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lunes, 22 de marzo de 2021

La devoción al discreto San José: un silencio de siglos al que pusieron fin las plagas medievales



 La devoción al discreto San José: un silencio de siglos al que pusieron fin las plagas medievales

San José, interpretado por Tobías Moretti (el policía de la serie «Rex») en la película para televisión «José de Nazaret» (2000), dirigida por Raffaele Mertes.

La larga marcha de San José, que pasó de ser obviado a ser un héroe, es un episodio fascinante en la historia de la espiritualidad católica y tiene eco en los problemas modernos. La medievalista y escritora Sandra Miesel ha consagrado a los avatares de su devoción un completísimo artículo en Catholic World Report.

La silenciosa y sorprendente historia de la devoción a San José

Al estar este año dedicado oficialmente a San José, tal como anunció el Papa Francisco el 8 de diciembre de 2020, los católicos pueden unirse para rendir homenaje a un gran santo, muy amado. [Pincha aquí para leer su carta apostólica "Patris Corde", con la que Francisco convocó el jubileo.]

Sin embargo, ¿ha ocupado siempre el padre adoptivo de Nuestro Señor un lugar destacado en el corazón de los fieles? ¿Siempre hemos invocado al trío formado por Jesús, María y José? A riesgo de escandalizar tanto a los que recuerdan haber escrito J+M+J en sus trabajos de la escuela parroquial, como a los que se han consagrado de manera personal al santo, la respuesta es no.

Un mundo sin San José

Imagínense un mundo en el que ningún cristiano, o ninguna entidad religiosa, lleva el nombre de este santo. Imagínense a San José ausente del misal, el breviario, el calendario de la Iglesia y las letanías de los santos; o que ningún santuario, devoción, himno, imagen, costumbre popular o comida honren a San José. De hecho, hasta el siglo XIV la cristiandad fue un mundo sin San José. Hasta ese momento, San José era prácticamente ignorado a nivel universal, reducido a un mero lancero en la representación de la Salvación.

Esta situación aún prevalece en la ortodoxia griega. Aunque según su tradición San José es el "Santo Justo José el Desposado" [o "El Anciano Justo José el Prometido"], no tiene un culto independiente y tampoco una fiesta en un día concreto. En cambio, los griegos lo conmemoran junto con el rey David y Santiago, "el hermano del Señor", el primer domingo después de la Natividad, o el 26 de diciembre. Considerada una figura menor, San José es una especie de escollo ecuménico en Oriente.

La gran oscuridad por la que ha pasado este santo, ahora exaltado, parece increíble. Pero la larga marcha de San José, que pasó de ser obviado a ser un héroe, es un episodio fascinante en la historia de la espiritualidad católica, y tiene eco en los problemas modernos.

Las Escrituras proporcionan unos datos mínimos para configurar un culto popular a San José. Los Evangelios no registran ni una sola palabra de San José: es un hombre tan silencioso como "justo". Solo en quince ocasiones los evangelistas se refieren a él por su nombre, que significa "que Dios añada/reúna". (Compárense con las siete menciones a José de Arimatea, que pasó a protagonizar las leyendas del Santo Grial). Marcos nunca utiliza su nombre, aunque Juan llama a Jesús "hijo de José" dos veces. Solo los relatos de Mateo y Lucas sobre la infancia de Jesús presentan a San José en persona.

Después de la juventud de Jesús, simplemente desaparece; presumiblemente murió antes de que empezara la vida pública del Señor. No tiene un lugar de sepultura y tampoco dejó reliquias corporales.

