En aquel tiempo, habiendo entrado Jesús en Cafarnaúm, se le acercó un centurión y le rogó diciendo: «Señor, mi criado yace en casa paralítico con terribles sufrimientos». Dícele Jesús: «Yo iré a curarle». Replicó el centurión: «Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; basta que lo digas de palabra y mi criado quedará sano. Porque también yo, que soy un subalterno, tengo soldados a mis órdenes, y digo a éste: ‘Vete’, y va; y a otro: ‘Ven’, y viene; y a mi siervo: ‘Haz esto’, y lo hace».
Al oír esto Jesús quedó admirado y dijo a los que le seguían: «Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande. Y os digo que vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los Cielos».
«Os aseguro que en Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande»
Rev. D. Joaquim MESEGUER García
(Rubí, Barcelona, España)
Hoy, Cafarnaúm es nuestra ciudad y nuestro pueblo, donde hay personas enfermas, conocidas unas, anónimas otras, frecuentemente olvidadas a causa del ritmo frenético que caracteriza a la vida actual: cargados de trabajo, vamos corriendo sin parar y sin pensar en aquellos que, por razón de su enfermedad o de otra circunstancia, quedan al margen y no pueden seguir este ritmo. Sin embargo, Jesús nos dirá un día: «Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,40). El gran pensador Blaise Pascal recoge esta idea cuando afirma que «Jesucristo, en sus fieles, se encuentra en la agonía de Getsemaní hasta el final de los tiempos».
El centurión de Cafarnaúm no se olvida de su criado postrado en el lecho, porque lo ama. A pesar de ser más poderoso y de tener más autoridad que su siervo, el centurión agradece todos sus años de servicio y le tiene un gran aprecio. Por esto, movido por el amor, se dirige a Jesús, y en la presencia del Salvador hace una extraordinaria confesión de fe, recogida por la liturgia Eucarística: «Señor, yo no soy digno de que entres en mi casa: di una sola palabra y mi criado quedará curado» (cf. Mt 8,8). Esta confesión se fundamenta en la esperanza; brota de la confianza puesta en Jesucristo, y a la vez también de su sentimiento de indignidad personal, que le ayuda a reconocer su propia pobreza.
Sólo nos podemos acercar a Jesucristo con una actitud humilde, como la del centurión. Así podremos vivir la esperanza del Adviento: esperanza de salvación y de vida, de reconciliación y de paz. Solamente puede esperar aquel que reconoce su pobreza y es capaz de darse cuenta de que el sentido de su vida no está en él mismo, sino en Dios, poniéndose en las manos del Señor. Acerquémonos con confianza a Cristo y, a la vez, hagamos nuestra la oración del centurión.
Los obispos españoles sacan una nota contra la sanación intergeneracional, pero sin dar alternativas
Unos hombres oran por un joven - todos los cristianos pueden hacer oración de intercesión - foto Jack Sharp
Los obispos españoles, más en concreto la Comisión para la Doctrina de la Fe, ha difundido este martes una nota de 4 páginas que quiere hacer una "valoración doctrinal" sobre la "sanación intergeneracional". Ellos mismos hablan de una "breve nota".
La causa, dicen, es que "en los últimos años se ha detectado en algunas diócesis españolas, especialmente en el ámbito de oraciones y retiros organizados por nuevos movimientos religiosos de carácter carismático, la práctica por parte de sacerdotes vinculados a estos movimientos de la conocida como 'sanación intergeneracional'", que también llaman "sanación del árbol genealógico".
Quieren avisar de "los riesgos de esta práctica, así como del trasfondo teológico que la sustenta, ajeno a la tradición y a la fe de la Iglesia católica".
La mención de "sacerdotes" en el inicio del texto y la insistencia luego en el uso de las "misas de sanación", es un indicativo del acento del texto: prácticas del clero, más que la demanda de sanación de los fieles.
El texto completo se puede leer aquí. Nosotros a continuación hacemos una reseña con algunos elementos de análisis crítico, con sus puntos fuertes y no tan fuertes.
