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miércoles, 17 de febrero de 2021

Las dos grandes lecciones católicas que firmó un guionista masón en una película de James Stewart

 


Las dos grandes lecciones católicas que firmó un guionista masón en una película de James Stewart

James Stewart, periodista, y Lee J. Cobb, su redactor jefe, en una escena de «Yo creo en ti».

Yo creo en ti [Call Northside 777] es un gran clásico de 1948. Dirigida por Henry Hathaway (Niágara, La conquista del Oeste) e interpretada en el papel estelar por James Stewart (¡Qué bello es vivir!, Vértigo), la película contó con dos secundarios de lujo: Richard Conte (Don Barzini, mafioso rival de Vito Corleone en El Padrino) y Lee J. Cobb (el policía de El Exorcista).

El resultado fue un film extraordinario basado en hechos reales: un craso error judicial o, para ser más exactos, un craso error del jurado, que condenó a dos hombres a quienes el juez consideraba inocentes.

La historia real

En 1932, dos norteamericanos de origen polaco y con antecedentes delictivos, Joseph Majczek y Theodore Marcinkiewicz, de 24 y 25 años, fueron acusados del asesinato de un policía de Chicago, en plena época de gángsters y ley seca (prohibición de la venta de alcohol). La sentencia fue de 99 años de cárcel para cada uno.

La madre de Joseph, convencida de que su hijo no era culpable, trabajó durante once años como limpiadora hasta conseguir reunir 5000 dólares. Entonces, el 10 de octubre de 1944 puso un anuncio en el periódico ofreciéndolos como recompensa para quien encontrase a los verdaderos asesinos del policía.

Un periodista del Chicago Times, James McGuire, aunque convencido de que Joseph era culpable, se puso en contacto con la mujer para descubrir una posible historia de interés humano. Pero diversos hechos le pusieron sobre la pista de un posible amaño de pruebas, e investigó el caso hasta convencerse de su inocencia y conseguir el perdón para ambos. Logró demostrar que el informe del arresto de Joseph había sido falsificado. Y demostró asimismo una contradicción fundamental en las declaraciones de la testigo del caso, Vera Walush, que habían constituido la única prueba.



Joseph salió de la cárcel el 15 de agosto de 1945. Theodore, cuyas circunstancias eran distintas, no lo hizo hasta 1950, exonerado asimismo de responsabilidad en el asesinato. Los verdaderos autores del crimen nunca fueron descubiertos, como tampoco la razón del falso testimonio de Vera. Pudo ser presionada por policías corruptos, pues regentaba un local de venta clandestina de alcohol.

La película

Yo creo en ti es un reflejo de estos hechos (en un Chicago magníficamente retratado), aunque se toma alguna libertades, con escenas inventadas y algunos hechos omitidos. Para ello, el guión cambió los nombres de los protagonistas: el acusado será Frank, y el periodista McNeal (a partir de ahora mantendremos esa denominación). El espectador sabe desde el principio que los acusados son inocentes. Lo sabía el espectador norteamericano de 1948 porque había seguido la noticia, que alcanzó gran relevancia. Y lo sabe el espectador posterior... ¡porque solo si son inocentes la película tiene sentido!

Sin embargo, pese a conocerse el desenlace, la mano maestra de Henry Hathaway y un soberbio guión mantienen la tensión hasta el último instante. No en vano la película recibió al año siguiente el Premio Edgar, que otorga la Asociación de Escritores de Misterio, en la categoría Mejor Guión Cinematográfico.

La película tiene dos llamativos momentos "católicos", que derivan del origen polaco de Frank y su madre. 

Dos momentos católicos

Y no son llamativos en cuanto referencias religiosas -pues el cine de los años 40 y 50 está plagado de ellas y "normalizó" lo católico en la cultura estadounidense-, sino porque expresan, sin demasiado adorno pero con gran perfección doctrinal, dos verdades muy importantes para un católico, que ambos protagonistas viven intensamente: la indisolubilidad del matrimonio y el poder de intercesión misericordiosa de la Santísima Virgen.

[Atención spoiler: A partir de este momento desvelamos dos momentos argumentalmente importantes de la película, aunque conocerlos no impide disfrutarla por igual. Si prefieres ignorarlos antes de verla, puedes seguir leyendo tras la indicación en rojo de final del spoiler.]

El primer momento "católico" (minuto 54:30) tiene lugar cuando Frank se somete al polígrafo o detector de mentiras, inventado en 1938 por el policía Leonarde Keeler, quien interviene en la película interpretándose a sí mismo. La prueba no tiene pleno valor legal, pero el acusado la supera: ha dicho la verdad en todo lo que se refiere al crimen. 

Pero hay una pregunta en la que ha mentido: "¿Está usted casado?"