Nada de lo anterior tendría que haber relegado necesariamente a San José a un segundo plano. De hecho, se inventaron leyendas fantasiosas para los protagonistas sin nombre del Nuevo Testamento, que llegaron a ser conocidos como los santos Marcial, Verónica/Berenice, Longinos y Dimas. Entonces, ¿por qué los cristianos han ignorado a San José durante tanto tiempo? Una de las causas principales fue la preocupación de la Iglesia primitiva por defender el nacimiento de la Virgen y la virginidad perpetua de Nuestra Señora. Minimizar a José magnificó a María. Aunque lo mencionan aquí y allá, los Padres se mantuvieron deliberadamente desinteresados sobre su vida. Por ejemplo, los tres volúmenes de la popular obra de William A. Jurgens La fe de los primeros Padres solo contienen seis referencias a San José, todas ellas relacionadas con su matrimonio casto, pero real.

Un efecto secundario de esta negligencia patrística fue que Mahoma probablemente nunca oyó hablar de San José en las fuentes cristianas. La sura XIX del Corán, titulada "María", relata la concepción milagrosa y virginal del profeta Jesús. Pero esta exaltada doncella está soltera y evita por poco el castigo de su escandalizada familia.

Los textos apócrifos pretendían llenar las lagunas de las Escrituras canónicas relativas a la familia de Nuestro Señor. El más influyente fue el Protoevangelio de Santiago (hacia el año 150), complementado unos siglos más tarde con material de La Historia de José el Carpintero y El Evangelio de la Infancia, de Tomás. En estos relatos poco halagüeños, San José es un viudo de noventa años con seis hijos mayores: cuatro hijos y dos hijas. El Sumo Sacerdote le convoca a él y a otros viudos a Jerusalén para elegir un marido para la joven María. San José gana la santa lotería cuando una paloma (o lirio) sale de su báculo. Aunque trata de renunciar "para no ser el hazmerreír de los hijos de Israel", el Sumo Sacerdote insiste. Cuando se descubre que María está embarazada antes de su boda, San José teme que haya sido engañada por Satanás, como sucedió con Eva. Más tarde, en Belén, mientras San José busca una comadrona, María da a luz con una facilidad milagrosa conservando su virginidad. Por último, muere a los 111 años de edad con Jesús y María a su lado. Jesús promete bendecir a quienes honren su memoria.

Aunque fue condenado por los Papas en Occidente, el Protoevangelio proporcionó a Oriente su solución preferida al incómodo problema de los "hermanos del Señor": esos a los que los Evangelios llaman hermanos de Jesús debían ser hijos del matrimonio anterior de San José. (Los estudiosos occidentales, sin embargo, han preferido verlos como primos).

Entre los siglos VIII y IX, el Protoevangelio fue reelaborado en latín como Evangelio del Pseudo Mateo. Este difundió las leyendas sobre San José por toda la cristiandad occidental, que acrecentaron su popularidad al aparecer en el libro favorito de la Edad Media sobre los santos, La Leyenda Dorada de Santiago de la Vorágine (1298). Santiago habla de San José solo en relación con las fiestas de Nuestro Señor y Nuestra Señora, porque todavía no tenía una fiesta propia.

Estas fuentes convirtieron a un San José anciano, subordinado a María, en una figura habitual en la literatura medieval. Por ejemplo, en la obra de misterio inglesa del siglo XV, Joseph, este es un quejumbroso y cómico vejete que teme ser un cornudo.

Pero la posición de San José tocó fondo a los ojos medievales con la historia del beato Herman José de Steinfeld, un sacerdote norbertino (m. 1240). Las amigables apariciones que tuvo desde la infancia culminaron en un matrimonio místico con su "amada", la Santísima Virgen. Posteriormente, el santo varón añadió "José" a su nombre de nacimiento, Herman, desplazando simbólicamente a San José en el afecto de María.

San José aparece en un mosaico que ilustra la Presentación en la basílica de Santa María la Mayor, de Roma (hacia el año 440); sin embargo, en general fue marginado en el arte medieval. Los manuscritos iluminados representan al santo de barba gris solo en escenas evangélicas, nunca en imágenes devocionales. Los artistas góticos del Norte le permitieron participar activamente en el cuidado del Niño Jesús, pero solo en tareas domésticas como buscar agua, cocinar o envolver al Niño en sus calzas de lana. Pero el Tríptico de Mérode (hacia 1425) va más allá de estas convenciones y muestra a San José trabajando solo en su carpintería.


