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jueves, 16 de diciembre de 2021

En los templos: bancos, sillas... ¿o nada? Una evolución secular que marca la dinámica de lo sagrado



 En los templos: bancos, sillas... ¿o nada? Una evolución secular que marca la dinámica de lo sagrado

Interior de una iglesia con personas en los bancos.

La introducción de bancos en los templos es relativamente reciente, y solo se generalizó a partir del siglo XX. Foto: Alexandra Pacheco / Cathopic.com

Estamos acostumbrados a entrar en el templo y encontrar asientos disponibles para sentarse, de muy diversos tipos. Pero en realidad los bancos o sillas son un elemento relativamente nuevo en una institución bimilenaria como la Iglesia.

Ciro Lomonte recuerda la  evolución histórica de la ubicación de los fieles y su significación litúrgica, en un artículo publicado en el número de noviembre del mensual italiano de apologética Il Timone .

Sillas en la iglesia sí, pero eléctricas

La constitución conciliar sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, de 1963, animaba a una participación en la misa que fuera activa, plena, consciente y fervorosa. El laudable intento era conseguir que la Eucaristía, de por sí un imán irresistible para los santos, atrajera a todos los fieles implicándolos en alma y cuerpo en las celebraciones.

En cambio, la reforma litúrgica de 1970 coincidió con el despertar de las emociones menos profundas, incrementando la disposición de iglesias-teatro (iniciado decenios antes), con escenario y platea. Tras el Vaticano II, el dinamismo sagrado de las celebraciones, típico de los ritos pretrindentinos, fue prácticamente anulado.

En 2005 me ocupé de la publicación en italiano de La arquitectura del Cuerpo Místico, de Steven J. Schloeder. Uno de los argumentos que más me asombró del ensayo fue el de los lugares para que los fieles se sentaran. No todos saben que los bancos se introdujeron en tiempos no muy lejanos. Basta con observar cuadros o estampas antiguas.



Jenaro Pérez Villaamil (1807-1854), Catedral de San Juan de los Reyes en Toledo.

Genaro Pérez Villaamil (1807-1854), Catedral de San Juan de los Reyes en Toledo. A la derecha puede verse el púlpito desde el cual predicaba el sacerdote, a un pueblo congregado a su alrededor pero no sentado.

Antaño, los laicos permanecían de pie o estaban de rodillas. No se había previsto sitios para sentarse. Así sigue siendo en las iglesias ortodoxas.

Por otra parte, la gente se desplazaba de un sitio a otro, también en las primeras domus ecclesiae, porque los lugares que correspondían a las distintas partes de la celebración eran distintos. El cuerpo participaba en la oración. Con frecuencia, los hombres y las mujeres estaban separados. En el Occidente cristiano, las mujeres a menudo estaban situadas al norte y al oeste, y los hombres al sur y al este.

¿Machismo? Al contrario, explicaba Guillaume Durand de Mende en el siglo XIII: quien es más fuerte y santo resiste mejor a las tentaciones más duras. Para la gente de la Edad Media, que situaban el Infierno en Occidente y consideraban el norte la tierra del paganismo, las mujeres tenían el papel de proteger a la comunidad del mal al haber demostrado su temple quedándose a los pies de la cruz y yendo al sepulcro al amanecer del primer día.

Por esto, en muchas iglesias, el ambón majestuoso (símbolo del sepulcro vacío o, mejor, de la piedra desplazada del sepulcro, sobre la que el ángel da el anuncio a las miráforas) estaba situado al sur, dirigido a las mujeres. Como se lee en las Instructiones de San Carlos Borromeo, esta disposición estaba aún en uso en el siglo XVI.

La novedad de la Reforma católica

A partir del siglo XIII, en algunas iglesias se empieza a registrar el uso de bancos sin respaldo. Los bancos como tales fueron adoptados en primer lugar por los protestantes, porque les permitía permanecer sentados durante las largas horas que los pastores dedicaban a dar sus sermones.

La solución pasó a ser habitual en la Iglesia de Roma cuando la Reforma católica promovió la catequesis desde el púlpito. Hacia finales del siglo XVI se realizaron bancos más grandes y fijos, con reclinatorio y respaldos altos, a menudo con decoraciones finamente talladas. Pero eran excepciones.

La difusión generalizada de los bancos con reclinatorios se introdujo lentamente en el siglo XX. En los últimos decenios, en muchas iglesias los bancos han sido sustituidos por sillas, de madera o de plástico. Las que no están unidas entre sí contribuyen a que la distribución de la asamblea sea más flexible; sin embargo, crean la condición de espectador pasivo y desaniman a arrodillarse.

En casos extremos obedecen a una concepción de la asamblea en abanico, envolvente, distendida, alrededor de la "mesa". Permiten experimentos como en las aulas escolásticas o en el teatro "total" y ayudan a transformar la misa en un espectáculo, lo que Schloeder define como liturtainment, de liturgy (liturgia) y entertainment (espectáculo, entretenimiento), "entretenimiento litúrgico".

