lunes, 25 de junio de 2018

ESTHER (MONJA DE CLAUSURA) Testimonio

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¿CÓMO VIVO MI FE?” TESTIMONIOS DE FE

Hemos preguntado: “¿Y tú, ¿cómo vives tu fe…?” a diversas personas cristianas. Aquí tienes el resultado. ¿Cuál te dice más? ¿Cuál sería el tuyo? ¿Qué añadirías…?


ESTHER (MONJA DE CLAUSURA)


Llevo varios días pensando qué es la fe, preguntándome: ¿es lo mismo la fe en el Dios de Jesús o la fe en cualquier otra religión?, ¿de qué hablamos cuando decimos “tengo fe en esta persona, en la ciencia o en cualquier otra cosa…”?

Y, lógicamente, se me llena la cabeza de respuestas y de nuevas preguntas, de definiciones y de enrevesados pensamientos… Pero cuando me quedo cara a cara con el evangelio, la fe se pone cómoda, se quita el traje y se viste con su bata y sus zapatillas de andar por casa, deja de ser algo distante, extraño y se confunde entre mis cosas, en mi día a día.

La fe en Jesús y en el Dios que vino a mostrarnos no parte de lo que “no se ve”, sino justamente lo contrario, atraviesa la vida, la cotidianeidad.

El mensaje de Jesús es tan simple como reconocer que Dios está presente y nos hace presentes a nosotras, las personas. Porque el anuncio de Jesús no es del pasado, ni para el futuro, es para aquí y para ahora. ¡Fácil! Pero incómodo, porque nos saca de esa falsa nostalgia que nos hace creer que antes (cuando era más joven, cuando empecé…) todo era bueno. Y nos roba también el falso idealismo que nos hace creer que todo irá mejor (cuando pase la crisis, cuando cambie de trabajo…).

Curioso, pero la fe en Jesús, en el Dios de Jesús y en su Reino, nos roba las “creencias” y nos empuja a vivir la evidencia: “Quien dice que ama  a (cree en) Dios a quien no ve y no ama (cuida, perdona, ayuda, cree) a su hermano/a a quien ve, es un mentiroso/a”.

Por todo eso, para mí, creer, tener fe es, sencillamente, vivir, responder a mi día a día desde este Monasterio Trinitario en Suesa. Compartir con mis hermanas dificultades y alegrías, disfrutar de un día de sol o de lluvia, soñar juntas, celebrar la eucaristía, reír mientras charlamos, pasar una tarde junto a la chimenea, cantar un salmo, acoger a quienes se acercan a rezar con nosotras…, y, por la noche, recoger el día y ponerlo en manos de nuestro Dios Trinidad con confianza, sin miedo.

Y así es como las experiencias de fe brotan de lo cotidiano y se visualizan fácilmente cuando una está conectada, en línea. Se ve en los ojos de quienes rezan el Padre nuestro desde el corazón, las lágrimas de quienes se descubren amadas por ese Dios a quien han estado rechazando demasiado tiempo… Podría contar tantas experiencias profundas que reflejan el encuentro con Dios como personas se acercan a rezar con nosotras.

Dicen que hay igual número de formas de amar como corazones, y lo mismo sucede con la experiencia de Dios, tantas como personas, y, aun con todo, ni el amor ni la relación con Dios (¿serán cosas diferentes?) se agotan por ello.

La fe va de la mano de la confianza, es el “dejarse caer” sabiendo que alguien te recogerá, sabiendo, incluso, que si no te recoge nadie es lo mejor, aunque no se entienda. Como Jesús, que decidió entregar su vida, despojarse de ella y dársela al Padre, aceptando lo que sucediera a partir de entonces.

La palabra fe se pasea por nuestro vocabulario con cierta facilidad y no siempre somos conscientes de su profundidad. “Ten fe, ten fe”, escuchamos o pronunciamos sin ahondar demasiado en ello. Pero… tener fe es amar hasta la exageración, mirar con la mirada de Dios.

¿Fe en Jesús? Sí, siempre, un sí incondicional, a veces temeroso, pero sincero. ¿Adónde iré si no creo en ti? Sólo tú tienes palabras de vida eterna…


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