El director de «La última cima» y «Tierra de María» busca fondos: le están llegando casos asombrosos
Juan Manuel Cotelo trabaja en una gran película testimonial sobre el perdón: «El mayor regalo»
Juan Manuel Cotelo está recibiendo testimonios impresionantes de arrepentimiento y de perdón.
Juan Manuel Cotelo puso rostro al sacerdocio, el rostro de Pablo Domínguez Prieto (1966-2009), en la película La última cima (2010); y puso rostro al amor a la Virgen, el rostro de los devotos de Medjugorje, en otro largometraje rompedor, Tierra de María (2013). Ahora él y su productora y distribuidora, Infinito+1, buscan financiación para un proyecto que ya tiene título (El mayor regalo) y es aún más atrevido (para él) y desafiante y comprometedor (para el espectador) que los anteriores, porque consiste en ponerle rostro al perdón.
Y va a ser con historias sorprendentes sobre la acción de Dios en las almas, historias que brotan alrededor del cineasta madrileño sin necesidad de ir a buscarlas.
-¿Qué acogida recibe cuando comenta el proyecto?
-Mi gran sorpresa ha sido descubrir que esa palabra, "perdón", funciona como un dardo en los oídos de cualquier persona. Cuando he contado que vamos a hacer una película sobre el perdón, la gente pregunta sorprendida: "¿Sobre el perdón? ¿A qué te refieres?" Y les digo: "Es muy sencillo. Vamos a mostrar a personas que piden perdón por las ofensas que han cometido, y personas que perdonan esas mismas ofensas". A partir de ese momento, veo la transformación de los rostros y, al instante, afloran las heridas del corazón: "Yo no puedo perdonar a tal persona, lo que me hizo", "Yo no puedo pedir perdón por lo que hice". La palabra "perdón" es un catalizador de lo más íntimo del corazón, remueve lo más profundo.
-Nos revela cómo somos en realidad…
-Es como un escáner del alma, que traspasa todo maquillaje. Por fuera, a veces, queremos dar una imagen de paz, bondad y amor, una imagen de cristianos convencidos. Pero si hay algo que no hemos perdonado a alguien... el alma está herida, con una fuente interna de tristeza que no se cura hasta que no se pide perdón o se perdona. El paso del tiempo no basta para perdonar, ni para ser perdonado.
-¿Qué es lo que hace falta?
-Hace falta un acto fuerte de la voluntad, un acto de generosidad infinita, incontrolada, que no se detiene a negociar. Es un impulso que no hemos de frenar con la cabeza. Hay que perdonar y hay que pedir perdón, sin pensárselo. Porque en cuanto abres la puerta al razonamiento, al análisis, al estudio de pros y contras... entonces nunca perdonas, entonces nunca pides perdón. El rencor se ataja de golpe, sin concesiones... o no se vence nunca. "Perdón"... y punto. "Te perdono"... y punto. Esto es lo que me encuentro cuando menciono el proyecto, que las heridas afloran inmediatamente: "Mi esposa me abandonó", "Mis hermanos se quedaron con el dinero de la familia", "Aquel jefe fue injusto", "Esa persona me insultó", "Ese compañero me pegó"... ¡Cuántas heridas en el corazón que parecen insuperables! Todo el mundo desea vivir en paz, sin rencores, pero no nos damos la opción del perdón.
-¿Por qué cuesta tanto?
-Porque para vencer en esta batalla, primero hay que perder, hay que rendirse. Sin humillarse, nadie vence en esta guerra, pues es una lucha contra el ego, que siempre quiere salirse con la suya.
-En las producciones de Infinito+1 Dios siempre es protagonista. ¿Hace falta creer en Dios para perdonar o para pedir perdón?
-Dios sirve a todas las personas, crean o no en Él. No hace clasificación de personal para medir sus servicios al hombre. Es más, podemos pensar que sirve especialmente a quienes más le ignoran. Así es el Padre de quien nos habla Jesús: un pastor que sale en busca de su oveja perdida, sin conformarse con atender a las 99 que ya tiene en casita. El amor es buscador, es conquistador, no juzga, sino que sirve. Yo creo que todo acto de amor procede de Dios, incluso en las personas que ignoran a Dios. Dios está presente en cada latido de amor, en cada decisión generosa. Cuando una persona ama a otra, no con palabras ni ideas, sino con un acto de amor concreto... podemos decir que el amor de Dios está siendo eficaz en esa persona. El Evangelio es claro: "Cada vez que disteis un vaso de agua... a Mí me lo disteis". Cuando una persona, sea creyente o no, perdona a otra, está cumpliendo la voluntad de Dios. Y cuando una persona guarda rencor, está ofendiendo al corazón de Dios, pues impide que ese corazón lata dentro de sí.
