En su peor momento de tiniebla, sexo y drogas, vio en sueños la luz de su bautismo: se aferró a ella
«Ya no puedo fallarle. Jesús es mi amigo para toda la vida», celebra ahora Ludovic.
Si tu vida gira dando vueltas, el resultado del giro solo puede ser un agujero en el suelo en el que te hundas. Hay que mirar hacia arriba e ir hacia arriba. Es la lección que transmite Ludovic al explicar en L'1visible cómo vivió él ese mismo proceso:
"Jesús entró en mi vida de forma maravillosa"
Durante largo tiempo llevé una vida disoluta, tuve muchas parejas sexuales, incluso caí en la droga durante casi dos años y medio… Pero sabía en el fondo de mi ser que me faltaba algo más poderoso, algo que finalmente aportase concreción a mi existencia. Pensé que ir de historia amorosa en historia amorosa era la buena solución, pero no, en absoluto, porque me hacía dar vueltas. Y el hecho de dar vueltas te aspira hacia abajo. Aquella fue además la razón por la que me metí en la droga, porque daba vueltas… Descendí muy abajo y no lo pasé nada bien.
Un día, al volver deprimido a casa, volví a tomar lo que no debía. Sin embargo, me sirvió para provocar un sueño. En ese sueño, en esa revelación, tuve la visión de la luz de mi bautismo. Como en esa época yo no sabía muchas cosas, me dije: “¿Cómo voy a poder salir de esta situación?” Dije: “¡Ya está! Jesús, dado que estoy bautizado, vas a ser Tú quien me salve!” Al instante me pregunté: “Pero ¿cómo se concretará eso?”
Poco tiempo después conocí a buenas personas que me orientaron hacia un sacerdote. Él comprendió inmediatamente hasta qué punto me había hecho dependiente, y qué era lo que yo estaba esperando. El día que fui a verle, no sabía lo que iba a pasar. Estaba muy estresado, sumido en una oscuridad terrible. No sabía si sería capaz de hablar con él, de abrirme. ¿Qué tenía que hacer? ¿Con qué disposiciones había que ir? La verdad es que no lo sabía, pero todo sucedió solo. Mi corazón se abrió, mi alma se abrió. Dios fue más fuerte que las fuerzas del mal. Concretamente ese día fue el de mi confesión. La confesión de mis pecados, el reconocimiento de que no iba bien. Le pregunté al sacerdote: “¿Cree que Jesús puede hacer algo concreto por mí?”
Sentí una transformación física y psicológica. De un día para otro, era otro hombre. Lloré durante cinco días, experimenté Su misericordia. Jesús vino a buscarme por medio de ese sacerdote.
Eso me ayudó a echar raíces, a asentarme, a ser más cercano que antes a las personas. Estaba alejado, disperso. Ahora me he recentrado en Cristo. En cuanto a la droga, fue algo radical durante dos o tres años, gracias a la alegría de la curación. Hubo recaídas, por desgracia, pero muy pequeñas. Me dije: “¡No puedo volver a caer en eso, no es posible!” Me aferré a ello. Y ahí, concretamente, se terminó.
Jesús ha entrado en mi vida de una forma admirable y ahora se acabó. Ya no puedo fallarle. Es mi amigo para toda la vida.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Fuente: Religión en Libertad
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