Tras ser condenado, Frank, casado y con un hijo, había convencido a su esposa de que se divorciase por bien del pequeño, para que no llevase para siempre el apellido de alguien considerado un asesino. Ella no está dispuesta, pero finalmente acepta y con el paso de los años se casa con otro hombre.

Por eso, a la pregunta de si está casado, Frank responde que no. ¿Por qué entonces el polígrafo dice que miente? Porque él sabe que sí lo está. Keeler lo explica así: "Como es católico, piensa que sigue casado. En su fuero interno, piensa que aún lo está. Reaccionó como ante un engaño".

Todo un tributo de un hombre que lo ha perdido todo a la fe en la indisolubilidad del matrimonio. Lo que haya dicho un juez, incluso por iniciativa del propio Frank a efectos legales, no tiene ningún valor real para él. Lo real es lo que sucedió cuando contrajo matrimonio, sabedor de que lo que Dios ha unido no puede separarlo el hombre (Mt 19, 6). Tan interiorizado lo tiene, que las reacciones fisiológicas involuntarias que mide el polígrafo responden por él lo contrario de lo que dicen sus labios.

Y lo cierto es que el personaje real, Joseph, volvería a casarse con su esposa algunos años después de salir de prisión, aunque antes tuvo un hijo que conto cómo fue su vida tras esa dura experiencia.

La visita del periodista nos permite ver el impresionante panóptico de la cárcel de Statesville (Illinois) donde Joseph (Frank) cumplía condena.

Un segundo momento católico (minuto 1:29:30) realmente bello y emotivo, sucede en el clímax final que precede a la resolución del caso. McNeal tira la toalla, porque los abogados consideran que sus hallazgos no tienen valor probatorio suficiente como para revocar la sentencia. Plantear el caso sin la seguridad de ganarlo podría perjudicar a Frank cuando, cumplidos treinta años entre rejas, pida la libertad condicional. 

El periodista acude entonces a explicárselo a su madre, quien tocaba ya con los dedos el sueño de la libertad de su hijo. La escena de su desazón es muy triste. "Si usted me deja, no me queda ningún amigo", le dice la mujer a James Stewart, desolada. "Lo siento", responde, antes de irse.

La madre de Frank se queda entonces sola, sollozando y repitiendo "No me queda ningún amigo". Hasta que levanta los ojos y se encuentra de frente a una imagen de Nuestra Señora en el aparador. Le dice, entre lágrimas: "Perdón, Virgencita mía. Aún te tengo a ti".

¡Y vaya si la tenía a Ella! Los guionistas parecen haber querido remarcar su intercesión misericordiosa como causa y efecto. Porque es justo en la siguiente escena, cuando McNeal, hundido, sale de casa de la madre de Frank, pasa ante la imponente iglesia de la Santísima Trinidad de Chicago y coge un taxi para regresar a la redacción... cuando el caso se resuelve. No diremos cómo, por supuesto.

[Fin del spoiler.]

¿Tenían motivo los premiados guionistas de Yo creo en ti para esta doble y perfecta expresión de una fe católica creída y vivida? El guión lo firman Jerome Cady y Jay Dratler (por ese orden en los títulos de crédito), con la colaboración en la adaptación de Leonard Hoffman y Quentin Reynolds, aunque solo aparece el nombre de Dratler en la primera página de la versión final, que lleva fecha 13 de septiembre de 1947.


Dratler fue un novelista y guionista de éxito en el género negro, y de hecho fue nominado al Oscar en 1945 por la extraordinaria Laura de Otto Preminger, que lo estaba también al mejor director.  

El guionista masón

Por su parte, Cady tuvo una carrera intensa y brillante que se truncó prematuramente. Tras ejercer como periodista radiofónico, en 1940 fue fichado por la 20th Century Fox. En 1948,  no mucho después del estreno de Yo creo en ti, fue encontrado muerto por una sobredosis de somníferos en su yate en la isla Catalina, frente a la costa californiana. Tuvo un servicio fúnebre masónico, por lo cual es presumible que perteneciera a alguna logia.

En la crónica periodística real de la prueba del polígrafo que firmó McGuire no aparece el incidente de la pregunta sobre el matrimonio, incluido -si es que no se trata de una licencia narrativa- entre las "preguntas irrelevantes" que le hizo Keeler como parte del proceso de control de sus reacciones. En cuanto a la escena de la imagen de la Virgen, parece un mero recurso dramático para enfatizar la religiosidad de la madre de Frank, quien indudablemente rezó por él y así se lo manifestó al reportero.

En un film donde la religión no juega un papel, ambas escenas encajan sin embargo de forma muy natural. Y sorprenden por la fidelidad con la que reflejan dos ideas característicamente católicas: el divorcio entendido como un no-ser (no solo algo indeseable, sino algo inexistente) y la creencia en la intercesión de la Virgen.

Fuente: Religión en Libertad

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