domingo, 3 de marzo de 2013

La Comunidad



La Comunidad

No basta nacer a la vida nueva. Necesitamos crecer hasta la estatura de Cristo, y esto sería imposible sin la armonía de todo el cuerpo de Cristo. La plenitud de la vida no se vive en el intimismo o el egoísmo de la individualidad. Sólo la experimentamos cuando formamos el cuerpo de Cristo Jesús, donde cada uno tiene su lugar, su carisma y su ministerio; sirviendo a los demás y siendo servido por el resto del cuerpo. El culmen de la evangelización es la integración de las pequeñas comunidades, donde el amor se hace obvio y sé corresponsabilizan unos de los otros. La comunidad es el desemboque lógico y normal de la evangelización. Es más, formar el Cuerpo de Cristo no es opcional o facultativo. Es imperativo. “Porque así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos tienen la misma función, así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo y somos todos miembros unos de otros” (Rom. 12, 4-5).


No basta el encuentro personal con Jesús. Es necesario encontrar la totalidad de su cuerpo que vive en los que invocan su nombre. El encuentro con Jesús, lleva necesariamente el encuentro con el hermano. El primer mandamiento, ama a Dios, va unido al segundo: amar el prójimo. La salvación, como la luz, es expansiva por naturaleza. No se puede esconder debajo de la mesa y se comparte con los demás, especialmente con los mas necesitados. Jesús está presente en cada persona, que cualquier asistencia o indiferencia frente a las necesidades del hermano, se consideran hechas al mismo Jesús (Mt23, 31-46). Los coinvertidos, bautizados y llenos del Espíritu Santo el día Pentecostés, integraron inmediatamente la comunidad cristiana. Apenas tres versículos después de la narración de las primeras conversiones, se nos certifica que nace la comunidad (Hch2, 42).


Para permanecer con Jesús, es necesario formar la comunidad cristiana. En la comunidad se recibe la enseñanza de los apóstoles, que comunican la doctrina de Jesús.
+ se participa de los bienes espirituales y materiales

·          Se comparte por medio de las oraciones la vida con Dios y con los hermanos

·          Se realiza la fracción del pan que es el culmen de la vida cristiana.


Nos iniciamos a la vida nueva, gracias al nuevo nacimiento, pero es necesario crecer hasta la estatura de Cristo Jesús formando su cuerpo. Este proceso está claramente representado en el evangelio: María Magdalena fue liberada de siete demonios, pero luego Jesús la integró a su comunidad, para restablecerla plenamente. Ella prestaba sus servicios a la comunidad y esto la ayudó a crecer en la responsabilidad, el amor y el servicio. Jesús vino a este mundo a enseñarnos como vive un hijo de Dios. Después nos envió su Espíritu Santo para capacitarnos a vivir como tales. Sin embargo, no se trata de reproducir muchos Jesuses, sino de formar uno solo: su cuerpo místico.


Se puede navegar solo por los siete mares en una balsa de papiro o hay quien se atreve a escalar a una alta montaña, solitario. Pero nadie, absolutamente nadie, ha osado cruzar el desierto solo. Es necesario la caravana de la comunidad cristiana que nos ayuda, impulsa y corrige, para llegar a la Tierra prometida. No se puede crecer en Cristo de forma aislada. Necesitamos la unión y comunión con todo su cuerpo, que es la iglesia. El nuevo evangelizado necesita formar parte de activa de la comunidad eclesial, comprometerse en una pequeña comunidad donde pueda seguir caminando y creciendo en la vida del Espíritu. El Amor dado y recibido es el alimento y la garantía de la vida nueva y el fruto que garantiza que el Espíritu de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. La comunidad no es optativa, porque es el ambiente donde se hace presente la salvación ganada por Cristo Jesús y que el Espíritu Santo hace efectiva.

A cada uno corresponde tomar la decisión vital de vivir el cristianismo de la única forma que puede ser vivido: en la comunidad, renunciando al individualismo espiritual y formando el Cuerpo de Cristo que dijo: “Padre, que también ellos sean una sola cosa en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17, 21).

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