Jaume Vives: «No concibo vivir sin dar testimonio, una fe de verdad no puede no impregnarlo todo»
Jaume Vives explica su conversión, su compromiso con los cristianos perseguidos y el laicismo en Occidente
Jaume Vives tiene tan sólo 27 años, pero este periodista catalán acumula una experiencia vital como si tuviera el doble de años. Este joven ha realizado el documental Guardianes de la Fe tras entrevistar en Líbanoa a cristianos perseguidos de Irak y Siria, y ha escrito tras vivir varios días como un sin techo Pobres pobres: 8 días viviendo en la calle, o el libro Tabarnia, sobre los sucesos que se han estado desarrollando en Cataluña en estos últimos años.
Sin embargo, detrás de Jaume Vives más que su trayectoria profesional o social lo que hay es un profundo encuentro con Cristo marcado por una fuerte conversión. Tras odiar la Iglesia, irse de casa en varias ocasiones y llevar una mala vida el encuentro con unos cristianos en la noche de Barcelona transformó su vida.
Desde entonces se vio interpelado por Dios a dar testimonio a tiempo y a destiempo, aunque ello le genere problemas o incomprensiones. Jaume no lo entiende de otra manera y así lo refleja claramente en esta interesante entrevista con José Antonio Méndez en la Revista Misión:
-¿Por qué, siendo tan joven, ha apostado tan fuerte por levantar la voz en el espacio público?
- Siempre he sido muy, muy activo. Voy a 3.000 revoluciones. Pero mi voz en el espacio público es súper reciente, y no porque lo haya buscado, sino por pura Providencia. Cuando hablaba de pobreza y de la persecución de los cristianos solo me conocían en sacristías y en colegios de Barcelona. Pero cuando me dio por salir con mi familia al balcón para amenizar las noches de caceroladas independentistas, pasé a ser conocido en todos sitios. Es reflejo de nuestra sociedad, que da una importancia desmedida a la política y a las cosas excéntricas. Así que ahora aprovecho esa notoriedad para dar voz a lo importante: las personas que viven en la calle, quienes les ayudan (como los Jóvenes de San José, que me sacaron a mí del pozo), los cristianos perseguidos…
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-Ahora tiene a los lectores preguntándose en qué pozo estaba…
- Como hijo de mi tiempo, he sido contestatario a la autoridad y un poco cabroncete, que parece lo guay: fui a un colegio pseudocatólico y me pasaba el día en el despacho del director; en la adolescencia empecé a tocar las narices a mis padres… Y tomé decisiones muy malas y muy pronto.
-¿Por ejemplo?
- Con 13 años empecé a experimentar con todo lo que el mundo me vendía como placentero. Llegaba a clase fumado a diario y perdí la inocencia. El enemigo eran mis padres, así que rechacé los valores que me habían transmitido y la ayuda que me ofrecían. Con 14 años me fui de casa una semana: dormí en casas de amigos, en portales… Mis padres lloraron muchísimo durante años.
-¿Eso cómo se vive por dentro?
- Yo era un triunfador para el mundo, pero sentía una ansiedad enorme. Estaba tan acostumbrado a emborracharme, que cuando llegaba de noche a casa, aunque no hubiese bebido, todo me daba vueltas. No podía dormir. Y me decía: “Has estado con esa chica, y con esa otra, rodeado de gente, pero… qué solo estás, tío”.
-¿Cómo ocurrió el cambio?
- La Providencia quiso que una noche, mientras estaba de jarana, me encontrase con los Jóvenes de San José, que estaban ayudando a la gente que vivía en la calle. Entre ellos había un chico que conocía y me invitó a acompañarles. Estuvimos hasta las 3 o las 4 de la madrugada ayudando a los pobres de Barcelona, y ellos les escuchaban, les hablaban de Dios, vi cómo durante la semana les habían buscado trabajo, o un piso… Cuando llegué a casa, dormí bien por primera vez en mucho tiempo. Y pensé: “Yo quiero ser feliz así, como estos tipos”.
-¿Y eso fue todo?
- A partir de ese momento, el poso que me habían dejado mis padres salió a flote. Mis padres siempre me han dado ejemplo de que el centro es el Señor, que lo importante es Él y el resto es accidental. Para ellos, el problema no era que me emborrachase o suspendiese, sino que Jaume había perdido la fe. Cuando estás enamorado de Dios de verdad, no te importa ser el raro porque eres radicalmente libre, y eso lo he visto en mis padres. Los Jóvenes de San José, un campamento en Gredos y el ejemplo de mis padres fueron la chispa del cambio.
