domingo, 19 de agosto de 2018

Viviremos para siempre


VIVIREMOS PARA SIEMPRE.

Por Antonio García-Moreno

1.- Centinela, alerta.- "Fijaos bien como andáis; no seáis insensatos, sino sensatos", (Ef 5, 15) recomienda Pablo en este pasaje de la epístola que escribió a los cristianos de Éfeso. Y luego añadirá: "No estéis aturdidos, daos cuenta de lo que el Señor quiere". Son expresiones que nos recuerdan la necesidad perentoria de vivir alerta, siempre con la guardia montada. La vida del hombre sobre la tierra es una milicia, decía Job. Un continuo estado de guerra en donde es preciso estar siempre preparados para dar batalla, siempre con el oído atento y las armas preparadas.

Antes que San Pablo ya lo recomendó el Señor con insistencia al exigir a sus seguidores una actitud vigilante, un sentimiento de esperanza siempre viva. Es necesario orar de continuo, velar sin descanso, para no entrar en la tentación. El enemigo no descansa; es como un león hambriento que busca a quien devorar. Es ésta una comparación que pone San Pedro en su primera carta, él que tanto sabía de tentaciones y de luchas, de caídas y de victorias.

Qué importante es saber aprovechar las ocasiones que la vida nos va brindando. Ocasiones que hay que saber valorar, conscientes de que a veces no se repiten más. De la ocasión a que se refiere Pablo, depende además algo tan importante como nuestra salvación, nuestra felicidad durante la vida terrena, y sobre todo la de nuestra felicidad eterna después de la muerte.

La noche va muy avanzada, dirá también el Apóstol a los romanos, y se acerca el día. Es ya hora de surgir del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cercana... Sí, es preciso que no olvidemos que vivimos inmersos en la noche de nuestra vida temporal, y que sólo cuando amanezca el día definitivo, cuando llegue para siempre la luz, el peligro habrá desaparecido y la vigilancia ya no será necesaria. Pero hasta que llegue ese momento, no lo olvidéis, fijaos bien cómo andáis.

2.- El Pan Vivo.- Las palabras de Jesús son claras y contundentes: "Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo". Los judíos se sorprenden ante esta afirmación, se resisten a creer en el Señor, que repite una y otra vez que su Carne es verdadera comida y su Sangre verdadera bebida. Pero los israelitas no entendían lo que Jesús estaba diciendo, pues no tenían fe en él, a pesar del milagro que acababa de realizar ante ellos.

Hoy sabemos que esa comida y esa bebida la tomamos de forma sacramental y mística. Lo cual no quiere decir que no tomemos realmente el Cuerpo del Señor, ya que en la Eucaristía se contiene a Jesucristo con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. De todas formas, hoy como entonces, es preciso adoptar una actitud de fe, si de veras queremos aceptar la doctrina acerca de la Eucaristía. Sólo así, por la fe, podremos acercarnos al Misterio y captar de alguna manera la grandeza, que en nuestros sagrarios tenemos, la de Jesús mismo.

Otra idea que el Maestro repite en este pasaje evangélico es la de que quien come su Carne y bebe su Sangre tiene vida eterna, es decir, vivirá para siempre. Este alimento transmite, por tanto, una vida nueva, a la que la muerte no podrá vencer jamás. Una vida sin fronteras de tiempo, una vida siempre joven, una vida singular, la vida misma de Dios.

Acercarse a comulgar es acercarse a la eternidad, es pasar de un nivel terreno a otro muy distinto, trasladarnos a una atmósfera de luminosidad y de gozo. Comulgar, en definitiva, es unirse íntimamente con Dios, penetrar en el misterio de su vida gloriosa y disfrutar, en cierto modo, de la alegría singular de los bienaventurados en el Cielo.

El Señor lo dice explícitamente en esta ocasión: "El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come, vivirá por mí". Así, pues, lo mismo que Jesús está unido al Padre, así el que participa en la Eucaristía vive unido al Señor. El que comulga con las debidas condiciones, limpio de pecado mortal, llega a la unión mística y grandiosa del alma con Dios, se remonta hasta la cumbre del más grande Amor; ese estado dichoso en que el hombre se identifica, sin confundirse, con el mismo Dios y Señor.

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