domingo, 21 de octubre de 2018

El Sagrado Corazón, la confianza y el «negocio de Dios», los rasgos espirituales del beato Tiburcio


Fue un apóstol incansable entregado a las misiones populares

El Sagrado Corazón, la confianza y el «negocio de Dios», los rasgos espirituales del beato Tiburcio


Esta mañana, ante más de 10.000 personas, fue beatificado el P. Tiburcio Arnaiz, S.J., en la Catedral de Málaga. La celebración fue presidida por el Cardenal Angelo Becciu, Prefecto de la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos, en cuya homilía destacó "el intenso y fructífero ministerio apostólico de este celoso sacerdote e hijo espiritual de San Ignacio de Loyola", el cual "se ejerció sobre el fundamento de la fe y de la caridad, todo orientado a la edificación de las almas y a la salvación de quienes fueron objeto de su cuidado pastoral. Su vivaz y cálida predicación -explicó el representante del Papa- se convirtió en un motivo decisivo para la conversión de muchos, especialmente durante las misiones populares, a través de las cuales llevaba a cabo una intensa y fructífera evangelización y promoción social".

Monseñor Becciu también explicó que presentar a Tiburcio Arnaiz Muñoz, hoy, a la Iglesia, "significa reafirmar la santidad sacerdotal, pero sobre todo supone dar a conocer a un ministro de Dios que hizo de su existencia un camino constante, luminoso y heroico de total entrega a Dios y a los hermanos, especialmente los más débiles. Él se sentía corresponsable de los males espirituales y morales, así como de las heridas sociales de su tiempo y era consciente que no podía salvarse sin salvar a los otros".


Fieles en la beatificación de esta mañana del P. Tiburcio, en Málaga

Para conocer más en profundidad a este nuevo beato misionero, que además también fundó a las Misioneras Doctrinales Rurales, en la web dedicada a su beatificación se ofrece un semblante suyo recorriendo algunos aspectos fundamentales de su espiritualidad: su devoción al Sagrado Corazón de Jesús, su confiada entrega a Dios, el olvido de sí y la entrega al “negocio de Dios”, y que ofrecemos a continuación.

“Vivamos sólo para Dios y como si solos con Él estuviéramos en el mundo”

La devoción al Corazón de Jesús era el centro de su vida espiritual. La fuerza expansiva del amor de Cristo era su motor. “El que vive vida de mucha unión con Dios participa de los afectos de su Corazón”, decía… y lo vivía. Recordaban, quienes lo trataron, que hasta su manera de pronunciar el nombre de Jesús hacía bien al alma, y que no había más que observarlo cuando celebraba Misa: entonces parecía que se transformaba y veía a Jesús en la Eucaristía.

La penitencia y mortificación de su persona era proverbial, tenía verdaderas ansias de reparación, amaba con locura al Señor. Con un fervor que contagiaba, entronizó en cientos de casas al Corazón de Jesús, para que fuese el centro, y la vida misma, de cada familia.

Fue nombrado director del Apostolado de la Oración de Málaga y, además de aumentar el número de los socios, pues pasaron de varios centenares a miles, infundió en ellos un espíritu verdaderamente cristiano que cuajó en obras de amor a Dios y al prójimo.

En 1915 se decidió, con la colaboración de los miembros del Apostolado, a posesionar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús que hacía catorce años que no salía por miedo al ambiente anticristiano en que se vivía. Tuvo que vencer la oposición de los que les parecía una imprudencia salir a la calle. Pero, el Padre, con esa seguridad en las cosas de Dios que sólo tienen los santos, siguió adelante con su propósito. Sacó la procesión con una concurrencia numerosísima y gran fruto espiritual, y se hicieron eco del acontecimiento todos los periódicos de Málaga. Nadie esperaba un éxito semejante y desde entonces no se ha dejado de celebrar este acto en honor al Divino Corazón.


Manuel Lucena, quien experimentó el milagro que ha permitido la beatificación, orando ante la tumba del P. Tiburcio

 

Un pacto de confianza

El P. Arnaiz hizo un pacto con el Señor, parece que antes de los últimos votos, y que más tarde reveló a sus íntimos, de que si le concedía diez años de vida los emplearía en “matarse” por su Gloria, sin descanso, y aseguraba, sin darle la más mínima importancia al cuidado de su salud: “Es Dios el que quiere cuidar de mi cuerpo con tal que yo viva confiado en Él”.

“Vivamos -decía a sus compañeros-, vivamos sólo para Dios y como si solos con Él estuviéramos en el mundo; esto es más fácil de lo que muchos creen pues, comparadas con Él, todas las cosas son despreciables y sólo por Él les damos lugar o dedicamos tiempo, mas a Él sólo y siempre debemos atender, empezando por el olvido de nosotros mismos”.

Su vida era Cristo; y el deseo de identificarse con Él, lo llevó hasta el extremo de escribir los siguientes propósitos, concebidos en los Ejercicios que había hecho antes de sus últimos votos:

“Deseo ardiente de adversidades o injurias y afrentas.

Querer que no sepan mis servicios o méritos.