-Poco después viajó a Medjugorje. ¿Qué le pasó en aquel viaje?
- Que sin buscarlo, el Señor me dio un vuelco al corazón. Fui por la insistencia de mi familia, aunque llevaba años sin pisar una iglesia. Durante una misa, mientras hacía el tonto con unos amigos, no me preguntes por qué, sentí la necesidad incontrolable de confesarme. Me levanté y fui al confesionario. Mis amigos me miraban como diciendo: “¿Este adónde va?”. Al acabar, no podía explicarlo, pero mi vida había cambiado. Ya no quería esa vida vacía y ruidosa. Fue un cambio paulatino, con picos y caídas. Pero lo bonito es saberte amado por el Señor incluso en esas caídas.
-Podía haberse quedado en una fe confortable, pero dio el salto al compromiso, primero mostrando la realidad de los pobres de Barcelona y después viajando a Líbano e Irak. ¿Por qué?
- Porque así entiendo la forma de ser cristiano. No concibo vivir sin dar testimonio de lo importante. Y lo importante no es el trabajo o tener una casa bonita, que ojalá puedas tenerla, sino amar a Dios y a los demás lo mejor que puedas, sabiendo que aquí estamos de paso. No hace falta irse a Irak, pero esconder o disimular lo que tienes dentro carece de sentido. A veces parece que la fe es solo una cosa más de la vida: el domingo vas a misa como quien va a comer con los suegros, pero compartimentamos y ya está. Eso no puede ser. Una fe de verdad no puede no impregnarlo todo.
-¿Cree que los católicos ocultamos nuestra fe?
- Nos avergüenza hablar de Dios porque no queremos ser los frikis, como si al hacerlo demostrásemos que nos hubiésemos tragado un cuento de hadas. ¡Así tratamos al Señor: como si fuese un cuento de hadas! Si acaso lo reivindicamos diciendo que nos da paz interior. Pero la fe no es un consuelo psicológico que nace de ti, como un libro de autoayuda para ser feliz en tres pasos, sino una gracia que te da Dios para cambiarte la vida y que cambies las cosas.
-¿Qué aprendió en Líbano e Irak que le haya servido al volver?
- Es increíble, pero en pleno siglo XXI hay un auténtico genocidio contra los cristianos. Hay 200 millones de cristianos perseguidos de forma cruenta y salvaje solo por su fe. Es decir, que hay un montón de cristianos con verdaderos motivos para ocultar que son cristianos, porque si muestran su fe, o los matan, o pierden su casa, su familia, su trabajo, sus amigos… O sea, todo aquello en lo que yo pongo mi felicidad. Y nosotros, que como mucho nos jugamos la reputación social, nos inventamos mil excusas –muy razonables, pero excusas– para ocultarnos: hay que ser sutil, no enfadar a nadie… La diferencia es que ellos son fieles a Cristo, y a nosotros nos preocupa quedar bien con los hombres. Hemos hecho un ejercicio de desmemoria para engañarnos.
-¿A qué se refiere?
- Pues a que no queremos ver que es imposible separar Iglesia de persecución. Imposible. No se ha dado nunca en la Historia. Hoy hay persecución cruenta en Irak, Uzbekistán, Siria, Egipto, China, Sudán… Pero también en occidente hay una persecución sutil, y esa es mucho peor.
-¿De verdad lo cree?
- Sí, porque la persecución violenta te reafirma la fe, y la fe crece. En España, en el 36, los cristianos se reafirmaron en su fe en medio de una persecución peor que la de hoy en Irak. ¿Y qué hubo? Mártires y mártires y mártires… Es decir, testigos. En occidente hoy, sin persecución cruenta, ¿qué hay? Apostasía, apostasía, apostasía… El ejemplo de los mártires de hoy te enseña que si merece la pena morir por Cristo, merece la pena quedar mal ante los demás.
-Ya sé que no es lo que más le interesa, pero ¿qué solución ve en Cataluña?
- No sé cuál es la solución política, ni si los políticos tienen interés en buscar solución, porque les va bastante bien así. Sí sé que la solución pasa por la respuesta social, no por la política. No se trata de renunciar a lo que piensa cada uno, pero tenemos que humanizar al que piensa diferente. Es fácil querer al que piensa igual, o al que en lo poco importante piensa distinto. Pero no podemos ser incapaces de querer o respetar al que, en las cosas importantes, piensa diferente. Y eso pasa por humanizarnos, sin ver en el otro a un enemigo, o a un cliché.
Fuente:: Religión en libertad
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