La comisión responsable la preside Francisco Conesa (obispo de Solsona), con el obispo auxiliar de Sevilla Ramón Darío Valdivia como vicepresidente, varios obispos eméritos en ella (Luis Quinteiro, emérito de Tui-Vigo; Javier Salinas, obispo auxiliar emérito de Valencia, Adolfo González Montes, emérito de Almería), y también con los obispos Demetrio Fernández (de Córdoba), José María Yanguas (Cuenca) y Ernesto Brotóns (Plasencia).
"Seria preocupación pastoral"
Los obispos, diciendo sentir "una seria preocupación pastoral, decidieron estudiar el tema solicitando informes a diversos expertos del campo de la teología dogmática, la teología espiritual y la psicología".
No está claro que hayan consultado a los sacerdotes implicados en la práctica. Su análisis parece centrarse más en lo que han leído en libros que la defienden, que en algo examinado sobre el terreno, hablando con fieles o sacerdotes.
Se basan sobre todo en estas obras escritas por "autores que establecen nexos entre la psicología, la medicina terapéutica y la espiritualidad":
- el terapeuta y misionero anglicano Kenneth McAll (Healing the Family Tree, 1982), que se apoya en la psicología de Carl Gustav Jung;
- el religioso claretiano John Hampsch (Healing your Family Tree, 1986)
- y el sacerdote católico de la Sociedad de San José, Robert DeGrandis (Sanación intergeneracional. Un viaje a la profundidad del perdón, 1992), "que ha popularizado la práctica en la Renovación Carismática Católica por su vinculación a ella".
El caso de De Grandis
Los obispos no lo especifican, pero en el mundo hispano el más conocido, con mucho, es Robert De Grandis. Fallecido en 2018, predicador itinerante por muchos países, escribió muchos libritos muy sencillos de leer y prácticos sobre oración de sanación, sanación mediante el perdón, oración cotidiana, y fenómenos espirituales comunes en el entorno carismático. Mucha gente recién convertida, que nunca o casi nunca rezaba, adquirió hábito de orar con fervor con ellos.
Su libro de "sanación intergeneracional" salió en inglés en 1989, e incluía varias cosas distintas. Por ejemplo, a quien ha participado en un aborto, le anima a visualizar al niño, ya crecido, y ponerle nombre y pedirle perdón, y a recibir su perdón. O hacer lo mismo con parientes ya fallecidos que le hicieron daño: perdonar y pedir perdón. A esto le llamaba "sanación entre generaciones". Es bastante distinto a lo que los obispos tratan en este texto.
Pero los obispos en su nota parece que no se centran tanto en lo que la gente hace hoy, sino en lo que los libros dicen, y llaman "sanación intergeneracional" a otros elementos doctrinales, sobre todo a la idea de "heredar pecados".
Lamentan los obispos que los autores comentados "defienden la transmisión intergeneracional del pecado y, correlativamente, la posibilidad de una sanación intergeneracional. Según este modo de ver, pecados cometidos por antepasados de nuestro árbol genealógico, que quedaron sin perdonar en vida de quienes los cometieron, serían la causa de enfermedades físicas y psíquicas de sus descendientes. El modo de curar dichas enfermedades consiste en identificar el pecado en el propio árbol genealógico. Posteriormente, mediante la oración de intercesión, exorcismos y, especialmente, la celebración de una eucaristía, se ruega al Señor Jesús o al Espíritu Santo que rompa el vínculo de pecado entre la persona y sus antepasados, alcanzándose así la sanación, muchas veces total y prácticamente instantánea".
Precedentes: obispos de Francia, Polonia, Corea...
