martes, 2 de febrero de 2016

«La Iglesia condena el pecado pero abraza al pecador que se acerca»: libro-entrevista de Francisco

En «El nombre de Dios es misericordia», con Andrea Tornielli

«La Iglesia condena el pecado pero abraza al pecador que se acerca»: libro-entrevista de Francisco

«La Iglesia condena el pecado pero abraza al pecador que se acerca»: libro-entrevista de Francisco

«La Iglesia condena el pecado pero abraza al pecador que se acerca»: libro-entrevista de Francisco
Francisco en la JMJ abraza a un ex-drogadicto: el Papa siempre distingue entre el pecador que querría cambiar y el corrupto que se instala y acomoda con su pecado

Al igual que en La Razón en España, numerosos fragmentos del nuevo libro del Papa Francisco, «El nombre de Dios es misericordia», que se presenta el martes, ocuparon este domingo las páginas de cuatro de los diarios más importantes de Italia, esto es, «Avvenire», «La Stampa», «La Repubblica» y «Corriere della Sera». A ellos hay que añadir la revista de información religiosa «Vida Nueva», que incluye en su próximo número otro extracto. 

En todos ellos domina sobre todo la palabra principal del título del libro: «Misericordia». «Jesús ha dicho que no vino para los justos, sino para los pecadores. No vino para los sanos, que no necesitan médico, sino para los enfermos. Por eso se puede decir que la misericordia es el carné de Dios. Dios de misericordia, Dios misericordioso. Para mí, este es el carné de identidad de nuestro Dios».

"Condena el pecado porque debe decir la verdad"
En otro de los fragmentos que se conocieron ayer, el Papa se refiere al complejo del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo y ante la pregunta del vaticanista con el que conversa, Andrea Tornielli, responde: «La Iglesia condena el pecado porque debe decir la verdad. Dice: ‘‘Esto es pecado’’. Pero al mismo tiempo abraza al pecador que se reconoce como tal, se acerca a él, le habla de la misericordia infinita de Dios». Francisco añade que ningún pecado, «por muy grave que sea, puede prevalecer sobre la misericordia o limitarla».

En otro pasaje, ahonda en la idea de la misericordia como gran tarea de la Iglesia, que «está llamada a difundir la misericordia del Señor sobre todos aquellos que se reconocen pecadores, responsable del mal realizado, que se sienten necesitados de perdón. La Iglesia no está en el mundo para condenar, sino para permitir el encuentro con ese amor visceral que es la misericordia de Dios».

¿Y cómo se lleva a cabo esta misión? El Pontífice argentino da las claves, en sintonía con lo que viene predicando desde que accedió a la sede de Pedro: «Lo repito a menudo, hace falta salir». Una Iglesia en salida para «ir a buscar a las personas allí donde viven, donde sufre, donde esperan». 

Y añade: «El hospital de campo, la imagen con la que me gusta describir la Iglesia emergente, tiene la característica de aparecer allí donde se combate: no es la estructura sólida, dotada de todo, donde vamos a curaros las pequeñas y las grandes enfermedades. Es una estructura móvil, de primeros auxilios, de emergencia, para evitar que los combatientes mueran. Se practica la medicina de urgencia, no se hacen «check-up» especializados. Espero que el Jubileo extraordinario haga emerger más aún el rostro de una Iglesia que descubre las vísceras maternas de la misericordia y que sale al encuentro de los muchos heridos que necesitan atención, comprensión, perdón y amor».



A la persona no la define su tendencia sexual
Al hilo del tema del libro, Tornielli también cuestiona al Papa sobre cuestiones polémicas como la situación de los homosexuales y de los divorciados vueltos a casar.

En el primero de los casos, reitera las palabras que dijo al volver de su viaje a Brasil, en julio de 2013: «Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, ¿quién soy yo para juzgarla? Parafraseé de memoria el Catecismo de la Iglesia católica». En la respuesta, el Papa dice que le «gusta» que se hable de «personas homosexuales», pues «primero está la persona, con su entereza y dignidad. Y la persona no se define tan sólo por su tendencia sexual: no olvidemos que todos somos criaturas amadas por Dios».

En segundo lugar, reconoció que tiene una sobrina que se casó por lo civil con un hombre antes de que éste obtuviera la nulidad del matrimonio. «Querían casarse, se amaban, querían tener hijos; de hecho, han tenido tres. Este hombre era tan creyente que todos los domingos, cuando iba a misa, iba a confesarse y le decía al sacerdote: ‘‘Sé que usted no me puede absolver, pero he pecado en esto y en esto otro, deme una bendición. Esto es un hombre religiosamente formado», cuenta Francisco.

