jueves, 7 de agosto de 2014

El misionero José Luis Garayoa, después de un secuestro, malaria y tifoideas, ahora contra el ébola

«El buen pastor no deja sus ovejas», dice en Sierra Leona

El misionero José Luis Garayoa, después de un secuestro, malaria y tifoideas, ahora contra el ébola
El misionero José Luis Garayoa, después de un secuestro, malaria y tifoideas, ahora contra el ébola
El misionero José Luis Garayoa, después de un secuestro, malaria y tifoideas, ahora contra el ébola
José Luis Garayoa, sacerdote misionero de los agustinos recoletos, en su misión en Sierra Leona



A primera hora de la mañana del 4 de agosto, los informativos de RTVE emiten las declaraciones del misionero agustino José Luis Garayoa desde Sierra Leona, que explica cómo la cultura local dificulta aislar la epidemia de ébola, que a 1 de agosto contabilizaba ya 730 víctimas mortales en África noroccidental: "aquí los ritos funerarios implican lavar el cádáver, un contacto prolongado con el cuerpo, y ese contacto lleva al contagio. Tenemos que luchar para abandonar los ritos ancestrales, al menos por un tiempo", señala el misionero, que lleva toda una vida combatiendo la brujería, la superstición, la mutilación genital femenina...

Malarias, tifoideas, un secuestro...
Garayoa no se asusta con facilidad. En 2011 este misionero español explicaba en La Razón: "Después de pasar tres malarias, la solidaridad se acaba. Yo en tres años llevo 10 malarias y tres tifoideas. Si aguanto, es por fe, porque soy sacerdote y anuncio la Buena Nueva. En Sierra Leona atiendo partos e infecciones vaginales. ¡Soy ginecólogo autodidacta por fuerza!».

Garayoa ya fue portada en los telenoticiarios en las navidades de enero de 1998, cuando fue secuestrado durante 2 semanas, junto con otros religiosos y un cooperante español, desaparecido durante dos semanas en la selva.

"Yo acababa de llegar y tenía fiebres tifoideas. Estaba recuperándome en el hospital de los Hermanos de San Juan de Dios en Mabesseneh cuando los rebeldes atacaron y nos llevaron como rehenes a tres religiosos, a un cooperante español y a mí", explicaba en La Razón. Las televisiones y los diarios españoles se volcaron durante dos semanas en los misioneros secuestrados. 

«Cada día yo celebraba la misa con mis compañeros, sentados en el suelo, con una cruz de madera; partíamos un poquito de pan y chupábamos las migas. Di la absolución general dos veces. El 25 de febrero nos querían fusilar a las 2 de la mañana. Nos abrazamos, nos despedimos, ¡y a morir por Dios! Yo no tenía miedo. Te fías de la misericordia de Dios», asegura. 

Por fortuna o gracia de Dios, tres días después fueron liberados por fuerzas de la ONU. 

Garayoa fue enviado entonces a Nuevo México y a Texas, a mejorar su inglés. Durante 8 años trabajó con inmigrantes hispanos, «gente sencilla que se estrellaba con una realidad dura». 

Después, en 2006, con 53 años, le ofrecieron volver a Sierra Leona. «¡Estás gordo y viejo!», le decía la familia. Pero África le llamaba, como a tantos misioneros, con la voz de Dios. Y desde entonces está en este país pobrísimo, país dañado por una cruelísima guerra y un atraso supersticioso ancestral. 

El ébola da miedo
Garayoa es, por lo tanto, un "tipo duro", que ha visto de todo. Pero el ébola le da miedo, como explicaba en abril en su blog, cuando el brote estaba en sus primeras etapas. 

"Tengo miedo, mucho miedo, pero de una entrevista que leí hace tiempo se me grabaron a fuego estas palabras: El miedo es el asesino del corazón humano, porque con miedo es imposible ser feliz y hacer felices a los otros. Solo se puede afrontar el miedo con la aceptación, porque el miedo es resistencia a lo desconocido. Llevo días recibiendo mensajes de teléfono y correos electrónicos preocupados por las noticias que tanto los periódicos como la televisión comentan acerca del nuevo brote de Ebola en Guinea Conakry. Los que me quieren, y lo entiendo, me invitan a ser más precavido y, si es posible, a dejar Sierra Leona para evitar el contagio".