Los obispos españoles repasan las intervenciones de otros episcopados al respecto:
- los obispos franceses lanzaron en 2007 el documento "Sur la guerison des racines familiales par l’eucharistie", especialmente preocupado por las misas para "sanar las raíces familiares"; les preocupa la "distorsión doctrinal" de ofrecer misas por los difuntos con otra finalidad: lograr además una sanación intergeneracional; además, recuerdan que el bautismo libera del pecado al que lo recibe;
- también en 2007 el obispo de Suwon, Corea, Paul Choi Deog-ki, publicó una carta pastoral por Fieles Difuntos aclarando que las personas no heredan pecados de sus ancestros (tema que en la cultura coreana requería más insistencia, por la importancia que se da siempre a los antepasados);
- los obispos polacos, en un documento de 2015, "Pecado generacional y sanación intergeneracional", trataron el tema con más detalle, acudiendo a los textos bíblicos que parecen defender que el pecado (y su castigo divino, o su consecuencia mala) pasan de padres a hijos (Ex 20,5; 34,7; Nm 14,18; Dt 5,9). Recuerdan que el pecado es individual, y que se quita con el bautismo y la confesión.
"El pecado es siempre personal y requiere una decisión libre de la voluntad", insisten los obispos españoles.
Unas manos sobre la Biblia, en actitud esperanzada, foto de Raul Petri en Unsplash
Sobre los textos hebreos que hablan de castigos y culpas colectivas, o heredadas, dice que evolucionan hacia el misterio del sufrimiento de los inocentes (libro de Job).
Añaden que "la exégesis actual, por otra parte, explica que la “iniquidad” o “transgresión” de los padres que recae sobre los hijos no ha de interpretarse en el sentido de un pecado personal cometido del que serán responsables sus hijos, sino de un mal ejemplo que influye en la educación y en el proceso de maduración de sus hijos".
Además, Jesús dice que el ciego no está ciego porque hubiera pecado él o sus padres (Jn 9,2-3) y, en cualquier caso, Él, Jesús, que no tiene culpa de nada, sufre dolores y maldades. "Él es el Justo que asume solidariamente el pecado de la humanidad y la redime. La salvación, desde entonces, no depende de la observancia y los esfuerzos del ser humano, sino que, en Cristo, es dada al hombre de manera gratuita", explica la nota de los obispos.
Los obispos avisan también contra la idea de un “perdón postmortal” de pecados de gravedad extrema, como el aborto. Parecen referirse a que los cristianos hoy vivos no pueden ganar para sus antepasados muertos un perdón por lo que hicieran en vida.
Es sabido que los cristianos pueden rezar por sus difuntos, para sacarlos del purgatorio, y de hecho nadie desaconseja rezar incluso por los fallecidos sin bautizar, antepasados antiguos, parientes que creemos que murieron impenitentes, etc... Los conversos del paganismo rezan por sus antepasados paganos.
Los obispos recuerdan que el bautismo borra los pecados y las penas del pecado (Catecismo 1264), aunque admiten que quedan "ciertas consecuencias temporales del pecado en la persona bautizada, como el sufrimiento, la enfermedad, la muerte o las fragilidades inherentes a la vida como las debilidades del carácter, así como la inclinación al mal o concupiscencia".
E insisten: "No cabe, pues, sostener una transmisión intergeneracional del pecado sin contradecir la doctrina católica sobre el bautismo".
"Ámbito de la creencia y de la fantasía"
El texto sólo dedica una nota a pie de página a considerar la posible herencia psicológica, o incluso física, de la actividad de los antepasados en sus descendientes. Admiten que aunque "una terapia psicológica seria pueda resultar beneficiosa para el sujeto, la praxis de la sanación intergeneracional aborda esta cuestión de una forma poco técnica e incluso mágica, siguiendo una lógica lineal simplista: un agente causal conduce a una consecuencia sistemática, proporcional y reversible (la eliminación de la causa elimina el efecto). Se habla más de un “castigo” capaz de extenderse a las generaciones siguientes, o de la influencia de una persona malvada, que continúa más allá de la muerte. Pero estos mecanismos de transmisión entran más en el ámbito de la creencia y de la fantasía, y no reflejan el punto de vista de la ciencia de la psicología".