Tríptico de Mérode.

"Tríptico de la Anunciación" o "Tríptico de Mérode", de Robert Campin (1425-1430). A la derecha, un San José anciano trabaja en la carpintería. Imagen: Wikipedia. Museo Metropolitan de Nueva York.

En el siglo XV, los pintores toscanos desarrollaron un motivo artístico muy diferente. En una metáfora de las condiciones sociales de la época, que impedían a muchos jóvenes vigorosos casarse  con las doncellas de ricas dotes mientras que los hombres mayores sí lo hacían, el "guirigay de San José" muestra a los decepcionados y jóvenes pretendientes de María -que no superaron la prueba de aptitud del Sumo Sacerdote- agitando sus bastones con rabia y amenazando al anciano San José durante su boda con María.

Incluso a finales de la Edad Media, cuando era más necesario centrarse en las necesidades espirituales de las familias, San José seguía estando relegado a un segundo plano. "La Santa Parentela", un tema popular entre la burguesía del norte de Europa, representa una reunión de toda la familia de la Virgen. San José y los demás maridos se limitan a permanecer detrás de una barrera mientras observan a sus mujeres sentadas y a los niños que juegan. Solo a partir del siglo XVI, cuando el patriarcado se endurece, San José entra en el círculo de actividad y llega a tocar al Niño Jesús.

Los padres medievales, sin embargo, siguieron evitando el nombre de José para sus hijos. Si buscamos algún personaje histórico con este nombre, no lo encontramos. Era tan poco habitual que solo aparece un único Giuseppe -tardío- en una lista de 53.000 habitantes de la Toscana recopilada antes de 1530. Los primeros santos católicos que llevan el nombre de José llegaron más tarde: los españoles San José de Anchieta (nacido en 1534) y San José de Calasanz (nacido en 1556).

Una devoción que crece lentamente

Pero, poco a poco, las iglesias locales comenzaron a honrar a San José. En Egipto, donde se originó La Historia de José el Carpintero (ca. 300-500), los cristianos coptos le dieron su propia fiesta (20 de julio) a finales del primer milenio. Ya en el año 1000, San José aparece en dos o tres listas de santos locales en Irlanda y Alemania. Los católicos latinos celebraron su fiesta por primera vez en Winchester, Inglaterra, hacia el año 1030. A San José se le dedicó por primera vez un oratorio en 1074 en Parma, Italia; una iglesia en 1129 en Bolonia, Italia y una capilla en 1254 en Joinville, Francia.

Mientras tanto, San José atrajo la devoción privada de San Bernardo de Claraval (m. 1153), Gertrudis Magna (m. 1302), Brígida de Suecia (m. 1373) e incluso del heterodoxo franciscano Petrus Olivi (m. 1298). A finales del siglo XIV entró en los breviarios especiales utilizados por carmelitas, franciscanos y servitas. Su fiesta se fijó el 19 de marzo, fecha que se mantiene aún hoy.

Este interés medieval por San José, que fue creciendo paulatinamente, no le habría llevado a la fama que tuvo posteriormente si no hubieran ocurrido las calamidades del siglo XIV. Esa época se abrió con una hambruna sin precedentes en las costas del Mar del Norte. La ruinosa Guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia arrastró a otros estados. La guerra civil desgarraba Castilla, Portugal y Escocia. Polonia y Lituania luchaban por la existencia de la Orden Franciscana. Campesinos y artesanos se sublevaron desde Toscana a Flandes, desde Inglaterra a Estonia. Las herejías, la corrupción y la histeria religiosa desfiguraron la Iglesia, que sufría el Cautiverio de Babilonia y el Gran Cisma de Occidente. Sobre todas estas miserias cabalgaba la peste negra, que acabaría con más de una cuarta parte de la población europea en el primero de sus muchos asaltos.

