viernes, 16 de noviembre de 2018

Su amiga agoniza, reza una musulmana, llega un sacerdote que resplandece: así retornó Lucie a la fe

En la conversión de Lucie intervinieron la amistad humana y las sorpresas de Dios.

Aquel fue uno de los últimos sacramentos del padre Louis Pelletier

Su amiga agoniza, reza una musulmana, llega un sacerdote que resplandece: así retornó Lucie a la fe

En la conversión de Lucie intervinieron la amistad humana y las sorpresas de Dios.

El retorno a la fe de Lucie está marcado por dos fallecimientos. Ella misma lo relató así en L'1visible (los ladillos son de ReL):

¡NO HE PERDIDO NADA!

Provengo de una familia globalmente atea, aunque  mi madre se convirtió cuando yo tenía 6 años. Entonces nos bautizamos todos y empezamos a ir a misa, pero en la adolescencia perdí la fe.

Amandine y Myriam

En el instituto trabé una profunda amistad con Amandine. Años más tarde, ella cayó gravemente enferma, y hace tres años entró en cuidados paliativos. La familia de Amandine y otras dos amigas la acompañábamos a todas horas.

Fue entonces cuando conocí mejor a Myriam, musulmana practicante, quien en aquella época llevaba velo: una chica muy dulce y al mismo tiempo de una gran fuerza interior. Yo veía que abandonaba periódicamente la habitación por un largo rato. Eso me intrigaba. Había una capilla en la residencia y descubrí que era allí a donde acudía Myriam: iba a rezar. Comencé a plantearle preguntas sobre su fe y ella a mí sobre la fe católica. ¡Para ella, era evidente que yo era cristiana! Esas preguntas me interpelaron.



Además, al acercarse el fin de Amandine, sus padres quisieron que viniese un sacerdote. Gracias a una amiga de mi madre pudimos encontrar uno. Era muy delgado, pero con un resplandor llamativo. Su presencia inspiraba paz.

Empezó cantando, y luego rezó. Amandine, que llevaba algún tiempo como dormida, se despertó. El sacerdote le preguntó si quería confesarse y ella aceptó. También comulgó. Durante la hora y media posterior a que se fuese el sacerdote, Amandine estuvo muy presente. Pudimos intercambiar algunas palabras.

Cuando murió, estábamos todos reunidos en torno a ella.

Algunos días después descubrí que aquel sacerdote tan extraordinario que había asistido a mi amiga, el padre Louis Pelletier, había muerto accidentalmente.


Louis Pelletier (1960-2015) falleció un 7 de julio, pocas fechas después de los hechos que cuenta Lucie en su testimonio. Fue ordenado en 1988 y era diocesano de París y perteneciente a la Comunidad del Emmanuel. A sus exequias acudieron más de 1500 personas.

Muy agradecida hacia él, quise ir a su funeral. La iglesia, enorme, estaba abarrotada y todos parecían profundamente afectados: este sencillo sacerdote había jugado un papel importante en la vida de un gran número de personas. Eso me impresionó mucho.

Las lágrimas

Después de todos estos acontecimientos, yo no podía volver a una vida “normal”. Así que participé junto con mi madre en una peregrinación a un lugar que  habíamos frecuentado mucho años atrás. Cuando llegamos, ¡era como si jamás me hubiese ido de allí! Pude confesarme.

Pero el regreso a casa fue demasiado duro. Me inscribí entonces en retiro en silencio para jóvenes. La última noche, una joven pidió recibir el sacramento que la Iglesia ofrece a las personas enfermas [la extremaunción o unción de enfermos], para que le diese fuerza para vivir esa prueba.

Eso despertó en mí el recuerdo de todo lo que habíamos vivido con Amandine. No había vuelto a llorar desde el momento en que el médico anunció su muerte inminente, estaba como reseca. Pero en el momento en el que quise proponer una intención de oración por la familia de Amandine y por Myriam, sentí un nudo en la garganta. Salí al pasillo y rompí a llorar. Eran lágrimas de angustia. Estaba tan confusa, que tuve que apoyarme en la pared.

La comunión

Esa sensación duró bastante. Poco a poco, sentí que algo se desbloqueaba en mí. Todavía necesité un cierto tiempo para volver a ir a misa. Al principio, no comulgaba. No quería tomar la Hostia mientras no estuviese convencida de que allí estaba el Cuerpo de Cristo. Lo consideraba una falta de respeto.

Así que, cuando llegó el momento, y para simbolizar que quería entrar de nuevo en la Iglesia católica, me fui sola a Asís y luego a Roma, y allí comulgué. Sola en mi banco, sentí una alegría intensa, ¡no podía dejar de sonreír!

Desde hace dos años, ¡tantas cosas han cambiado en mi vida! Y al mismo tiempo, no he perdido nada. La fe no ha venido a sustituir a los elementos que ya existían, ha venido a iluminarlo todo con una nueva luz.

Traducción de Carmelo López-Arias.

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