-Y Dios, ¿ayuda en esas luchas espirituales?
-Cualquiera de nosotros ha experimentado la dificultad para pedir perdón y para perdonar. Desde niños experimentamos esa dificultad tan fuerte. Creo que Dios ayuda, especialmente, en esas circunstancias. Creo que Dios ayuda a cualquier persona que desee pedir perdón, o que desee perdonar. Ese deseo profundo del corazón es una oración muy potente, aunque no se exprese con palabras. También creo que el demonio es especialista en generar división y rencor y que por eso, cuando alguien va a pedir perdón o a perdonar, el demonio se activa con todas sus fuerzas, para impedirlo. Remueve recuerdos, argumentos, retuerce el corazón... De ahí que recomiendo perdonar y pedir perdón sin detenerse a negociar. Quien negocia, pierde.
-¿Cómo se ha de hacer, según eso?
-Pidiendo perdón con un impulso fuerte y directo, sencillo. Como un beso, que no se calcula; como un abrazo, que no se mide. Quien quiera negociar la obtención de su perdón, ya está perdiendo la batalla. Y el perdón se concede del mismo modo: sin negociación. Se perdona porque se ama, y punto. Se pide perdón porque se ama, y punto. Cristo nos enseña a perdonar y a pedir perdón, sin metodología alguna. Esto es como saltar al agua desde lo alto: si te lo piensas, no saltas. Toda la persona de Jesucristo se condensa en esa palabra: "Perdón".
-¿En qué sentido lo dice?
-Jesús es amor en acción. No es amor contemplativo ni intelectual, sino amor en acción. Si hubiera calculado los pros y contras de perdonarnos... aún seguiríamos sin entrada al Cielo. Vino a la tierra para perdonarnos, para pedir perdón por nosotros, para enseñarnos a amar sin condiciones, para romper las ataduras que el rencor y el odio nos generan. Y sigue haciendo hoy lo mismo. Cuando experimentamos la imposibilidad de perdonar o de pedir perdón, hemos de recurrir al servicio de Jesús: ¡Ayúdame! ¡Quiero perdonar y no lo consigo! ¡Quiero pedir perdón y no tengo fuerzas! Esa petición recibe ayuda inmediata, urgente, por parte de Jesús. No se lo va a pensar dos veces y nos va a dar la capacidad interna suficiente, como un regalo que no podíamos comprar con nuestras fuerzas. De hecho, la palabra “perdón” viene del griego: “Hiper-don”, el mayor regalo. Por eso hemos llamado la película así, El mayor regalo.
-¿Cómo surge la idea de El mayor regalo?
-En un viaje a Colombia, vino a verme una persona, en representación de un grupo muy numeroso de delincuentes. Y me dijo, de su parte: "Quieren pedir perdón y les gustaría hacerlo a través de usted". Su Curriculum vitae me dejó impresionado: habían asesinado a miles de personas. Y estaban arrepentidos. Se habían entregado voluntariamente a las autoridades colombianas, sin que les hubieran capturado. Algunos, incluso, sin que hubiera cargos contra ellos, pues se ignoraba sus delitos. Fueron a la cárcel y pidieron que las autoridades les permitiesen pedir perdón, uno a uno, a los familiares de sus víctimas. Poco tiempo después de esa primera cita, regresé a Colombia y les visité en la cárcel. Iba con cierta aprensión... diría que casi con miedo...
Una madre abraza al asesino de su hija. Con casos como éste comenzaron las primeras tomas de El mayor regalo.
-Miedo ¿a qué?
-Tal vez por el daño que el cine ha hecho en nuestro subsconsciente pensamos que las personas encarceladas son malas... y que siempre lo serán... y que las personas no cambian... y todo eso es mentira. Me encontré con personas humilladas, heridas, anuladas, que me recibieron con una cortesía y una elegancia que derribó todos mis prejuicios. Me hablaron con total franqueza de su vida, sin excusarse por el daño que habían hecho. No buscaban justificarse, buscaban humildemente el regalo del perdón. Y no para librarse de la condena, sino para obtener la paz del corazón, que no puede comprarse, sino que se obtiene como un regalo, sin merecerla.