Estos múltiples horrores infligidos a las familias y a las comunidades pedían a gritos una curación celestial. El teólogo francés Juan Gerson (m. 1429), de mentalidad reformista, canciller de la Universidad de París y destacado escritor espiritual, propuso a San José como el ideal de hombre de familia y protector. El poema de 2957 versos de Gerson, Josefina: la epopeya de San José, promovió al santo y sus oportunas virtudes por toda Europa.

Las ideas de Gerson fueron ampliadas por su contemporáneo, San Bernardino de Siena (m. 1444), un predicador fascinante y reformador de la Orden Franciscana. San Bernardino trabajó toda su vida para evangelizar las ciudades-estado italianas, cuya orgullosa cultura consumista permitía que el dinero distorsionara los modelos matrimoniales de las élites. Estas sociedades estaban también desfiguradas por los intentos generalizados de anticoncepción y la mancha de la sodomía.

Gerson y San Bernardino recogieron las tendencias ya existentes a favor de José y reescribieron su papel en la Historia de la Salvación. Rechazando la figura tradicional de un San José anciano, insistieron en que el santo debía ser un hombre joven y fuerte, capaz de cuidar de la Sagrada Familia. San Bernardino dio en el blanco con su público de las ciudades al describir a San José como un "administrador diligente" que trabajaba día y noche para mantener a sus seres queridos.

Además, afirmaban que San José era virgen, no viudo. Dios le había prodigado gracias especiales, incluyendo la purificación del Pecado Original antes de nacer, que lo preparaba para ser un esposo adecuado para María. Gerson y San Bernardino también creían que San José había sido asumido al cielo después de su muerte: así, la Sagrada Familia se había reunido en cuerpo y alma para mantener el mismo vínculo de caridad que los había unido en la tierra. Gerson los saludó con estas palabras: "¡Oh venerable trinidad Jesús, José y María, que la divinidad ha unido, la concordia del amor!"

En el siglo XVI, la devoción a San José florecía poderosamente en España. Santa Teresa de Ávila (m. 1582) se convirtió en su gran defensora porque atribuyó su recuperación de la parálisis que la afectaba a su intercesión. Alabó al "glorioso San José" como su "padre y señor". Ansiaba fervientemente "persuadir a todos a que se consagren a él" como ayudante en toda necesidad.

En la década de 1550, Santa Teresa también soñaba con reformar la Orden Carmelita, por lo que puso este difícil proyecto -y los peligrosos viajes que requería- bajo la protección de San José. Dedicó al santo doce de los diecisiete monasterios que fundó y adornó todos ellos con su estatua en solitario, honores hasta entonces desconocidos.

El entusiasmo de Santa Teresa contagió a otros, especialmente a su amigo y compañero carmelita descalzo Jerónimo Gracián. La popular Josefina (1597) de este fraile repitió los anteriores elogios al santo y declaró que era el hombre que más se parecía a Cristo en "el semblante, el habla, la constitución física, las costumbres, las inclinaciones y las maneras". Gracián también extrajo el mandato Ite ad Joseph ("Ve a José") de la historia de José, patriarca del Antiguo Testamento (Gén 41,55) para utilizarlo como lema del santo del Nuevo Testamento. Vemos a menudo estas palabras en sus altares e imágenes.

La devoción carmelita a San José se extendió a otras órdenes religiosas dentro de España y por todo el Imperio español. La primera fundación de monjas de Santa Teresa en Francia (1604) trasplantó su espiritualidad al "Siglo de los Santos" francés. Su amor por San José echó raíces especialmente profundas en el corazón de San Francisco de Sales (m. 1622), el gran defensor de la santidad en la vida cotidiana.

San Francisco de Sales incorporó la piedad josefina a la Orden de la Visitación que cofundó con Santa Juana de Chantal (m. 1641). Las monjas visitandinas tenían que rezar diariamente una coronilla, una letanía y oraciones meditativas a San José. El mismo San Francisco de Sales les predicaba elocuentemente sobre su santo favorito.

