domingo, 3 de marzo de 2013

El Espíritu Santo



El Espíritu Santo

Jesús ha venido a traer vida en abundancia, pero Jesús murió y resucitó hace dos mil años, por lo que es lógica la pregunta: ¿Cómo se hace presente la salvación de Jesús en el día de hoy? El Espíritu Santo es quien hace efectiva dicha salvación, haciendo presente a Jesús. El Espíritu toca los corazones para que abran a la palabra de la verdad. Él mismo llega al interior de cada persona, para convencerla de ser pecadora y necesitada de salvación; y no es nadie sino el Espíritu Santo quien hace presente hoy a Jesús como el único Salvador y Señor.


El Espíritu Santo hace nuevas todas las cosas al cambiar nuestros corazones de piedra por corazones de carne. Él nos hace criaturas nuevas y comienza a instaurar en este mundo reino de Dios. El corazón del hombre sólo puede ser renovado por Dios, su creador, nosotros no podemos mudar las apariencias y hasta las formas externas de vida. Podríamos incluso cambiar de moral, pero el único que transforma el interior del hombre para hacerlo criatura nueva, es Dios mismo a través de su Espíritu Santo. Por eso una de las últimas palabras de Jesús en este mundo a sus discípulos, fue esta: “Os conviene que yo me vaya, porque sino me voy, el defensor no vendrá a vosotros; y si me voy, os lo enviaré; cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, os guiará a la verdad completa” (Jn 16, 7; 15, 26; y 16, 13).


Se trata de un regalo gratuito, que no cuesta nada, porque Jesús ya pagó su propia sangre para conseguirlo para nosotros. Para beber del agua del Espíritu que brota del costado de Jesús necesitamos dos cosas: tener sed e ir a la fuente de la vida: “El que tenga sed, que venga a mí; el que crea en mí que beba… eso lo dijo refiriéndose al Espíritu Santo que habrían de recibir los que creyeran en Él”. (Jn 7, 37 – 39). El Don del Espíritu Santo es una promesa formal de Jesús que dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Por tanto, estaba garantizando que no podía fallar.


Cincuenta días después de muerte y resurrección, una vez que hubo ascendido al cielo, cumplió la promesa que tanta veces había hecho a los suyos “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar, de repente un ruido del cielo, como de un viento impetuoso llenó toda la casa donde estaban. Se les aparecieron como lenguas de fuego, que se repartían y se posaban sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu les movía expresarse”. (Hch 2, 1 -4). Pentecostés es el cumplimiento de la promesa del Padre. Los apóstoles ahora ya cuentan con el abogado y Maestro que les revela la verdad completa. Poseen el Espíritu de filiación que los libera del temor y los hace hijos y herederos de todas las bendiciones celestiales (Rm8, 17). Gracias al Espíritu Santo pueden llamar Abba a Dios y Señor a Jesús de Nazaret (Rm8, 15; 1Cor 12,3).


Cuando Pedro proclamó la victoria de Cristo Jesús sobre la muerte, la gente se quedó admirada y preguntaba que debía hacer para participar de esa vida en abundancia. El apóstol respondió: “Arrepentíos y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo para el perdón de vuestros pecados, entonces recibiréis el Espíritu Santo. Porque la promesa es para vosotros y vuestros hijos y también para todos los extranjeros que llame el Señor Dios nuestro” (Hch 2, 38 – 39). Jesús es el Mesías, lleno de Espíritu Santo, que es capaz de compartir su Espíritu con cada persona: cuando la samaritana bebió del agua que salta hasta la vida eterna, inmediatamente cambió su vida. Si antes dudaba sobre la identidad de Jesús, en cuánto probó el agua viva corrió a su pueblo para testificar que acababa de encontrar al Mesías. El único que nos hace identificar y aceptar a Jesús como Mesías prometido, es el Espíritu Santo.


El evangelio hace presente el poder del Espíritu, que es capaz de cambiar el mundo. La ciudad de Corinto era tristemente famosa por sus depravaciones morales. Favorecida por su centro comercial con dos puertos, importaba y exportaba toda clase de maldad y de pecado. Sin embargo, un día llegó Pablo de tarso, débil, tímido y tembloroso, pero con la manifestación del espíritu, para lavar, justificar y santificar a quienes creyeron en la buena nueva de la salvación y cambiar por completo aquella situación. Sólo el Espíritu renueva la faz de la tierra. En resumen, la vida en abundancia que Cristo vino a traer hace dos mil años, sólo se hace presente gracias al Espíritu Santo, que es derramado en los creyentes que han aceptado a Jesús como Salvador y lo han confesado como Señor de toda su vida.


Sólo el Espíritu Santo es quien puede producir en nosotros la vida nueva, pues es Él y solo Él quien nos hace nacer de nuevo, para transformarnos en criaturas nuevas en Cristo Jesús. Nadie puede ir a Jesús sino por le Padre, que da el Espíritu Santo para conocer a Jesús no sólo en la cabeza, sino en la vida y con el corazón. La efusión del Espíritu es la puerta más maravillosa que se le puede presentar a un ser humano, pues es muestra clara del amor de Dios. ¿Qué debemos hacer para recibir este don? Basta con creer en Jesús y reconocer que tenemos sed de esa agua viva que se llama Espíritu Santo, que nos inunda por dentro y por fuera; como un bautismo que nos sumerja o mejor dicho que seamos sumergidos en Él. De acuerdo a la necesidad de cada uno, así se le dará, a quien mas necesite, mas se dará.

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