"Acabo de recibir una carta del Ministerio de Educación y del Ministerio de Salud para que informemos a nuestras escuelas de que deben de extremar los cuidados. Y sobre todo, no comer carne de mono, ni de murciélagos, ni de puerco espines, ni de animales muertos. Tampoco tocar a los enfermos sospechosos, y simplificar los ritos funerarios porque el cadáver podría estar también contaminado. Ni me quiero acordar de todos los monos y puerco espines que me he comido celebrando San Francisco Javier, el santo Patrono de Kamayeh", escribía en abril.

No dejó el país sino que colabora con los esfuerzos para explicar a la población por qué deben ir al hospital, por qué deben dejar que sus muertos se encierren a toda prisa sin los ritos ancestrales, por qué todos deben usar medidas de higiene adecuadas.

Cuando el ébola mata misioneros
De ébola también mueren los sanitarios y los médicos. Las primeras enfermeras en morir de ébola fueron las monjas misioneras sanitarias del Congo cuando se descubrió la enfermedad en los años 70. 

El primer médico que murió de ébola fue el doctor Matthew Lukwiya, cristiano protestante, que había renunciado a un cargo como docente en Inglaterra para servir en África, y que combatía el ébola en el hospital católico misionero de Santa María, en Lacor (Gulu, Uganda) en el 2000, admirado del coraje y la costancia de las religiosas. Un día, un enfermo cubierto de pústulas y sangre, enloquecido, con una fuerza de demente, se abalanzó sobre él, en pleno delirio, y lo cubrió con su sangre, rompiendo sus protecciones. El doctor se contagió y murió poco después. 

De los contagiados que llegaban a este hospital, con las medidas que él había implementado, morían el 40%. En brotes anteriores, en otras circunstancias, la tasa de mortandad de los infectados era del 90%. Se calcula que en este brote de 2014 la tasa está en torno al 60%.

Estos días se han contagiado un médico de Sierra Leona y dos misioneros protestantes de EEUU, el doctor Kent Bratly y la enfermera Nancy Writebol, ya de vuelta en su país, con posibilidad de salvarse. Los dos misioneros, que servían en la organización de ayuda evangélica Samaritan Purse, se infectaron en un hospital cercano a Monorvia, en Liberia.

Pérdidas que bajan la moral
El médico de Sierra Leona, en cambio, murió: era el doctor Sheik Umar Khan, que trabajaba en el hospital gubernamental de Kenema. Como era el único hospital del país realmente equipado para combatir el ébola, su muerte ha significado un golpe a la moral del país. "Nos ha dejado haciéndonos sentir sin defensa", ha admitido el padre Peter Konteh, director ejecutivo de Caritas Sierra Leona.

Cáritas es la principal red local católica para difundir la ayuda -y las medidas sanitarias y preventivas- que llegan al país, aunque los católicos apenas son un 5% del país y los cristianos protestantes quizá otro 15%. Un 70% son musulmanes y el resto siguen religiones tradicionales. 

Muchas familias se niegan a admitir que uno de sus miembros tiene la enfermedad para que no lo lleven al hospital, ya que entienden que "no se lo devolverán": si muere, no podrá volver a su lugar de origen para los ritos funerarios. Otros van con el infectado en transportes inadecuados a hospitales que no están equipados, a veces durante dos días de carreteras tortuosas... contagiando a los compañeros de viaje.

CRS, la Cáritas de EEUU, colabora con Cáritas Sierra Leona para entrenar a los ancianos y jefes tradicionales de forma que ellos difundan cómo frenar el contagio y qué hacer cuando se detecta un enfermo. También entregan material higiénico para facilitar la desinfección, y tratan de combatir todo tipo de rumores extraños, como que el origen es una conspiración antigubernamental que enferma a la gente en los hospitales. 

"Si, como dice el Papa Francisco, el pastor debe de oler a oveja, conviviendo cerquita de ellas, con mucha más razón deberá estar presente si el lobo las ataca. Solo el asalariado huye cuando ve llegar el peligro. El buen pastor es el que da la vida por las ovejas. Y eso es amor que de Jesús de Nazareth aprendí. Nuestras vidas siguen estando en las manos de Dios, no en las de un virus así se llame Ebola", escribía el padre José Luis Garayoa hace tres meses, al estallar la epidemia. Y allí sigue.

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