El florecimiento del fiel santo de la familia

La decimonovena de las Conferencias Espirituales de San Francisco de Sales ensalza la caridad, la humildad, el valor, la constancia y la fortaleza de San José. Estas virtudes son vistas como flores bordadas en sus vestiduras celestiales. Como custodio del Salvador, San José debió ser "más valiente que David y más sabio que Salomón". Como ser humano más cercano a la Santísima Virgen en la perfección, fue digno de la especial intimidad que disfrutó con Jesús. San Francisco fue también el más vivo publicista de la resurrección y asunción de San José. Presentó al santo como "el padre glorioso de nuestra vida y nuestro amor", así como un tremendo intercesor y patrono de los padres, los trabajadores y los moribundos.

San José, el fiel santo de la familia, encajaba perfectamente con las estrategias de la Contrarreforma para reevangelizar la cristiandad. Su fuerza y dignidad encajaban con los ideales de la Edad Moderna sobre la autoridad patriarcal: se animaba a las familias a imitar el orden armonioso de la Sagrada Familia encabezada por San José. No es de extrañar que el santo se convirtiera en una de las estrellas más luminosas del cielo en el siglo XVII.

La creciente reputación de San José también dejó su huella en el arte renacentista y barroco. A finales del siglo XVI, cuadros italianos como Los Desposorios de la Virgen (1504) de Rafael exaltan el significado religioso del matrimonio por encima de sus aspectos sociales y económicos. Muestran a San José como un marido modelo que se casa obedientemente en una ceremonia eclesiástica, a diferencia de los aristócratas de la época que se casaban en casa ante un notario. Sin embargo, esta campaña de relaciones públicas quedó obsoleta a finales de siglo, cuando el Concilio de Trento obligó a todos los católicos a casarse ante un sacerdote y dos testigos.


Rafael, "Los desposorios de la Virgen".

Rafael, "Los desposorios de la Virgen", donde San José es un hombre joven capaz de proteger a su familia.

Otras políticas de la Contrarreforma afectaron a la iconografía familiar de San José. En 1570, Johannes Molanus, árbitro del arte religioso en Roma, exigió una depuración del material legendario. Entre los temas que denunció estaban la Santa Parentela y los relatos apócrifos de la vida de San José. Molanus decretó que el santo fuera representado como joven y vigoroso, con el Niño Jesús firmemente situado bajo su autoridad paterna.

Los artistas del barroco no siempre obedecieron estas reglas. San José conservó su milagroso bastón florecido y, a veces, sus canas. Pero se crearon nuevas imágenes de San José para satisfacer la demanda del mercado, especialmente en el mundo hispano, donde era un favorito de la realeza. Tanto El Greco (en 1597) como Zurbarán (en 1636) pintaron retratos de un San José fuerte y de negra barba que camina de la mano con el Santo Niño.

Este motivo de un hombre guiando a Dios fue muy imitado porque capta perfectamente el amor paternal del santo. La coronación de San José de Zurbarán (1636), más formal, muestra a Nuestro Señor resucitado coronando a su padre adoptivo con una guirnalda de flores. La encantadora escena de género de Murillo, La Sagrada Familia del pajarito, y su San José con el Niño Jesús (ambos de 1670) representan al santo como un joven, atractivo y moreno padre español.

Los grabados realizados en los Países Bajos Españoles difundieron esta imagen por toda la Europa católica y la llevaron al Nuevo Mundo. En México y los Andes, donde la conquista española y las enfermedades europeas seguían dejando crueles cicatrices, los indios abrazaron a San José como su padre espiritual. Los artistas coloniales realizaron pinturas encantadoramente ingenuas de su santo hasta el siglo XVIII. Bajo una corona en forma de campana, su rostro es el de Jesús y sus ropas están salpicadas de flores doradas.