Desear que no aprueben mi parecer.

Callar, no disculparme ni declarar a nadie mi inocencia ni mis penas.

No querer ni menos pretender que me amen, sino que me aborrezcan.

Dejarlo todo, si lo ordena la obediencia sin cuidarme de que se seguirá deshonra.

No mostrar sentimiento ni dolor.

No buscar comodidad de criatura alguna.

No decir nada bueno de mí, antes querer que se ignore lo que haga.”

Olvidado de sí: “Ten tu vivir en el cielo, en Jesús. Te olvidarás de ti…”

A su hermana Gregoria, ya religiosa, le aconsejaba en una carta: “¡Qué vida más feliz es ésta cuando se vive en Jesús y para Jesús! No me cansaría de ponderar a las almas, máxime a las religiosas, de los bienes que pierden cuando piensan, quieren, recuerdan, hallan o buscan otra cosa que a Dios. Sé tú de éstas, hermana mía, que tienen su vivir en el cielo, en Jesús. Te olvidarás de ti…”.

Así vivía el P. Arnaiz, tal como había pactado con el Corazón de Jesús, olvidado por completo de sí y dejando todo su cuidado en Él: la comida era siempre parca y desechaba cuanto se le presentara, una vez que consideraba que había tomado lo suficiente. El vestido, muy usado, el mismo en verano que en invierno.

Una vez un penitente suyo, que era sastre, le propuso que le diese la sotana, que se la dejaría como nueva; el Padre, que adivinó la intención del buen hombre y que lo que pretendía era cambiársela por otra, le preguntó:

- “¿Y ese trabajo cuánto podría costar?”

- “Pues X pesetas”

- “Démelas para mis pobres que, con la sotana tal como está, voy muy bien”.

Para hacer sus viajes o determinar trabajos nunca se arredraba, ya lloviese, ya hiciese calor o frío, parecía impasible, decía: “Yo no me entero”. Un día María Isabel, su más fiel colaboradora, le protestaba: “Pero Padre, puede uno callarse y no decir nunca si siente frío o calor pero, no notarlo, me parece imposible”, y él replicó: “Pero ¡qué boba es!; claro que es posible, ¡y tan posible! Vaya usted a uno que se le está muriendo un ser querido, o que le viene la ruina o la deshonra, con que hace mucho frío o cosa así, y verá cómo la mira. Él no lo ha notado ni piensa en eso, esta embargado por otra idea, y esa le llena y le absorbe. Si se llenase usted de Dios y del deseo de que se salvasen las almas, y esa fuese su preocupación y anhelo, no sentiría esas cosas ni pensaría en esas tonterías”.


“Es negocio de Dios el nuestro”

El negocio de salvar las almas y ganar el cielo no lo dejaba vivir. “Es una pena que, teniendo una eternidad para descansar, queramos aquí descanso”, repetía con sentimiento.

No perdía oportunidad. En una ocasión hubo de embarcar con el santo Obispo de Málaga, D. Manuel González, para Melilla y llegó al puerto media hora antes de la partida; al ver que había de estar esperando, voló al hospital vecino; llegó el Señor Obispo y preguntó ansioso por el Padre; la hora de salir se echaba encima y cuando faltaban unos momentos apareció corriendo:

- “¿Dónde ha ido?”, le preguntó el prelado…

- “A aprovechar el tiempo, Señor Obispo”.

San Manuel lo apreciaba en grado sumo y se valía de él muchas veces para preparar la visita pastoral, sobre todo en los sitios más alejados de la diócesis, o especialmente dificultosos por las condiciones sociopolíticas de aquellos tiempos.

Llevado de su amor al Señor nunca decía basta y todo le parecía poco: “¡Qué fácil es predicar cuando se ama a Cristo! ¿Qué diría ahora Jesús a estas almas?… pues pidamos a Jesús que nos lo diga a nosotros, y repitámoslo, en su Nombre”.

Dio muchas tandas de Ejercicios Espirituales a sacerdotes, religiosas y maestros, a dirigidos suyos de intensa vida espiritual y a sencillas muchachas de condición humilde. Este apostolado de los Ejercicios se prolongaba después en una intensa correspondencia con los que se acogían a su dirección espiritual. Muchas veces no daba abasto para contestar y aprovechaba hasta los desplazamientos en el tren.

Las doctrinas rurales

Las "Doctrinas Rurales" son fruto de la intensa labor apostólica del ahora beato Tiburcio Arnaiz durante sus años de trabajo misionero en la provincia de Málaga. Junto a él, se unió Mª Isabel González del Valle, una joven asturiana que, siguiendo las pautas del santo jesuita, pone en marcha la realidad de las Misioneras de las Doctrinas Rurales. El siguiente vídeo, elaborado por Gaudium Producciones Multimedia, acerca a la labor actual de las Misioneras del Padre Arnaiz, conocidas también con el nombre de "Misioneras de las Doctrinas Rurales".




El siguiente vídeo está elaborado por H.M. Televisión, y en él se narra la vida, la obra y espiritualidad del nuevo beato.

Fuente: Religión en Libertad

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