Pese a su distrofia muscular desde niño ha hecho historia;
casado, es padre de 4 hijosTetrapléjico, alto cargo del Estado y también diácono: «El corazón de mi fe es el viaje de Moisés»
Jean Christophe Parisot fue el primer prefecto con discapacidad del Estado francés y el diácono permanente más joven del país
“No temo vivir, y tampoco temo a la muerte. Creo en Dios, y Él sabe lo que es bueno para mí”. Quien afirma esto es Jean-Christophe Parisot, un hombre extraordinario que pese a vivir en la discapacidad más absoluta ha logrado todo lo que se ha propuesto. Doctor en Ciencias Políticas, asesor de un ministro y desde hace años un alto funcionario del Estado francés, tras haber sido sub-prefecto y ahora prefecto. Pero además, este francés de 52 años está casado, es padre de 4 hijos y para colmo se convirtió con 35 años recién cumplidos en el diácono permanente más joven de Francia.
Parisot confiesa que es un “optimista absoluto, mi amor es la esperanza”. Y lo dice una persona tetrapléjica y con un ventilador mecánico que no lo ha tenido nada fácil en la vida debido a una enfermedad en la que los médicos ya le han dicho que hace tiempo que sobrepasó la edad en la que muchos como él fallecen.
Tetrapléjico, pero con la fuerza de la fe
Este francés padece una distrofia muscular congénita. Sus dos hermanas también. A los cinco años sus padres descubrieron que sufría esta enfermedad, que su hermana mayor empezaba ya a sufrir. Poco a poco fue perdiendo movilidad, pero ganando carácter para afrontar los grandes problemas a los que se enfrentaría.
Jean Christophe, con el uniforme de prefecto durante un acto público
Nunca olvidará el día que su vida cambió para siempre. “Fue a la salida del colegio. Impacientes por encontrarse con sus padres, mis amigos se apresuraron a la salida (…), llevado por el impulso, corrí hacia el exterior. Fue entonces que sintiendo que mi fuerza se debilitaba caí pesadamente al suelo. Me di cuenta de inmediato de que este momento tenía una dimensión irreversible: nunca más podría volver a caminar. Yo tenía 11 años. La cara se me llenó de lágrimas e incapaz de levantarme apreté mis puños en la grava del suelo y sentí un objeto duro bajo mi mano: era la pequeña cruz de un Rosario. Con esto, Dios me prometió que en las terribles pruebas que iba a soportar nunca me abandonaría”, relataba Jean-Christophe en La Vie.
Tras perder la movilidad de las piernas, años después fue la de los brazos y las manos hasta incluso tener que necesitar respiración asistida. Sin embargo, resistió a la “tentación de la desesperación”. Y vaya si lo ha conseguido.
Dos caminos para afrontar la enfermedad
Sus padres, asegura, “era auténticos buscadores de Dios y me dieron una educación cristiana”. Cuando la enfermedad empezó a ser visible en él vio como “me convertí en el conejillo de indias experimental: inyecciones, baños en ebullición, drogas inútiles. Había conocido un ‘antes’: nadar en el mar, jugar con los amigos. Descubrí el ‘después’: las férulas, los corsés, la vida en una silla, la dependencia de día y de noche, el sufrimiento diario, la crueldad de los adolescentes en la escuela. Me costó un tiempo aceptar ese terremoto. Sentí que estaba siendo retenido como un rehén, cautivo de mi cuerpo, recluído”.
Pero ante la vida que tenía Jean-Christophe cada mañana se enfrenta a dos caminos: “dejar que la amargura me invada o dar gracias al Señor por el día que viene y aprender a vivir con mi sufrimiento. Es este último el camino que elegí. Obviamente, no siempre fue fácil: a veces esperaba morir, pero el amor de mis seres queridos siempre me retuvo, comenzando con el de Katia, a quien conocí en la escuela secundaria y que se convirtió en la madre de mis cuatro hijos. Gracias a ellos, he perseverado en mi decisión de no ser un espectador, sino un actor de mi vida”.
Un ejemplo de superación para todo un país
Fue la primera persona discapacitada en licenciarse en el prestigioso Instituto de Ciencias Políticas de París, convirtiéndose después en doctor. Tenía que seguir las clases en el pasillo porque no podía entrar al aula. “Trabajé hasta las lágrimas de agotamiento”, recuerda. Y el día de su graduación se prometió que todo ese esfuerzo que había realizado lo usaría “para avanzar en la integración de las personas con discapacidad”.
Y así fue como tras trabajar como asesor de un ministro ingresó en el cuerpo de prefecturas pasando de administrador civil y territorial a subprefecto hasta llegar a ser prefecto en 2012, uno de los puestos de mayor relevancia en Francia, desde donde lucha para mejorar la vida de las personas con discapacidad.
El reflejo en el "viaje de Moisés"
En todo este tiempo ha sufrido mucho y ha visto empeorar su salud. “A menudo me preguntaba –señala- por qué Dios me ha permitido sufrir tanto. Sin embargo, nunca perdí la fe. En ningún momento le di la espalda y le dije: ‘no quiero verte más’. Sigo enamorado de Cristo a pesar de mi sufrimiento. El amor es hermoso, incluso vivido en situaciones infernales. El corazón de mi fe es el viaje de Moisés: como él, crucé el desierto bajo un sol abrasador, socavado por la nostalgia de Egipto, sin saber a dónde iba, pero permanecí fiel porque creo que Dios me está enviando a la Tierra Prometida”.
De este modo, este prefecto francés recalca que “el Señor no nos pide que ocultemos nuestros sufrimientos en un gesto de heroico masoquismo, sino que lo compartamos para hacer una ofrenda. Así es como se puede superar todo el encierro moral, social y físico”.
Fue el diácono permanente más joven de Francia
Este tesón y fuerza que ha encontrado en la fe y con el cual ha servido a su país le llevó también a querer servir a la Iglesia, y por ello en 2002 fue ordenado diácono permanente por la Diócesis de Amiens. Fue un proceso largo y muy meditado junto a su mujer, pero él sentía esa llamada concreta.
Pero al igual que le ocurrió en el ámbito laboral tampoco lo tuvo fácil en el eclesial. En aquel momento era el diácono permanente más joven de Francia, pero sobre todo era tetrapléjico. Hubo mucho debate en la comunidad católica local. “Cuando fui ordenado surgieron preguntas: ‘¿Cómo lo va a hacer? No tiene brazos ni piernas, no puede coger al bebé para el bautismo…’. Algunos padres se negaron a que bautizara a su bebé pensando que las acciones que no puedo realizar harían disminuir el sacramento. Fue muy doloroso para mí. Mi obispo intervino escribiendo una carta en la que decía que mi esposa, en nombre del sacramento del matrimonio, sería mis manos. Y es lo que ella hace. Es muy bonito”, contaba a la web de la Diócesis de Angulema.
Fuente: Religión en Libertad
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