¡Ecce Homo! por el beato José Polo
Publicado en ABC, el 3 de abril de 1931
La Iglesia de la Flagelación es la primera estación de la Vía Dolorosa, y se levanta sobre el lugar donde Jesús fue flagelado antes de coger la cruz.Berthold Werner
18.04.2025 | 01:14
Actualizado: 18.04.2025 | 01:14
Sin sospecharlo siquiera, hizo Pilatos el retrato más perfecto, la más irrefutable apología del reo que, por admirables trazas de la Providencia, estaba entre sus manos.
Habían presentado los judíos ante el juez del Imperio como perturbador de la paz pública y seductor de las muchedumbres, las cuales, con maravillosa intuición, cifraban en él la esperanza de las profecías, los entrañables anhelos de todas las generaciones de Israel y hasta las reivindicaciones individuales y colectivas del pueblo. Cuando más gritaba el fariseísmo, rugiendo concupiscente venganza y muerte de cruz, la autoridad extranjera falla el pleito con solo dos palabras, que desde entonces señalan el eje del mundo moral.
¡Ecce homo!, les dice Pilatos a las multitudes congregadas en Jerusalén para celebrar la Pascua. La raza judía no penetró el sentido arcano de esta exclamación del gobernador, mas es lo cierto que después de pronunciada, y a lo largo de veinte siglos, todos los pueblos han visto en ella la personificación del ideal humano.
¡Ecce homo! ¡Ahí está el hombre! No; no consiste la perfección humana, como asegura el positivismo fracasado ya, en la satisfacción de los apetitos inferiores, ni solo en el desenvolvimiento de las energías humanas. El hombre tiene destinos más elevados. Y por eso, porque es ley de la vida, la verdad y la justicia, Jesucristo fue, es y será siempre el tipo absoluto de la grandeza y de la excelsitud.
¡Ecce homo! A los ojos de la justicia materialista que dominaba entonces al mundo, sin excluir a la raza judía, la figura de Cristo, muriendo por los ideales del espíritu, pareció despreciable; pero sobre toda la prudencia y sobre todos los poderes terrenales la locura de la cruz se transformó en la única sensatez, realizando por vez primera en la tierra el reinado de lo verdadero y de lo justo.
¡Ecce homo! Con la eficacia del primer día, se sigue escuchando al cabo de veinte centurias las resonancias de esta frase de Pilatos, suscitadoras de amores vehementes de odios furibundos, de rendimientos o de protestas, de verdugos o de víctimas. A medida que las actividades de la inteligencia y los afectos del corazón participan de esta humanidad tipo, que es divinidad al mismo tiempo, se adelgazan perdiendo los contactos con la materia, se purifican y espiritualizan, dando lugar a la espléndida floración de vírgenes, mártires y doctores que son ornamento y gala de la estirpe.
En torno a esta frase se han reñido y continuarán riñéndose las más aguerridas batallas, porque la contienda no ha terminado. Ahora mismo vivimos un peligroso episodio de esta lucha, y al aire del dilema el que no está conmigo está contra mí ondea en la bandera de los combatientes. Al cabo de veinte siglos esta frase es de las pocas que, salidas de boca humana, mantuvieron intacto el contenido doctrinal de elevación de la vida.
Ecce Homo en la iglesia de la Flagelación de Jerusalén
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