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sábado, 7 de noviembre de 2020

Guido era médico, surfista y en apenas unos meses iba a ser ordenado sacerdote. Su gran pasión fue siempre salvar almas

 

Surfista, médico y un carisma arrollador: un ejemplo para los jóvenes que va camino a los altares

Guido era médico, surfista y en apenas unos meses iba a ser ordenado sacerdote. Su gran pasión fue siempre salvar almas

Cada vez afloran más vidas de jóvenes católicos que murieron en pleno siglo XXI y que son un ejemplo para las nuevas generaciones. Recientemente, el nuevo beato Carlo Acutis ha sido un auténtico fenómeno mediático en todo el mundo. Pero no es el único que es propuesto como un ejemplo para la juventud.

Otro es Guido Schäffer, conocido como el “ángel surfista”, un joven brasileño seminarista a punto de ordenarse que murió ahogado en 2009 a los 34 años mientras practicaba surf, una de sus grandes pasiones.

Guido está en estos momentos en proceso de beatificación en la Archidiócesis de Río de Janeiro, que considera que su vida “inspira cada vez más a otros jóvenes a seguir el camino de la santidad sin dejar de vivir todas las cosas propias de la juventud”.

Para conocer más sobre la vida de Guido, Ediciones Paulinas ha publicado el libro El Ángel Surfista donde cuentan detalladamente las enormes obras de evangelización y caridad que este joven con gran carisma realizó durante su vida.


"Guido siempre quiso salvar vidas"

En el prefacio, Jorge Luiz Neves, conocido como el Padre Jorjão, sacerdote que siempre estuvo muy cercano a él recuerda una anécdota de su funeral. La contó la madre de este joven. “Siendo niño era un apasionado por el mar, quería ser salvavidas; cuando era adolescente, era apasionado por el ser humano, quería ser médico; era apasionado por Dios, quería ser sacerdote. Guido siempre quiso salvar vidas”, explicaba su madre.

Este sacerdote recuerda además que “mientras se preparaba para su consagración sacerdotal, (Guido) hizo de la medicina su apostolado. Su encuentro con las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta afianzó su trabajo voluntario junto a las personas de la calle. En la residencia médica, la Santa Casa de Misericordia, reveló su competencia como profesional ilustre de la salud, siendo elogiado por sus colegas, reconocido por sus profesores y admirado por sus pacientes”.

Pero además –agrega el Padre Jorjão- “su gran liderazgo atraía a un equipo de voluntarios que cada domingo se convertían en un ejército de bien y de amor para los internos de la enfermería 41, de aquel hospital fundado por el padre Anchieta. Así era Guidinho: ponía empeño y pasión en todo lo que se proponía hacer, y todo lo realizaba con amor”.

Guido Schäffer era joven y provenía de una familia de alta posición en Rio de Janeiro. Hablaba la jerga de los jóvenes de su barrio, el exclusivo Copacabana, y durante mucho tiempo tuvo novia. Y siguiendo la estela de su padre y de su abuela decidió en primer lugar ser médico, y lo llegó a ser, según contaban sus profesores de facultad y jefes en el Hospital.


Su infancia fue normal, como la de otros muchos niños. Al tener tan cerca el mar pasaba mucho tiempo en la playa surfeando, y como su alegría era contagiosa siempre estaba rodeado de gente.

Su espiritualidad estuvo muy marcada por sus padres, una familia profundamente católica. Iban juntos a misa el domingo y cada noche rezaban en familia. Además, su  padre participaba en un grupo de la Renovación Carismática, que también marcaría el devenir de Guido.

Guido invitaba desde adolescente a sus amigos para que acudieran a algún retiro espiritual, en especial el del Cenáculo, que organizaba el Movimiento Sacerdotal Mariano, y al que acudía todos los meses su madre.

La cita de Tobías que cambió su vida

Una vez que inició su deseada carrera de Medicina, este joven brasileño se unió en Fuego del Espíritu, otra comunidad de espiritualidad carismática que además atendía a pobres. Y fue en un retiro donde escuchó una frase que cambiaría totalmente su vida: "No apartes la cara ante ningún hombre y Dios tampoco la apartará de ti". Esta cita es de Tobías, y le golpeó de tal manera ante la actitud que había tenido antes con los pobres que se puso de rodillas y pidió perdón al Señor suplicándole: “¡Jesús, ayúdame a cuidar a los pobres!”.

En ese momento, también vino en su ayuda  la lectura del libro El hermano de Asís (San Pablo), escrito por el capuchino español Ignacio Larrañaga, fundador de los Talleres de Oración y Vida, que le dio "una gran luz de Dios en su vida".



Guido, ya con el alzcauellos, con algunos de sus amigos.

Guido colaboró en la atención a los pobres con las misioneras de la Caridad de la Madre Teresa. La hermana Irma Caritas, trabajó mucho con él en las calles. Así le recordaba: “su única preocupación era salvar almas. Llevar a todos a un encuentro personal con Cristo. Para eso no media esfuerzos. De hecho, toda su conversación estaba direccionada con Él y hacia Él. No perdía una oportunidad de proclamar a Jesús ya fueran con palabras o con su propio ejemplo".

De hecho, esta religiosa aseguraba que “cuando atendía a los hermanos de la calle no los cuidaba únicamente la salud del cuerpo, sino sobre todo, el del alma. A ninguno de los pacientes dejaba de hablares de Cristo. Muchos de ellos salían del consultorio con lágrimas y profundamente tocados. Oraba por cada uno de ellos y les invitaba a recibir los sacramentos como fuente de gracia y comunión con Dios".

Usar los talentos que Dios le dio

La hermana Irma contaba también de Guido que “muchas veces usaba los carismas que el Señor le concedía. Varias veces presencié cómo daba palabras de conocimiento a sus pacientes. A todos trataba con delicadeza, paciencia y comprensión. Nunca lo vi irritado o impaciente con ninguno. Incluso cuando alguien llegaba borracho o con sobredosis de drogas, Guido procuraba calmarlos... siempre tenía tiempo para cada uno. Su ejemplo me edificaba y corregía".

Finalmente, Guido acabaría poniendo fin su relación con su novia y respondió a la llamada de Dios para ser sacerdote. Pero estando en el Seminario de Río de Janeiro, Guido no abandonó a sus “hermanos de la calle, sino que continuó llevando comida por las noches a la favelas más pobres, escuchando con cariño, orando y aconsejando a los más desfavorecidos. A todos atendía como médico de forma gratuita.

Este era el “ángel surfista”, un joven apasionado por Dios y por la vida, que fue feliz e hizo feliz a los que rodeaba. Ahora es un ejemplo para tantos cristianos jóvenes que buscan referentes. Y quien sabe si más pronto que tarde la Iglesia lo declarará santo.

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