martes, 11 de diciembre de 2018

Una monja en Vladivostok: «Mi mayor privilegio, enseñar el Padrenuestro a una anciana de 83 años»


Alicia Gonzalo, hermana de la Caridad de Santa Ana, lleva veinte años en Rusia

Una monja en Vladivostok: «Mi mayor privilegio, enseñar el Padrenuestro a una anciana de 83 años»

La Hermana Alicia con unas chicas del centro Tropinka

La Hermana Alicia con unas chicas del centro Tropinka

La ciudad de Vladivostok está en el extremo más oriental de Rusia, cercana a las fronteras de China y Corea del Norte. Es la última estación de la Ruta del Transiberiano, que atraviesa Rusia de punta a punta a lo largo de nueve mil kilómetros.

A esta remota ciudad portuaria rusa llegó en 1998 una pequeña comunidad de cuatro religiosas de la congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, fundada por los catalanes Maria Rafols y Juan Bonal. Eran tres españolas y una india, entre ellas la hermana Alicia Gonzalo López, nacida en Sigüenza en 1954: “Nuestra misión era la de cualquier hermana de la congregación: mostrar a la gente, con nuestra palabra y obra, el amor de Dios”, explica a la periodista Carme Munté, de Cataluña Cristiana.

En un primer momento hubo que ubicar la ciudad, Vladivostok, en el mapa; luego aprender el idioma, y con el tiempo ir adaptándose a una climatología y a unos códigos culturales totalmente distintos a los españoles. Con lo que también se encontraron fue con una zona que, tras el derrumbe de la antigua Unión Soviética, había ido perdiendo fuelle y en cuya reconstrucción la Iglesia contribuiría de forma decisiva.

“Fuimos sin una tarea concreta”, recuerda la Hna. Alicia, “de lo que se trataba en aquella época era de hacer presente la vida religiosa femenina en una parroquia católica, porque la gente nunca había tenido contacto con ella”.

De hecho, hoy en día sigue siendo la única parroquia católica de Vladivostok y está a cargo de dos curas norteamericanos. “Los sacerdotes llegaron hace 25 años y durante este tiempo se han dedicado a la reconstrucción de la iglesia física y espiritualmente”. En la parroquia están inscritas unas 600 personas.


La gente de Romanovka vive en medio de una gran pobreza

“La comunidad parroquial llevaba seis años pidiendo a Dios una comunidad religiosa, por eso cuando llegamos la gente lloraba de emoción al ver que Dios había atendido sus súplicas”. Según la religiosa, no han tenido problemas de integración ni aceptación. “Quizá porque siendo españolas éramos algo pintorescas”, destaca. Las dificultades, según revela, han sido de tipo burocrático a la hora de obtener visados y permisos de residencia.

Espías y ecumenismo

Pensando en Rusia, enseguida nos vienen a la cabeza historias de espías, de vigilancia y control. ¿Hasta qué punto es así? “Cuando llegamos éramos unas ingenuas, para nada nos hacíamos a la idea de la tierra que pisábamos”, reconoce la Hna. Alicia.

“Ha sido después cuando hemos sabido a ciencia cierta que hay un cierto control y vigilancia por parte del gobierno”. De hecho, ella es profesora de español en la Universidad Federal de Vladivostok, que depende del gobierno, y en donde su ascendencia española y cristiana es mirada con lupa. “Sé que estoy en el punto de mira y debo ir con cuidado”.

Otra dificultad añadida es la referente a las relaciones con la Iglesia ortodoxa rusa, que ve a la católica como una injerencia extranjera y la acusa de proselitista. “En la Rusia occidental hay mayor apertura, pero en nuestra zona la palabra ecumenismo suena de manera negativa. En la Iglesia católica hablamos del ecumenismo como de un don, un movimiento del Espíritu, mientras que en la ortodoxa suena a pecado”.

