Mirko Frezza, un actor que estuvo en la cárcel y ahora ayuda a descartados bajo la Cruz y la Virgen
Mirko Frezza, en primer plano en una escena de la serie policiaca de la RAI «Rocco Schiavone», donde interpreta a Furio, un hombre que vive al margen de la ley.
Casale Caletto es un espacio de redención y acogida puesto en marcha por el actor italiano Mirko Frezza y sus amigos en la periferia de Roma: "Aquí primero se pide perdón a Dios y a las personas a las que has hecho daño". Su historia, de la cárcel al cine y a la fe, la cuenta Marco Guerra en Il Timone.
Mirko, periférico centrado en Cristo
Se dice que quien ha sido grande en el pecado, cuando cambia de estilo de vida, también lo es en la santidad. Un regla válida para quien no conoce, para bien o para mal, las medias tintas y que es plenamente confirmada por la historia de Mirko Frezza, de 41 años, actor romano que saltó a la fama en la serie del comisario Rocco Schiavone con un papel que le ayudó a entrar en el mundo del cine interpretando siempre al "malo": Una vita spericolata, Fratelli di sangue y por lo menos otras cuatro películas rodadas a partir de 2015, hasta hoy.
Antes de convertirse en el malísimo del cine, no estuvo muy alejado de este papel en la vida real. De hecho, durante veinte años, Mirko fue un "chico malo" de la periferia este de Roma -la zona de La Rustica, una de las más degradadas de la ciudad-, acumulando diversos delitos, entre los cuales pequeño tráfico de drogas, que le llevaron a pasar ocho años en la cárcel.
Mirko ha sido entrevistado por Il Timone, mensual italiano de apologética.
El rescate llega gracias a la conquista de una granítica fe en Dios y de una serenidad alimentada por el inmenso amor hacia su esposa Vittoria y sus tres hijos: Michele, Crystel y Giampiero. Un cambio que hizo también por ellos y que ahora hace que se defina a sí mismo como "una persona que está bien cuando hace el bien".
La cruz domina Casale Caletto
Mirko no vive su redención como un hecho personal, sino como un esfuerzo que le llevará a poner en marcha, junto a otras personas, una realidad comunitaria que no tiene parangón en Roma y, tal vez, en toda Italia: el centro sociocultural de Casale Caletto. Todo tiene inicio en 2012, cuando Mirko y sus amigos reestructuran una vieja escuela abandonada, que anteriormente había sido ocupada por vagabundos, y en un año la transforman en un oasis de acogimiento y solidaridad. Hoy en día el centro distribuye 1600 comidas al mes, 400 cajas de alimentos, ofrece asistencia médica y legal y permite también rezar y alimentar las necesidades del espíritu porque en su interior acoge una capilla, reconocida por la diócesis, donde se celebra la misa y se reza el rosario.
"La cruz que hemos puesto sobre el tejado del centro es lo primero que se ve cuando entras en la circunvalación de la Autopista A24; después ya ves Roma", explica con orgullo a Il Timone.
La humildad parece ser lo que distingue su devoción. "Me defino como un aspirante a católico, sólo al final sabré decir si he sido un buen católico". Mirko está convencido de que Dios hace que sucedan algunas cosas a quien está preparado para soportarlas para que, después, sea de ejemplo. Según él, el primer paso de cualquier cambio "es quererse bien a uno mismo", porque "es imposible ayudar a los demás si primero no cambiamos nuestro corazón".
Periferia y redención
El actor de hoy ha dejado atrás la rabia y el rencor de la juventud. "Si hubiera muerto hace unos años", dice, "la idea de estar ante el juicio de Dios me habría producido gran ansiedad; ahora estoy más sereno, porque estoy llevando a cabo su obra y esto me ayuda a aceptar muchas amarguras que, siendo joven, no habría soportado".
A Mirko le gusta repetir que en Casale Caletto se come, se habla con el abogado o se reza: "Aquí primero se pide perdón a Dios y a las personas a las que has hecho daño y, después, se arreglan las cosas con la justicia, algo que se hace incluso mejor con la barriga llena". Los pecados que hay que hacerse perdonar son los que se cometen en la periferia, en los inmensos barrios de Roma Este que rodean Casale Caletto e incluyen una zona que va desde San Basilio a Tor Bella Monaca, y que tiene la renta per cápita más baja de la capital. Otra ciudad respecto a la de los profesionales y directivos de las grandes empresas estatales que viven en las zonas del centro.
Aquí, en La Rustica, barrio lleno de edificios enormes de viviendas públicas, vive la llamada sociedad del descarte: ancianos con la pensión mínima, discapacitados y enfermos que no pueden trabajar, madres solteras, padres en paro, hombres que aún están saldando sus cuentas con la justicia.
Para todos ellos hay una segunda oportunidad en Casale Caletto. "El perdón es la base del cristianismo", dice Mirko, que sin embargo insiste en observar que muchos "abusan de este principio, se confiesan y se limpian la conciencia y después vuelven a pecar. No puede funcionar tan fácilmente, sólo si te arrepientes de verdad puedes ser perdonado".