La Iglesia colmó a San José de nuevos honores en la Edad Moderna. Le concedió patronatos oficiales: México (1555), Canadá (1624), Bohemia (1655), Austria (1675), las misiones chinas (1678) y todos los dominios de España (1689). La Bélgica moderna heredó su patrocinio del Imperio español. Por supuesto, San José siguió siendo invocado por las familias, los carpinteros, los ebanistas, las personas que dudan, los viajeros, por quienes buscan casas y por los moribundos.

El calendario romano fijó por primera vez la fiesta de San José el 19 de marzo de 1479. Recibió su propio oficio en el Breviario Romano en 1714 y su nombre se incluyó en las Letanías de los Santos en 1729. El mes de marzo y todos los miércoles se asociaron especialmente con él.

La primera orden religiosa dedicada al santo fue la Congregación de San José, fundada en Le Puy, Francia, en 1650. De aquellas hermanas francesas proceden decenas de órdenes que hoy ejercen ministerios activos en todo el mundo. Muchas otras congregaciones con diferentes raíces también honran al santo, aparezca o no su nombre en su designación formal.

Patrono, guía y modelo

Al igual que otras prácticas religiosas tradicionales, la piedad centrada en San José sufrió con la llegada de los tiempos modernos. Las familias, las comunidades y la Iglesia sufrieron una cruel presión en la nueva era industrializada, cada vez más secular. Pero una sucesión de Papas vio en San José al principal sanador de las calamidades de cada época. Buscaron nuevas formas de atraer su intercesión. En 1847, Pío IX ordenó que se celebrara en todas partes la fiesta del Patronato de San José el tercer miércoles después de Pascua. El mismo papa, "prisionero del Vaticano" tras la unificación de Italia, declaró a San José patrono oficial de la Iglesia en 1870.

La encíclica Quam pluries (1889) de León XIII invoca a San José contra las crisis religiosas y sociales de su época. Además de expresar sentimientos familiares sobre las singulares virtudes del santo, pide a los pobres que tomen a San José, y no al socialismo, como guía para la justicia.

La llegada del bolchevismo tres décadas más tarde hizo que este último pensamiento fuera más relevante de lo que León podría haber imaginado. En 1930, Pío XI nombró a San José protector especial de Rusia para contrarrestar la persecución soviética de los cristianos, y lo volvió a invocar siete años después contra el comunismo ateo. En 1955, Pío XII sustituyó el Patronazgo de San José por la nueva fiesta de San José Obrero el 1 de mayo, día tradicional de las fiestas obreras, socialistas y comunistas. Desde entonces, las nuevas imágenes del santo suelen representarle con las herramientas de carpintero en lugar de lirios.

Para bendecir el Concilio Vaticano II, San Juan XXIII convirtió a San José en su patrono especial en 1961 e incluyó su nombre en el canon de la misa en 1962. (...) Pero la exhortación apostólica Redemptoris Custos (1989) de San Juan Pablo II amplió las preocupaciones de sus predecesores.

Para San Juan Pablo II, el misterio de la fe de San José, basada en la obediencia a Dios, se desarrolla en la familia, "santuario de amor y cuna de la vida" (n. 7). Subraya la realidad del matrimonio y la paternidad del santo: lo importante es el amor oblativo. Además de la familia, San José "acercó el trabajo humano al misterio de la redención" (n. 22). Es nuestro modelo para armonizar la vida activa y la contemplativa. Heredero de la Antigua Alianza, su asociación con Jesús y María en su "iglesia doméstica" lo convierte en un adecuado patrono de la Iglesia universal nacida de la Nueva Alianza.

La Redemptoris Custos sitúa a San José en primera línea de los esfuerzos por renovar la familia, la sociedad y la Iglesia. Con la castidad y la paternidad menospreciadas, los trabajadores subestimados y la verdadera fe desvanecida, ahora más que nunca debemos "Ir a José".

Traducción de Elena Faccia Serrano.

Fuente: Religión en libertad

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