Quizá es aquí donde el documento debería haber dedicado más esfuerzos.
A la mayoría de las personas afligidas, no les importa si técnicamente es o no es pecado aquella cosa que hicieron sus antepasados y que cree que les está dañando hoy, sea con insomnio, mala suerte o enfermedades inexplicadas. Lo que quieren es librarse de ese efecto. Buscan, efectivamente, una causa.
El mecanismo exacto por el que les salpica hoy sólo interesa para intentar solucionarlo. Si es psíquico, o incluso físico-biológico, el cristiano quiere poder orar por su sanación.
Faltan alternativas que den esperanza a los fieles
El texto de los obispos no ofrece muchas alternativas ni propuestas para los afligidos. Viene a decir que estos fieles (o sacerdotes) rezan mal, pero no dan muchas ideas para rezar bien.
De hecho, el texto parece enumerar obstáculos para acudir a Dios y su intervención. Por ejemplo, de las "llamadas 'misas de sanación o de liberación', estrechamente vinculada a la praxis de la sanación intergeneracional, hemos de advertir que no son consideradas en el Ritual Romano, que sí contempla, en cambio, la celebración de la misa por diversas necesidades, entre cuyas intenciones se encuentra la petición por los enfermos, en la que se pide consuelo y fortaleza espiritual y física para las personas en situación de sufrimiento".
Este párrafo parece decir que orar en misa, u ofrecer la misa, para curarse de una enfermedad, es algo "no contemplado".
"También la Iglesia contempla el ofrecimiento de la celebración eucarística como sufragio por los difuntos, pero no ha de confundirse con una sanación o liberación de los pecados de los antepasados. Por tanto, la introducción de tales intenciones en el ámbito de la celebración de la Santa Misa desnaturaliza y distorsiona gravemente la celebración eucarística", sigue el texto.
Siguen enumerando normas: "a los encuentros de oración cuya finalidad es obtener de Dios la curación de los enfermos, debe seguirse lo estipulado en la Instrucción sobre las oraciones para obtener de Dios la curación (Ardens felicitatis) publicada en el año 2000 por la Congregación (actualmente Dicasterio) para la Doctrina de la Fe. Cualquier fiel puede elevar libremente oraciones a Dios pidiendo la curación; ahora bien, cuando se trata de encuentros de oración, estos han de someterse a la vigilancia del Ordinario del lugar (art. 5 § 1) y, en caso de realizarse en un lugar sagrado, conviene que sea un sacerdote o un diácono quien las realice (art. 1)".
Aquí, la frase "han de someterse a la vigilancia del Ordinario" vuelve a llevar a confusión. Parece entenderse que si se juntan unas personas para rezar por la curación del enfermo necesitan que el obispo esté presente o envíe un delegado o dé un permiso.
En realidad, el texto del cardenal Ratzinger del año 2000 dice textualmente: "Art. 5 § 1. Las oraciones de curación no litúrgicas se realizan con modalidades distintas de las celebraciones litúrgicas, como encuentros de oración o lectura de la Palabra de Dios, sin menoscabo de la vigilancia del Ordinario del lugar", a tenor del canon 839 § 2 (que dice "procuren los Ordinarios del lugar que las oraciones y prácticas piadosas y sagradas del pueblo cristiano estén en plena conformidad con las normas de la Iglesia").
Incluso la frase de que "en lugar sagrado conviene que sea un sacerdote o diácono quien las realice", es confusa: en realidad el texto del 2000 dice "es conveniente que sean guiadas por un sacerdote o un diácono". "Guiar" significa que el sacerdote está allí y se asegura que todo es correcto, quizá también pronuncia oraciones o dirige el ritmo y el tiempo; en cambio, "que las realice" es mucho más estricto: parece indicar que solo el sacerdote puede rezar en voz alta por los enfermos, decir las palabras, hacer gestos, sin que los laicos parezcan poder hacer más que decir "amén".