-¿Usted salió también transformado?
-Esa visita fue muy emocionante para mí. Uno de los presos me pidió que entrara con él en su celda, a solas. Y me dijo, llorando: "Si esta película ayuda a un solo niño a no tomar el camino que yo tomé, merecerá la pena". Fue un día bonito, precioso: humanidad en estado puro, sin ficciones. Después de aquel encuentro, conocí sin buscarlos a otras personas delincuentes... y ahora mi lista de amigos se ha llenado de personas que han asesinado, robado, secuestrado, traficado con drogas... En todos ellos veo rostros de paz, cuando tiempo atrás sus rostros sólo mostraban odio, tristeza y miedo. Es como si el amor les hubiera hecho una llave de judo y, de repente, se hubieran encontrado anulados, sin la fuerza del odio que antes les movía. Es el milagro más grande que he visto nunca, es el poder de Dios en su manifestación más bestial. Ríete de la fuerza de los volcanes, de las avalanchas de nieve, de los meteoritos... la fuerza del amor de Dios es infinitamente más potente, capaz de pulverizar cualquier pecado.
-¿Cómo es que estas personas se arrepintieron y fueron a la cárcel?
-Todo surge por una mujer tetrapléjica, llamada Cecilita. Estuvo postrada en cama y en silla de ruedas durante 35 años. ¿Y qué hacía? Rezar el rosario y leer la Biblia. Tenía dos hijos, pero adoptó a otros diez hijos más. En su oración, Dios le hizo comprender la misión que tenía para ella: buscar a los "malos" y hablarles del amor incondicional de Dios. ¿Qué hizo Cecilita? Muy sencillo: empujada en su silla de ruedas, penetró en los territorios de la guerra colombiana y se plantó delante de los asesinos: "Vengo a darte una buena noticia: eres amado, eres deseado, eres esperado, eres perdonado por Dios, de modo incondicional. Dios tiene preparada para ti una vida nueva y sólo espera de ti que la aceptes. Deja de matar, recibe el perdón de Dios y pide perdón a los hombres". Así de sencillo era su mensaje.
-¿Qué le respondían?
-Durante treinta años sólo recibió burlas y amenazas. Ni un resultado positivo visible. Pero el amor es paciente... y tuvo que ser uno de sus hijos quien viera el resultado de la entrega de su mamá: treinta años después, con Cecilia ya en el Cielo, esos hombres se entregaron y pidieron perdón. Y el flujo de personas que se arrepienten sigue incesante. Desde el Cielo sigue intercediendo por los corazones más heridos.
-Es un caso impresionante, el de esta mujer…
-El testimonio de su vida está ya en Roma, para que se inicie el proceso de su beatificación. Por mi parte, no voy a esperar a que la declaren santa. Yo ya le rezo a Santa Cecilita, encomendándole el fruto de esta película.
-Mencionó otros casos que se ha encontrado. ¿De qué tipo?
-Como decía antes, basta mencionar la palabra "perdón" y saltan las historias ante ti. Hay historias muy llamativas, porque hay sangre por medio: asesinos, terroristas... Incluso he estado con un político muy conocido que está arrepentido por el daño que hizo con sus decisiones. También he visto en su rostro la dulzura e inocencia que durante años estuvo sepultada por el afán de poder. Pero sería erróneo que la película mostrara solamente casos "de película", porque podríamos pensar que solamente han de pedir perdón los que hayan realizado gravísimas ofensas. Nos escudaríamos en esta excusa frecuente: "Yo soy bueno, porque no mato ni robo". Y además, nos podríamos en la posición ciega de quien señala con el dedo a otros: "Esos son malos, yo soy bueno".
-Y aunque no matemos ni robemos, no somos “buenos”…
-Por eso me gustaría mostrar a personas que piden perdón y perdonan por ofensas que no son aparentes, llamativas, pero que realmente matan el alma. Un simple pensamiento negativo sobre alguien es una ofensa grave, que tiene consecuencias mortales para el alma, aunque no salpique con sangre ni salga en la prensa. Una palabra hiriente a un hijo, a la esposa, a un vecino, a uno que pasa por la calle, a uno que no piensa como yo... todo eso mancha nuestro corazón de modo terrible. Es un barro que, poco a poco, ensucia el alma propia y ajena. Es terrible... Y hemos de detectarlo, para purificarnos, para vivir como seres amantes, no como teóricos del amor.
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