domingo, 3 de noviembre de 2019

Zaqueo era un mal ricachón

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ZAQUEO ERA UN MAL RICACHÓN

Por Antonio García-Moreno

1.- COMPASIÓN. - Señor, el mundo entero es ante Ti como un grano de arena en la balanza, como una gota de rocío mañanero que cae sobre la tierra. Tu grandeza es infinita. Tú estás por encima de los más lejanos e invisibles sistemas planetarios, estás dentro de los componentes ínfimos del átomo. Lo que es un misterio para la inteligencia de los hombres, es para ti una realidad clara y sencilla.

Es lógico que desde tu majestad suprema mires compasivamente a este pobrecito pigmeo que es el hombre. Y que te sientas inclinado a perdonar su absurda soberbia. Lo mismo que nosotros nos sentimos inclinados a comprender las mil ocurrencias y travesuras de un niño pequeño.

Tu compasión no tiene límites porque ante todo eres Amor. Por eso cierras los ojos a los pecados de los hombres, disimulas y esperas. Confiando que algún día ese niño travieso caiga en la cuenta de tu infinito cariño por él, y deje de ofenderte quebrantando tu Ley.

Otras veces cambias de táctica. Y en lugar de cerrar los ojos y de disimular, coges al niño en tus brazos y le das una azotaina. Tratas de corregirle poco a poco, recordándole tu deseo de que se enmiende, de que cambie de actitud y no siga haciendo fechorías.

Quieres que el niño no corra peligro, que no se arriesgue tontamente a perder su vida. Por eso le recuerdas su falta. Haces que la conciencia se le despierte, que el niño se dé cuenta de que está obrando mal... Sería absurdo pensar que intentas fastidiarnos cuando Tú, a través de lo que sea, nos recuerdas que estamos obrando mal. No, tú sólo buscas nuestro bien. Tú sólo deseas que no sigamos recorriendo un triste camino que termina en la muerte definitiva. Tú, compasivo hasta el infinito, nos llamas con paciencia, nos castigas suavemente, o duramente, pero sólo para que nuestra fe se reavive, sólo para que volvamos nuestros ojos hacia los tuyos e imploremos perdón.

2.- ¿IGLESIA DE LOS POBRES? Se ha venido insistiendo en ciertos sectores en hablar de la Iglesia de los pobres, de modo a veces exclusivista. Se ha considerado que sólo aquellos que nada, o muy poco tienen, son dignos de la atención y el desvelo de la Iglesia. Con ello se ha caído en un defecto que se quería combatir, el concebir a la Iglesia como una sociedad clasista. Si antes se consideraba que la Iglesia era sólo de los ricos, ahora se pensaría que sólo era de y para los pobres.

Como es lógico, ambas concepciones son parciales y extrañas a la mente de su fundador, nuestro Señor Jesucristo. Sólo se podría hablar de la Iglesia de los pobres en el caso de concebir la pobreza en su verdadero y evangélico sentido, la pobreza que consiste en necesitar a Dios, la indigencia del que se siente pecador y necesitado del perdón divino, o la del que se ve pequeño y débil y recurre al Señor como única fuerza capaz de salvarle, en definitiva se trata de la pobreza del que nada tiene y todo lo espera del Padre eterno. De ahí que en el Evangelio se diga que Cristo ha venido para salvar a los pecadores, o también que es preciso ser como niños para entrar en el Reino, o dichosos los pobres porque de ellos es el Reino de los cielos.

Un caso ilustrativo de esta doctrina es el caso de Zaqueo, que hoy nos presenta el Evangelio del día. Era un mal ricachón que amontonó riquezas a costa de los demás. Él mismo lo reconoce cuando habla de compensar a quienes ha defraudado. Ese reconocimiento de su condición de pecador, esa necesidad que sentía del perdón divino, era precisamente su pobreza, la actitud de humildad profunda que Jesús admira y bendice. Por eso, el Señor se compadeció de él, por eso se hospedó en su casa, ante el escándalo de quienes consideran un baldón entrar en la casa de un pecador semejante. Ante la cercanía del Señor, Zaqueo comprende su lastimosa situación y se arrepiente de sus pecados de una forma sincera y valiente. Promete ante todos devolver con creces lo que había robado, pues comprende que sin restitución no hay perdón para quien se queda con lo ajeno. Además promete entregar la mitad de sus bienes a los pobres.

Había comprendido el verdadero interés de Jesucristo por los pobres, había entendido en poco tiempo, que era imposible ser discípulo del Señor y no preocuparse de remediar las necesidades de los demás. Es la misma doctrina que la Iglesia ha venido pregonando a lo largo de su historia, es la misma preocupación por las necesidades de los pobres, que ha vivido el corazón de tantos cristianos que han sabido practicar la justicia y la caridad con aquellos que tenían necesidad de ser remediados. En ese sentido se puede hablar de la Iglesia de los pobres, ya que ellos siempre han ocupado un lugar importante en la vida de la Iglesia, manifestada sobre todo en esas instituciones y órdenes religiosas que se han volcado, y se vuelcan, en los necesitados. Pero ello no nos puede inducir a despreciar a nadie, y menos a los que carecen de los bienes más importantes, los de la comprensión y del perdón divino.

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