Luego el texto de los obispos españoles repite las normas del 2000 sobre evitar introducir oraciones de sanación con texto escrito litúrgico, "así como las oraciones de exorcismo, litúrgicas o no litúrgicas" dentro de la celebración de la misa, los Sacramentos y de la Liturgia de las Horas.
Lo que inquieta a los afligidos
Por último, los obispos insisten en el tema que les preocupa más: "Frente a aquellos que afirman la transmisión intergeneracional de los pecados de los antepasados, apoyándonos en la Palabra de Dios, queremos afirmar que a nadie puede imputársele pecados ajenos ni se le debe hacer responsable de los pecados de generaciones anteriores, sino que cada uno es responsable de su propia vida y de sus propios pecados".
Pero esto no resolverá la inquietud de aquellos que digan: "bien, no se me 'imputa' el pecado de mi antepasado, pero sospecho que de alguna forma me afecta y me sigue dañando; aquello que hizo está relacionado con lo que me pasa".
Hay varias formas en que esto puede plantearse. Quizá alguien descubre que fue engendrado en una violación, o fuera del matrimonio. O alguien le dice, por un don carismático de palabra de conocimiento, o un sueño o una visión (quizá luego confirmada) que algo que pasó entre sus padres está relacionado con su problema. Quizá por una discusión entre los padres, uno de los dos se hizo distante o sobreprotector con el niño, hiriéndole.
O podría entrar el tema de la brujería, muy común en África: un antepasado hacía brujería y consagró a sus descendientes a los demonios. El bautismo borra el pecado, pero no hace que los demonios dejen de prestar una atención especial a ese linaje que les parece prometedor e interesante, pueden decir algunos cristianos africanos o caribeños.
El documento de los obispos hace bien en recordar que el pecado es personal, y que el bautismo y la confesión lo borran.
Pero la necesidad pastoral que había que atender en el tema de la "sanación intergeneracional" era, sobre todo, la necesidad de sanación que muchas personas reclaman. Y si la Iglesia no les ofrece caminos de sanación, las personas la buscarán en otros sitios.
Lea también: Fray Nelson Medina, 3 tipos de herencia que sí pueden requerir sanación (intergeneracional, si se quiere).
En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.
»Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre».
«Estad en vela (...) orando en todo tiempo para que (...) podáis estar en pie delante del Hijo del hombre»
Rev. D. Antoni CAROL i Hostench
(Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España)
Hoy, justo al comenzar un nuevo año litúrgico, hacemos el propósito de renovar nuestra ilusión y nuestra lucha personal con vista a la santidad, propia y de todos. Nos invita a ello la propia Iglesia, recordándonos en el Evangelio de hoy la necesidad de estar siempre preparados, siempre “enamorados” del Señor: «Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida» (Lc 21,34).
Pero notemos un detalle que es importante entre enamorados: esta actitud de alerta —de preparación— no puede ser intermitente, sino que ha de ser permanente. Por esto, nos dice el Señor: «Estad en vela, pues, orando en todo tiempo» (Lc 21,36). ¡En todo tiempo!: ésta es la justa medida del amor. La fidelidad no se hace a base de un “ahora sí, ahora no”. Es, por tanto, muy conveniente que nuestro ritmo de piedad y de formación espiritual sea un ritmo habitual (día a día y semana a semana). Ojalá que cada jornada de nuestra vida la vivamos con mentalidad de estrenarnos; ojalá que cada mañana —al despertarnos— logremos decir: —Hoy vuelvo a nacer (¡gracias, Dios mío!); hoy vuelvo a recibir el Bautismo; hoy vuelvo a hacer la Primera Comunión; hoy me vuelvo a casar... Para perseverar con aire alegre hay que “re-estrenarse” y renovarse.
