Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz guiaron a Lucía Huerta en su crecimiento en la fe
Deprimida, sin fe, en misa por compromiso, pidió ayuda a Dios: sintió una alegría que cambió su vida
Lucía fue a misa sólo por la comunión de los niños, pero allí decidió hablar con Dios... y su vida cambió
Lucía Huerta vivía alejada de la fe. Había sido azafata, con horarios difíciles durante años, y así había dejado de ir a misa y se había distanciado completamente de Dios. Distintas desgracias familiares la habían golpeado y habían desencadenado una dura depresión en ella.
Un día, estando en misa por compromiso social -preparación para la Primera Comunión de sus hijos- hizo algo nuevo: dirigirse a Dios, pedirle ayuda en serio. Y ahí empezó un viaje espiritual que, acompañada por las enseñanzas de Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, la harían crecer hacia Dios.
Lo explicó en su libro “Caminante, sí hay camino” (Monte Carmelo) y en el programa “+ que noticias” de 13 TV, que presentaba el sacerdote Javier Alonso en noviembre de 2012. Este es su testimonio contado en primera persona.
Caminante, sí hay camino: el testimonio de Lucía Huerta
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Desconectada de Dios
Nací en una familia católica como el noventa por ciento de la gente de aquella época. Me eduqué en un colegio religioso. Al terminar el bachillerato aprendí idiomas y me fui de azafata a Iberia. La vida laboral de azafata complicaba mucho que yo pudiera ir a Misa cuando me tocaba trabajar en fiesta y además fuera de España. Eso motivó que el único nexo de unión que me quedaba de mi pasado de fe, que era la Misa dominical, se perdiera.
Poco a poco fui metiéndome en el mundo y las cosas tan aparentemente gratas que nos ofrece hasta el punto que Dios prácticamente desapareció de mi vida. Llegó un momento que no sabía si Dios existía o no. Tenía grandísimas dudas.
Me casé y después de 7 años empezaron los problemas. Un hijo mío padeció una enfermedad grave. Sufrí una rotura uterina posterior con la pequeña de mis tres hijos. Murió mi padre. Todo esto me llevó a caer en una depresión durante tres años, sin saber lo que me pasaba.
En misa, pidió ayuda a Dios
Al pasar de los meses, íbamos a Misa porque mis hijos iban a hacer la Primera Comunión y por coherencia a pesar de mi descreencia.
Un día, en una Misa, le pedí a Dios que me ayudara porque yo veía que no podía salir de esa depresión. Y sucedió algo increíble: me ayudó. Cuando salí de allí me sentí mucho más contenta de lo que me había sentido en mucho tiempo. Aquello fue un revolcón que me dio por dentro, en el sentido que despertó de manera enorme mi gratitud.
Cuando Dios obra de alguna manera se nos hace patente. Si lo sucedido es de la propia fantasía, uno se da cuenta que termina, pero cuando es obra de Dios hay algo que sigue azuzando y empujándote a cambiar. En mi caso me hizo volverme a Dios, poco a poco, porque esto no sucede de golpe.
Empecé a intentar guardar esa gratitud que sentía y acercarme a Dios. Así llegó un punto en que eso fue ahondándose más y más.
Necesidad de orar, hablar con Dios, leer sobre Él
Inicié un periodo de búsqueda muy grande. La oración fue creciendo en mí. Tenía una necesidad grande de orar. Comencé por la oración vocal, como por ejemplo el Rosario. Según Santa Teresa de Jesús, si se piensa lo que se dice y a quién se habla pasa a ser meditación.
De la oración vocal se pasa a la meditación: leer muchos libros y reflexionar sobre aquellas palabras de los Evangelios que antes no me decían nada y entonces me tocaban el corazón como dardos.
Llegó un momento en que mi oración empezó a ser algo especial. Me daba cuenta que no era normal y entonces necesitaba buscar luz. En aquellos momentos no tenía grandes amigos en la Iglesia porque lo único que hacia era ir a Misa y recordé que en el Colegio habíamos estudiado sobre santa Teresa de Jesús y san Juan de Ávila.