Los laicos arrellanados en sus asientos son la quintaesencia de lo estático. Y con las piernas cruzadas expresan una triste inclinación al descuido.

El dinamismo cósmico

Las sillas apilables no son funcionales porque no están dotadas de reclinatorio ni de apoyos para misales y libro de cantos. Además, las sillas deberían tener, por lo menos, una forma noble. Las sillas plegables, de plástico o metal, la dan a la iglesia el aspecto de una sala de congresos y un sentido efímero, que además suele ser antiestético.

Es lamentable que el hecho de que en muchas iglesias se hayan quitado los bancos que, por mucho que sean fijos, tienen reclinatorio, comporte renunciar a la práctica de arrodillarse.

La Iglesia invita a los fieles a arrodillarse en la Consagración, no sin motivo. La genuflexión es la postura tradicional y central del culto, que se halla en todo el Nuevo Testamento. 

El Señor se arrodilla para rezar (Lc 22,41: Getsemaní); Esteban (Hch 7,60: antes de morir lapidado), Pedro (Hch 9,40: al resucitar a Tabita) y Pablo (Hch 20,36: al final de su predicación en Mileto) lo imitan. El himno a Cristo en Filipenses 2,6-11 indica que doblar las rodillas al nombre de Jesús es una parte de una liturgia cósmica. Al hacerlo, la Iglesia está entrando en el dinamismo cósmico. ¡Cuánta expresividad en un sencillo movimiento del cuerpo!

Antiguamente, los sitios para sentarse estaban reservados para los obispos, el clero y los religiosos. Además de la cátedra, que merece un discurso aparte, se dedicaba mucho cuidado a la sillería del coro.

En la Liturgia de las Horas (realidad distinta de la misa), los ministros ordenados no se quedaban siempre de pie o de rodillas. Había oraciones muy largas o cantos que había que hacer de pie. Para ello, los asientos eran abatibles y tenían en la parte inferior las llamadas "misericordias", es decir, repisas con elegantes paneles ornamentales que sobresalían de tal modo que les permitían apoyarse aun permaneciendo de pie.



Genaro Pérez Villaamil, Sepulcros en la Capilla de los Reyes Nuevos en la Catedral de Toledo (1842-1844). Puede verse a los canónigos apoyados en las 'misericordias' de las sillas de coro.

Esto dice mucho sobre la capacidad creativa de una auténtica cultura cristiana, que sabe encontrar soluciones artísticas para necesidades prácticas. ¡Qué lejos estamos del funcionalismo de rampas metálicas para discapacidades motoras, aplicadas de manera burda a maravillosas escalinatas de piedra!

Por una devoción viva y activa

El tema es que los sacerdotes son hombres de su tiempo, a no ser que su vida interior y una profunda formación hagan de ellos hombres que revolucionan la época en la que viven, edificando una civilización a la medida del corazón de Cristo.

Nuestra época es la de la pérdida de la sacralidad de la vida. También se ha perdido la sacralidad de las citas del día, como una cierta ritualidad en las comidas, en familia o con huéspedes.

Sin embargo, si la tesis de dos filósofos como Jürgen Habermas y Charles M. Taylor es cierta, la nuestra es la época de la postsecularización, no de la indiferencia o de los horizontes carentes de impulso hacia Dios. Más bien estaríamos en un periodo de sustitución de la Santísima Trinidad por ídolos del subsuelo. En este caso, deberíamos preocuparnos aún más, porque ciertas transformaciones de las iglesias podrían ser el preludio de profanaciones satánicas.

En la celebración del misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo hay una dimensión vertical, una tensión ascendente hacia la Jerusalén Celeste, y cuatro direcciones horizontales, las de los puntos cardinales. Sería oportuno que los arquitectos estudiaran la manera de favorecer elegantes desplazamientos rituales de los fieles durante la misa, para vivir en alma y cuerpo las distintas partes de la misma.

Es difícil, sobre todo cuando la participación es grande, pero es necesario que las iglesias se edifiquen de manera que no sean teatros.

Permítannos una provocación: suponiendo que las sillas son la solución adecuada, por lo menos que sean "eléctricas". No para infligir la pena capital a algún que otro desvergonzado incorregible, sino para dar una saludable sacudida a la devoción viva y la participación activa.

El verdadero arte sacro (estructura, función y forma) es capaz de provocar dichos estremecimientos. Animar a que el clero y los laicos se arrodillen parece algo insignificante. Y sin embargo, puede favorecer el renacimiento del dinamismo físico e interior en la participación a la misa. Un pequeño paso hacia una nueva civilización cristiana.

Traducido por Elena Faccia Serrano.

Fuente: Religión en Libertad

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