En esta vida no tenemos ciudad permanente. Llegará el día en que incluso «las fuerzas de los cielos serán sacudidas» (Lc 21,26). ¡Buen motivo para permanecer en estado de alerta! Pero, en este Adviento, la Iglesia añade un motivo muy bonito para nuestra gozosa preparación: ciertamente, un día los hombres «verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,27), pero ahora Dios llega a la tierra con mansedumbre y discreción; en forma de recién nacido, hasta el punto que «Cristo se vio envuelto en pañales dentro de un pesebre» (San Cirilo de Jerusalén). Sólo un espíritu atento descubre en este Niño la magnitud del amor de Dios y su salvación (cf. Sal 84,8).
Santiago, un camino espiritual y mucha belleza: un obispo de Wisconsin, de Zaragoza a Finisterre
Jóvenes peregrinos en Santiago, un Camino Espiritual, película sobre el Camino con el obispo de Madison, Wisconsin
Se estrena este viernes en los cines de España la película Santiago: Un Camino espiritual. Se pueden pedir pases para grupos, o consultar las ciudades y cines, en esta web.
Donald Hying, el obispo de Madison (Wisconsin, EEUU) recorrió el Camino de Santiago con peregrinos de su diócesis, acompañado de un equipo de filmación. Sus reflexiones, más que sus experiencias, quedan plasmadas en esta película.
La directora del filme es Erin Berghouse, quien ya trabajó con el obispo en una serie de capítulos visuales sobre el Catecismo. Erin Berghouse es también compositora de la música, y de hecho toda la película está organizada a partir de temas musicales, como una sucesión de videoclips de paisajes hermosos, caminantes y detalles, manos sobre el liquen, rocas bajo el sol, sobre la que habla la voz del obispo, en español con acento. La música es buena, eleva el alma, marca el ritmo y apoya las imágenes y los paisajes filmados con drones.
Es inevitable dejar claro que es una película catequética, para adultos jóvenes o mayores. El obispo intercala sus predicaciones. Las hay breves, como pensamientos. Las hay mucho más largas: una inicial, contando la historia de Santiago el Apóstol, otra hacia la mitad del metraje, y una al final, una predicación de kerigma y del amor de Dios.
Al principio causa rareza el fuerte acento norteamericano del narrador (el obispo mismo), pero pronto nos acostumbramos: es como acostumbrarse a caminar con peregrinos extranjeros. Es parte del Camino.
No es crónica de viajes, tampoco espiritual
Lo catequético no llega a ser pesado, y el ritmo es adecuado. Pero lo experiencial entra sobre todo por las imágenes, y no es mucho. El obispo narrador no llega a ser cronista de viajes. No vemos casi nada del choque cultural entre un clérigo norteamericano y la gente de España.
Apenas menciona por su nombre 3 lugares del camino, y da datos de la historia de solo dos puntos. No intenta explicar casi nada de la historia de España o el Camino al espectador norteamericano. No tiene nada que decir de España, excepto que la fe de los cristianos levantó los monumentos.
El apóstol, desde el Pilar
Le interesa el apóstol. Recuerda que Santiago es especial: Jesús se lo llevó al Monte Tabor junto con Pedro y Juan. Más aún, fue el primer obispo o apóstol mártir (San Esteban, martirizado antes, era diácono).
La película empieza en el Pilar de Zaragoza y promete llevarnos "al fin del mundo, atravesando cientos de millas". Para ello hay que seguir "el camino de flechas amarillas". Las imágenes de caminos con piedras muy antiguas, calzadas medievales y desgastadas, se acompañan de guitara española y toques de percusión de madera.
"Caminar nos abre a los demás y al amor de Dios", predica el obispo. "Dios nos pone un GPS en la vida, que es su enseñanza", añade.
El obispo es más narrador que protagonista. Se deja ver poco. Él y su equipo preguntan a los peregrinos qué les ha llevado al Camino. Algunos dicen que buscan "poder respirar", otros quiere gozar de la belleza natural, otros quieren reflexionar sobre su vida, aprender a vivir el día a día...
"La belleza del camino", dice el obispo, "nos sirve para sanar nuestra ceguera espiritual porque la fe es ver la belleza es de Dios".