Y sin embargo, las reticencias según la religiosa española no se viven a pie de calle sino en la jerarquía. Eso sí, nos confiesa que la parroquia católica de Vladivostok no tiene ninguna relación con las ortodoxas. Los católicos son una minoría minorisísima que no lo tienen fácil para desempeñar su trabajo.


Tropinka, un senderito para los niños de la calle

La niña de los ojos de las religiosas es Tropinka, un espacio de atención infantil que acoge a decenas de niños y niñas en situación de riesgo. Tropinka, en ruso, significa sendero, pequeño camino. “Queríamos que el nombre revelara la pretensión de este centro: no es una autopista ni una nacional, sino un pequeño camino por el que estos niños puedan transcurrir seguros”.

Tropinka nació en 2009 y es el sueño hecho realidad de la hermana Alicia tras recalar en Romanovka, una ciudad a100 kilómetros de Vladivostok donde conoció el drama de muchas familias marcadas por el paro y el alcohol. “El centro está pensado para los niños de la calle, vienen cuando quieren, se dedican a lo que quieren, es un espacio para descansar y estar seguros”, nos explica la religiosa, que ha palpado con sus manos y visto con sus ojos la decrepitud fruto del alcohol. “Rusia tiene poder económico y militar pero también muchas necesidades. En los pueblos el problema del alcoholismo es gravísimo y quienes sufren las consecuencias son los más vulnerables”.


El centro infantil Tropinka

Una mujer a la que su hijo ha roto una pierna porque no le daba bebida; un hombre que ha sido asesinado de un muletazo por el mismo motivo... Siempre el alcohol por medio pero no cualquiera ya que, según la religiosa, “se trata de alcohol adulterado, que es más barato, pero también puede ser un frasco de colonia o incluso limpiacristales”. “He enterrado a varias personas en Romanovka por envenenamiento”, confiesa.

El alcoholismo se explica por una cuestión cultural pero sobre todo por la falta de alicientes. Romanovka fue creado como guarnición militar de pilotos de guerra (de hecho, tres de los pilotos que apagaron el reactor de Chernóbil eran de allí). A medida que la estructura militar ha ido decayendo, la gente ha perdido posibilidades de trabajo.

“Sin trabajo no hay estímulo, motivación ni posibilidad de iniciativa, no hay nada, entonces el alcohol aligera y hace más liviana la situación”.

Quienes sufren las consecuencias son los niños, tanto los que están por nacer, víctimas del síndrome del alcoholismo fetal, como los ya nacidos y que quedan desatendidos por sus familias. Por eso, Tropinka es tan necesario en todos los sentidos, porque no únicamente proporciona alimento, ropa, transporte, medicinas o calefacción a los niños, sino sobre todo el calor de algo parecido a un hogar. El funcionamiento de Tropinka es posible gracias a la Fundación Juan Bonal, de las hermanas de la Caridad de Santa Ana, que es la que sufraga los proyectos de la congregación en todo el mundo.


El alma del pueblo ruso

“Mi mayor privilegio ha sido enseñar el padrenuestro a una anciana de 83 años, a quien preparé para recibir la primera comunión; otra experiencia muy misionera ha sido pasear por Romanovka llevando en el regazo el píxide con la sagrada forma. Me sentía como la Virgen María, que llevó en su seno al Salvador. Era como que todo quedaba impregnado por su presencia”.

La hermana Alicia lleva veinte años en Rusia, entre Vladivostok y Romanovka, y, por ahora, no tiene ningún motivo para regresar a España. La hemos entrevistado durante su breve estancia en Barcelona, en la comunidad de las hermanas de la clínica del Pilar. Le preguntamos sobre la religiosidad del pueblo ruso. “Stalin destruyó más de dos millones de iconos, pero algunos se salvaron. Los más representativos están en la Galería Tretiakovskaya. Visitarla supuso el descubrimiento del alma rusa. No hay millones de Stalin que puedan acabar con la religiosidad del pueblo ruso, que, aunque no sepa concretarla, tiene una dimensión trascendente muy importante”.

Fuente: Religión en Libertad

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