fascinado, un enamorado de la persona de Cristo. Encontrarse con Jesús Resucitado fue la experiencia más grande, profunda y decisiva de su vida. Experiencia de gozo, de amor y de libertad. Cristo rompió la losa del sepulcro de su orgullo y autosuficiencia, que era propia de los fariseos, y le resucitó por dentro. En adelante sentirá la necesidad de evangelizar: "¡Ay de mí si no evangelizare!" (1 Cor 9,16); "Me empuja el amor de Cristo" (2 Cor 2,14). Apasionado por la Verdad, ya la predica en Arabia y en Damasco y se conmueve hasta las lágrimas ante una ciudad incrédula o idólatra. Predica la verdad desnuda de todo ornato humano, y la predica a tiempo y a destiempo (2 Tim 4,2). Sus sufrimientos, que sabe que son valiosísimos, pues en ellos participa todo el cuerpo, corazón que padece y llora, voluntad que acepta y ofrece, y la fe que aquilata el mérito, son principalmente las puertas que abren las puertas al evangelio por todas partes: "Nunca fueron mis móviles ni la ambición ni la avaricia, ni el afán de gloria humana... Fuimos todo bondad en medio de vosotros. Como una madre cuida cariñosamente a sus hijos, así, en nuestra ternura por vosotros, hubiéramos querido entregaros, junto con el evangelio, nuestra propia vida. ¡Tan grande era nuestro amor por vosotros! Recordáis, hermanos, nuestros trabajos y fatigas: día y noche trabajábamos, para no ser gravoso a ninguno de vosotros mientras os anunciábamos el evangelio de Dios" (1 Tesa 2,5).
Una característica singular de Pablo es que "Se complace en sus debilidades, porque cuanto más débil soy, soy más fuerte" (2 Cor 12,10). Está convencido de que su fuerza tiene las raíces en la flaqueza. No era elocuente, ni tenía presencia retadora, era débil en las persecuciones, lleno de mansedumbre en el gobierno de las almas, y predicaba verdades repugnantes a contracorriente a los no creyentes y también a los creyentes. Pero estaba convencido de su fuerza venía de Dios y que con sus sufrimientos suplía lo que faltaba a la pasión de Cristo (Col 1,24). Y por encima de todo, estaba colmado de amor: "¿Quién enferma y no enfermo yo? ¿Quién se escandaliza y yo no ardo?"(2 Cor 11,29). Padeció torturas espirituales, defección de sus evangelizados, persecuciones, abandonos, soledad. Y a pesar de todo, está alegre, "aunque triste, pero enriqueciendo a muchos" (2 Cor 7,4) y a los Filipenses les recomienda la alegría cuando está en la cárcel. El poeta Ovidio, desterrado escribió sus obras tituladas Tristia, y paradójicamente Pablo escribe el "Gaudete, iterum dico, gaudete", encarcelado. La razón está en que las páginas brotan de manantiales diferentes. Pablo era hombre de oración, de acción de gracias y de peticiones y esperanzas, sabía que sembraba con lágrimas pero esperaba la cosecha entre cantares y como ha escrito Bergson, la alegría anuncia siempre la vida que ha triunfado.
Hay que haber comenzado alguna empresa, alguna obra, para poder barruntar las dificultades de todo género que se les presentaron y que tuvieron que superar aquellos débiles hombres escogidos: hospedaje, fieles, trabajo, amistades, poder sobrevivir, abrirse camino. Nosotros nos lo encontramos todo hecho, ellos tuvieron que empezar de cero y con un mensaje impopular e innovador. Llegados a Roma, los dos fueron encarcelados en la Cárcel Mamertina, y sacrificados bajo Nerón: Pedro crucificado, acusado del incendio de Roma, que el mismo emperador había provocado; Pablo, como ciudadano romano, decapitado con espada: Así lo escribe vísperas de su inmolación: "Yo estoy a punto de ser sacrificado" 2 Timoteo 4,6. Los sepulcros de los dos están en Roma como cimiento de la Iglesia. Por contraste, las ruinas de la "Domus aurea" de Nerón, apenas reciben algún turista curioso, pero las Basílicas de Pedro y Pablo son visitadas constante y continuamente por creyentes y no creyentes todos los días del año. "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mt 16,18).
Como la Iglesia de Jerusalén oraba por Pedro en la cárcel, debe hoy la Iglesia orar por el Papa, y nosotros, de un modo especial ahora que vamos a tener presente sobre el altar al mismo Cristo, que le ha elegido para apacentar su rebaño.
"Gustad y ved qué bueno es el Señor" Salmo 33, que nos ha dejado al cuidado de tales pastores, mártires, Pedro crucificado, Pablo, degollado, Juan Pablo II, tiroteado y salvado de la muerte por la mano de la Virgen que desvió la bala. Que Pedro y Pablo ayuden a la Iglesia que ellos sembraron y regaron con su sangre. Y a Juan Pablo II, reciba hoy un refuerzo especial de nuestras plegarias: "El Señor lo conserve y lo guarde y le de larga vida y lo haga dichoso en la tierra y no lo entregue en manos de sus enemigos".
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