Mucho caminar juntos, pero nada de "sinodalidad"
En Portomarín, uno de los tres sitios mencionados por su nombre, ante sus cruces de piedra e iglesias, el obispo reflexiona sobre la Iglesia como comunidad dada por Cristo en "la explosión de Pentecostés enviada para salvar y bautizar".
Hay que decir que aunque estamos en años de cosas "sinodales", expresión que significa "caminar juntos", la película habla mucho de caminar pero nada de sinodalidad.
En cierta ocasión, el obispo se reviste para la misa en una sacristía polvorienta, quizá medieval. Podía dar pie a reflexionar sobre lo antiguo y lo moderno, el Nuevo Mundo y el Antiguo. No hay nada de eso. Tampoco sabemos casi nada de los jóvenes peregrinos norteamericanos a los que vemos rezando o en misa. Nos quedamos con las ganas.
El obispo nos explica que el peregrino aprende a vivir el día de hoy sin inquietarse por el futuro. También que en el camino salen ampollas y heridas. Así reconocemos nuestra fragilidad. Unos curan y vendan a otros y les ayudan a caminar. Es una forma de conectar con el prójimo, de amar y ser amados. El Camino es una representación de la vida. El cojo también camina, a su ritmo...
Caminantes que encontramos
No hay realmente testimonios, pero sí algún peregrino que puede contarnos algo de su vida. Hay una mujer de Indiana, veterana del Ejército americano, que dice que le gusta hablar con la gente, que no puede quedarse quieta, y que sus prioridades son Dios, la familia y el fitness "en ese orden".
El obispo también encuentra a dos chicas españolas, que son hermanas. La mayor, que ya hizo el Camino, ha querido ahora regalar esa experiencia a su hermana pequeña como regalo de Confirmación. Son chicas de fe, pero la película no inquiere más sobre esa fe.
Vemos también a Luigi, un italiano que cuando quedó viudo caminó de Roma a Jerusalén. Después ya pasó al Camino de Santiago. "Al caminar conoces quién eres y descubres que amar al Señor es una cosa bellísima", dice.
El obispo de Madison bendice un matrimonio de peregrinos coreanos en Santiago, un Camino Espiritual.
El testimonio más detallado y que más emociona al obispo es el de un coreano que lleva 20 años en el mismo trabajo y necesitaba pararse y oxigenarse. Caminando en España con su esposa se ha dado cuenta de que ¡Dios es muy bueno con él! Le le ha dado una familia, un trabajo, una esposa que le acompaña en la ruta. Quería huir de lo cotidiano, pero en el Camino descubre que lo cotidiano es bueno, un regalo de Dios. Ha aprendido a ser agradecido. Le cuesta animarse a pedir una bendición al obispo, pero tras varios días coincidiendo lo hace, emocionado.
En la tumba de Santiago
Nuestro obispo caminante tiene sentimientos especiales como sucesor de los Apóstoles al llegar a la tumba Santiago. Recuerda su ejemplo y su martirio. Después habla del amor de Dios por cada uno. "Eres mi hijo amado, dice Dios". Lo liga al bautismo de Jesús, a nuestro bautismo, a la concha bautismal, al mar en Finisterre.
Los jóvenes peregrinos, serenos, miran al sol que se pone en el fin del mundo.
Belleza en la puesta de sol de Finisterre, los peregrinos reflexionan sobre Dios y la vida.
La película incluye un epílogo largo, opcional, en el que el obispo responde preguntas de estudiantes católicos en la Ave Maria University de Florida. Les da consejos: "Llevad muy poco en las mochilas", "conoced a Santiago en las Escrituras", "pedid que el Espíritu Santo os guie, os acompañe y os ponga gente para conocer en el Camino".
Esta película no responde a la pregunta "qué sienten los peregrinos católicos norteamericanos" al recorrer el Camino. Ni "cómo es recorrer el Camino de Santiago con fe".
Pero aún así es una buena película para ver con adultos jóvenes, grupos scouts, amantes del Camino (sobre todo por sus paisajes y música), grupos de catequesis, etc..