El libro, que edita en nuestro país Planeta Testimonio, estará disponible para su compra desde mañana, fecha de su presentación mundial. Una de las características más llamativas la encontramos en la portada: el título está escrito por el propio Papa Francisco.



UN FRAGMENTO DEL LIBRO
El Papa, sobre la corrupción: «No es sólo un pecado más» 
»Cada vez que cruzo la puerta de una cárcel para una celebración o para una visita, me viene siempre a la cabeza este pensamiento: «¿Por qué ellos y no yo? Yo tendría que estar aquí, merecería estar aquí. Sus caídas hubieran podido ser las mías, no me siento mejor que quien tengo delante». Y es así como me encuentro repitiendo y rezando: «¿Por qué él y no yo?». Esto puede escandalizar, pero me consuelo con Pedro: había renegado de Jesús y, a pesar de ello, fue elegido.

»¿Por qué somos pecadores? Porque existe el pecado original. Un dato que se puede constatar. Nuestra humanidad está herida, sabemos reconocer el bien y el mal, sabemos qué es el mal, intentamos seguir el camino del bien, pero a menudo caemos por causa de nuestra debilidad y escogemos el mal. Es la consecuencia del pecado original, del cual tenemos plena consciencia gracias a la revelación. 

»El relato del pecado de Adán y Eva, la rebelión contra Dios que leemos en el Libro del Génesis, se sirve de un lenguaje imaginativo para exponer algo que realmente ha sucedido en los orígenes de la humanidad.

»El Padre ha sacrificado a su Hijo, Jesús se ha rebajado, ha aceptado dejarse torturar, crucificar y aniquilar para redimirnos del pecado, para curar aquella herida. Así, aquella culpa de nuestros progenitores es celebrada como «felix culpa» en el canto del «Exultet», que la Iglesia eleva durante la celebración más importante del año, la de la noche de Pascua: culpa «feliz», porque ha merecido dicha redención.

»(...)La corrupción es el pecado que, en lugar de ser reconocido como tal y de hacernos humildes, es elevado a sistema, se convierte en una costumbre mental, una manera de vivir. Ya no nos sentimos necesitados de perdón y de misericordia, sino que justificamos nuestros comportamientos y a nosotros mismos. Jesús les dice a sus discípulos: si un hermano tuyo te ofende siete veces al día y siete veces al día vuelve a ti a pedirte perdón, perdónalo.

»El pecador arrepentido, que después cae y recae en el pecado a causa de su debilidad, halla nuevamente perdón si se reconoce necesitado de misericordia. El corrupto, en cambio, es aquel que peca y no se arrepiente, el que peca y finge ser cristiano, y con su doble vida escandaliza. El corrupto no conoce la humildad, no se considera necesitado de ayuda y lleva una doble vida.

»En 1991 le dediqué a este tema un largo artículo, publicado como un pequeño libro, «Corrupción y pecado». No hay que aceptar el estado de corrupción como si fuera solamente un pecado más: aunque a menudo se identifica la corrupción con el pecado, en realidad se trata de dos realidades distintas, aunque relacionadas entre sí.

»El pecado, sobre todo si es reiterado, puede llevar a la corrupción, pero no cuantitativamente —en el sentido de que un cierto número de pecados hacen un corrupto—, sino más bien cualitativamente: se generan costumbres que limitan la capacidad de amar y llevan a la autosuficiencia.

»El corrupto se cansa de pedir perdón y acaba por creer que no debe pedirlo más. Uno no se transforma de golpe en corrupto, hay una cuesta pronunciada por la que se resbala y que no se identifica simplemente con una serie de pecados. Uno puede ser un gran pecador y, a pesar de ello, puede no haber caído en la corrupción.

»Mirando el Evangelio, pienso por ejemplo en las figuras de Zaqueo, de Mateo, de la samaritana, de Nicodemo y del buen ladrón: en su corazón pecador todos tenían algo que los salvaba de la corrupción. Estaban abiertos al perdón, su corazón advertía su propia debilidad y ésta ha sido la grieta que ha permitido que entrara la fuerza de Dios. 

»El pecador, al reconocerse como tal, de algún modo admite que aquello a lo que se adhirió, o se adhiere, es falso. El corrupto, en cambio, oculta lo que considera su auténtico tesoro, lo que le hace esclavo, y enmascara su vicio con la buena educación, logrando siempre salvar las apariencias.

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