«Chespi» Muscarelli, fundador del Movimiento Sembradores, contra la soledad del pobre
Daba comida a los pobres hasta que no quedó ni para su familia: después, Dios lo fue guiando
Gabriel Muscarelli se dio cuenta que Dios no le pedía tanto dar comidas como estar con los pobres dándoles esperanza
Gabriel “Chespi” Muscarelli se crió en una familia de 5 hermanos que pasaba muchas necesidades, incluso para comer. En 2002 puso en marcha el Movimiento Sembradores, para dar comidas a los más necesitados de Montevideo. Cuando empezaron, entregaban unos veinte platos por salida. Hoy realizan salidas los lunes, martes y domingos, con 40 voluntarios que entregan unos 200 o 300 platos de comida semanales. Ayudan también con ropa y en temas de higiene. Felicitan los cumpleaños. Rezan con los pobres.
Gabriel aprendió algunas cosas en estos años. La más importante: que en realidad, no luchaba contra el hambre, sino contra la soledad, tristeza y desesperación de muchos. Y por eso descubrió que su función era parte de la función de la Iglesia y de Cristo mismo: dar esperanza y sentido.
Lo ha contado en una entrevista en el número 453 de la revista Entre Todos y se ha hecho eco la web de la diócesis. La reproducimos aquí.
- ¿Cómo fueron tu infancia y tus primeros años de fe?
- Me crié en una familia pobre donde el día a día era muy complicado. Mi padre siempre salía a buscar la comida y nosotros nos quedábamos en casa esperando. Mi madre estaba siempre al firme, cumpliendo su función, manteniéndonos limpitos y tratando de estar siempre al lado de mí y de mis hermanos, educándonos. Se formó una solidez muy evangélica en la familia. Creo que Dios me dio la preparación que recibí en la infancia.
Cuando uno empieza a crecer se va haciendo más fuerte en todo, te preguntás quién es Dios y dónde está. También empezás a ver a los demás y las necesidades que pasa una familia, como nosotros, para sobrevivir. Siempre hubo una lucha, pero con un límite: la honestidad. Veíamos que había cosas que quizá nos facilitaban el camino, pero no era el camino que debíamos tomar.
- ¿Cómo comenzó la idea de Sembradores?
- Éramos cinco hermanos y veíamos las necesidades del día a día. Tenía un hermano que jugaba muy bien al fútbol y siempre pensábamos que iba a llegar a las grandes ligas. Además, pensábamos que las obras se hacían solo con plata y yo le dije: “El día que vos llegues, vamos a hacer una olla de comida bien grande para darle a la gente”.
Mi hermano no llegó en el fútbol, pero Dios escuchó eso de la olla de comida y no se lo olvidó. Por eso recalco a Dios y a la Iglesia.
En la Parroquia San Vicente estaban saliendo a dar buñuelos por las mañanas temprano y me invitaron. Cuando fui les conté esa idea que algún día tuvimos con mi hermano, se entusiasmaron y así surgió Sembradores. Comenzó muy chiquito, con 20 o 30 platos.
Yo, que creía que había visto mucho porque había pasado hambre y un montón de necesidades, vi una cantidad de cosas más, como la soledad, el frío, la indiferencia de los demás... eso era mucho más duro. Cuando volvíamos a casa luego de eso nos teníamos que quedar un rato hablando para poder contenernos. Es difícil, te queda un nudo en la garganta.
Por ejemplo, mirás la silla de tu casa, a la que nunca le diste corte, y decís “tengo una silla, una mesa para comer y ellos comen en el piso [el suelo]”. O vas a lavarte las manos y agradecés tener agua y lavarte. Empezás a ver cosas que parecían ocultas y aparecen ahí.
- ¿Qué cambios has visto en Sembradores a lo largo de estos años?
- Llevo 17 años en esto y, si Dios me da salud, posiblemente siga hasta que me muera. Los primeros años creí que era una cosa y luego Dios me fue mostrando que la obra era otra, eso es lo lindo. Fui aprendiendo que en el transcurso de la vida uno no para de adquirir enseñanzas. Yo creía que ellos necesitaban un plato de comida para poder sobrevivir, pero hay otras cosas que son más importantes. A Dios no se le escapa nada, Él tiene todo bajo control.
La Iglesia cumple una función fundamental, es la que transmite esa esperanza y esa fe de la buena nueva. Dios me fue puliendo, mostrando y enseñando la humildad.
Si vos estás, ellos comen, pero si no estás, ellos igual comen. Lo que nosotros tenemos que hacer es ir y transmitirles esperanza.
Cuando empecé a salir no veía lo de la soledad y el abandono. Jesús predicó con la palabra, pero corroboraba con los hechos. La fe sin obras está muerta... creer me lleva a poner esa responsabilidad de la Iglesia de ver la realidad y decir "acá estamos".
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Llevando un pastel de cumpleaños a un conocido que duerme en las calles (y compartiendo con él una lectura de la Biblia)
- Si tuvieras que señalar los momentos difíciles de estos 17 años de Sembradores, ¿cuáles serían?
- Hay varios. Uno fue cuando, por un tiempo, malentendí lo que Dios quería de mí. Yo tenía un minimercado grande, me iba bien y empecé a “ocupar” el lugar de Dios. Todo el que venía y me decía que necesitaba algo, yo se lo daba. Llegó un momento en que el buen negocio que tenía colapsó y fue un momento difícil que repercutió en Sembradores. Yo la pasé mal, tenía plata en estructura, pero no me alcanzaba para comer. Yo salí a repartir comida a personas en situación de calle y mis hijos me decían “no tenemos comida nosotros”. Ahí vi que, aunque estuve equivocado, eso era un proceso de aprendizaje y una prueba donde yo tenía que salir adelante y Él me iba a mostrar el camino.
El “clic” fue cuando en mi casa una vez no teníamos para comer. Y yo le habría podido ir a pedir a muchas personas que me querían y que me podrían haber dado, pero decidí ir a golpear en la Iglesia a pedir un paquete de fideos para comer. Dios me demostró que Él es Dios, yo soy un instrumento, nada más. Esa fue una de las etapas difíciles de Sembradores.
También, he visto cambio en la calle. Hoy en día hay mucha más gente en situación de calle de la que nosotros podemos atender. La demanda es grande. Dios, sabiendo la demanda de gente en la calle, fue formando grupos que salen. El Papa Francisco, con la idea de que la Iglesia salga al encuentro con los demás, ha animado, al igual que el Cardenal Daniel Sturla [arzobispo de Montevideo], a que los jóvenes salgan.
- Luego de esas enseñanzas, ¿cómo te sentís?
- Yo estoy feliz. Cuando en la Misa se dice “yo no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”, eso es lo que siento. Esa actitud es la mía. Yo de repente estoy bañando a una persona de la calle y al rato estoy en una fiesta con las personas más ricas del país. Sé que existen las dos cosas, sé que todos somos hijos de Dios y que nos ama a todos. Dios me ha mostrado mucho en estos años de mi vida. Mi función es anunciar el camino de la Verdad y la Vida.
- ¿Un mensaje para la gente que anhela la búsqueda de la felicidad?
- La felicidad es amar y confiar. Jesús tuvo un pasaje de la vida terrenal en el que tuvo que amar y confiar. Ese es un proceso que se tiene que dar en la vida de todos, aunque todo alrededor parezca que no acompaña. El enemigo puede hacernos creer que está todo perdido, pero no está todo perdido. Doy fe de que no lo está y de que Dios tiene todo bajo control.
Fuente: Religión en Libertad
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