El razonamiento de Mirko es impecable: "Jesús se ha sacrificado por nosotros, se ha inmolado para lavar nuestros pecados, y ahora tenemos que comportarnos bien. Esto es así".
La Virgen en el límite de la circunvalación
En la iglesia de Casale Caletto ocupa un lugar preeminente una estatua de la Virgen que sólo Mirko y otros pocos pueden llevar en procesión. En una ocasión recorrió las calles del barrio durante el derby Roma-Lacio, pero para Mirko la Virgen es antes que todo el resto, incluida su "fe lacial": "Bueno, después de todo, los colores de la Virgen son los mismos que los de mi equipo [celeste y blanco] y en esa ocasión la Lacio ganó el partido, por lo que no me puedo quejar".
La estatua tiene una historia especial: fue donada por don Nazzareno Lanciotti, un párroco de Tor Sapienza che fue asesinado en Suramérica por los narcotraficantes, después de que había sacado de la calle a más de 500 niños. En su testamento espiritual el sacerdote dejó escrito que esa estatua tenía que asomarse a los límites de la circunvalación. Mirko nos dice que es tan posesivo con la estatua que no se la prestaría ni al Papa. Y que también es devoto del Padre Pío -de hecho, hay muchos retratos del santo de Pietrelcina en el centro- y de San Francisco porque se ve reflejado en "ese hombre que después de haberse equivocado mucho, puso su vida al servicio de los otros para servir a Dios".
El cine
Mirko vive de su trabajo como actor, pero cuando se habla con él no parece que uno esté escuchando a alguien relacionado con el mundo del cine. La familia, los hijos, la lucha contra la degradación y en favor de quienes han sido derrotado por la vida no son temas de conversación para las terrazas romanas donde uno conoce a la gente "adecuada".
Mirko está encasillado en papeles de "malo", incluso en comedias como Detective por casualidad, a la que pertenece la escena.
Nos lo confirma Mirko: "No vivo la vida del actor; cuando acabo un rodaje, me vuelvo enseguida a mi casa con mi familia. No voy a las fiestas aunque sea en ellas donde consigues los trabajos; no soy ese tipo de persona". "El cine es un mundo privilegiado", aclara Mirko, "pero yo gano poco más que un empleado de Correos; treinta mil euros al año no te cambian la vida. Lo que sí ha cambiado es mi conciencia, que ahora es más limpia".
El milagro de Casale Caletto
Tal como están las cosas, Casale Caletto es un éxito sin precedentes, un milagro en un lugar donde la administración pública ha fracasado varias veces. También se han beneficiado de este milagro las relaciones con la turbulenta realidad del asentamiento ilegal cercano, un caso más único que raro en el panorama romano de las comunidades rom y sinti, que casi siempre viven en los márgenes de la legalidad. Mirko ha hecho un pacto con ellos: les ayuda a cambio de que ellos garanticen que sus hijos irán al colegio. "En el barrio ya no hay robos, hay menos suciedad y los niños tienen menos piojos puesto que mandamos una furgoneta con dos médicos una vez al mes al campo para que controlen a los niños".
¿Deberían estudiar los servicios sociales el modelo Casal Caletto? ¿Cuál es el secreto del éxito de esta realidad comunitaria? "Los agentes sociales estudian la realidad, pero no la viven como nosotros, por lo que no la conocen. Yo sé lo que se necesita y lo hago, no me paro a pensar qué sería mejor o peor". Mirko no hace distinción alguna: "Puedes hablar en swahili y comer tortellini con tofu, aquí ayudamos todos". Sin embargo, algo debe estar claro: "Hay que respetar nuestras tradiciones y nuestra identidad", nuestra cultura puede enriquecerse, pero no se permite borrarla. "La cruz encima del centro social", subraya Mirko, "ha sido nuestro firme deseo; somos cristianos y sobre esto no puede haber dudas".
En resumen, Casale Caletto no es el típico centro social: no se hace política, no se organizan fiestas rave o eventos no autorizados. ¿Es una garantía de legalidad? No. Mirko prefiere llamarlo una garantía de agregación. "Se ha intentado crear un pueblo dentro de una ciudad, a medida del hombre; sólo así se pueden transformar las distintas zonas de Roma. No se pueden gestionar tres millones de habitantes todos a la vez". La satisfacción más grande sigue siendo, sin embargo, el respeto de su familia, el hecho de poder mirar a sus tres hijos a los ojos, "los tres hijos de la misma mujer", precisa Mirko.
Termina la conversación con Il Timone hablando de los próximos desafíos del barrio, donde está prevista la construcción de 1800 viviendas, en parte gracias a la administración pública. "Llegarán nuevas familias, tal vez unos cientos serán unos granujas, pero en la periferia estamos acostumbrados, el centro descarga los problemas sobre nosotros". Se sigue adelante acogiendo a todo el que llame a la puerta de Casale Caletto, incluidas personas desahuciadas. El ayuntamiento ha pedido que se vayan del colegio, la burocracia no tiene en cuenta el nuevo valor que ha ganado el edificio. "Resolveremos también este problema", responde Mirko, sonriendo como quien pone su vida en las manos de Cristo para que haga de ella algo maravilloso.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
Fuente: Religión en Libertad
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