Caminando con Santa Teresa y San Juan de la Cruz
Lo primero que busqué fue El libro de la Vida, que era el que recordaba de Santa Teresa. Empezó a darme luz sobre como comportarme, guiarme, hacer la oración y eso fue ahondando más en mi corazón.
Respecto a la oración, yo creo que dependiendo de las circunstancias que cada uno vive, Dios te guía por el camino más adecuado. Es decir, yo en aquellos momentos podía dedicar tiempo a leer y reflexionar y lo hacía muchas horas al día. No lo hacía ni tan siquiera conscientemente. Era algo que me salía de dentro y no tenía que buscar esos momentos necesariamente.
Más adelante, cuando se pasa de la meditación a la contemplación, lo que santa Teresa denomina la cuarta morada, ahí sí que es un momento difícil en el cual hay que tener fuerza para superarlo. Comencé a tener muchos problemas en mi vida, en un momento pensé que yo podía estar viviendo en la noche. Recordaba el libro La noche oscura de san Juan de la Cruz y fui a comprarlo. Yo pensaba que a mí esto no podía pasarme, pero me di cuenta de que muchas cosas que decía el libro me estaban ocurriendo.
Esta noche del sentido lo que hace es quitarnos el gusto desmesurado por esas cosas que nos ofrece la vida, como la diversión y el consumismo. Eso me dura unos tres años y luego viví una época, de un año y medio, de profundización mayor en la oración que fue un intervalo entre las crisis que se dan en la vida oracional.
El Dios que te enamora, "dulce, tierno, amante"
Y entonces tuve un encuentro con Dios gozoso y gustoso. Un Dios dulce, tierno, amante, que realmente te enamora. Yo ya estaba enamorada de Él porque, si no, no hubiera llegado hasta aquí. Hay gente cercana que me dice que ya les gustaría tener lo que yo tengo. Eso es algo que Dios regala, Él sabe por qué y a quién.
Es verdad que es necesaria una respuesta que tiene que ser de entrega, de negarse a sí mismo, de dejarte hacer por Dios. Y eso no suele ser muy fácil. Normalmente cuando algo nos llega impuesto y no nos gusta, damos la espalda y nos vamos. Eso en éste camino no puede ser. Yo tuve la enorme fortuna que Dios me regaló esa necesidad profunda de Él que me hizo pedirle que aunque yo me quisiera negar, no me dejara.
En estos momentos de mi camino espiritual a Dios lo llevo todo el día conmigo. Hay unos momentos explícitos de intimidad con el Señor que intento tenerlos porque me dan vida. Voy a la Eucaristía todos los días que puedo y después me suelo quedad media hora o tres cuartos en la capilla orando. Estás todo el día con Él. Está dentro de ti, viviendo y es algo maravilloso.
Una vez que pasas las quintas moradas, que es lo que santa Teresa llama, la oración de unión, empieza una nueva crisis más dura, más dolorosa, porque aquí es donde verdaderamente Dios te cambia el ser. Pasas del hombre viejo a ser hombre nuevo. Y eso es muy doloroso porque Dios te tiene que quitar todos los soportes que tienes de tu persona: el egocentrismo, el egoísmo, la soberbia… Eso el Señor te lo quita para que puedas llegar a la unión con Él, porque cosas contrarias no se pueden unir. Dios no se puede unir al pecado.
Dios no te quita tu libertad ni tu naturaleza
Hay que tener en cuenta dos cosas de como actúa el Señor. Una: Dios jamás va a saltar por encima de nuestra libertad. Su gracia es algo que tenemos que aceptar nosotros. Si no, Él no sigue.
Y la otra es que Dios no te quita tu naturaleza. Eso lo dice san Juan de la Cruz. Dios no nos quita nada de nuestra naturaleza, sino que te sientes realmente mucho más persona. La acción de Dios te hace crecer, eres más libre para elegir. Es algo increíble, pero es así: Dios te posee, pero de una manera que tú eres cada vez más tú.
Fuente: Religión en Libertad
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